En el marco de la 38ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Paula Hernández presentó con El viento que arrasa, una adaptación magistral de la novela homónima de Selva Almada. En competencia dentro de la Sección Latinoamericana, la película se adentra en las complejidades de una relación entre un pastor religioso y su hija, atrapados en un viaje a través del interior de Argentina.
La trama se centra en Leni, una joven que anhela escapar de un destino impuesto y se ve obligada a acompañar a su padre, el reverendo Pearson, en sus misiones religiosas. Interpretados brillantemente por Alfredo Castro y Almudena González, los personajes guían al espectador a través de un viaje lleno de tensiones y revelaciones. La relación entre padre e hija se encuentra en el centro de la trama, explorando la transformación de Leni, una adolescente en el umbral de la adultez, cuyo viaje se revelará como una experiencia trascendental.
La película se desarrolla en un contexto de road movie, donde padre e hija recorren el país predicando la palabra de Dios. Sin embargo, un inesperado problema mecánico los lleva a un taller donde conocerán al mecánico y a su hijo, desencadenando una serie de inquietudes y tensiones que marcarán un punto de inflexión en la historia. Allí se introduce al Gringo Brauer (Sergi López) y al joven “Chango” Tapioca (Joaquín Acebo), personajes que ofrecen ayuda a la pareja. A medida que avanza el día, la dinámica entre los personajes se vuelve más tensa y volátil, desencadenando un enfrentamiento entre dos visiones del mundo.
A pesar de estar rodada íntegramente en Uruguay, El viento que arrasa logra capturar la esencia del paisaje argentino, con sus característicos paisajes litorales y el agobiante calor que impregna la narrativa. Para Paula Hernández, las locaciones no son sólo un telón de fondo, sino que se convierten en un personaje más, palpable y evocador, transmitiendo una conexión profunda con el pasado.
Infobae Cultura conversó con la directora que presenta esta película en la Competencia Latinoamericana del festival de Mar del Plata.
—¿Cómo te llegó la propuesta para hacer esta adaptación?
—No conocía el libro. La propuesta viene de parte de Hernán Musaluppi, que es el productor y hace unos años compró los derechos de la novela. Había leído otras cosas de Selva y me gustaba mucho. Él creía que había algo en esa novela que a mí me podría interesar. Cuando lo leí, entendí por qué me llamó. Me interesó ir hacia lugares muy diferentes como el mundo religioso, el rural. Era como un salto a algo más desconocido y eso me atrajo, la combinación entre Selva, los temas que me interesan y los nuevos. Tuve libertad total, el planteo fue: hacé la película que quieras. Empecé a pensar qué es lo que me interesaba rescatar de ese universo, rescatar y que quería modificar.
La novela tiene algo cinematográfico, pero considero que no hay una película en el libro y fue en principio cambiar el punto de vista. Selva pudo verla y le gustó mucho, en especial, la lectura que yo había hecho de la novela y como pude encontrar mi propio universo dentro de su material. Decidí que la mirada fuera de Leni, la hija, sobre este mundo masculino, sobre estos padres criando hijos. La novela tiene una temporalidad fragmentada y no tenía ganas de contar una película de esa forma. Entonces lo transformé en un viaje que tiene solo una línea de tiempo.
—¿Qué tuviste en cuenta en la elección de los actores?
—Los cuatro personajes se mantienen en relación con el libro. El único pedido de producción fue que los dos actores, tanto el reverendo como el Gringo, fueran actores de un perfil más internacional. Buscábamos algo muy específico, ya que tenían que ser de una zona conocida, más que nada el reverendo que tenía un trabajo con la palabra que no podía hacer cualquier actor internacional. Alfredo vino a mi cabeza rápidamente, es un actor que me gusta mucho cómo aborda sus personajes, la ambigüedad, la emocionalidad que tiene. Sergi es un actor que siempre me gustó un montón, rápidamente vinieron a mi cabeza y leyeron el proyecto los dos y automáticamente dijeron que sí. Tanto Joaquín como Almudena aparecieron de un proceso de casting bastante largo. Ella primero que hizo un casting muy interesante con un material que yo había escrito para hacer una presentación de personaje. Tenía una comprensión sobre lo que podía ser la vida nómade, la ausencia de lo femenino, la ausencia de la mirada de una madre, que podía transitar muy bien en esos momentos donde tiene algo niña y por otros es una adolescente casi adulta, podía pasar con mucha facilidad por esas instancias. En el caso de Joaquín, el personaje era muy diferente. En el guión era un personaje que era rengo.
Buscábamos actores tanto en Uruguay como en Argentina y en un momento apareció Joaquín, a partir de una propuesta de María Laura Berch, quien hizo el casting. Fue interesante porque nos trajo un par de pruebas y Joaquín tiene ese rostro, tuvo un accidente de chico. Al principio, no pensaba que él podría ser El Chango, pero después vi lo que proponía como actor e hizo que ya no pudiera pensar en otro. Hubo una reescritura de guión después de un trabajo largo con Joaquín y él aceptara hacer el personaje. Uno tiene un punto de partida y también lo que te va devolviendo la realidad a veces es mejor inclusive.
—Hay un trabajo muy especial en el manejo del espacio y la manera en que hablan los personajes, ¿cuál era la búsqueda?
—La novela es un viaje que va hacia Chaco, pero tenía ganas de ubicarlo cerca de una zona fronteriza donde la película trabaja en muchos aspectos como la ambigüedad. Hay una ambigüedad en relación con la temporalidad, donde viven, a los vínculos. La frontera me parecía que era un espacio posible donde no hay una división tajante entre un lugar y otro, sino que justamente te habilita la mixtura, la mezcla de tantos colores y sonidos. En lo que se refiere a los cuatro actores decidimos no borrar sus acentos originarios, sino intentar llevarlos hacia esa zona que es la Mesopotamia sin precisar. Trabajamos bastante tiempo con una foniatra, escuchando muchos audios, trabajando la sonoridad de esos sitios, las respiraciones, las pausas, o los tiempos. También intentando armar duplas entre estos dos vínculos de Leni, su padre y los otros dos.
—Has trabajado mucho en tus anteriores películas los vínculos entre madres e hijas, ¿cómo decidiste plantearlo en este caso?
—En los vínculos que trabajé siempre eran madres criando hijas y acá me parecía lindo poder correrme de ese eje, donde las madres no están y estuvieran presentes desde la ausencia o desde las marcas las huellas que dejaron en esos hijos, pero que las relaciones son con los padres. Estos dos hombres que tienen unas miradas del mundo muy opuestas y pesadas, cada uno a su manera, donde en algunos casos son un poco un espejo en donde mirarse.
—Tanto en el tema religioso como en el estilo de vida que llevan ambas familias, pareciera que hay una posición de no tomar partido y no juzgar a los personajes.
—La premisa fue que no hay que juzgar a nadie, a las madres que no están, a este padre que grita o a este padre que es abusivo en su idea religiosa. No tengo formación religiosa y fue difícil al principio tratar de entender cómo funciona la fe para mucha gente. Por qué creen en lo que creen. Me encontré con pastores y con fieles, leí muchos textos acerca de por qué el evangelismo entra en estos lugares y de alguna manera hace su trabajo y su base. Buscamos salirnos de los sitios comunes, del cliché, de lo convencional y tratar de encontrar la doble cara que también podían tener todos estos personajes. Todos tienen su justificación, su razón de ser y sus objetivos dentro de la historia.
[Fotos: Gentileza Prensa del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata]