Néstor García Canclini, platense de nacimiento y ya casi mexicano por adopción (vive allí desde 1976), pasó por Buenos Aires para cumplir algunos obligaciones académicas, por supuesto visitar amigos y amimgos, y también para presentar el libro Emergencias culturales. Instituciones, creadores y comunidades en Brasil y en México (Gedisa Editorial). Referencia ineludible del pensamiento social-comunicacional latinoamericano para varias generaciones de estudiantes secundarios y universitarios argentinos (y del resto del continente), García Canclini un destacado pensador y teórico en el campo de los estudios culturales en América Latina. Su trabajo se centra principalmente en la comprensión de los fenómenos culturales en el contexto de la globalización, la urbanización y las tensiones entre tradición y modernidad.
De todo eso y un poco más, fue este extenso diálogo con Infobae Cultura ocurrido una soleada mañana de primavera porteña, en una esquina de Barrio Norte. De hablar pausado e impecable hilación de ideas traducidas en palabras (no es para menos, tratándose de quién se trata), el escritor, antropólogo y crítico cultural contó parte de su historia personal cuando se tuvo que ir de Argentina en los albores de la dictadura militar, comparó los casos de las políticas culturales de Brasil y México durante la pandemia (con conclusiones sorprendentes, tratándose por ese entonces de países gobernados por presidentes como Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, de opuestas posturas ideológicas para casi todo o todo) y brindó su diagnóstico sobre esta era de las “redes sociales”, el “streaming” y las corporaciones, nuevos gigantes de la comunicación, como todopoderosas influencias del pensamiento social global.
Un poco de la historia de Néstor García Canclini en sus propias palabras. “Llegué a México en agosto del 76. Ya se había producido el golpe de estado aquí en Argentina, pero en realidad la persecución a intelectuales y otros trabajadores de ramas muy distintas, había comenzado en el final del gobierno de Isabel Perón, con acciones militares. desaparición y presencia dentro de las instituciones como para reformarlas. De manera que, como muchísimos compañeros de mi edad, que éramos profesores en la universidad (yo era profesor en La Plata y en Buenos Aires), nos quedamos sin trabajo entre el fin del 74 y el principio del 75. Solo vivíamos como podíamos. Yo conseguí un pequeño dinero para investigación. Además, entre tanto, iba perdiendo amigos y compañeros de trabajo en circunstancias muy oscuras; lo que hacía que, aunque no tuviera una militancia directa, me sentía amenazado”.
Sigue. “Escribí a varios países, a Francia donde había hecho el doctorado, a Venezuela, donde algunos compañeros de mi generación, sobre todo de la carrera de sociología de La Plata, habían conseguido empleo. Y en México, a donde nunca había ido, tenía un ex alumno de filosofía de La Plata, que estaba haciendo su maestría. Había unos pocos, muy pocos profesores universitarios, que habían leído textos míos. Me pareció un lugar más hospitalario, con mejores posibilidades de trabajo. Y eso me decidió a viajar”.
“En mi caso, desde que llegué, empecé a estudiar a México. Son todas culturas artesanales, populares, urbanas y campesinas. Eso me arraigó. Comenzó a darme oportunidades de trabajo en equipos colectivos, financiados, en poca cantidad, pero ayudados para hacer la investigación, algo que en Argentina era muy difícil de conseguir. De manera que había atractivos: fascinación con el país (es un país enorme), riqueza cultural (muy diferente a Argentina), y presentaba otros desafíos como son las culturas indígenas, otra historia cultural y política. Entonces, había motivos para quedarse, pero también motivos para volver. Siempre la motivación para volver estaba. Yo la fui resolviendo con invitaciones de Argentina o de congresos internacionales que se hacían en Argentina, o sea, se hacían en Brasil y permitían desplazarme unos días hasta aquí”.
—¿Cómo es el exilio?
—Muchos nos fuimos a otro país donde se habla la misma lengua y hay cuestiones culturales afines. Aquellos exilios de los 70, 80, son muy distintos de los actuales. Ahora hay pocos exilios en América Latina: de cubanos, de venezolanos, de algunos otros países donde hay persecuciones, aunque sean regímenes más o menos democráticos. Pero la mayoría de los destierros, podríamos decir así, son económicos o de vocación vital, de elegir otro lugar, sea porque en la Argentina no se ven con futuro, porque se cansaron de cierto desbarrancamiento periódico del país, o también porque se prefieren otras formas de vida. Hay una gran admiración por el American Way of Life en gran parte de la población argentina. También hay un aprendizaje de lenguas, sobre todo en inglés, mucho más extendido. De manera que en exilios hay muchos con formatos diferentes, no se puede generalizar. Debería haber agregado exilio “político”.
