Benjamín Labatut: la literatura contra la inteligencia artificial

La novela “MANIAC” explora la mente de John von Neumann, uno de los más relevantes matemáticos del siglo XX. Con una narrativa poderosa, el escritor chileno invita a seguir entendiendo la historia a través de las singularidades de carne y hueso

MANIAC (Anagrama), de Benjamín Labatut, es un artefacto fascinante. Pese a que se tratan conceptos físicos, matemáticos e informáticos de cierta complejidad, sus cuatrocientas páginas se leen con adicción. ¿Cómo consigue que la biografía novelada en fragmentos de John von Neumann, tal vez el matemático más influyente del siglo XX, alcance semejante nivel de fluidez, interés y literatura?

Porque un escritor construye a sus lectores y el de MANIAC leyó antes Un verdor terrible (Anagrama, 2020), la primera obra de madurez de Labatut, el volumen de cuentos en el que encontró el tema que expande en su novela: el pulso entre la razón y la oscuridad, que recorre la historia de la ciencia moderna a través de los cerebros de algunos de sus máximos representantes.

A esa capacidad de escoger biografías que aúnan la brillantez intelectual con el tormento psicológico y moral –que le lleva a centrarse ahora en una mente excepcional, que hizo aportaciones fundamentales en los campos de las matemáticas, la física cuántica, la economía, la teoría de conjuntos y de juegos, la cibernética y la inteligencia artificial, y participó activamente tanto en la creación de la bomba atómica como en la de la bomba de hidrógeno– le suma ahora la multiperspectiva.

Aunque los párrafos sean muy extensos, esa opción narrativa permite inyectar variedad en el discurso, tensiones que tienen que ver con la mirada de quien observa, narra, recuerda o juzga a Von Neumann: desde su amigo Eugene Wigner, también de origen húngaro, que ganó el premio Nobel de Física en 1963, hasta su enemigo Nils Aall Barricelli, el científico computacional y pionero de la inteligencia artificial, pasando por su segunda esposa, la programadora Klára Dan, o su hija, la economista Marina von Neumann. Esa alternancia de voces no conduce al consabido calidoscopio, sino a una montaña rusa.

Porque los personajes de Labatut son intrínsecamente conflictivos. MANIAC está dividida en tres partes. La más extensa es la central, con Von Neumann como protagonista sin voz, asediado por las versiones de quienes lo conocieron. La primera se titula “Paul o el descubrimiento de lo irracional” y cuenta la historia del físico austriaco Paul Ehrenfest, que mató a su hijo y se suicidó en 1933. Y la última, “Lee o los delirios de la inteligencia artificial”, reconstruye las partidas que el campeón coreano de go Lee Sedol jugó contra el programa AlphaGo en 2016, en clave también de fuerte tensión vital y literaria.

Como en “Azul de Prusia”, el mejor de los cuentos de Un verdor terrible y el que le da título (con su frase final: “aprovechando el exceso de nutrientes que la humanidad les había legado para esparcirse sobre la faz de la tierra hasta cubrirla por completo, ahogando todas las formas de vida bajo un verdor terrible”), es innegable la influencia en MANIAC de W.G. Sebald. Desde su primer libro, Del natural, el escritor alemán narró biografías significativas de la historia de la cultura y del dolor; las cuatro partes de Los emigrados, por ejemplo, se titulan también según los nombres de sus protagonistas. La polifonía de “John o los delirios de la razón” (que se divide a su vez en otras tres partes) recuerda, en cambio, a la de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.

Roberto Bolaño (1953-2003)

Sebald y Bolaño tienen en común la obsesión por los horrores del siglo XX y la voluntad de reconfigurar lo que se entiende comúnmente por novela. Divergen, claramente, en el tono narrativo. El sebaldiano es melancólico, casi depresivo, por momentos frío, tiende al ensayo; el de chileno se mueve entre la oralidad y la poesía, flirtea con un cierto romanticismo y con una épica desencantada. Labatut mitifica también a sus personajes en sus derrotas, pero a diferencia del autor de 2666 no trabaja con escritores bohemios o marginales, sino con científicos que dieron clases en las universidades de mayor prestigio, accedieron a los máximos privilegios y contribuyeron tanto a ciencia como a la destrucción masiva.

