“Para Julio Cortázar, con la envidia y la amistad de Gabriel”, estampó Gabriel García Márquez en un ejemplar de Los funerales de la Mamá Grande que el argentino atesoraba en su biblioteca personal en París. Y, en un volumen de La casa verde, Mario Vargas Llosa garabateó: “A Julio y Aurora, los primeros lectores de esta novela de caballerías”.
El gran cronopio, por su parte, dejó escrito de su puño y letra en un ejemplar de Los Reyes: “Para Dolly Lucero, tan fina y sensible, este laberinto y sus figuras”. Este es apenas uno de diversos volúmenes dedicados que el librero anticuario y coleccionista Lucio Aquilanti muestra a Infobae Cultura durante la entrevista en la espléndida librería Aquilanti & Fernández Blanco.
¿Y cómo viven los propios escritores el momento de dedicar sus libros en presentaciones, ferias u otras circunstancias? ¿Disfrutan esta instancia o más bien la padecen? ¿Apelan a alguna fórmula estandarizada, se dejan llevar por la inspiración del momento?
Mientras Luisa Valenzuela y Enzo Maqueira responden a Infobae Cultura, emergen varias anécdotas. El autor de Electrónica cuenta que un Ernesto Sábato, que ya no escuchaba bien, le dedicó un libro “a Elsa”, en lugar de “a Enzo”. Y Valenzuela evoca la extensa dedicatoria de tres páginas en verso que le escribió su mamá, la escritora Luisa Mercedes Levinson, en un ejemplar de La casa de los Felipes.
Valenzuela admite que, en su caso, sentarse a escribir dedicatorias “suele ser una mini tortura. Es un género literario, llamémoslo así, que me elude. Me da gusto regalar libros a quienes estimo y ponerles unas palabras salidas del corazón, juguetonas quizá”.
Pero muy distinto es estampar “una firma tras otra en una feria del libro, por ejemplo... Hasta me sale mal mi garabateada firma. ¡Quisiera ser de esas escritoras que se sienten dueñas de esa situación que, si se la mira bien, es honrosa!”, opina la autora de Hay que sonreír y Realidad nacional desde la cama.
A Maqueira, quien publicó recientemente Higiene sexual del soltero, también le cuesta. “Principalmente porque tengo una letra muy mala, escribo en imprenta, mamarracheo, soy desprolijo, no calculo bien dónde empezar y terminar las líneas. Si tengo algo de sentido estético (creo que toda dedicatoria debe atender en buena medida a este concepto), lo pierdo cuando llega el momento de una dedicatoria”.
“Siento que le arruino el libro a la gente. A veces me da pena firmarlos por ese motivo”, afirma. “Además, no soy muy bueno pensando dedicatorias... Arranco una idea, a mitad de camino me arrepiento y después ya no se puede corregir y tengo que andar haciendo malabares para que la frase funcione”, agrega el autor de novelas, cuentos y crónicas.
El valor de una dedicatoria
Aquilanti & Fernández Blanco es una suerte de templo del libro en el barrio de Balvanera, donde se respira el perfume del papel añoso y la madera de los anaqueles con incontables libros, antiguos y modernos. Sobre su escritorio, el librero anticuario tiene una lupa para examinar los volúmenes que lo circundan, así como pequeños lápices listos para “anotaciones minúsculas”.
El mayor coleccionista de Julio Cortázar explica así el valor que suma una dedicatoria: “Si uno piensa en un Martín Fierro, es una rareza increíble la primera edición. Si está firmada por Hernández, tiene que valer el doble. Pero no pasa lo mismo con autores como Mujica Lainez, que ha dedicado muchísimo”. Y señala que también existen numerosas dedicatorias del nobel de literatura Pablo Neruda. “No es que le baje el valor, sigue siendo Neruda y tiene valor internacional, pero es mucho más difícil una dedicatoria de Cortázar”.
Aquilanti indica que, más allá de que Jorge Luis Borges solía firmar a largas filas de lectores, resulta mucho más infrecuente encontrar dedicatorias de su puño y letra. Y aclara que el autor de El Aleph no solía dedicarle sus libros a cualquier persona, sino a quienes realmente estimaba y admiraba. “Las dedicatorias –donde es casi imposible encontrar un adverbio, ’cordialmente’, ‘afectuosamente’– son muy importantes y encarecen muchísimo un libro de Borges”.
Y refiere una anécdota de una dedicatoria emblemática, protagonizada por un colega suyo con un ejemplar de Evaristo Carriego. “Él siempre pensó que la dedicatoria decía ‘A Pedro, con afecto. Georgie’. Y se preguntaba quién sería Pedro. Un día vino un cliente, le mostró el libro y leyó ‘A Padre’. No era ‘A Pedro’, sino ‘A Padre’. Incluso el padre fue quien encarga el Evaristo Carriego. Entonces, cambia muchísimo esa dedicatoria”.
