“Yo llegué a la poesía por desesperación”, dice Bernabé de Vinsenci desde Saladillo, donde nació, donde vive. “La poesía vino a decirme: quedate en este mundo que hay algo. Yo no tenía nada: nada material, nada humano. El mundo estaba pero yo no estaba para el mundo. Yo deambulaba. Tuve un momento de mucha producción y de repente dejé de leer, de escribir. En ese momento la poesía me permite integrarme al mundo: me ata”. Sobre la mesa imaginaria que nos separa —porque en esta conversación hay 190 kilómetros entre una silla y la otra— están estos dos libros: La trama de lo padecientes (Engaña Pichanga Ediciones) y Breve locura sobre el compendio (Capucha Ediciones). Uno es un poemario narrativo que se lee como novela en verso, y el otro es un ensayo breve de veinte páginas. Ambos hablan y reflexionan sobre la salud mental.
Nació en 1993 y enseguida sus padres se separaron. No contó con su madre, siempre internada, “desprotegida de un entorno familiar y estatal”. Tampoco con su padre, “un hombre que siempre pensó en él y después en los demás”. Llegó al Hogar de Niños Golondrinas y permaneció ahí 18 años. “Hoy en día la justicia cambió a favor de los niños, por suerte. En mi época era distinto. Te hablo del 93 al 2011. El Hogar de Niños Golondrinas fue un centro clandestino. Todavía me acuerdo de estar parado en pelotas en el patio de la casona después de haberme ahogado en una pileta dos celadoras. Una vez una me metió la mano en la mierda de gato porque habíamos tirado un juguete. Yo salgo de ahí y empiezo a boyar. Es como si tus viejos te dicen un día ‘Lucho, te tenés que ir, acá no podés estar más, fijate’ y afuera está la realidad. Más o menos así”.
En el Hogar conoció a una señora que le ofreció hospedarlo en su casa. Empezó terapia y al poco tiempo sufrió una crisis de angustia que lo llevó a internarse en el Hospital Posadas de Saladillo. Iba a ser una semana pero fueron meses. En La trama de los padecientes hay zonas oscuras y luminosas sobre la experiencia en el hospital. Hay un poema que dice así: “Conocí en Cirugía / a un hombre / mitad rata / mitad pájaro / que había perdido la memoria; / Cada noche me rezaba / creyendo que yo / le había hurtado la memoria / una madrugada desperté / y había olvidado mi nombre: / ese mismo día / al hombre / le dieron el alta”. Y en otro, dos versos: “Con el tiempo aprendí a vivir con el peso / de lo que perdió vida”. “Creo que hay un vínculo fuerte entre el Hogar, la situación de calle y el hospital”, dice ahora.
—La trama de los padecientes y Breve locura sobre el compendio se pueden leer como una misma obra pero en diferente registro. ¿Las pensaste en simultáneo? ¿Qué relación ves entre ambos libros?
—No lo pensé en simultáneo. Surgió después. Yo desconocía los discursos antipsiquiátricos. Desconocía que existían personas que se ocupaban del maltrato institucional y social. En 2022, junto al editor de Engaña Pichanga Andrés Mackiewicz, presentamos el libro en La Plata en el espacio Trama. Además de ser una cooperativa, Trama estaba creando una biblioteca. Y encontré un librito de Alan Robinson que se llama El cuerdismo. Lo leí y algunas ideas me despertaron curiosidad. Pensé hacer una reseña del libro, primero, entrevistarlo a Alan y poco a poco la reseña se convirtió en un ensayo sobre la locura. Después pensé que tal vez el ensayo iba a completar el libro. Que podía ser un anexo para trabajadores de la Salud Mental. Entonces se editó. Por un lado La trama de lo padecientes se confecciona desde el dolor, de una voz que es arrastrada por el discurso civilización-barbarie mental y por otro Breve locura sobre el compendio me ayudó a darle un contenido más formal. Es legítimo ser poeta-loco-bohemio. Hay una idea asociada y romántica de que el que escribe poesía está loco o es bohemio. Quizás todos pasamos por ese lugar que sirve de espectáculo, pero que por dentro está vacío. Entonces el ensayo me permitió producir un contenido sin la libertad poética en la que “todo vale” a producir un libro para que se aplique, se piense no solo al que lo escribe sino pensando en otros.