—Estamos en una fecha simbólica, como todo aniversario de número redondo, son 40 años de democracia en Argentina. El tema apareció en la reciente campaña electoral e incluso como parteaguas entre los dos candidatos que llegaron al balotaje ¿Ha vuelto ese debate? ¿Por qué? ¿Cómo lo ve?
—En Chile son 50 años del golpe de Pinochet y tienen mucha dificultad para conmemorarlo. O lo están conmemorando muy mal con enormes dificultades para acabar con la constitución pinochetista y crear otra democracia. Y así podemos seguir. Hay un fenómeno de derechización, a veces de descomposición sociopolítica, económica, un estancamiento de la sociedad. Sin duda, cada país tiene su perfil propio, estas vicisitudes, pero es significativo que suceda en muchas partes. Hay una dificultad enorme de crear gobiernos estables, no digamos de izquierda ni de derecha, estables, sin corrupción. confiables para la población y eso obliga a preguntas más amplias.
Para mí, dicho muy sintéticamente, confirma un proceso que viene desde el fin del siglo pasado de precarización de la vida laboral y de la vida en general. De agravamiento de los males de la vida pública y de desinterés por los valores de la vida pública. Lo he estudiado particularmente desde principios de este siglo a propósito de los jóvenes, donde esa precarización es más visible, más extrema. Y hemos tenido, yo creo que todo lo que hemos estudiado esto, una sensación de que no puede acabar bien. La brecha se va ensanchando porque se han ido sumando nuevas generaciones y la economía se reorganiza con un sentido de precariedad y últimamente, como dicen algunos autores y autoras de... expulsión, de prescindibilidad. Eso crea un enorme malestar y desinterés o rechazo por la política.
—El libro estudia los casos particulares de dos gigantes de Latinoamérica, que son Brasil y México. Pero usted marca diferencias entre un modelo y otro.
—Efectivamente nos concentramos en esos dos casos, aunque hay cifras, hay estadísticas de América Latina. El tema del libro es un poco más amplio que el de la pandemia. Tomamos como punto de partida el comienzo del siglo XXI, para ver qué cambios habían ocurrido en los dos países en contextos más amplios de América Latina, de las crisis económicas, sociales, culturales, la aparición de nuevas tecnologías, especialmente de las redes sociales a partir del 2006. Ese fue el eje de la investigación, los vínculos que se fueron transformando entre comunidades, instituciones y creadores. Todo esto había que realizarlo con los museos cerrados, los cines cerrados, los centros culturales también, sin conciertos públicos y una expansión gigantesca del streaming de manera que fue involuntariamente una experiencia de laboratorio muy atractiva, que puso a prueba a las instituciones y también a las comunidades y los creadores.
Lo que ocurrió en los dos países fue muy diferente. Y parecería incluso contradictorio con lo que sale publicado en los diarios. Lo que uno leía sobre Brasil era Bolsonaro esto Bolsonaro lo otro... Es cierto que degradó el ministerio a secretaría de Cultura, le quitó presupuesto, persiguió intelectuales, pero desde el comienzo hubo un movimiento muy numeroso, de decenas de miles de artistas y trabajadores de la cultura que se organizaron para conseguir fondos. En eso encontraron que había un fondo cuantioso de 3 billones de reales, unos 550 millones de dólares, que estaban inactivos y se podían movilizar. Y se propusieron activarlo sin recurrir al Poder Ejecutivo, que lo iba a rechazar; sino al Congreso donde seguían exigiendo partidos plurales, entre ellos el PT de Lula. Había posibilidades de negociar y de proponer una ley que finalmente se aprobó para distribuir esos fondos a los municipios locales con la condición de que tuvieran consejos de cultura local. De los más de 6.000 municipios que hay en Brasil, poco más de 400 tenían consejos de cultura local. Tuvieron que apresurarse a formarlos aún en condiciones de cierre, porque si no, no recibirían los fondos. Todo esto generó movilizaciones en red muy potentes, muy proactivas.
En México también hubo reacciones contra el gobierno pero pidiendo fondos. Básicamente lo que se pidió era que pagaran deudas, debían pagos por conciertos que se habían dado hace ocho meses y no se los habían pagado, eran reclamos.
—Es sorprendente, entonces, que un gobierno visto de manera generalizada como un gobierno de “pensamiento progresista” o como quiera llamarlo, no haya sido activador de algo relacionado con la cultura cuando siempre la cultura se la pone del lado del progresismo ¿Qué pasó?