El fundador de la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (ALADA) puntualiza que, aunque las dedicatorias del autor de Rayuela también son muy escasas, posiblemente no sean tan buscadas. “Uno puede pensar una dedicatoria de Borges como si estuviera hablando de una dedicatoria de Shakespeare o de Cervantes, no así con Cortázar”.
Habituado a toparse con dedicatorias manuscritas en bibliotecas que compra, asegura que hay algunas que directamente logran “que valga el libro, sin importar qué libro sea. Es la dedicatoria, nada más”. Al igual que sucede con “los ex libris, te valoran un libro también”.
Y Aquilanti, autor de Todo Cortázar: bio-bibliografía, sigue mostrando ejemplares dedicados, como uno de Historia prodigiosa, donde Adolfo Bioy Casares garabateó: “Para Leónidas de Vedia, afectuoso recuerdo de su amigo”. O un Espantapájaros en el que le sorprendieron estas palabras de Oliverio Girondo a su padre: “Para Juan Carlos Aquilanti, experto catador de libros”.
De dedicatorias singulares
Breves o extensas, cómplices o frías, legibles o incomprensibles, las dedicatorias manuscritas continúan haciendo valer su encantamiento hasta hoy. El libro dedicado siempre prevalecerá sobre el que no tuvo esa suerte, conquistando posiblemente un lugar de privilegio en la biblioteca.
Valenzuela se emociona al recordar las palabras que le escribió su madre en su primer libro, cuando aún firmaba Lisa Lenson y ella tenía unos 12 años. Se trata nada menos que de “la dedicatoria más larga y en versos entrañables que recibí. Cubre las tres primeras páginas y la firma ‘Tu mammy’”, recuerda.
En el volumen de La casa de los Felipes, Levinson le escribió a su hija: “No te detengas, querida / mira allá por la ventana, / (ya tendrás tiempo mañana.) / Un libro, qué importa un libro / si boga el barco y el árbol / se asoma para mirarte / tras la reja...”
El fugaz intercambio con lectores durante el momento de la dedicatoria también depara situaciones curiosas. Como refiere Maqueira, a quien una lectora hace poco le pidió que le firmara Higiene sexual del soltero y le recordó entonces “que le había dedicado un ejemplar de Electrónica con algo así como ‘Tranquila que la vida sigue’.
“Me contó que era por algo que ella me había dicho sobre la sensación de que no había vida más allá de la juventud. Venía a decirme que sí, que la vida había seguido y que la estaba pasando bien. Me sorprendí de haber escrito una dedicatoria que valiera la pena, y pensé que ahora tenía que hacer lo mismo. No me salió”, resume el autor de Ruda macho y Hágase usted mismo, cuya obra fue traducida al inglés, francés, portugués e italiano.
¿Existe algún sistema o muletilla al que recurran a la hora de dedicar sus libros o lo dejan librado a la espontaneidad de la pluma?
Maqueira se define entre aquellos que deciden “en el momento. A veces pregunto algo, saco un poco de conversación como para tener qué decir... Pero la mayor parte del tiempo no se me ocurre nada y naufrago a mitad del recorrido. Tengo que aprender una dedicatoria ‘simple pero sincera’, como me dijo Hebe Uhart cuando me firmó: ‘Para Enzo, con simpatía’. Después supe que a todos les ponía lo mismo”.
“Mis dedicatorias suelen ser patéticas”, señala Valenzuela, de quien se reeditó recientemente El gato eficaz y que publicó el año pasado Los tiempos detenidos: Encierros y escritura. “Por lo general ‘un abrazo’ es todo lo que sé poner, unas veces más intenso o fuerte que otras”.
“Salvo excepciones dignas, claro está. Pero son pocas”, comenta la primera mujer en ganar el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria. “A pesar de lo mucho que me alegra tener lectoras y lectores interesados, las dedicatorias al paso me son indiferentes o, peor aún, me inhiben. Y para colmo, a fuerza de no escribir más a mano, mi letra se ha vuelto casi ilegible”.
Una anécdota curiosa en materia de dedicatorias unió (o desunió) a Filloy con Borges. El escritor cordobés le envió un volumen de ¡Estafen! donde escribió: “Con afecto, Juan Filloy”. Años después, revolviendo libros por avenida Corrientes, se sorprendió al dar con ese ejemplar. Según contaba a Hernán Casciari en una entrevista: “Compré el libro, me volví para casa, y se lo mandé otra vez de regalo. Abajo de la primera dedicatoria, escribí otra: ‘Con renovado afecto, Juan Filloy’”.
De libros dedicados y atesorados
¿Y qué volúmenes dedicados guardan con especial apego los autores en sus bibliotecas? ¿Y cuánta trascendencia les asignan a las dedicatorias?
“No le doy demasiada importancia, salvo excepciones”, dice Maqueira. “Atesoro un ejemplar de los Cuentos completos de Hebe Uhart que le pedí que me dedicara. Lo mismo con los cuentos reunidos de Liliana Heker o el último libro de Luisa Valenzuela. Las dos tuvieron palabras muy hermosas para mí”.
