Fui, vi y escribí: Ahí, donde nació todo

Una mirada sobre la guerra en Gaza y el creciente antisemitismo en el mundo. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

"El violinista celeste", de Marc Chagall.

Hola, ahí.

En Israel, muchas personas —sobre todo, gente joven— se está tatuando frases o imágenes vinculadas con la masacre del 7 de octubre, la mayor matanza de judíos de la que hay registro desde el Holocausto.

Leí la nota en el Haaretz y me impresionó por diversos motivos. El artículo narra lo que está ocurriendo como fenómeno social y muestra en fotos los tatuajes: muchas veces eligen solo la fecha en la que en el país se detuvo la vida tal cual era; otras, buscan un símbolo, algo significativo para quien porta el tatuaje o para quien ya no está y es homenajeado sobre la piel del deudo. Hay también pedidos de imágenes violentas, pura furia e indignación.

Algunas personas piden que les graben la foto de un familiar o de un amigo asesinado por Hamas ese día. Una mujer se tatuó sobre el pecho un homenaje a su novio, el hombre que en la mañana del horror se arrojó sobre una granada para salvarla. La imagen que eligió es pequeñita, delicada. Se trata de una mano que sostiene un puñado de tierra en la que crece una planta. Me admira cómo algunas personas eligen siempre apostar a la vida, aún en el escandaloso marco de una muerte atroz.

Tatuarse es una forma de recordar y también una forma de exteriorizar el dolor, sugieren algunos expertos. Muchos de los que se hacen los tatuajes son sobrevivientes de ese pogrom siglo XXI que algunos insisten en calificar como un acto de la resistencia palestina.

Hasta no hace mucho, el tatuaje en la piel de un judío era la memoria del nazismo, el número con el que la industria de la muerte comandada por Hitler marcaba a sus víctimas. Los sobrevivientes de los campos muchas veces ocultaban los números que llevaban en sus brazos porque dolían demasiado y también porque el antisemitismo no había terminado con el final de la Segunda Guerra.

Hoy el tatuaje que se hacen los israelíes es voluntario. Así cambian las culturas.

Muchos israelíes están tatuándose la fecha de la masacre provocada por Hamas. (Reuters)

La marca del dolor

A la manera de improvisados psicólogos, y con un importante grado de sensatez, según el artículo del Haaretz, escrito por Allison Kaplan Sommer, algunos tatuadores les proponen a quienes los buscan que reflexionen sobre lo que van a instalar en sus cuerpos. Les piden que se tomen unos días y piensen con tranquilidad si van a querer ver todo el tiempo eso que hoy piden grabar con aguja y tinta. Les dicen que vayan e imaginen cómo se sentirán por ejemplo dentro de un año, cuando haya pasado la ira caliente, el efecto primario del dolor más fuerte de sus vidas.

No hay israelí que no se haya visto afectado por lo sucedido; la sociedad entera estará marcada durante varias generaciones por lo que se despertó en esa fecha y también los judíos de todo el mundo siguen los hechos con dolor, preocupación y también con miedo por la creciente ola de antisemitismo, con episodios que recuerdan los tiempos oscuros que terminaron en Auschwitz. 

La guerra en la Franja de Gaza perpetúa la tragedia. Las montañas de civiles palestinos muertos por los bombardeos no van a devolver a la vida a los 1.400 asesinados por Hamas el 7 de octubre ni a los 240 rehenes que se llevaron y de los que no hay noticias. Israel también sigue enterrando jóvenes prácticamente todos los días; esta vez no son chicos que salían de bailar y celebrar y fueron asesinados por terroristas sino chicas y chicos que están en el frente, defendiendo la existencia de la tierra en la que viven.

¿Y entonces? ¿La única respuesta de Israel era lanzarse sobre la Franja? ¿Hamas no calculó la respuesta? ¿La calculó y no le importó? ¿Israel no es conciente del repudio internacional que genera no obedecer los pedidos de tregua de los organismos internacionales? ¿Israel pudo evitar la masacre y no lo hizo? ¿El mundo entiende que Hamas no es interlocutor válido para ninguna clase de diálogo porque en sus fundamentos está la eliminación del pueblo judío y el no reconocimiento del Estado de Israel? 

