Cuando una historia está bien contada y tiene todos los elementos para atrapar al espectador qué importa si es verdad o mentira, si es todo ficción o solo una parte de una historia real documentada. Eso mismo ocurre con El castillo, la nueva película de Martín Benchimol que gira en torno a Justina, quien, tras décadas de trabajo como empleada doméstica, hereda una mansión medieval en las pampas argentinas bajo la condición de no venderla jamás. Este moderno cuento de hadas explora cómo Justina y su hija, Alexia, enfrentan los desafíos de mantener viva esta promesa, desencadenando una historia profundamente conmovedora.
Si bien parece ser sacada de un cuento de hadas, la anécdota, a la que el director conoció durante un encuentro fortuito con Justina y Alexia mientras rodaba su película anterior, es real. La conexión fue instantánea, y este encuentro marcó el nacimiento del proyecto. La historia de vida de Justina y Alexia se convirtió en el motor de esta película, fusionando elementos documentales con la narrativa ficcional. Su enfoque estuvo en explorar la relación madre-hija, utilizando momentos de observación y escenas creadas, basadas en experiencias vividas y en un imaginario futuro.
Tras recibir el premio a Mejor Película en Horizontes Latinos en San Sebastián y obtener tres destacados galardones en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, El Castillo se estrena en la Argentina. El film, rodado en Lobos, ha recorrido festivales internacionales, acumulando reconocimientos por su dirección y fotografía en certámenes como la Berlinale, el Hong Kong International Film Festival y el Guadalajara International Film Festival.
Benchimol revela que la película aborda la herencia y la pertenencia a una clase social, presentando la historia de Justina como una grieta en el sistema. Explora las enormes contradicciones de las clases sociales y cómo la herencia, tanto material como simbólica, moldea la pertenencia a una clase social. El Castillo desafía las percepciones y los estigmas de la pertenencia, evidenciando la complejidad de las estructuras y su influencia en las identidades individuales. La historia se sale de la norma, una mujer de origen de clase trabajadora hereda una majestuosa mansión en una zona de enclave de la oligarquía terrateniente. A pesar de la herencia, Justina no cambia su posición social, generando preguntas sobre si realmente se siente dueña de la casa, más allá de tener la escritura.
Infobae Cultura entrevistó al director y a una de sus protagonistas días antes de su estreno y luego de un excelente recorrido por diversos festivales de cine.
—¿Cómo fue ese primer encuentro con ellas y cuándo supiste que en su historia había una película?
Martín:—Las conocí un poco por accidente y de casualidad. Estaba filmando mi película anterior El espanto muy cerca de la zona donde está el castillo. Un día paso y la veo a Justina trabajando alrededor de la casa, cortando el pasto, veo ese lugar bastante exótico y le digo que me gustaría conocer al dueño y ella me responde: “Acá la tenés”. Ese día ella me contó toda su historia y quedé muy emocionado, tanto que quería cancelar el otro rodaje y empezar a filmar con ella. Por suerte, las productoras me convencieron de no hacerlo. Allí empezó un vínculo de varios años, pasó un tiempo hasta que empezó el rodaje. Esa relación de confianza fue un poco la base de la película, por esa razón no se trata de un documental puro, sino que había un vínculo bastante lúdico.
—¿Qué les ocurrió a ustedes cuando les llegó la propuesta de ser filmadas?
Alexia: —No lo creíamos. Todo era muy surrealista, hasta que en un momento nos contó que iba a llevar un equipo de grabación para empezar con la película. Nos agarró nervios, pero siempre accedimos a hacerla. Al principio fue raro tener que revivir escenas del pasado y poder modificarlas en algún sentido. Martín nos iba guiando en esa reconstrucción de situaciones que nos había pasado de verdad.
Martín: —Hay muchas escenas de la película que son de observación y otras que les proponía un juego y ellas hicieron una versión libre de esa escena. En la película son ellas interpretando sus propias vidas. Honestamente, cuando empecé a escribir la película y a pensarla, la idea de ponerle un nombre y definirla como una ficción o un documental no me ayudaba. No era algo que me preocupara. Lo que quería era hacer una película que cuente el vínculo de ellas, lo más cercano posible y a su vez, poder jugar con eso. Se permite contar un cuento, usar música de orquesta y esos son recursos que generalmente se le otorgan a una película de ficción.
—¿Cómo vivieron el rodaje?