—¿Qué significa escribir desde Saladillo? ¿Qué ventajas y desventajas te trae?
—Me río porque yo no soy conocido por escribir. Saladillo se envicia más en las condenas que en las virtudes. Está la idea de “¿escribiste un libro? ¡qué bueno! ¡sos escritor!”. Quizás acá se quiera escribir para lograr estatus. A mí no me interesa. Pero hay personas que escriben para salir en los diarios o que les den un reconocimiento. El que me reconozca como escritor que me pague, entonces. Porque yo no me hago cargo de una supuesta figura de escritor. Nunca mi intención fue que mi libros se reconozcan en Saladillo, salvo para algunos amigos, conocidos y personas que compartimos lecturas. De todos modos, más que por escribir, yo me desespero por leer. Me desespero porque me recomienden un libro, que lleguen novedades a la Biblioteca Municipal. Pero bueno, ojalá que uno de los dueños de las librerías de acá, Plaza Mayor, se entere que yo no robo libros, que voy a las librerías por vitalidad y también por decepción. Porque los libros que él trabaja con las grandes cadenas no los puedo comprar. Entonces me fui muchas veces con las manos vacías.
Vivir en Saladillo implica eso. Que sea raro que un tipo esté dos horas mirando libros que no va a comprar. Ante eso que se desconoce, se cae en el facilismo de que sos un chorro. Lo que posibilita escribir en Saladillo, por otro lado, es pensar en una vida dedicada a leer, a que a veces uno pueda usar la imaginación a favor. No es necesario escribir como Clarice Lispector, o hablar de que estuviste dos años en la clínica acompañando a tu papá con cáncer. No digo que esté mal, a mí como lector me aburre. Quizás Saladillo posibilita profundizar otros lugares que no son típicos de la urbe. El entorno afecta, claro. Pero no necesariamente limita. No porque viva en Saladillo voy a hablar de los bizcochuelos de la tía Olga. Te repito, antes que nada hay que posibilitar la lectura. Después se ve. Ensayo y error. Pero los lugares no condicionan. Condiciona quizás el acceso y el acceso es libertad. El acceso a no poder ir a eventos culturales o lecturas.
La poesía está en el centro de la literatura. Y también el pecho de De Vinsenci. Pero no de una forma superficial; no, no está en pose. Hay una profundidad en la poesía que no se puede simular. “Me parece genial que existan poetas que se hicieron en jardines con colibríes en las manos. O que el abuelo tenía una traducción de la Divina comedia de 1800. Está perfecto. Hay una poesía que se arma desde la perfección del mundo y otra de lo que recicla del mundo, una poesía del arte povera. A mí me interesa más la que recicla. Con esto no quiero decir que haya que hacer explícita la miseria o las desigualdades. Pero sí hay que ver el silencio del mundo cuando se desmorona, no cuando nos acordamos de la primera vez que acariciamos una vaca o vimos el cadáver de un perro.
“Escribir poesía, sí. Escribir sobre la poesía, también. Pero, ¿qué hacer desde la palabra para pensar en los otros? Tal vez escribir sobre el dolor que es propio y de todos. Porque la poesía por la poesía como salvadora en sí misma es un cenáculo que no llega a 4.7 millones de personas. Te salva a vos, quizás, a tu editor que se siente orgulloso y a un grupo reducido. Y no necesariamente hablo de la poesía comprometida. Hablo de que hay que sacar al poeta o al escritor desde ese altillo de que es especial al resto de la sociedad y siempre tiene algo interesante que decir”, sugiere.
—¿Cuándo aparece la literatura en tu vida? ¿Te acordás alguna de esas primeras lecturas reveladoras que te ayudaron a crear ese “Paraíso mucho mejor que el de Dios”, como escribís?
