Es cierto que los perros tienen mala fama. Habrán escuchado decir a un amante de los felinos: “Bueno, no existe tal cosa como un ‘gato policía’, en cambio, por el contrario…”. Y sí. Tienen razón. Una para ellos.
O peor, ¿recuerdan a uno de los asesinos seriales más renombrados en el arte de matar? Seguramente escucharon acerca de El hijo de Sam, quien en los calurosísimos veranos de 1976 y 1977 asesinó a seis personas e hirió a otras siete en 8 tiroteos en Nueva York, sobre todo en la región de Brooklyn; sobre todo a parejas que se besuqueaban en sus autos, por el puro placer de matar (un consejo, si quieren ver una gran película que transcurre con el fondo de los asesinatos de esos días veraniegos miren Summer of Sam, El verano de Sam, del gran director Spike Lee).
El asesino se adjudicaba los hechos dejando notas a la policía en el lugar de los hechos o enviándolas a la prensa. Una de las notas decía: “Soy el ‘Hijo de Sam’. Soy un pequeño ‘mocoso’. Cuando el padre Sam se emborracha, se vuelve malo. Golpea a su familia. A veces me ata a la parte trasera de la casa. Otras veces me encierra en el garaje. A Sam le encanta beber sangre. ‘Sal y mata’ ordena el padre Sam. Detrás de nuestra casa descansa un poco. En su mayoría jóvenes, violados y masacrados, se les drenó la sangre, ahora solo huesos”.
Bueno, cuando la policía detuvo a David Bercowitz, quien confesó los asesinatos, dijo que los cometía siguiendo las órdenes de su perro, Sam. Sí, el perro le hablaba y le decía: “Kill!, KILL!” (algo así como: “¡mata, MATA!”, en español). Como para no desconfiar de los perritos…
(Nota aparte: en una confesión posterior, Berkowitz dijo que en realidad pertenecía a una secta satánica y que eran varios los asesinos, una hipótesis que el documental Los hijos de Sam, en Netflix, corrobora. Una buena en favor del pobre can).
Más acá en el tiempo y en la geografía, existen otros perros que hablan –y que dan de temer– probablemente hayan escuchado de Conan, la mascota de Javier Milei. Un perro mastín inglés, fallecido en 2017 que, clonación mediante, se transformó en cuatro animales llamados Murray Rothbard, Milton Friedman, Robert Lucas (en honor a sus admirados economistas) y otra vez Conan (en honor a Conan, El Bárbaro, personaje que interpretó Arnold Schwarzenegger en el famoso film de los años 80), a quien considera la reencarnación del primogénito. Y es que Milei considera sus “hijitos” a los canes, tal como señaló en discursos públicos.
Esto no es sólo conocido por el público argentino, sino que The New York Times publicó una nota al respecto y el conductor John Oliver del late night show de HBO realizó un informé burlándose del candidato y planteando que su elección como presidente podía compararse a darle a un mapache el cargo de cirujano jefe. “Es una mala idea”, dijo a una audiencia que reía a carcajadas. Ay, estos perros que hacen quedar mal a sus congéneres.
Para contrarrestar tanta mala fama, la editorial Taurus acaba de publicar el libro El mejor amigo del perro. Breve historia de un vínculo íntimo, del periodista inglés best seller Simon Garfield, autor de un excelente texto de divulgación científica e histórica sobre la relación de los canes con sus humanos adoptantes a lo largo de los tiempos.
Cronológicamente, Garfield propone que el lobo comenzó a transformarse en perro hace alrededor de diez mil años, cuando fueron domesticados por las primeras comunidades cazadoras recolectoras nómadas en el Asia Central. Desde ahí se desperdigaron hacia todas las latitudes del globo y llegaron a Europa hace más o menos cinco mil años. En la actualidad, hay más de mil millones de perros en el mundo, aunque sólo el veinte por ciento vive domesticado en hogares humanos. Noventa millones viven en los Estados Unidos. El libro, lamentablemente, no da cifras sobre Argentina o América latina, pero sí se detiene en Gran Bretaña, donde se han contabilizado nueve millones de habitantes perrunos.
