“La propuesta de Puig, en su punto más provocativo”, decía Ricardo Piglia en Las tres vanguardias, “parte de la hipótesis de que hay que escribir una novela que le guste a madame Bovary”. Esta es una característica sustancial de la obra de Puig. Él no sólo quería escribir Madame Bovary, él quería escribir la novela que le gustara a esa señora triste, de provincia, que se aburría y que necesitaba, entonces, cualquier distracción para seguir adelante. Con ese programa Puig escribió Boquitas pintadas, La traición de Rita Hayworth, The Buenos Aires Affair, Pubis angelical, El beso de la mujer araña, etc.
The Buenos Aires affair es su tercera novela y es la primera que sale del territorio ficticio de Coronel Vallejos —remedo de su General Villegas natal—. Enmarcada entre 1930 y 1969, la historia comienza con la desaparición una artista plástica llamada Claudia, que envuelve a la trama en una suerte de policial negro heterodoxo, y luego sigue tras los pasos de Leo, un hombre dado a una serie de perversiones sexuales, a quien describe en toda su atrocidad.
Aunque esta novela es una de las más experimentales —si no la más—, Puig sigue pensando en madame Bovary, y, por lo tanto, no abandona su relación con el estereotipo, la parodia, el exceso, los géneros populares. Cada capítulo comienza con citas de las grandes divas de Hollywood, y luego la línea argumental se puebla de guerrilleros, desaparecidos, obsesiones sexuales y hechos que hoy podrían ser catalogados como crímenes de odio. Puig captó la violencia que imperaba en aquel tiempo y anticipó el terrorismo de Estado.
El libro se publicó durante el breve gobierno de Cámpora, pero poco después, en enero del 74, fue prohibido por ser considerado pornográfico —hay, por ejemplo, una descripción objetiva de cómo Claudia se masturba—. Puig estaba en México mientras retiraban los ejemplares de las librerías. El mismo día que comenzaba el operativo recibió una amenaza telefónica de la Triple A, lo que provocó que se quedara a vivir en aquel país.
La novela y el profeta
A cincuenta años de su publicación, el Museo del Libro y de la Lengua rinde homenaje a The Buenos Aires affair con una muestra conmovedora. Es inevitable caer en la pobreza de los adjetivos: “conmovedora” no alcanza para dar cuenta del efecto que provoca. Es como si la entrada de Av. Las Heras 2555 fuera un portal hacia un mundo paralelo, hacia el universo mismo de la novela. Los curadores, con Esteban Bitesnik a la cabeza, hicieron un preciso planteo escenográfico interviniendo todo el primer piso para crear los diferentes ambientes de la historia.
Así aparece el cine clausurado —y la primera “profecía” de Puig, que hace referencia a la persecución sobre la cultura—. Un pasadizo desemboca en la habitación de Claudia, con la cama deshecha y la televisión mal sintonizada. Luego está el baldío donde se produce la violación, y más atrás, la comisaría.
Para conseguir un tono de época, los organizadores pidieron materiales a la TV Pública: sobre un escritorio metálico hay una vieja lámpara, un teléfono de baquelita, latas de película, un grabador, un fichero, dos pasaportes dentro un sobre rotulado como prueba judicial, una máquina de escribir, un diario Clarín, hojas revueltas, un cenicero sucio. En un cajón a medio abrir asoma un revólver. Un cartel dice: “Profecía 2. En breve, los allanamientos destinados a secuestrar personas sospechadas por su actividad política o gremial serán continuos. Todo valía a la hora de desplegar el terror sobre la sociedad civil. The Buenos Aires affair prefiguró la dictadura militar como no lo hicieran las obras de la llamada ‘literatura comprometida’ de la época”.
Pero además de lo escenográfico, hay un monumental trabajo de archivo. Primero, están las diferentes ediciones del libro, desde la que tiene a la modelo de alta costura dibujada por Erté hasta la pinup girl de la última edición de bolsillo. En esas tapas argentinas y extranjeras implícitamente se pone de manifiesto la vivacidad siempre actual de Puig: todas las tapas buscan responder a la moda del momento. Resalta la turca, que imita el diseño de la revista Claudia.
La muestra se completa con una selección de notas de prensa, fotos, gigantografías de Greta Garbo, Rita Hayworth, Marlene Dietrich, videos, una línea de tiempo con la vida del autor, miniaturas de los objetos de la novela, serigrafías wharholianas de Kennedy y Puig, la propia máquina de escribir de Manuel, cartas manuscritas y posters originales de las películas, que cedió Carlos, su hermano.
La lengua rota
El día de la inauguración, María Moreno, directora del Museo, habló en público por primera vez desde que sufrió un ACV. En silla de ruedas, extrañamente frágil —pero nunca débil—, dio un discurso muy corto que aquí transcribimos:
Hablar en el Museo del Libro y de la Lengua en una lengua rota —disartria es el nombre de la discapacidad que la provoca y es un chiste de mal gusto que esta sea la palabra más difícil de pronunciar para quienes la sufren—, hablar en público en una lengua rota, decía, es para mí romper un sortilegio.
Es la primera vez que lo hago, no solo porque admiro a Manuel Puig, sino porque tras los resultados del domingo 19, seguir hablando de literatura cuando se intenta arancelar su estudio y cuando el gobierno triunfante es capaz de pronunciar frases que creíamos definitivamente caídas del lenguaje y de imprimir números negacionistas en sus remeras, prolonga las profecías vertidas en The Buenos Aires Affair.
Pero también porque Manuel supo sustraer a toda adversidad su deseo de experimentar y escribir. Fue viajero antes de que se viera obligado a escribir. Iba metódicamente del escritorio a la playa. Tenía amores y escribía. Veía películas y escribía. Lo prohibían, se alejaba y escribía. Es decir, era el primer militante de la estrategia de la alegría del marxista pop Roberto Jacoby cuya frase El deseo nace del derrumbe debería ser nuestra divisa.