No tengo respuestas, ni siquiera tentativas. Solo sé que es de un cinismo oprobioso culpar a los israelíes de su propia tragedia como única respuesta a lo sucedido, aún cuando hay autoridades políticas responsables de que los ciudadanos hayan quedado inermes ante el terror en un país que se fundó para proteger a todos los judíos de la tierra.

¿En serio gran parte de la izquierda y el progresismo internacional cree que las atrocidades que cometieron los milicianos de Hamas esa mañana del 7 de octubre formaron parte de una acción de “resistencia palestina”? 

¿No los avergüenza no mencionar jamás las torturas, secuestros y asesinatos de civiles israelíes de todas las edades que dieron inicio a esta nueva temporada en el infierno en Medio Oriente, acusar de todo al “sionismo” (convertido en mala palabra en las últimas décadas) y pedir “por una Palestina libre, laica y socialista”, cuando la Franja de Gaza está gobernada por una organización fundamentalista que contradice todos los derechos que ellos mismos exhiben en sus pancartas en universidades y marchas?

Esta mujer se tatuó en el pecho la imagen de una mano que tiene un puñado de tierra, de la que crece una planta. Su novio se arrojó arriba de una granada y le salvó la vida el 7/10. (AFP)

Judíos y humanos

¿Qué tengo en común con los judíos? Apenas si tengo algo en común conmigo mismo”. La frase es de Franz Kafka y la cita la rabina francesa Delphine Horvilleur, que pertenece al Movimiento Judío Liberal de Francia. Lo hace en un libro muy interesante que publicó hace un tiempo Del Zorzal y se llama Reflexiones sobre la cuestión antisemita. Otro libro de Horvilleur, Vivir con nuestros muertos, me resultó una lectura indispensable durante mi tiempo de duelo tras la muerte de mi padre, ocurrida el año pasado.

En su libro, Horvilleur, quien tiene una capacidad fabulosa para la divulgación —es activista feminista y estudió Periodismo en la Sorbona— repasa la historia del antisemitismo desde su origen, incluso cuando aún no se llamaba así. El término surge en Alemania recién en el siglo XIX.

Horvilleur arranca explicando la diferencia entre el antisemitismo y otros racismos y explica que estos últimos generalmente expresan un odio al otro por lo que no tiene: “el mismo color de piel, las mismas costumbres, las mismas referencias culturales o la misma lengua”. Se los considera incompletos, inferiores, bárbaros. “Cambien su color de piel, borren su acento y el odio podría desaparecer o disminuir”, escribe la autora.

Por el contrario, al judío se lo odia generalmente por lo que tiene, no por lo que no tiene. “No se lo acusa de tener menos que uno, sino de poseer lo que debería corresponder a uno y que seguramente le ha sido usurpado. Se le reprocha detentar y acaparar el poder, el dinero, los privilegios o los honores que a uno se le niegan. (...) el antisemita imagina al judío propietario de un ‘extra’ del que se considera despojado”.

Algo más: a lo largo de la historia, al judío se lo puede acusar al mismo tiempo de una cosa y de lo contrario, como “de ser demasiado rico y de vivir sin recursos, a expensas de la nación”.

Los judíos estamos en todas partes y sobrevivimos a plagas y a matanzas. Somos de izquierda y de derecha, somos blancos y somos negros, somos inteligentes y también bastante brutos. Somos ricos y somos pobres, somos religiosos y somos laicos, observantes y ateos. Somos humanistas y somos xenófobos, machistas y feministas. Somos profesionales y comerciantes, industriales y obreros. Somos arrogantes y somos inseguros, somos asimilados y endogámicos. Somos generosos y somos egoístas, somos solidarios y dañinos. Somos altos, bajos, excesivos y diminutos.