Alexia: —Para nosotros al principio fue raro tener gente con cámaras y micrófonos, pero al poco tiempo se generó un vínculo muy especial y hubo mucha comprensión y cariño. Nos fuimos acostumbrando. Desde muy chica me interesó todo lo artístico, pero, como empecé a estudiar para agraria para trabajar en el campo, era algo que lo dejé como medio guardado. La película me reavivó toda esa pasión. Además, me ayudó mucho a entender un montón de cosas, mis ideas, a ser quien soy ahora y a entender el punto de vista de mi mamá, porque al principio era una de las personas que le decía hacé algo en el castillo o véndelo, porque no podemos mantenerlo. Pero entendí, gracias a la película, que para ella es su casa, su hogar, un espacio para estar con su familia y sus afectos. Norma era la empleadora de mi mamá, pero para mí siempre fue como mi abuela. Estuvo mucho tiempo con nosotras. Cuando estaba por fallecer le cuenta a mi mamá que le va a dejar el castillo con la condición de que no lo venda porque le va a ser muy útil. Mi mamá le decía, no voy a poder mantenerlo, pero ella insistió que iba a poder. Nos enteramos de un día para el otro. Al principio fue muy difícil porque yo no trabajaba, ya que estaba estudiando y ella estaba casi jubilada.
—¿Cómo fuiste ganando esa confianza para que ellas accedan a contar su historia?
Martín: —Fue muy importante la amistad que surgió en los años previos al rodaje. Por eso, al momento de filmar había un vínculo que, creo, les permitía a ellas jugar delante de la cámara. Obviamente, fue un proceso, porque más allá de la amistad, aparecía otra dimensión que era Justina y Alexia interpretando sus vidas frente a la cámara. Ahí fui encontrando la forma de trabajar con cada una de ellas, que era totalmente distinta. Alexia hacia el final del rodaje ya trabajaba con texto, y generando mundos imaginarios, y con Justina era muy distinto el abordaje. Tenía un nivel de verdad superlativo, siempre que nos moviéramos en su universo cotidiano.
—¿Qué estructura pensaste para crear esta película tan particular?
Martín: —Era tanta la información que tenía sobre la vida de Justina que empecé escribiendo su historia en narrativa, como si fuese una novelita. Ahí me di cuenta de que lo que más me emocionaba era el vínculo entre ellas y me quise concentrar en eso: una madre y una hija a punto de separarse. Confiaba que eso podía ser el corazón de la película. Escribí un guión que era una ruta de trabajo donde había muchos planteos de escenas que ellas resolvían a su manera. Filmamos una parte, volvíamos a Buenos Aires, editábamos un poco y ahí se iba construyendo un poco la curva de la película. Se fue completando en las etapas de rodaje que siguieron. De hecho, tenía escrito un final que no quedó porque el mismo proceso de rodaje me hizo entender a Justina y a su decisión.
—Después de tantas horas de filmación, ¿qué tuviste en cuenta al momento de sentarte y decidir con la editora?
Martín: —Hice algunos bocetos de montaje solo y después empezamos a trabajar con Anita Remón, la montajista, y ahí empezó a tomar la forma que tiene, donde hay un poco de fábula, aparece la música como recurso y funcionó bastante bien el guión, como una guía del recorrido. Fue sorprendente como ellas tomaban decisiones y el guión tenía una estructura abierta, una especie de “elige tu propia aventura”. El montaje no fue como el de una película documental en donde las posibilidades son infinitas, sino que había un camino bastante claro de cuál era la película.
—La música también es un personaje más dentro de la película.
Martín: —Siempre que hablábamos de la película decíamos que es como un cuento de hadas y queríamos que suene como uno y que la música también cuente los estados de ánimo de ellas. Lo que hicimos fue elegir una instrumentación imaginando cómo pudo haber sido una orquesta en una fiesta en el castillo. Imaginábamos una orquesta de cámara un poco antigua y tomamos algunas referencias de música de los años 50 y después grabamos con una orquesta en Chile con instrumentos reales.
*”El castillo” puede verse en algunas salas de Córdoba, Mendoza, San Juan, Catamarca, Chubut, Santa Cruz, La Plata y el Gran Buenos Aires. A partir del jueves 07 de diciembre se estrena en Capital Federal en la Sala Lugones del Complejo Teatral de Buenos Aires y en el Cine Arte Cacodelphia.
[Crédito fotos: imágenes de prensa y Gabriel Bulacio para el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata]