“Sentí que eran las primeras cosas que me salían bien”, cuenta Sergio Lamanna, al recordar como los dibujos fueron su mundo de escape de lo cotidiano durante la niñez; “hacía dibujos y los recortabas y los pegaba en otro papel, y los hacia mover ya desde chiquito, eso es el germen de mi obra”. Así Lamanna empezó su exploración de las imágenes, los materiales y el movimiento: “yo siempre tuve una fascinación con la anatomía y todo lo que sea animación”. Aquello que en los recuerdos son juegos, eran testeos que apuntaban a descubrir la maleabilidad y transparencias de diferentes soportes. Desentrañando como sus propiedades limitaban y/o habilitaban el dibujar, el recortar y el ensamblar cuerpos.
Todos estos “juegos” generaron un conocimiento del saber-hacer que se fue perfeccionando, que se hizo “adulto” y que se materializa en sus obras como, por ejemplo, “Fuga”: una estructura piramidal de aluminio que sostiene dos alas de tanza, madera y polipropileno. El espectador puede manipularlas a través de un sistema de cuerdas, modelándola con su accionar: “Me interesa romper la barrera entre la obra y el espectador, me interesa el animar y el animarse. Animar también en el sentido de alma, dar vida a las cosas. Las obras que están estáticas, esperando que alguien la anime, también a su vez animan la persona a tomar acción, hay una reciprocidad”, comenta Lamanna.
La interacción del público con la obra es algo que caracteriza casi todas las piezas de los artistas Sergio Lamanna, Donjo León, Hernán Soriano, Diego Dubatti, Andrés Aizicovich y Juan Sorrentino que, convocados por las curadoras María Teresa Constantín y Gabriela Vicente Irrazabal, proponen y disponen su arte para y por el observador activo en la muestra La memoria de los materiales (abierta hasta el domingo 12 de noviembre). Todas las piezas evocan una conexión con la niñez, entendida como fase de exploración sin pretensiones de utilidad inmediata, como primera instancia de producción de conocimiento. Los autores, al hablar de su labor, no se definen como “artistas” en el sentido más común del término, y de hecho, no fue lo que buscó Arthaus con este proyecto.
“En la muestra hay algo de taller” subraya Lamanna. Para Donjo León, quién se autodefine como “constructor”; el arte es, en primer lugar, “funcional a uno mismo”. Sirve para transformar en tangibles la visión del mundo entendido como espacio donde la materialidad de la naturaleza se entrelaza con las intenciones humanas. Nace así un dialogo entre el sentir humano y los materiales. Ninguno de los dos domina por encima del otro. Generar el saber y la obra es moldear la imaginación con las propiedades físico-químicas de los elementos naturales. Esto es lo que permite el proceso creativo de estos autores, lo que los habilita a abrir un abanico más amplio de posibles interacciones con la materia. En este sentido, León dialoga con el agua que se convierte en la compañera más fiel, o una escultora extraordinaria, junto a la fuerza de gravedad, de estalactitas. “Ese es un dialogo con los materiales que quieren cambiar, crecer, morir, transformarse” agrega.
La “voluntad” de los materiales también es un recurso en la obra de Hernán Soriano. En su evolución desde la pintura a la escultura, buscaba dar al “etéreo de las ideas e imaginación” la tangibilidad y la realidad impuesta por las propiedades de los elementos físicos. El autor buscaba un “arte que baje a la tierra”. De allí surge el encuentro prácticamente casual con los sonidos que las herramientas y los utensilios generan. Nace así la inquietud de explorar la interacción entre la materia y el ser humano a través de otro sentido: el odio. Lo que es un descarte o un objeto de poco valor para la sociedad se transforma en un objeto noble como un instrumento musical.
El oído humano es la principal herramienta para la exploración de propiedades intrínsecas de los objetos y su consecuente catalogación. Serrano crea relaciones nuevas entre lo material y el humano, “el orden es energía que vuelve […], estos objetos, no ordenados, no catalogados según una forma alternativa de utilizarlos, serían basura”. Se trata de una resignificación del objeto. El re-ordenar el ítem encontrado en nuevas categorías y según una función diferente es una práctica del arqueólogo, como explica Soriano. La arqueología es un campo de inspiración también para Diego Dubatti, que expone inventos resultantes desde el saber que hacer (y jugar) con las fuerzas físicas.
“Yo quería ser arqueólogo de chiquito, la arqueología es la sensibilidad al hacer humano, el tener equiparado como objeto algo que es una herramienta y algo que es arte, son igual de importantes”. Dubatti retoma la unión orgánica entre arte y técnica de la cultura occidental premoderna; explica: “tenés objetos que son bellos porque están basados en una funcionalidad, como los que puede producir un ingeniero, como un avión, una máquina, sin ninguna pretensión estética, y el arte también tiene una función […] más allá de las legitimaciones, la tarea del artista es como la tarea del alquimista”.
