El “Réquiem de guerra” como una apasionada denuncia de la maldad bestial

La obra musical de Benjamin Britten, estrenada con la inauguración de la nueva Catedral de San Miguel, en Coventry, Inglaterra, es un monumental manifiesto contra el horror de toda contienda bélica

La obra de Benjamin Britten fue estrenada el 30 de mayo de 1962, con motivo de la inauguración de la nueva Catedral de San Miguel, en Coventry

Parece una broma siniestra. No lo fue, aunque de ningún modo el hecho dejó de ser siniestro. El bombardeo sobre la ciudad industrial inglesa de Coventry por parte de la aviación nazi la noche del 14 al 15 de noviembre de 1940 y que formó parte de la llamada “Batalla de Inglaterra”, llevó como nombre en clave Operación Claro de luna. La misma denominación de la Sonata para piano Nº 14 en do sostenido menor opus 27 Nº 2 de Ludwig van Beethoven… Solo que a diferencia de la maravillosa obra del músico alemán, lo que se escuchó aquella noche –entre las 19 cuando sonaron las primeras alarmas y las 2 de la mañana, cuando ya habían muerto 550 personas además de la enorme destrucción sembrada- fueron los vuelos de 449 bombarderos que tenían previsto arrojar 150.000 bombas y miles de otras explosivos incendiarios lanzados en paracaídas. Pero estos no serían los únicos ataques que sufriría Coventry. A estos -que habían dejado ya diezmada la ciudad-, se sumarían cuarenta más, ascendiendo las víctimas totales a casi 1300 cuando concluyó la guerra.

Entre las trágicas destrucciones, hubo una que quedó para siempre, como uno de los más terribles exponentes del horror de la guerra: la de la Catedral de San Miguel. El edificio –el segundo de su historia- había sido levantado entre fines del siglo XIV y comienzos del XV, y luego del bombardeo de 1940, solo quedaron en pie los muros exteriores y la torre. “Todo el edificio era una masa ardiente de llamas –dejó por escrito el rey Jorge VI luego de constatar el 16 de noviembre los desastres cometidos por los nazis en la catedral-, y se amontonaban vigas y maderas ardientes interpenetradas y superadas por un humo denso de color bronce. A través de esto se podía ver el fuego concentrado causado por el órgano en llamas, famoso por su larga historia, desde la época en que Händel tocaba en él”.

Imagen de la llamada "Batalla de Inglaterra", durante la Segunda Guerra Mundial, en 1940 (Foto: Ann Ronan Pictures/Print Collector/Getty Images)

Las ruinas como testimonio

En 1956, la reina Isabel II ponía la piedra fundamental del nuevo edificio de la catedral, el que estuvo a cargo del arquitecto Basil Spence, más tarde nombrado Sir. En el proyecto presentado a concurso y finalmente seleccionado, Spence propuso que no fuera una reconstrucción lisa y llana del original sino que implicara la erección de una nueva catedral, ensamblándola de alguna manera a las ruinas de la anterior, las que se mantuvieron tal cual quedaron como testimonio deliberado y visible de los horrores de la guerra.

Y con la vista puesta en una gran reinauguración, se encargó también una obra musical que estuviera a la altura del acontecimiento y de su significación histórica y presente. La responsabilidad recayó, aunque no sin algunas polémicas encabezadas por sus detractores, en la figura de Benjamin Britten (1913-1976), por ese entonces el compositor más importante que había tenido Inglaterra por varios siglos y que se había alzado a la fama luego del resonante éxito en 1945 de su ópera más conocida: Peter Grimes.

Britten había sido un niño prodigio y había partido hacia los Estados Unidos junto con su pareja, el tenor Peter Pears en 1939 y recién pudo volver a Gran Bretaña en 1942. Para ese entonces, sus posiciones a favor del socialismo y, en especial, hacia el pacifismo –sumadas a su condición de homosexual- no habían caído bien entre algunos sectores de la opinión pública británica, que intentó acusarlo –durante el conflicto bélico y luego de él, en el marco de la tensión ideológica de la Guerra Fría-, de complacencia con los nazis, algo absolutamente alejado de la realidad.

Lo cierto es que el encargo siguió en pie y Britten puso manos a la obra durante una buena cantidad de meses de 1961. La pieza resultante sería el original e impactante Réquiem de Guerra, cuya primera audición tuvo lugar el 30 de mayo de 1962 con motivo de la inauguración de la nueva Catedral de San Miguel. Tal como llegó a afirmar Peter Evans, el mayor estudioso del compositor, esta obra “…representaba una determinación consciente por parte del compositor de poner la experiencia de toda su actividad creativa hasta esa fecha, al servicio de una denuncia apasionada de la maldad bestial por la que el hombre se ve obligado a tomar las armas contra sus semejantes”.

