May Wilson descubrió un fotomatón antiguo en Time Square que le costaba veinticinco centavos. Corría el año 1966 y acababa de mudarse al Hotel Chelsea, donde residían numerosos artistas, músicos y escritores. Ya era una mujer de 61 años que había criado a sus hijos en una zona rural de Maryland, Estados Unidos, y que había aprendido arte por correspondencia. Con las fotos que se tomaba, exagerando muecas, insertó su rostro en distintas imágenes con las que creaba los collages que denominó “Retratos ridículos”.
Hasta entonces había sido un ama de casa, para más tarde convertirse en una de las precursoras del arte contemporáneo de las décadas de 1960 y 1970 en Nueva York. Durante esos años, sus obras abordaron los estereotipos de género con un audaz sentido del humor.
Solían llamarla la Grandma Moses del underground, porque su carrera artística profesional despuntó cuando ya había cumplido los 60 años. Wilson desafió los estándares aceptados del mundo del arte y de la sociedad, creando obras de medios mixtos que exploran la construcción del género y la identidad.
Amigos por correspondencia
May Wilson (1905-1986) había abandonado el colegio para trabajar como secretaria y ayudar así a su familia. Lo hizo hasta que cumplió veinte años, cuando se casó con un joven abogado. La pareja se estableció en una zona rural de Maryland donde nacieron sus hijos. Cuando éstos crecieron, May empezó a tomar cursos de arte y de historia del arte por correspondencia, uno de ellos con la Universidad de Chicago. Pintaba por lo general escenas cotidianas; empezó a exponer sus pinturas y llegó a ganar algunos premios. Al mismo tiempo, daba clases de pintura a sus vecinos.
En 1956, su hijo, el escritor Williams S. Wilson, le dio a Ray Johnson, el fundador del arte postal de Nueva York, la dirección de su madre. Ese fue el inicio de una relación de amistad y colaboración artística entre ambos que duraría el resto de su vida. A Johnson le fascinó que Wilson aprendiese a pintar por correo y ella, a su vez, admiraba su sentido del humor. Así, comenzaron a enviarse mutuamente obras de arte por correo. A partir de estos intercambios, Wilson pasó a integrar el círculo de Arte postal y se inició en la vanguardia de Nueva York a través de cartas y pequeñas obras que intercambió también con Robert Watts, George Brecht, Ad Reinhardt, Leonard Cohen y muchos otros.
Con 60 años, ya era una artista ecléctica y experimental. En la primavera de 1966, luego de divorciarse, se mudó –a instancias de su amigo Ray Johnson– a una habitación en el Hotel Chelsea de Nueva York para desarrollar su carrera de artista plástica. “Cuando cerré la puerta detrás de mí en el Hotel Chelsea, esa fue la primera noche que estuve sola en una habitación de hotel –le dijo Wilson a Amalie R. Rothschild, en un testimonio para el documental experimental Woo Hoo? May Wilson (1969)–. No sabía manejar el ascensor, ni siquiera sabía cómo dejar salir el agua de la bañera. Me entró pánico. Estaba arañando la porcelana de la tina tratando de sacar el agua”.
En los meses siguientes, se acostumbró a la vida en la ciudad y se obsesionó cada vez más con su trabajo. Se instaló en un estudio próximo al hotel, donde celebró legendarias veladas en las que se la conoció como la Grandma Moses of the Underground, algo así como la “abuela del underground”.
En esa época Wilson ya trabajaba con el fotomontaje. Recortaba de las revistas figuras de chicas pin up para hacer collages y, después de un tiempo, Johnson le envió imágenes de pornografía gay para que ella tuviese más repertorio. Wilson diseñaba patrones abstractos con los que calaba imágenes de las revistas. El resultado era una especie de carpeta bordada o snowflakes (“copos de nieve”), como ella los llamó. Con estas imágenes decoró su habitación de hotel y luego su estudio en West 23rd Street.