La perspectiva épica es, por ello, problemática. También lo es la hipérbole. En el libro se afirma que Von Neumann fue “el ser humano más inteligente del siglo XX”. También Lee Sedol es retratado como un titán o un héroe trágico. Se entiende el método Labatut si se compara el breve capítulo de MANIAC sobre Demis Hassabis, el creador de DeepMind y de AlphaGo, o los que dedica a Lee y sus partidas históricas, con las páginas en que el matemático y ensayista Marcus du Sautoy habla sobre ellos en Programados para crear. Cómo está aprendiendo a escribir, pintar y pensar la inteligencia artificial (Acantilado). Para el escritor chileno la clave es encontrar en los datos una tensión esencial y universal, que encarna en un individuo que siempre tiene los visos de genio.

Labatut mitifica a sus personajes, relevantes científicos, en sus derrotas

Ese énfasis en la genialidad, a menudo vinculado con la locura, parece anacrónico en un mundo horizontal, extremadamente policéntrico, que ha cuestionado el carácter tóxico y patriarcal de la idea de genio y ha reconocido la inteligencia que proviene de Asia o del Sur Global.

Tiene sentido, no obstante, en el plan maestro de MANIAC: explicar la genealogía matemática de la inteligencia artificial, cómo su historia sintoniza con las vanguardias del arte (“el arte moderno no reconocía ninguna regla, ningún método, ningún límite o verdad, no era más que un torrente incontenible, una oleada de locura ciega”) y de la ciencia (“una nueva y perversa racionalidad” que respondía a “una forma de inteligencia profundamente inhumana”), a través de una serie de individuos excepcionales cuyas sombras y delirios están en el ADN de las máquinas del siglo XX y del XXI, también por momentos sombrías y delirantes.

El tema del genio y la salud mental se encuentra ya en los primeros cuentos de Labatut, reunidos en La Antártica empieza aquí (Alfaguara, 2010), con figuras como la de un músico de jazz capaz de predecir terremotos en el lecho de muerte. Ahondó en él en el ensayo La piedra de la locura (Anagrama), donde ya aparecía el matemático David Hilberg, en una estructura también trimembre junto a Howard Phillips Lovecraft y Philip K. Dick. En ese librito expresó así la misión que se desprende de su visión: “Debemos aprender a ver las cosas bajo una luz nueva, porque la llama de la razón ya no alcanza a iluminar el complejo laberinto que va tomando forma lentamente (aunque algunos dirían que está siendo construido) a nuestro alrededor”.

El ingeniero electrónico Edward Newman con Pilot Model ACE, el prototipo del Automatic Computing Engine (ACE), una de las primeras computadoras construidas en Gran Bretaña y diseñada por Alan Turing

MANIAC reconstruye la genética de la arquitectura y la ingeniería de ese laberinto. Esa cronología que ha conducido a las redes neuronales de aprendizaje profundo o a la histórica firma de una declaración de 29 países, entre ellos Estados Unidos y China, para regular la IA (que tuvo lugar el pasado 2 de noviembre en Bletchley Park, donde Alan Turing –que es, por supuesto, mencionado en la novela– trabajó junto a la máquina Bombe y un equipo humano para descifrar Enigma, el código secreto de los nazis). La épica, la hipérbole, la fe en la biografía se pueden entender en ese contexto. Y en el intento de un autor individual por erigir una narrativa fuerte en contra de las nuevas narrativas digitales.

Una de las consecuencias de internet y la globalización ha sido la desaparición de las figuras humanas centrales, substituidas por las redes y los proyectos colectivos. También están en peligro de extinción las grandes lecturas de conjunto. Labatut se resiste a esos dos eclipses. La historia, según él, se puede seguir entendiendo a través de singularidades de carne y hueso. Las máquinas, cuyos algoritmos son opacos, se explican en cambio gracias a sus programadores o a sus víctimas. A la IA le opone una narrativa poderosa, convulsa, terriblemente humana, que es capaz de ver correlaciones y metáforas invisibles para los algoritmos. Y que bascula entre la gesta y el delirio.

[Fotos: Prensa Anagrama; Jimmy Sime/Central Press/Hulton Archive/Getty Images]

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