Si bien se conocen de manera popular las conclusiones científicas realizadas por Charles Darwin acerca del origen del hombre, poco es dado a conocer que otro de sus intereses era el estudio de los perros. No tan sólo por curiosidad científica, sino por el gran cariño que sentía hacia sus mascotas. En su libro La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, de 1872, Darwin usaba como un objeto de observación a su propia perra terrier Polly, quien dormía a sus pies mientras el padre de la teoría de la evolución redactaba sus teorías.
Algunas suenan extrañas, como las de atribuir las sonrisas perrunas a emociones realmente existentes similares a las humanas; pero la observación de las maneras de los ladridos y sus significados y la sumisión devota hacia sus amos son características confirmadas por la etología, la ciencia contemporánea que estudia el comportamiento de los animales. Experimentos sobre ladridos, sobre la mirada de culpabilidad en los perros, sobre qué música les sienta mejor (tomen nota: en un centro escocés de acogida de animales se tomó el pulso y la tendencia al movimiento, el ritmo de la respiración y se concluyó que el soft rock, el reggae, el pop, la música clásica y, al final, el soul son lo que mejor convenían a los canes si se los quería mantener tranquilos). Como en muchas cosas de la actualidad, Darwin fue un precursor de los discursos sobre la contemporaneidad.
Ahora, se sabe que hay malévolos amantes de los gatos que desconfían de la inteligencia de los perros y la atribuyen solamente a la obediencia a sus amos y al acostumbramiento a las órdenes debido a su carácter de sumisión. Pues nones. La ciencia ha hablado y los resultados de los experimentos científicos dan cuenta de una frondosa inteligencia, que florece con un entrenamiento adecuado y el apropiado ambiente para desarrollar sus aptitudes. Por ejemplo, entre tantos experimentos mencionados en el libro, el departamento de Psicología del Woodford College estudió el caso del border collie Chaser, que podía reconocer a cada uno de sus más de 1022 peluches por su nombre, además de ordenarlos en compartimentos por grupos. La experiencia de aprendizaje duró tres años, lo cual demuestra que, además de amor, hay que tener paciencia con los pichichos.
Obviamente, El mejor amigo del perro se ocupa de los perros en la literatura y nombra a los personajes de Jack London, Charles Dickens, ¡Plutarco! y, sobre todo, Virginia Woolf quien, con su novela Flush, convirtió al monólogo interior de un perro en un acto literario superior. Cualquier persona que estime a los perros debe leerla. Snoopy, dentro la literatura popular y los cómics, llegó a tener 300 millones de lectores primero en las tiras de Peanuts, de Charles Monroe, que lo originaron como personaje, y en las individuales posteriores, publicadas en diarios alrededor del mundo.
En 2016 finalmente le fue dedicado a Snoopy un museo propio en Japón y en 2018 tuvo una muestra individual en el Somerset House, de Londres. Había llegado a ser el perro más popular en todo el mundo. Algo que continúa hoy en las redes sociales: cientos, miles de cuentas de Instagram, X o Facebook están dedicadas a videos, fotos e historias de perros, y pueden llegar a tener centenares de millones de seguidores, con los dividendos que ello implica.
En fin, El mejor amigo del perro es un libro que se aventura en los secretos de los canes, los conocimientos científicos sobre la especie y la cultura creada alrededor de ellos (por favor, no vean Marley y yo, la hermosa película protagonizada por Owen Wilson y Jennifer Aniston, si no quieren atravesar un torbellino de emociones fílmicas alrededor de un adorable labrador desde que es chiquitito) y que todo dog lover debería tener en su biblioteca. Es una lástima que su autor Simon Garfield no haya tenido tiempo de conocer a mi perra salchicha Leonor Acevedo de Borges, también conocida como Leni, antes de poner punto final a su opus, porque es seguro que le habría dedicado un capítulo entero de lo linda, simpática e inteligente que es.
Quiero desmentir, de paso, que sea amiga de Conan. Leni ha decidido que de ninguna manera lo quiere cerca. Es una decisión compartida con otros perros. Parece que así lo han decidido en asamblea, y es una decisión perruna que hay que respetar. Por el bien de los canes y la humanidad.
[Fotos: Getty; HBO]