Somos humanos. Y tenemos entre nosotros las mismas diferencias que existen en el resto de la humanidad. A los judíos, como a las mujeres cuando peleamos por nuestros derechos, se nos exige lo que no se le exige al resto de las personas: un ser homogéneo. Ahí donde se ve la diferencia interna, está la falla que nos condena y por la que se nos culpa.

La autora de "Reflexiones sobre la cuestión antisemita" (Del Zorzal), Delphine Horvilleur, es una rabina judía feminista y liberal.

Nota vieja, problemas de hoy

Por estos días comenzaron a llegarme mensajes de felicitación por una nota que escribí para la revista Anfibia, a propósito de la incomodidad de ser judío. La nota es en primera persona y es un recorrido por la vida de una judía argentina que desde siempre tuvo que dar cuenta de un nombre en idish y de una pertenencia que no era la de la mayoría de los habitantes de este país.

El título es un acierto, lo eligió Sonia Budassi, con gran ojo editor. Se llama “No parecés judía, para nada”, y esa es una de las frases que más veces escuché de boca de personas supuestamente alejadas de prejuicios antisemitas. Lo decían, lo dicen, como si no parecer judía fuera una fortuna, una ventaja, algo que me permitía disimular el mal que anida en mí, ¿no?

Ningún mal, chicos.

Vengo de buenas familias, tan buenas como las demás, con tantas contradicciones como la tuya y la tuya. Ser judío puede ser cansador, eso sí, sobre todo cuando del otro lado hay alguien que se cree una mente abierta y sin desprecio por cuestiones de raza, creencia o cultura y puede ahora repudiar tranquilo a los judíos con la gran excusa de que “antisionismo no es antijudaísmo”.

Me Rio de Janeiro.

La nota de Anfibia fue escrita en 2014, mientras se desarrollaba la guerra de 49 días que siguió al asesinato de tres jóvenes israelíes en un asentamiento judío en Cisjordania, aunque para otros el origen fue el asesinato de dos chicos palestinos unos días antes, durante la jornada de protesta que se lleva a cabo para recordar la Nakba, el día de luto por lo que fue la expulsión y huida de los palestinos durante la creación del Estado de Israel, en 1948.

Lo más triste es que ese artículo que escribí nueve años atrás sigue vigente y si circula tanto es porque nada cambió y todo empeoró, en un mundo en el que la sensatez ya no parece un valor. 

No soy experta en el tema, debo ser honesta; profesionalmente siempre traté de correrme de la cobertura de Medio Oriente para evitar ser amonestada por los que solo ven el conflicto desde el lado palestino y, al mismo tiempo, ser sermoneada por los judíos fanáticos que creen que me autoodio. Pero, con el tiempo y con el mundo jugando a los extremos, empezó a cansarme un poco que todos tengan algo para decir sobre el asunto mientras otras guerras, otros conflictos interculturales y otros expansionismos no los interpelan. 

Ni te digo lo que me pasa cuando veo que mujeres que se declaran feministas defienden crímenes inexcusables en lugar de condenar a los bárbaros que secuestraron, abusaron, exhibieron y escupieron los cuerpos de otras mujeres israelíes o que tuvieron el mal tino de estar en territorio israelí en la mañana del 7 de octubre.

"Sobrevolando la ciudad", de Marc Chagall.

¿Sabés qué? También me cansa que siempre le busquen la vuelta para encontrar que los judíos son los responsables de todo el mal. Pueden volver a los libros de Historia o a los documentos que quieran, repasar los mapas y las acciones militares con las que Israel se defendió y también ocupó territorios ilegalmente. Pueden ironizar sobre los favores que el mundo les hizo a los judíos luego de que murieran seis millones de personas en los hornos crematorios (también pueden cuestionar la cifra, total no los escucho), pueden condenar las políticas bélicas del gobierno israelí y criticar duramente al gobierno de Netanyahu y, en esto último, irónicamente estarían muy cerca de las multitudes que durante meses salieron cada semana a protestar contra un gobierno armado con nacionalistas y ortodoxos y cada vez más preocupado por sus propios intereses que por los de los ciudadanos israelíes. Pero tal vez lo ignoran porque no tienen la menor idea de lo que pasa en ese país que es culpable de todo.