—Tarde. ¿Viste que los que escriben se arman su propio mito? “Empecé a escribir antes de hablar”. Mitos para ponerse encima de la tribu. A nosotros en el Hogar nos iba a leer un abuelo que se llamaba Wenceslao. De grande supe que tenía un hijo desaparecido. Me acuerdo, por ejemplo, que una vez una persona en el Hogar me dijo “si estás aburrido ponete a leer”. Y leí El túnel de Sábato en una tarde. Yo empiezo a leer por tedio. La profesora nos dio el Poema del Mío Cid y me resultó un bodrio. Y lo sigo sosteniendo: es terrible bodrio. A mí me gustaba el fútbol en esa época. Entonces vi un libro de Soriano. De a poco lo fui leyendo. Y también, de a poco, fui tomando el hábito. Tengo sensaciones hermosas de Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. Lecturas que experimenté con una intensidad que no creo que vuelva a repetir. Triste, solitario y final de Soriano es una novela que releí varias veces.
—¿Y la escritura cómo surge, por qué?
—De la lectura, sin duda, no sé cómo surge. Si lo supiera tal vez dejaría de escribir. No voy a decir “la escritura me convoca a”. Sí te puedo decir que la escritura como ejercicio en sí mismo me organiza. De repente, escribiendo aparecen cosas de la papelera de reciclaje. Siempre le preguntamos a los escritores por qué escriben. Para mí estaría bueno preguntarle también a aquellas personas que escriben sin necesidad de publicar, ni de hacer literatura, o de que los lean. De mi parte es algo que aparece a través de la lectura. Que lo haga bien o mal es otra cosa, ¿no? Se me ocurre lo siguiente, ¿qué pasaría si los libros empezaran a circular sin los nombres de los autores? ¿Todos los que escriben seguirían escribiendo? Porque es obvio que se escribe para “comunicar”, “compartir”. Pero, ¿qué pasa si eso que escribo no lleva mi nombre? Quizás sea una estupidez, aunque ahí sí sería interesante pensar por qué se escribe, para qué.
“Los médicos dicen / que el dolor se parece a nuestros silencios”, se lee en su último poemario. Comienza con un “Manifiesto antilocura”, siempre en prosa, con diálogos y algunas mayúsculas. Los demás capítulos, todos en verso, abordan la relación con la madre (“Mi madre / es como una fosa / con agua / puedo ver mi cara / reflejada en ella / y ahogarme / de tanto mirarla”), con el padre (“sobre el puño de mi padre forje / mis alas”), la niñez (“¿acaso no es fugaz la infancia desdichada, / o acaso la desdicha tiene la apresura de la / celeridad?”), la amistad, la injusticia, el futuro, la incertidumbre. El tono intimista se vuelve asertivo en Breve locura sobre el compendio: “Es posible que la bioética, por ejemplo, llegue a considerar a animales como seres humanos y otros, lejos de los modos típicos de intersubjetividad, seamos anulados como especie”.
Además de Saladillo, vivió un tiempo en La Plata, donde comenzó a estudiar Letras pero abandonó. “Me di cuenta que no podía. Lo que nos pasa a los que nos gusta escribir: creer que Letras te da la formación de escritor”. Se quedó en aquella ciudad trabajando, y conoció a una chica de Rosario. “Entonces me fui para allá. Hubo cosas hermosas y otras no tanto. Conocí grandes amigos. Nico, que trabajaba en una verdulería y me daba para que comiera. Maxi, que me enseñó la enfermedad de leer. Mi primer libro lo edité allá. Saqué una mención Sub 20 en el concurso Municipal de Rosario Felipe Aldana. Pero Rosario es cruel. Me parece que es una ciudad que todos quieren pero que nadie conoce. Una ciudad que no aloja. No los rosarinos, sino la exclusión laboral, las villas miserias por las que el turista no anda”, cuenta.
