Mucho se ha escrito acerca de la “literatura del yo” y el guión de la propia vida como materia para la realización de la obra artística. Tanto a favor como con criterio crítico. Y siempre, claro, desde la certeza que solamente un grado cero de la creación podría prescindir de esa subjetividad del artista. (Aparte, ¿será ese grado cero de la subjetivación los resultados que puedan brindar los sistemas de generación lingüística conocidos como Inteligencia Artificial? Bueno, material para otras disquisiciones). Por eso mismo cobran valor, entre otras virtudes, algunas piezas que se encuentran a disposición del público y que, desde un punto de vista muy personal, intervienen en la arena discursiva con las mejores armas. Se trata de los libros Pero aun así. Elogios y despedidas (Random House), de María Moreno y Escribir un silencio (Alfaguara), de Claudia Piñeiro; y el documental The insurrectionist next door (El insurreccionalista de al lado), documental de Alexandra Pelosi.
Todos saben que, si Peter Parker o Clark Kent son, respectivamente, Spider Man o Superman, Cristina Forero es el nombre civil de la superheroína de las letras argentinas, María Moreno. Mujer de armas tomar, marcó el rumbo del periodismo y la crónica literaria (y de la literatura misma, sobre todo con ese objeto fascinante que es El affaire Skeffington) publica esta serie de microensayos, como ella misma los define, que reúnen artículos periodísticos, retratos, obituarios y homenajes con el estilo propio, nunca idéntico a sí mismo. Pero con una cadencia que marca un estilo personal, luego de una introducción en la que describe las condiciones de escritura y de realización del libro -un ACV y tener que modificar las anteriores posibilidades de tipeo por unas diferentes, ajustadas a la vida nueva en este cuerpo-.
Es claro que la dificultad no aminora los resultados, y que allí está la Moreno que en su nombre alberga una leyenda, escribiendo. Y trayendo a la lectura esos textos sobre escritoras a las que logra tomarles bien el pulso y contarlas, y luego, hacer hipótesis sobre sus vidas. En esas aguas danzan Virginia Woolf, su marido y la relación con Vita Sackville, su suicidio; Dorothy Parker y el oficio de escribir y de tener siempre la última palabra —placer y capricho humano a veces denominados “ingenio”—; la relación lésbica de Gabriela Mistral y Doris Dane, una estudiante de literatura treinta años menor que ella, que la había ido a ver a una conferencia en New York y con quien nunca dejó de relacionarse a pesar de que el clóset que la circundaba en vida. Y que sus albaceas lo conservaran luego de su muerte (Moreno revela que le contaron de una presentación de las cartas entre las dos mujeres, en que nadie se atrevía a señalar su relación hasta que Pancho Casas —una de Las yeguas del Apocalipsis, junto a Pedro Lemebel, quien por cierto se encuentra residiendo en San Telmo, Buenos Aires— se levantó a los gritos y dijo: “¡Digan que eran lesbianas! ¡Son cartas de amor!”, antes de retirarse del lugar), y así.
Moreno cuenta a Rosa Luxemburgo desde las cartas a sus amantes y, sobre todo, de cómo les cuenta a ellos a su gata Mimi. Una gata que había llamado la atención del propio Vladímir Ulianov Lenin por su majestuosidad (“Impresionó tremendamente a Lenin, que dijo que sólo en Siberia había visto una criatura tan magnífica”, escribió Moreno), pero que rechazaba amenazante al bolchevique cuando el ruso intentaba acariciarla. Punzante, señala que Lenin era fan de La cabaña del Tío Tom, “un novelón paternalista sobre la esclavitud a través del sometimiento bonachón como valor” y enfrentó a Luxemburgo, que había fundado el grupo Espartaco en homenaje a quien levantó en armas a los esclavos romanos. Mimi se convierte, entonces, en un prisma para examinar a la revolucionaria alemana asesinada por los socialdemócratas durante el levantamiento obrero de 1919.