Retratos ridículos
El trabajo de collages con fotos adquirió otro cariz cuando empezó a utilizar autorretratos. Le había tomado el gusto –le resultaba terapéutico, según le contó a Rothschild– a ensayar distintas caras y muecas frente a las cámaras de los fotomatones que había descubierto en la zona de Times Square, adonde viajaba en el metro. Regresaba a su estudio con distintas selfies que cortaba y pegaba en postales, junto con reproducciones antiguas, sesiones fotográficas de moda y de las revistas gay que le enviaba Johnson, así como en imágenes turísticas y artísticas famosas.
Para estos Retratos ridículos que creó hasta 1972, Wilson solía utilizar imágenes de mujeres idealizadas, que iban desde fotografías de desnudos clásicos hasta damas victorianas e incluso la Virgen. Algunos historiadores del arte lo entendieron como una crítica feminista temprana de las representaciones de las mujeres. Producidos como recuerdos personales y a menudo intercambiados por correo con otros artistas, sus Retratos ridículos cuestionaron, con un irónico sentido del absurdo, el sexismo, la discriminación por edad y el culto a la belleza que existe en las imágenes populares y artísticas de mujeres, mucho antes de que artistas como Cindy Sherman y Yasumasa Morimura se embarcaran en proyectos similares.
Alrededor de esa época, libros como The Female Eunuch de Germaine Greer y Sexual Politics de Kate Millett, publicados en 1970, promovían la “liberación de la mujer”. En ese contexto, la apropiación rebelde por parte de Wilson de las imágenes de las mujeres como amas de casa, esposas, madres y objetos sexuales encajaba perfectamente.
Sin embargo, es muy probable que ella no se identificara como una artista feminista. “Seguramente hay ira, alienación y distanciamiento en esas piezas –dijo su nieta Kate Wilson–. Pero ella no habría identificado su arte como feminista. Probablemente se habría enfadado ante la palabra. Hablaba de su arte en términos puramente formalistas. Buscaba formas y simetrías, ángulos y composiciones interesantes, no hacer una declaración política”.
Al margen de sus fotomontajes, May Wilson trabajó con arte encontrado: envolvía, pintaba o agregaba elementos a objetos desechados. En este tipo de labor se encuadra, por ejemplo, una serie de muñecas envueltas o atadas en tela o capas de cinta adhesiva pintadas de plateado o dorado. Realizó también ensamblajes con zapatos de tacón alto, sábanas, sartenes, tostadoras, botellas de licor o bandejas de hielo. Sus esculturas se inspiraron en el surrealismo y dadaísmo, similares en espíritu a las acumulaciones contemporáneas de Yayoi Kusama.
Acerca de una exposición de May Wilson en la Gracie Mansion Gallery de Nueva York, The New Yorker publicó el 3 de diciembre de 1990: “Una exposición sorprendente e inquietante de obras creadas a lo largo de veinte años por una mujer que aprendió arte moderno en cursos por correspondencia y no empezó a hacer sus ensamblajes hasta que se acercó a la edad de jubilación. (…) Sus piezas consisten en cosas como recuerdos desechados metidos en zapatos de niños; muñecas enmarañadas atadas con cuerdas, cordeles y gasas; una taza de té rellena de asas de paraguas; y una muñeca atada con fuerza a una caja, con uno de sus brazos suelto. La mayoría de las obras están pintadas con un spray de plata, cobre o bronce mortífero. Un toque de humor más sensato se revela en una serie de collages en los que la artista ha pegado fotos tontas de su cara en fotomatones sobre postales de chicas desnudas y obras de arte que van desde una metopa del Partenón a un nativo de Gauguin”.
May Wilson murió en octubre de 1986 en un hospital de Manhattan. Posteriormente, su trabajo formó parte de numerosas exposiciones y retrospectivas, algunas de ellas en el Museo de Arte de Baltimore (Maryland); en la Gracie Mansion Gallery (Nueva York); en Pavel Zoubok Gallery (Nueva York) y en la Universidad de las Artes de Filadelfia. Asimismo, algunas de sus obras integran colecciones públicas como la del Museo Brooklyn (Brooklyn, Nueva York) y el Museo Whitney de Arte Estadounidense, también en Nueva York.