De la muerte de C. S. Lewis no se enteró mucha gente. El 22 de noviembre de 1963 la noticia que concentró al mundo entero fue el asesinato de John F. Kennedy. Ese mismo día también murió otro escritor: Aldous Huxley. Dos años atrás, Lewis había sido diagnosticado con nefritis, y si bien tuve que dejar de dar clases en Cambridge, en 1962 su salud comenzó a mejorar notablemente. Según su amigo George Sayer, Lewis era “completamente él mismo” a principios de 1963.
Lo que sigue es el sube y baja narrativo de su salud: en julio tuvo que ingresar al hospital de urgencia por un ataque al corazón que lo dejó en coma, pero se despertó al día siguiente, fue dado de alta del hospital, Lewis regresó a su casa, renunció a su puesto en Cambridge, se le diagnosticó insuficiencia renal en etapa terminal y el 22 de noviembre a las cinco de la tarde perdió el equilibrio en su habitación, cayó al suelo y jamás despertó. En una semana cumplía 65 años.
Narnia y la obsesión literaria
Clive Staples Lewis nació en Belfast, Irlanda del Norte, en 1898, y vivió una infancia marcada por la pérdida temprana de su madre y una educación fragmentada entre diferentes escuelas. Estas experiencias, junto con su talento literario innato, forjaron un imaginario rico y profundo en sus obras. También una anécdota triste: un auto mató a su perro Jacksie. Desde entonces cambió su nombre por el de su perro muerto. Lo usó durante mucho tiempo, hasta que encontró una nueva obsesión.
¿Cuál fue su nueva obsesión? Podríamos decir que el ateísmo. Aunque el hilo conductor de su vida está en la lectura. La casa de su padre tenía una biblioteca gigantesca. Solía decir que hallar un libro que nunca leyó eran tan fácil como “encontrar una aguja en un pajar”. Estudió en la Universidad de Oxford, donde su carrera académica fue interrumpida por la Primera Guerra Mundial. Tras ser herido en la batalla de Arrás, regresó a Oxford, y se convirtió en académico.
Publicó muchísimos libros, pero la saga más famosa es Las Crónicas de Narnia. Es una heptalogía de libros juveniles escrita entre 1950 y 1956, e ilustrado, en su versión original, por Pauline Baynes. Gracias a esta saga, Lewis ocupa un lugar destacado, uniendo la magia de los cuentos de hadas con la profundidad de las lecciones morales y espirituales.
El verdadero protagonista de estos relatos es Aslan, un majestuoso león que no solo es el creador de Narnia, sino también su guía moral y espiritual. Aunque los hermanos Pevensie -Peter, Susan, Lucy y Edmund- son centrales en la mayoría de los libros, Aslan es el hilo conductor que une todas las historias, simbolizando una fuerza de bondad y justicia que trasciende las fronteras de Narnia.
Cada libro narra una aventura distinta en Narnia, donde los personajes humanos, a menudo niños de nuestro mundo, se ven envueltos en importantes conflictos y desafíos. Estas historias no solo entretienen, sino que también ofrecen reflexiones sobre valores como la valentía, la lealtad, el sacrificio y la redención. Las Crónicas de Narnia se han convertido en un fenómeno global, con más de 100 millones de copias vendidas y traducciones en más de 41 idiomas.
La influencia de estas obras trasciende el ámbito literario, llegando a adaptaciones en radio, televisión, cine y teatro, lo que demuestra su impacto perdurable en la cultura popular. Además de su clara inspiración cristiana, la serie de Lewis toma elementos de la mitología griega y romana, así como de los cuentos de hadas tradicionales británicos e irlandeses. La obra sigue siendo un punto de referencia esencial en el género.
Tolkien, mi buen amigo
A J. R. R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, lo conoció en en la Universidad de Oxford. Fue a raíz de su participación en el grupo literario Inklings, crucial en su desarrollo intelectual y espiritual. Lo fundaron ambos autores junto a Charles Williams y Owen Barfield en 1939. Esta amistad fue crucial en el desarrollo intelectual y espiritual de Lewis. Solían pasar horas discutiendo sus obras y las de otros autores. Tolkien lo ayudó a reconciliar su fe con su intelecto.
A pesar de ser criado en una familia cristiana, Lewis se declaró ateo en su juventud. Sin embargo, su encuentro con Tolkien y otros amigos cristianos en Oxford, junto con la influencia de autores como G. K. Chesterton y George MacDonald, lo llevó a reconsiderar sus creencias. En 1929, Lewis reconoció la existencia de Dios y, posteriormente en 1931, se convirtió al cristianismo, específicamente a la Iglesia de Inglaterra, contrario a lo que Tolkien hubiera preferido, que era el catolicismo.
Escribe Santiago Díaz Benavides en un artículo publicado en este mismo medio: “La amistad que sostendría con Tolkien, además de duradera, sería trascendental para el desarrollo de su obra. De hecho, para ambos lo fue. Lewis escuchaba a Tolkien hablar sobre su Tierra Media y este lo alentó a Lewis a que escribiera. A Dios gracias que estos dos se encontraron. ¿Qué tan distinto habría sido todo si no? ¿Hablaríamos hoy de Las crónicas de Narnia o El señor de los anillos?”
