En cine se ha encargado de retratar de diversas formas la relación entre padres e hijos, sin embargo, la universalidad del tema hace que no se agote y aparezcan nuevas visiones de relatar y mostrar conexión tan particular. En el caso de El villano, el nuevo documental de Luis Ziembrowski y Gabriel Reches, la trama se sumerge en la vida del reconocido actor cuya inquietud principal radica en ser convocado frecuentemente para interpretar roles de villano. Esta situación despierta en él una preocupación latente sobre una posible conexión con su padre, un inmigrante polaco que su vínculo con el mundo delictivo desencadenó una tragedia familiar.
La historia se adentra en los recuerdos fragmentados de Ziembrowski, explorando la memoria familiar en busca de respuestas sobre la autenticidad de su ser y sus miedos de heredar un gen maligno que pueda causar daño a quienes ama. La duda persistente sobre si la realidad se teje a través de la ficción o si esta última es una vía de escape desencadena la trama que se desarrolla con matices de verdad y ficción.
Los directores comparten motivaciones personales que se entrelazan con la esencia misma de la película. Ziembrowski, en un relato conmovedor, revela su búsqueda por la figura paterna, marcada por ausencias y encuentros tardíos con su padre biológico. Un reencuentro, registrado en el 2006, se convierte en el eje central de la película, explorando la reconstrucción de la historia familiar a través de diversos formatos, desde archivos grabados hasta entrevistas y escenas ficcionales apócrifas.
Por su parte, Reches, con una trayectoria marcada por la escritura y la exploración del dolor a través de la obra artística, encuentra en este proyecto un eco de sus propias vivencias, uniendo fuerzas con Ziembrowski para dar vida a esta conmovedora historia que trasciende lo meramente cinematográfico. La película no solo es el resultado de un proceso creativo, sino un ejercicio de reconciliación y exploración personal para ambos directores.
Infobae Cultura dialogó con los directores de esta producción que se adentra en una historia personal de sanación familiar muy singular, pero que logra poner en discusión y reflexionar acerca de estos vínculos tan primarios.
—Si bien estás acostumbrado a trabajar frente a cámara, ¿cómo fue exponer tu historia personal en una película?
— Luis Ziembrowski: Fue duro, no fue fácil. Sabíamos con Gabriel que para poder construir un relato que tenga que ver con lo autobiográfico había que no solo tener valentía, sino también la posibilidad de estar vulnerable y fuerte al mismo tiempo, con una simultaneidad de emociones. La fortaleza fue llegando a medida que los componentes familiares empezaron a acceder a la posibilidad de exponer sus historias. Me parecía que dar el dar a luz a hechos que fueron traumáticos era una posibilidad también de reparación. Mi padre era alguien que entraba y desaparecía a su piacere y esa falta de conducción de mi madre y de la familia en general a cómo poder convivir eso, produjo cosas muy oscuras que estaba bueno desentrañar.
—Una de las escenas más emotivas del documental es el recuento que tenés con tu papá en 2006. Cuando lo filmaste, ¿tenías pensado en hacer algo con ese material?
— L.Z.: Cuando lo filmé no creí que fuera parte de una película. Solamente quería registrar el reencuentro con mi viejo después de casi ocho años y de pasar una situación de pérdidas muy grandes a principios de ese mismo año. Volvió otra vez a reflotar el fantasma acechante que tuve a lo largo de la vida, como fue mi padre biológico, y en ese momento tuve un deseo de ir a filmar ese reencuentro sabiendo lo que era para mí la cámara allá en 2006. Yo había hecho muchas cosas audiovisuales y sabía lo que implicaba para mí tener una cámara prendida registrándome y que me permitía una mediatización con él después de tanto tiempo. Lo que no sabía, y que justamente podía dar lugar a cualquier escena documental, era con lo que me iba a encontrar. Él había tenido un accidente cuatro años antes. No sabía que esto se iba a transformar en una película. A mí me sirvió mucho capturar a ese fantasma con la cámara. El material lo pude ver bastante tiempo después y apareció esta posibilidad de articular un posible relato. La primera certeza que tuve era que se iba a llamar El villano. En esa misma época lo conozco a Gabriel por un trabajo que hicimos para la Biblioteca Nacional y forjamos una relación muy estrecha donde tuvimos muchas coincidencias en nuestras historias.
—¿Cómo fueron trabajando ese guión?