Y porque ignoran lo que no les cierra con el esquema de sus ideas. De lo contrario no se entiende que puedan seguir ignorando que este nuevo y trágico capítulo lo inició una agrupación terrorista que se ensañó con los civiles. Es más, se ensañó con la que era la parte de la población más proclive a la paz, a los acuerdos, al intercambio entre israelíes y palestinos porque los kibutzim del sur a los que entraron albergaba a esa parte de la población israelí.

Antes de la respuesta armada de Israel tuvieron varias horas para pronunciarse y no lo hicieron. Esperaban salir para acusar, directamente. El humanismo y la empatía se la dejaron en casa.

"El violinista verde", de Marc Chagall.

No tengo ningún problema en reconocer los excesos nacionalistas de Israel y su capacidad de destrucción del enemigo. Estoy moralmente en contra de la guerra, de cualquier guerra, por principios, y ya escribí muchas veces cuánto más fácil era en mi infancia pensar a Israel como el David heroico de su región, hostigado por el Goliat del mundo árabe, en lugar de este país armado hasta los dientes y despreciado por belicista.

No tengo palabras para justificar la muerte de miles de civiles. No las tengo ni las busco, nunca estaría en esa vereda de la vida. Como Yuval Harari, creo que primero está la paz y luego la justicia.

”Todos los tratados de paz de la historia se basaron en un compromiso, no en una justicia absoluta. La justicia es esencial, pero la búsqueda de la justicia absoluta puede llevarte a perpetuar el conflicto indefinidamente, sin llegar nunca a la paz”, dijo recientemente el ensayista israelí.

Lo que ya no acepto es dialogar con alguien capaz de hablar de “la gloriosa fecha del 7 de octubre” (vi esos carteles en una foto de una protesta “progre” en una universidad de Pensilvania) o que llama “resistencia palestina” a una masacre de ancianos, mujeres y bebés, o que, peor aún, exige pruebas para evaluar la magnitud de los crímenes de Hamas —porque “los israelíes mienten”— cuando los propios terroristas se ocuparon de mostrarlos al mundo como señal de orgullo.

No quiero intercambios con negacionistas de ningún tipo. Es una liberación haber podido tomar esa decisión ya hace unos años. A los falsos aliados, a los que en otro tiempo habrían despreciado con toda su alma a los judíos y hoy tienen en realidad en alta estima el ala guerrera y ultranacionalista de mi comunidad, también los quiero lejos. No son personas que quieren a los judíos, no los respetan, ocurre que sienten más desprecio por los musulmanes, solo eso.

"El cumpleaños", de Marc Chagall.

Sionismo, la nueva mala palabra

Vuelvo al libro de Horvilleur, que es de 2019, y cuyo título, claro, homenajea a Reflexiones sobre la cuestión judía, de Sartre, un libro que curiosamente estaba en mi casa, la casa de un padre cuyas ideas posiblemente lo tendrían hoy del lado de los judíos que sobreactúan un progresismo que no se permite mostrar compasión con nada vinculado a Israel. Me liquida pensar eso. 

En cambio, me da cierta tranquilidad saber que el político estadounidense judío Bernie Sanders, una persona siempre defensora de la causa de los dos estados y muy crítica de la deriva fanática del gobierno israelí, en estos días reconoció ante la CNN que es imposible negociar la paz con Hamas.

”No sé cómo se puede tener un alto el fuego permanente con una organización como Hamas, que se dedica a la agitación y el caos y a destruir el Estado de Israel. Y creo que los países árabes de la región entienden que Hamas tiene que irse”, afirmó Sanders, poniendo la pelota en la cancha de actores que en estos años tratan de mirar el desastre desde lejos.