María Moreno se pregunta por la “literatura del yo” y se distancia del género así llamado, al plantear que la experiencia y su transformación en escritura no responden a la imposibilidad de llevar a cabo esa transmutación, sino solamente mediante ese espacio que brinda la literatura. Cuando Moreno cuenta la experiencia de todos estos años —la calle Corrientes, el bar La Paz, a Lohana Berkins y Josefina Delgado, y así— no sólo narra la anécdota, sino un tiempo, una forma del ser, un lugar en la historia —también una pintura más moderna que sobre los modernos más modernos que todos los modernos—.
Así pasan Germán García y el psicoanálisis, el inasible Fogwill y ese gesto de provocación, pero a la vez esa determinación por la lectura; un texto inmenso sobre Adelaida Gigli, la mujer de la revista Contorno y luego la mujer de los tiempos y aquella relación con sus hijos (y los de David Viñas) desaparecidos por la dictadura; el encantamiento que producía Juan Forn. También hay un espacio para las ideas sobre un texto; es decir, la crítica, cuando repasa las novelas La virgen cabeza y Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara (que acaba de publicar la esplendorosa Las niñas del naranjel) y realiza un tratado sobre la subversión en la literatura.
Son microensayos, formas breves, ejercicios que conjugan pensamiento y estilo, audacia y feminismo, literatura y opinión (“a mí me chupa un pito”, escribe) para que leamos a una superheroína de las letras argentinas.
Claudia Piñeiro publica aquellos textos que no forman parte del corpus de sus novelas o cuentos, de la literatura propiamente dicha, pero que han acompañado siempre esas ediciones. Piñeiro es la escritora argentina con mayor llegada al público no sólo a través de sus novelas, sino también de su dramaturgia, literatura infantil y también como guionista de series. Por ejemplo, El reino, que tan bien mostró el ascenso al poder de un outsider de la política un tanto demente (en este caso, religiosamente demente) en Netflix. Desde su lanzamiento al gran público con Las viudas de los jueves (pero desde antes con su primera novela Tuya, cuya continuación El tiempo de las moscas se editó el año pasado) la literatura de Piñeiro la consagró como una de las más importantes plumas argentinas.
Pero no sólo eso, sino que sus intervenciones públicas la señalan como una intelectual avant la lettre, es decir, una mujer que proviene del campo de la cultura, pero que decide participar con fuerza propia (y colectiva) en el campo de la arena política pública. Gran parte de esa intervención está en Escribir un silencio, pero no solamente, ya que allí se conjuga la intimidad, la familia, los amigos, la emoción —también la incomodidad. Desde el texto en el que cuenta cómo atravesó una embolia (un episodio de la salud que al ser escrito se convierte en angustia compartida) al recuerdo de cómo coser unos colchones con la abuela, pasando por la búsqueda de la casa paterna en Galicia (de donde emigró a la Argentina, a los cuatro años) al tenis impulsado por el padre, o las clases de manejo brindadas por ese hombre que no deja de señalar un paso emocional (está siempre presente el rastro del padre) o el recuerdo desde su Burzaco de la infancia sobre Borges, en la cercana Adrogué.
Pero ahí están los textos políticos (tal vez haya en todos los textos una política que va desde lo íntimo hasta lo público). El discurso en el Parlamento a favor de la legalización del aborto no sólo marcó un hito en esos días de movilización luminosa en la Argentina, sino que es posible que haya contribuido a esclarecer a amplias capas en la justeza del reclamo. Estos textos políticos se conjugan con la emoción del Mundial 2022, con el diario de una novela en 2010 —que es la generosa forma de mostrar un método—, contar las mágicas coincidencias propiciadas por Cortázar o un agudo ángulo para leer hoy a Sor Juana Inés de la Cruz.
Claudia Piñeiro en estos textos, como en su discurso en Diputados o en la Apertura de la Feria del Libro, no levanta el dedo para hacerse oír: como cuando cuenta el COVID y las sesiones por zoom con sus hijos durante el encierro o cuando señala el rol del escritor o se ubica con firmeza contra la censura, lo hace desde un yo abierto, que es quizás el manto con el que crea su literatura. Por eso está muy bien buscar este libro en la librería más cercana. Desde la intimidad a la política no hay tanto trecho.