— Gabriel Reches: Fue un lío hermoso. Primero busqué qué vasos comunicantes había entre Luis, esta historia familiar y yo. Hay un grado de identificación en relación con tener una figura fantasmagórica de un padre. En mi caso, por una desaparición temprana producto de un accidente y en el caso de Luis, por una ausencia debido a una serie de decisiones que tomó el padre. Nuestra sorpresa fue que al ir charlando con distintas personas que iban a integrar el equipo de filmación, había un montón de personas que tuvieron algún tipo de lío sobre la presencia o no presencia del padre. Desgraciadamente, parece que los padres somos medio jodidos. La editora Denise Levertov decía que los grandes finales te los tenés que ganar, entonces, qué hacés para llegar a este gran final. Luis tenía un material poderosísimo, que era ese encuentro con ese padre filmado ya habiendo muerto el padre. El tema era cómo hacer para ganarnos el derecho a usar ese material en un proyecto que funcionara en términos audiovisuales y narrativos. Ahí, empezó una etapa de mucho trabajo cuerpo a cuerpo, con Luis tratando de entendernos, ver cómo le afectaba, cómo poder reconstruir esa historia. Una de mis primeras preguntas fue ¿cada cuánto pensás en que tu papá no estuvo? ¿Es una imagen que te viene todos los días? Armamos un primer un proyecto para presentar en el INCAA que respetaba una estructura de tres actos, pero no fue lo que después hicimos. Al trabajar con una materia inestable como la vida real, no solo de Luis, sino de muchas personas de su entorno, para mal y para bien aparecen cosas inesperadas. Ese primer guión fue un dispositivo de indagación y una guía. De todos modos, hay algo que nunca perdí de vista que fue que el que ponía el pellejo era Luis, con su historia y la de sus seres queridos. Ojalá guste mucho esta película como obra de arte, pero desde mi perspectiva, el objetivo primero era que los protagonistas se sientan mejor después de haberla hecho.
—¿Cómo fue convencer a la familia y trabajar con ella?
— L.Z.: En principio tengo que decir que hay mucho amor, respeto e incluso admiración de parte de mi familia a mí hacer, a mi camino construido. En ese sentido, ellos depositaron mucha confianza sabiendo que no los iba a manipular, engañar, o iba a torcer el sentido de las cosas. La historia de la hecatombe familiar, sobre todo, fue muy diferente para cada uno y que ese vacío que en mí se produjo era necesario encontrar alguna respuesta. La película venía a indagar, investigar y desentrañar un poco más quién fue nuestro padre a lo largo de la vida para cada uno de nosotros. En mí siempre resonó la película Los rubios, de Albertina Carri. Ella empieza toda una investigación por la desaparición de sus padres, sin tener memoria de eso y sus hermanas sí, porque son mayores. Eso forma parte de un punto de partida muy importante también en mi película, en lo que se refiere a un hecho en particular que se transformó en un big bang y cómo se reconstruyó la familia a partir de eso.
— G.R.: Luis cuidó con muchos celos lo que sucedía, sobre todo con cada una de sus hermanas, al hablar. Conversaron antes con él, convino que iba a suceder y que no y después en la edición, si había algo que le parecía que podía producir algún tipo de daño o de duda en alguna de las hermanas, lo retiramos. Hubo un cuidado muy grande sobre las hermanas. Luis, en el trato cotidiano, es una persona de lo más agradable, llana, tranquila, te mira a los ojos. Es muy fácil relacionarse con él. Pero curiosamente, las escenas donde tiene que ir a buscar los restos de la madre o el reencuentro con el padre, son episodios en los que Luis creó, como actor de raza que es, un personaje para intervenirlos y para poder verse de un modo posible dentro de esas escenas. También, hay algo que pasa con las entrevistas con las hermanas, que son temas hablados entre ellos, sin embargo, hay algunas cosas en las que son dos hermanos hablando por primera vez. Con la cámara encendida llegaron algunas cuestiones que no habían aparecido antes en una conversación.
—¿Esa relación que tuviste marcó tu manera de ser padre?
— L.Z.: Sí, casi te diría que tomé un camino opuesto, una hiperpresencia que a veces también resulta un poco excesiva para los hijos. Me parece que la película vino a poner capas y espesura a una historia de reparación. A mí me permitió hablar por primera vez con mis hijos de algunas cosas que no sabía cómo transmitirlas. Siempre aparece la incógnita de cómo fueron los padres antes de que yo naciera y al final ellos entendieron mi historia y el porqué tenía la necesidad de realizar este documental.
—¿Qué tuvieron en cuenta para buscarle universalidad a la historia tan personal?
— L.Z.: El padre es un tema universal. Que esté o que no esté y de qué manera pudo estar o no produce inevitablemente un rebote y una identificación. Creo que la particularidad que me tocó a mí vivir con mi padre y como la familia se movió alrededor es algo singular, pero hay algo de ese reflejo que está en el vínculo que manteníamos que genera esa universalidad.
— G.R.: El padre, el mandato del padre, la paternidad vivida desde la sensación de orfandad, cómo se construye un padre desde la orfandad, son ideas que irradian en buena parte de nuestra cultura y de la historia que tenemos nosotros como sociedad acá en Argentina. Por diferentes motivos tenemos muchas familias con personas que fueron extrañadas, pérdidas, lloradas o cuya presencia se reclamó porque se borraron. Trabajamos con la conciencia de que ahí había un tema universal. Algo de eso se refleja mucho en el momento donde hacemos un casting para representar al padre y nos pasó que todos los actores que venían tenían algún conflicto con sus respectivas figuras paternas y eso apareció de manera inesperada. Lo mismo sucedió con el equipo de filmación.
*“El Villano” de Luis Ziembrowski y Gabriel Reches estrena el 7 de diciembre en el Cine Gaumont (Avenida Rivadavia 1635, CABA) y a partir del 9 de diciembre en el Malba Cine (Avenida Figueroa Alcorta 3415, CABA)
[Crédito fotos: Paula Hernández]