Las obras de Lewis abarcan desde la ficción hasta el ensayo apologético cristiano. Sus novelas, como Cartas del diablo a su sobrino y la Trilogía Cósmica, exploran temáticas cristianas, mientras que sus ensayos, como Mero Cristianismo y El problema del dolor, buscan explicar y defender la fe cristiana. En la misma línea, Las Crónicas de Narnia reúne historias cargadas de simbolismo cristiano y ricas narrativas, y aún hoy continúan cautivando a lectores de todas las edades.
Lewis enamorado
La vida amorosa de Lewis fue marcada profundamente por su relación con Joy Gresham, una escritora estadounidense de origen judío que fue durante la mayor parte de su vida atea hasta que se convirtió al cristianismo. Ese el gran punto de conexión clave con Lewis. Gresham estaba casada con un escritor alcohólico y mujeriego. Tenían dos hijas. Un día, devastada al descubrir una nueva infidelidad de su esposo, tuvo una experiencia con Cristo.
Inicialmente, mantuvieron una correspondencia epistolar antes de conocerse personalmente en 1952. Se casaron en 1956, fue un matrimonio por conveniencia para permitirle a ella permanecer en el Reino Unido, pero luego evolucionó en una profunda relación amorosa. Este romance, aunque corto debido al fallecimiento de Gresham por cáncer óseo en 1960, tuvo un impacto significativo en Lewis, influenciando tanto su vida personal como su obra literaria.
Este romance combina amor, fe y controversia. En aquel entonces, Lewis, de 57 años, y Gresham, de 40, se encontraron en una encrucijada de convicciones éticas: ambos divorciados, habían defendido en sus escritos que los cristianos divorciados no deberían casarse nuevamente mientras sus ex cónyuges estuvieran vivos. Esta postura presentaba un dilema, dado que Bill Gresham, el primer esposo de Joy, aún vivía.
Sin embargo, antes de su matrimonio con Joy, Bill se había casado anteriormente, y ambos no eran cristianos cuando se unieron en matrimonio. Este detalle llevó a Lewis a concluir que el primer matrimonio de Joy no era válido ante los ojos de la Iglesia, abriendo la posibilidad de un matrimonio cristiano con ella. La solicitud de Lewis para casarse en una ceremonia cristiana fue rechazada por Harry Carpenter, obispo de Oxford.
En un giro inesperado, Lewis se puso en contacto con Peter Bide, un exalumno suyo, conocido por algunas respuestas milagrosas a sus oraciones de sanación. Joy, en aquel momento, estaba desahuciada por los médicos. Lewis invitó a Bide a Oxford para orar por la salud de Joy. Durante la visita, Bide, tras escuchar los argumentos de Lewis, decidió oficiar el matrimonio el 21 de marzo de 1957, al lado de la cama de hospital de Joy, sin el permiso del obispo local.
El amor entre Lewis y Joy, dicen, era palpable y profundo. Lewis expresó que en sus sesenta años experimentaba la alegría que muchos hombres tienen en sus veinte. Se fueron de luna de miel en Irlanda. Pero muchos desaprobaron esta unión. Uno de ellos fue Tolkien. Esta situación creó una tensión en la amistad entre los dos célebres escritores, revelando las complejas dinámicas personales y religiosas de la época.
Una metamorfosis espiritual
Lewis pasó de un ateísmo profundo en su juventud a convertirse en uno de los apologistas cristianos más influyentes del siglo XX. Criado en una familia religiosa de la Iglesia de Irlanda, experimentó una desconexión temprana con su fe, viéndola como una obligación más que una convicción. Durante su juventud, se inclinó hacia el ateísmo, influenciado en parte por su estudio del ocultismo y la literatura antigua.
En su autobiografía Sorprendido por la alegría, Lewis revela un conflicto interno, admitiendo que estaba “muy molesto con Dios por no existir”. Este periodo de agitación intelectual y espiritual se vio influenciado por las discusiones con colegas cristianos en Oxford, especialmente por su amistad con J. R. R. Tolkien y la lectura de autores como G. K. Chesterton y George MacDonald. En 1929, experimentó un cambio crucial: admitió la existencia de Dios.
En su autobiografía dice que la creencia en Dios se impuso gradualmente hasta que no pudo ignorarla más. “Me entregué, y admití que Dios era Dios”, escribió, marcando el principio de su conversión al cristianismo. En 1931, tras intensos debates con Tolkien y Hugo Dyson, abrazó completamente el cristianismo, uniéndose a la Iglesia de Inglaterra, a pesar de la preferencia de Tolkien por el catolicismo. Fu un proceso resistido: “Entré al cristianismo pateando y gritando”.
A pesar de ser anglicano, mostró un conocimiento y una cierta inclinación hacia el catolicismo en sus escritos. En Cartas del diablo a su sobrino”, por ejemplo, el personaje demoníaco Screwtape sugiere tentaciones específicas para inducir pecados mortales, un concepto arraigado en la teología católica. Lewis advierte en el prefacio de este libro que no todo lo expresado por Screwtape debe tomarse como verdad.
A. N. Wilson, en su libro C. S. Lewis, Biografía, destaca una reflexión de Lewis sobre el purgatorio, evidenciando su continuo diálogo con conceptos católicos, incluso mientras se mantenía firmemente en la Iglesia de Inglaterra. La metamorfosis espiritual de C. S. Lewis, desde un rechazo firme de la fe hasta convertirse en un defensor apasionado del cristianismo, ofrece una perspectiva única sobre la complejidad que lleva intrínseca toda religión.
(Fotos: WIkipedia / Librería Lehmann)