En la visión de Dubatti, el alquimista es la figura que une la racionalidad y la producción del ingeniero con una sensibilidad espiritual, que percibe el mundo físico como un conjunto de símbolos y metáforas. El saber-hacer en su producción se coloca también como acto político. El capitalismo pide al individuo una excesiva especialización en una única tarea acompañada por una inevitable pérdida de otros conocimientos, “perder conocimiento es perder libertad […] ya de chiquito sabía que el sistema que estábamos construyendo era muy frágil […] se cortaba la luz y volvíamos todos a la prehistoria sin saber prender un fuego o cazar […] me di cuenta que necesitaba autogestión tecnológica, recursos tecnológicos” explica el artista.
Sus obras permiten al público jugar con el electromagnetismo o con los acuarios, que exhiben, como si fuera una especie de pez, la fuerza de Arquímedes. Estas piezas emergen de un entrenamiento al saber-hacer que empieza en el “jardín de las maravillas” de su tío quien era ingeniero, todo empieza con el asombro de poder construir algo nuevo, transformar un pensamiento en un objeto.
De hecho, “las obras de arte son residuos de las ideas” cuenta Andrés Aizicovich. Su producción está enmarcada en una “actividad intelectual con un lenguaje codificado”. Así como sus colegas, Aizicovich crea objetos extraños que pueden mimetizarse con los de la cotidianidad y que requieren la intervención del visitante para activarse. Están realizados con herramientas comunes y ordinarias cuyo sentido cambia bajo el lenguaje codificado del arte. El autor las describe como “maquinas con una funcionalidad inaprensible, una funcionalidad no capitalista que apunta a la sugestión”, y tienen diferentes capas de lectura.
El público puede disfrutar las características estéticas y, a través de la acción puede incursionar en lo simbólico de la obra que reflexiona sobre la naturaleza del lenguaje y de la comunicación, propuestas como intento utópicos y momentáneos de salir de uno mismo para llegar al otro. Una vez más, en esta instancia, el juego toma el rol subversivo de romper con la separación de los saberes, “una potencialidad del arte, especialmente adentro del lenguaje del arte contemporáneo es que te da la posibilidad de jugar performáticamente con cualquier rol y no necesitás ninguna credencial” agrega Aizicovich con una sonrisa: él creó una comunidad de intercambio de saberes para llegar a concretar sus piezas. Las piezas resultan de un “trabajo relacional, no solo en su temática, ósea en la temática de los vínculos humanos, sino también en la forma en que fueron realizadas”.
Las obras y el recorrido creativo de estos artistas-constructores en La memoria de los materiales son manifestaciones del juego como herramienta de descubrimiento y de producción de un saber sobre el mundo físico, material, que toma origen con la curiosidad espontánea hacia lo que nos rodea. La curiosidad que lleva a las preguntas del “por qué” existe lo que nos rodea y del “cómo” funciona, constituye el eje del aprendizaje en la niñez y está en la base del pensamiento crítico que, en diferentes formas, el ser humano vierte en las actividades artísticas y científicas. El mundo de los adultos impone una sistematización de los saberes que se generan en la niñez.
El saber autodidacta obtenido a través de la experimentación espontánea se convierte así en carreras académicas definidas y en especializaciones, profesiones. Si tienen implicaciones prácticas rentables o si, de lo contrario, caen en el olvido, muchas veces, depende de la relación directa con un retorno económico.
Mantener de forma genuina esa curiosidad y el conocimiento que genera es un acto subversivo porque lleva inevitablemente al cuestionamiento del sistema social. “Ser contemporáneo es despegarte de la moda, poder tener una distancia de tu momento histórico, y analizar con un poquito más de libertad el momento que vos estás viviendo […] Poner una visión propia de los acontecimientos ayuda un poquito a padecer menos la realidad”, comenta Soriano.
La muestra invita el espectador a transformarse en protagonista de las obras, y ofrece, en una primera instancia, el disfrute de la estética y de la manipulación de objetos al mismo tiempo conocidos e inusuales. Este contraste abre el camino a una segunda instancia de reflexión. El arte y la ciencia son juegos de adultos, juegos serios que, hechos con ética animan al individuo a transformar la realidad hacia una convivencia justa entre todas las especies que la habitan.
* La memoria de los materiales está abierta al público de martes a domingo de 14 a 22 hs. en Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434, C.A.B.A.), hasta el domingo 19 noviembre. La entrada es libre y gratuita.
[Fotos: Matías Iesari - gentileza prensa Arthaus]