El documental de Alexandra Pelosi
Un trecho pequeño del que bien da cuenta Alexandra Pelosi en su documental El insurreccionalista de al lado, que se acaba de subir a HBO Max. Pelosi es una destacada documentalista estadounidense que ha retratado durante esta última década a los adherentes al Tea Party, esa fracción ultraderechista del Partido Republicano que se cristalizó del modo más concreto con Donald Trump. Luego de terminado el Tea Party, que se diseminó en la más grande variedad de grupos fascistoides, racistas supremacistas, xenófobos y que acusaron de “comunista” a todo aquel que no pensara como ellos, desde Hillary Clinton a Bernie Sanders (cualquier similitud con la realidad política argentina no es casualidad).
Esos grupos acudieron al llamado de Donald Trump el 6 de enero de 2021, en el momento en que se desarrollaba la sesión parlamentaria para confirmar los resultados electorales que consagraron presidente de los Estados Unidos a Joe Biden. The Proud Boys es el grupo radicalizado más conocido en el espectro de la ultraderecha en varios estados del gran país de Norteamérica, pero hay varios más. Todos acudieron al acto, para luego hacer un desvío violento y protagonizar lo que se conoce como “El Asalto al Capitolio”, que lograron realizar secundados por una movilización de miles de personas que, como nunca antes en la historia estadounidense, intentaban hacer una especie de insurrección al grito de “¡Colguemos a Hillary Clinton. Colguemos a Nancy Pelosi (presidenta de la cámara de representantes y madre de la documentalista). Fraude!”.
Alexandra Pelosi se detiene, pasados tres años del episodio, en sus protagonistas condenados y ya salidos de prisión, habiendo cumplido sus condenas o a la espera del veredicto que podría llevarlos a cumplir treinta y cinco años tras las rejas. Son militantes de Trump, en su mayoría siguen considerando que se manifestaron contra el fraude y siguen pensando que Biden está usurpando el puesto de Trump. Pero frente a cámaras dicen que, tal vez, cometieron “excesos”. No es fácil: todos saben que están delante de la hija de Nancy Pelosi, a quien buscaban denodadamente dentro del Capitolio para hacer quién sabe qué, si la encontraban. Por si lo olvidaban, la documentalista se los recuerda. Pero no es una sesión de la Inquisición. El documental busca conocer la vida íntima de estas personas, qué los llevó a ser seguidores de Trump, a llevar la alocada toma del Parlamento.
Todos lo defienden. Dicen que Trump se les presentó por primera vez en la vida como alguien por quien defender ideas. Salvo un entrevistado, que lo hace desde las llamadas de la cárcel y que por su origen latino no la pasa muy bien entre los trumpistas encerrados junto a él. Se trata de personas reclutadas para la acción en nombre de los valores reaccionarios. Un ex marine gay, casado, asiste a la sentencia de varios meses con unas medias con la figura de Trump y un tatuaje en la pierna de “MAGA” (Make America great again, el slogan que quiere decir: “Hagamos a América grande otra vez”); una pareja de hermanos dice que habían decidido pasar por Washington en un viaje por la ruta y vieron luz y se sumaron a la protesta: esperan la sentencia que podrían llegar a 35 años de prisión, ella está embarazada.
Otra joven está involucrada seriamente: en los videos de los celulares que transmitieron el alzamiento se la ve llevarse el cartel de la oficina de Nancy Pelosi como trofeo. Personas al límite. Vecinos de al lado que una vez se convirtieron en fuerzas de choque fascistoides del trumpismo. Filmadas por una mujer valiente, hija de una política que será recordada por su intervención en la política de los Estados Unidos.
Es bueno ver este documental frente a la elección del próximo domingo. Quién sabe, tal vez haya un insurreccionalista de derecha en el departamento de al lado, un vecino. Cosas que pasan con las películas.
[Fotos: retrato Claudio Piñeiro por Ale López; “El insurrecto de al lado”, prensa HBO; asalto al Capitolio, Michael Nigro, Europa Press; retrato Rosa Luxemburgo; Universal History Archive; Shutterstock]