Benjamin Britten 1913-1976 (Foto: Denis De Marney/Hulton Archive/Getty Images)

Una obra que innova sobre una sólida tradición musical

La obra de Britten -de unos ochenta minutos de duración- exige para su interpretación tres voces solistas (soprano, tenor y barítono), una gran orquesta, una orquesta de cámara, coro mixto y coro de niños. Asimismo, recoge de modo innegable la tradición de las principales obras sacras de la historia de Occidente entre las que resultan inevitables las remembranzas de las dos Pasiones de Bach y, sobre todo, del Réquiem de Verdi. Pero junto con su particular estilo musical (nunca adherido a las vanguardias de la época), Britten se atrevería a más. Decidió imbricar el texto sagrado de la misa de los difuntos con poemas laicos esencialmente contrarios a la guerra, escritos por el poeta, también británico Wilfred Owen, muerto en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial, pocas semanas antes del armisticio. Resultaron tan impactantes y oportunos para Britten los textos y los padecimientos de Owen, que incluso tomó la determinación de incorporar las siguientes palabras del escritor en la portada de la partitura de su nueva obra:

“Mi asunto es la Guerra y la piedad de la Guerra.

La Poesía habita en la piedad.

Todo lo que un poeta puede hacer es advertir”

Junto con la impactante y por momentos monumental música, Britten va intercalando los textos en latín de la misa con los de Owen en inglés, lo que confirma la originalidad de la obra al unir el texto religioso (que honra a los muertos) con uno laico (que recupera el valor de lo humano al condenar duramente la guerra). Tal como lo ha sintetizado Steinberg: “Fue una idea realmente inspirada por parte de Britten el puntuar las palabras hieráticas y suprapersonales en la lengua muerta del Réquiem católico con la chocante franqueza del inglés moderno” (Michael Steinberg. Guía de las obras maestras corales. Alianza Música).

El "Réquiem de guerra" se interpreta con tres voces solistas, coros y orquestas, y fusiona la tradición musical sacra con un mensaje contemporáneo contra la guerra

Una obra sobre la guerra en tiempos de Guerra (Fría)

Más allá de lo impactante que resultó el estreno del Réquiem de guerra, la ocasión de la inauguración del nuevo edificio de la Catedral de Coventry tuvo –y los organizadores del evento así lo buscaron- una proyección internacional muy importante. No era para menos en los tiempos que se vivían y el año de su composición fue uno de angustia mundial, marcados por acontecimientos como los de Bahía de Cochinos, el inicio de la construcción del Muro de Berlín y el comienzo de la intervención de los Estados Unidos en Vietnam. Y dada la trascendencia mundial que se buscó darle al evento, también el elenco que estaría a cargo de su ejecución encontró, a un lado y al otro de la “cortina de hierro”, expresiones simbólicas –y no tan simbólicas- de los tiempos que se estaban viviendo.

Como un claro mensaje emitido desde el lado occidental, junto con la transmisión mundial llevada adelante por la BBC, se buscó que los cantantes pertenecieran a tres nacionalidades diferentes: el tenor inglés Peter Pears, el barítono alemán Dietrich Fisher-Dieskau y la soprano rusa Galina Vishnevskaya, esposa del gran violoncellista Mstislav Rostropovich, más tarde, otro crítico de la política de su país. La respuesta del lado Oriental no se hizo esperar: la ministra soviética de Cultura no permitió que la soprano de su país viajara a Gran Bretaña para actuar en el acontecimiento. Si bien hubo de ser reemplazada por la inglesa Heather Harper, la artista original sí pudo estar incluida luego en el reparto de la primera grabación de la obra.

La categórica sentencia de Britten frente a estos sucesos, resumió de modo emblemático el clima mundial que se vivía por esos tiempos: “La combinación de la “Catedral” y de la Reconciliación con la Alemania Occidental fue demasiado para los soviéticos”. Por su parte, el tenor Pears –que conocía como pocos la obra y a su compositor- dejará bien en claro la tarea que, aun mediando el Réquiem de guerra, quedaría pendiente para toda la humanidad: “No es el final, no hemos escapado, todavía debemos pensar en ello, no se nos permite terminar en un sueño tranquilo”.

Estaba claro: ni el “Requiescant in pace” ni el “Amén” conclusivos de la misa, parecían serlo tanto. En todo caso, toda vez que se ejecute el Réquiem de guerra constituirá una oportunidad para que todos lo tengamos presente.

* Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).

[Fotos: Crédito Prensa Coventry Cathedral]