De Vinsenci tienen más libros: La era de la eyaculación desmedida, Velando por los esquizofrénicos, Ciégate para siempre e Hígado. Publicó, además, más de veinte textos en Polvo, entre relatos y ensayos. Y ya está preparando un nuevo libro que saldrá por Casagrande, uyna editorial de Rosario, adonde suele volver. “Allá tengo algunas amistades imborrables. Escribo a veces en la revista Ubik. En Casagrande va a salir un libro de cuentos que me llevó bastante tiempo, También este infierno temerás. Me siento contenido por Nicolás Manzi. Yo me propuse escribir cuentos tal vez al estilo más clásico. Cuentos que salgan del realismo pero que no pierdan la realidad. Nicolás confía en el libro. Cuentos que fuimos trabajando con Pablo Giordano, a quien le estoy infinitamente agradecido”, cuenta.
—En Breve locura sobre el compendio decís que “la locura es un tabú”, y das un abordaje histórico. ¿Creés que ese tabú se ha mantenido, que ha disminuido o se ha potenciado?
—La palabra “tabú” es un modo de generalizar un tema complejo. Me parece que la pandemia marcó un antes y un después. La ansiedad, los ataques de pánico, las fobias llegaron para quedarse. Ojalá no sea así. No porque nunca hayan existido, sino porque cobraron visibilidad. El mundo se agudizó como una maquinaria donde el cuerpo no resiste a sus demandas. La salud mental de a poco va a ir ocupando agenda en la sociedad. Hay sensibilidad a los problemas mentales. Lo cual me parece perfecto. Sin embargo, se necesitan recursos. Encuentros en los que se debatan qué es la locura, si existe o si la locura al final es un dispositivo creado desde las instituciones. Me parece que necesitamos contención. La individualidad producto de la pandemia nos puso a todos en modo cable pelado. Pero creo que la contención puede ser una vereda en la que estén paradas todas las singularidades. Yo creo que la contención da amor.
—Decís que “la muerte tampoco hará una pancarta con mi nombre”. ¿Qué significado le das a la trascendencia? ¿Creés que la literatura es una forma de trascender?
—Para mí es una forma de trascender en la medida en que si escribo trasciendo en la existencia. Hay algo ahí que está en mí y pasó al plano real. En el ejercicio de crear algo que estaba en el inconsciente, o como se llame, y aparezca en palabras. Ahora en el sentido de lápida a la que van a volver, no. Soy un nicho NN.
—¿Por qué apostar a la literatura en un mundo como hoy y en un tiempo como este?
—Hay que apostar a la palabra. Al que la da y al que la recibe. La literatura es un lugar más donde también están las palabras. Hay que apostar a la palabra que posibilita, a la palabra que acompaña. Saber que la palabra genera espacios, o vacíos. Saber que las palabras así como dan vida, la quitan. Hoy vivimos una época en donde cualquier impostor encauza emociones para su propio interés. Lo fácil de la palabra es el odio, ¿no? Te engatusa fácil. Al otro lo insulto, lo degrado, total ese otro no va estar más. Voy a estar yo conmigo mismo y con lo que yo pienso. Me parece justamente que apelar a la palabra da la esperanza de que seamos un poco más suspicaces en los momentos de suspicacia, ¿me entendés, no? Pienso mucho en Milei. El tipo es un tótem del odio. Apela contra nosotros como pueblo. Pero sabe a dónde ir. Mueve las emociones. Pero claro, las peores emociones, las más fáciles. El amor se construye, el odio nace de un instante a otro. Y para el odio basta proponer el exterminio de aquello que alguna vez no dio felicidad. Aunque no la reconozcamos y pensemos que nuestra fuerza de voluntad es la que nos hace feliz. Un pensamiento terriblemente egoísta, ¿no? Por ejemplo, te hiciste la casa con el Procrear y hablás pestes de los que cobran beneficios sociales, ¿no te parece mezquino? O de que el Estado no te dio nada, pero fuiste o sos empleado estatal. Empecemos por ahí.
[Fotos: Nidia Pellegrino]