“También guardo un Sobre héroes y tumbas de Sabato, que no escuchaba bien y me lo dedicó ‘a Elsa’ en lugar de ‘a Enzo’. Pero mi tesoro es un ejemplar de El héroe de las mujeres que Bioy Casares me dedicó en 1987 y que dice: ‘Para Enzo, con el deseo de que sea un escritor’. Yo tenía diez años. Nunca supe por qué escribió eso, pero el deseo fue cumplido”.
Valenzuela –cuya obra fue traducida a más de 17 idiomas– asimismo les otorga poca relevancia a las dedicatorias, aunque entiende que para muchos lectores las tienen. “Las ajenas hasta pueden resultarme inquietantes”, señala.
“En mi biblioteca a veces encuentro libros que me regalaron gentilmente en alguna remota feria, dedicados por quienes ya no recuerdo, y me siento ingrata y poco solidaria. Pero de golpe recibo o llega a mi puerta un libro generosamente dedicado por alguien que admiro y tengo muy presente, y en tal caso la dedicatoria cobra su sentido profundo, su capacidad de emocionar”, afirma la autora de Novela negra con argentinos y El mañana.
Aquilanti muestra el ejemplar de Los Reyes con el que comenzó su enorme colección. “Cuando lo conseguí era muy jovencito. Fui a una librería, pregunté que tenían de Cortázar”. Y recuerda: “Cuando abrí este libro y vi que estaba firmado por Julio me temblaban las manos”.
De arrepentimientos y tacles
¿Hubo dedicatorias en particular de las que se hayan arrepentido?, les consulta Infobae Cultura a Valenzuela y Maqueira. ¿Y puede una dedicatoria llegar a arruinar un libro?
La autora de casi cuarenta títulos recupera una anécdota muy especial. “Es del 66, año en que apareció mi primer libro, Hay que sonreír. Yo estaba con mi barrita en un café porteño cuando desde otra mesa se me acercó un señor alto, ya grande, trayendo la novela para que se la firmara”.
“‘Soy César Tiempo’, me dijo. ¿Te das cuenta, Clara Beter leyendo las tribulaciones de su tocaya y colega tanto más joven?. Lástima que me percaté tarde de ese fugaz milagro urbano, mi dedicatoria debió de haber sido de lo más banal y César Tiempo se me perdió en el ídem”, resume la novelista, cuentista y ensayista.
“Casi de todas me arrepiento inmediatamente, porque siento que arruiné una página del libro, que no se me entiende la letra, que tengo que explicar lo que puse. Siempre tengo que traducir los garabatos o reforzar alguna letra para que se lea bien”, expresa Maqueira.
El conductor del programa radial Narraciones extraordinarias admite: “Me gustaría poder arrancar la hoja y empezar de nuevo, pero eso solo agravaría el problema. Basta con que escriba las primeras palabras para que ya me esté arrepintiendo, por lo menos, de no haber pensado mejor qué iba a decir antes de hacerlo”.
Y, hablando de páginas arrancadas, Aquilanti advierte desde la librería anticuaria sobre la calle Rincón que las dedicatorias en la hoja de respeto muchas veces se pierden, porque hay gente que “quiere vender el libro sin que se sepa que estaba dedicado a tal familia. Entonces muchas veces la sacan”.
El coleccionista asegura haber visto también “varios libros estropeados por dedicatorias, con una birome, dedicado por un desconocido a otro desconocido, en la portada”. Y propone para esos casos “hacerlo lo más discretamente posible; se puede usar un lápiz”.
Pero a Aquilanti no solamente le ofrecen libros: una vez incluso le propusieron comprar el reloj que supuestamente habría pertenecido al autor de Rayuela. “No me interesó, ni hablamos de dinero. Primero que no podían probar que fuera suyo, pero segundo que no le veía ningún sentido. Ahora, me traés un libro dedicado y te hago un tacle para que no te vayas”.
¿Y con qué prefieren escribir los autores sus dedicatorias? ¿Con lapicera o birome? ¿Utilizan una propia o la piden prestada?
Valenzuela cuenta que antes usaba una buena lapicera y había que esperar a que secara la tinta. “Ahora firmo con lo que tengo o lo que me alcanzan; suelo llevar algún buen plumón, pero casi nunca lo encuentro a mano. Eso sí, que sea con tinta negra”.
Maqueira no lleva nunca birome ni lapicera encima. “Así que tengo que estar preguntando quién tiene alguna o aceptar lo que me ofrezca quien me trae el libro. Creo que la próxima la voy a hacer en lápiz, así puedo borrar y empezar de nuevo”.
[Fotos: Gabriela Mayer; Alejandra López (Enzo Maqueira); gentileza Lucio Aquilanti (frente e interior de Aquilanti & Fernández Blanco; retrato de Lucio Aquilanti; dedicatoria de Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”); Luisa Valenzuela (dedicatoria de Luisa Mercedes Levinson [Lisa Lenson] en “La casa de los Felipes”; Gaspar Correa (Luisa Valenzuela)]