—Lo que pasó en México podemos verlo a través de un estudio comparativo que realizaron el BID, la UNESCO y otros organismos internacionales que compararon cuánto había crecido el presupuesto de cultura en los países latinoamericanos en 2020. O sea, el año en que irrumpió la pandemia. Eso traía implicaba la pregunta ¿Cómo afrontaron culturalmente la pandemia? El país que más creció en presupuesto de cultura de 2019 a 2020 fue Brasil, creció el 143%. Después viene Argentina con 46% más o menos. En Argentina hubo y hay todavía programas de emergencia para teatro, cine y para actividades muy diversas del arte y la cultura. Y bastante distribuidas en el país. Se suele decir que ese dinero es insuficiente, pero el crecimiento de fondos dirigidos con esos fines creció. Para sostener el aparato productivo y algo muy importante, sostener el trabajo, las condiciones laborales y la remuneración de teatreros que durante ocho meses no pudieron poner una obra, de músicos que durante un año no pudieron tocar, sonidistas, iluminadores.
Bueno, ¿qué pasó con México? En esa tabla internacional, México está en el décimo lugar con un crecimiento del 3%. La “tabla de posiciones” era: Brasil 143, Argentina 46, Chile parecido y así otros países y México décimo lugar. Hay varias explicaciones para eso. A partir de 2015, antes de López Obrador, durante el gobierno de Peña Nieto, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes fue ascendido a carácter de Secretaría de Cultura (allí secretaría es el nombre de los ministerios). A partir de ese año, comenzó a bajar el presupuesto para Cultura. Con un agravante: entre los programas principales de desarrollo social-económico del país -el Tren Maya, un nuevo sitio de explotación petrolera, un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México y la renovación del Parque Chapultepec, un gigantesco parque de 800 hectáreas.
Allí se quitó la casa presidencial, lo que sería Olivos de allí, para habilitarlo como centro cultural, pero no se le dio casi nada de presupuesto. Y se nombró a un artista muy famoso, Gabriel Orozco, con mucha presencia internacional, para que condujera ese programa. Eso ya fue muy polémico desde el momento que lo inició porque se hizo con poca participación de la comunidad artística y de la cultura. Eso ha estado llevándose el 30%, entre el 23 y el 30%, según los años, del presupuesto nacional. En detrimento, por lo tanto, de actividades básicas de los museos, de renovación de las salas de conciertos, de atención a los artistas que se han quedado sin posibilidades de trabajo. De manera que una gran cantidad de la comunidad artística e intelectual es muy crítica de esta especie de ausencia de política cultural.
—Usted habló del tema de la pandemia y cómo cambió, entre otras cosas, los hábitos de consumo cultural. En ese contexto el streaming fue la estrella de esa época ¿Es bueno o es malo que seamos hoy día tan dependientes de esta tecnología que nos permite estar conectados con el mundo? ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia una alienación mayor?
—En los últimos años hemos aprendido a diferenciar varios aspectos del impacto de las tecnologías digitales en la producción y la comunicación cultural, también en el acceso. En la primera década del siglo XXI hubo una cierta euforia por las posibilidades de democratización en la circulación de las voces políticas, de las voces culturales que daban las tecnologías, especialmente las redes sociales, a partir de 2006. Luego empezamos a ver la distorsión de los procesos políticos. por la acción de grandes corporaciones como Facebook, Google, que han intervenido en los resultados electorales, pero que intervienen también de un modo menos reconocido en la orientación de las políticas culturales. Han reducido enormemente lo que pueden hacer los Estados. y los movimientos sociales comunitarios gestionando la producción cultural de un país o de la internacional. Y la seleccionan, la esconden, la proclaman, le suben el volumen según el tipo de réditos que produce.
Ahí hay un enorme asunto que tiene un aspecto político al que ahora se le está empezando a prestar más atención, sobre todo en Europa y Estados Unidos. En América Latina pareciera que hay poco para decir desde los regímenes gubernamentales; pero especialmente en relación con las próximas elecciones estadounidenses, hay una seria preocupación por la intervención de formas apócrifas de comunicación, los bots. Cuando Bolsonaro ganó, una de las consignas de la gente agrupada en ese gran espacio frente al Palacio de Gobierno de Brasilia era “Viva Facebook” ¿Qué se estaba diciendo? ¿Qué tipo de ciudadanía se está formando o está desapareciendo cuando aparece esta intervención? Hay algo que cuesta mucho pensar en estos términos, pero estamos viviendo la mayor dictadura digital de la historia.
O dicho de otra manera. la dictadura digital de las corporaciones es la mayor dictadura de la historia porque nos involucra a todos globalmente. Está manejada con total opacidad por corporaciones en las que no tenemos ninguna participación, y que pueden modificar la orientación económica, política y el sentido de lo que hacemos. Ahí viene lo cultural. Y si no entramos en esos modos de comunicación sumisa, no podemos trabajar, no podemos comunicarnos con los amigos, con la familia, no podemos educarnos, no podemos producir ciencia. En ese sentido es un absolutismo mucho más radical que cualquier otro que haya habido. Los absolutismos, o las dictaduras anteriores, ocurrían en territorios acotados.