Horvilleur asegura en su libro que no hay políticas expansionistas o nacionalistas en el mundo que pongan en cuestionamiento la legitimidad de las naciones que las llevan adelante así como el boicot a sus artistas y científicos. Pero con Israel sí ocurre. 

Esto escribe:

”Asistimos desde hace algunas décadas a una extraña mutación de significantes y de imágenes. Por ejemplo, después de la Shoah, el judío encarnaba en Europa la minoría oprimida y vulnerable, e Israel, el refugio legítimo de un pueblo que Europa no había sabido o querido salvar. Unas décadas más tarde, Israel se volvió para muchos la encarnación de la potencia militar opresiva y colonizadora, ese país que Europa dejó implantarse aquí y allá por cargo de conciencia y los judíos “sionistas” dejaron de gozar de la simpatía de gran parte de los europeos.

De proyecto de emancipación, de autodeterminación y de construcción de un refugio nacional para los judíos, el sionismo pasó a ser, en el pensamiento de muchos europeos (deberíamos agregar y estadounidenses y latinoamericanos), un simple sistema de opresión colonial y de dominación de los débiles. Y esa transformación alimenta el discurso de todos los que reprochan a Israel no tanto su política como su existencia”.

Vitebsk, el lugar donde nació Marc Chagall, bajo su mirada.

Salta, mi otra casa

El jueves pasado hicimos un zoom con dos de mis primas, una que vive en Buenos Aires y otra que vive desde muy joven en Israel. Hablamos largo rato y de todo, y aunque nos reímos mucho, como siempre, la charla se dio básicamente en un clima entre la bronca, la impotencia y la tristeza. Al día siguiente yo viajaba a Salta, invitada a participar en la Feria del Libro de la provincia.

Nuestros abuelos, que llegaron desde Europa del Este después de la Primera Guerra Mundial perseguidos por los pogroms, se casaron y formaron su familia en Salta, donde nacieron sus tres hijos.

”Chicas, mañana viajo a Salta, ahí donde nació todo”, les dije en la despedida. Me salió así y me gustó esa sensación de viaje al origen, así como me gustó sentirme en casa a mi llegada a la ciudad donde mi papá nació y vivió hasta los ocho años. 

¿Quién era mi papá entonces? ¿Cómo era? ¿Recibió algo en esa provincia que lo marcó para siempre? ¿Qué significaba para él ser salteño?

Ya no podré preguntárselo, tendré que imaginarlo. Solo sé que llegué en el tiempo de las moras, el fruto silvestre con el que mi viejo se llenaba las manos cada noviembre cuando era chiquito. Y que conocí a parte de mi familia que hasta ahora no conocía, descendientes de una hermana de mi bisabuela y de primos de mi abuelo, que abandonaron como ellos a comienzos del siglo XX Rishnoi, el shtetl que fue lituano, fue polaco, fue ruso y es hoy bielorruso, huyendo de los pogroms.

Los conocí ahora y los vi tan parecidos y tan diferentes a mí, como me pasa con todos los judíos. 

Y como me pasa con todos los humanos.

"La vida", de Marc Chagall.

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Te voy diciendo chau y al mismo tiempo ya sé que me metí en problemas con este envío. Hay mucha furia desatada y agresiones fuera de control, pero peor me sentiría si callara.

Te recuerdo mi correo hpomeraniec@infobae.com por si querés escribirme. Respondo siempre, aún en la diferencia, pero como dije más arriba, no dialogo con negacionistas.

Las imágenes que acompañan este texto son de cuadros de Marc Chagall y fotos de agencia, que muestran algunos de los tatuajes de los que escribí. También está la tapa del libro de Delphine Horvilleur, por si te sirve como referencia.

Son semanas bravas estas, acá en la Argentina, y algunos de nosotros estamos además muy atentos a lo que está pasando en el mundo. No recuerdo haber pensado en la palabra paz con la intensidad con que la pienso en estos días.

Hasta la próxima.