Para 1942 Alemania ya había anexado o invadido a gran parte de Europa. La Francia de Vichy, esa fracción del país que mantenía cierta autonomía tras la firma de un armisticio dos años antes, estaba a punto de desaparecer. Ante el temor por la avanzada nazi, una joven de 23 años, Solange Beaugiron, abandona su departamento cercano la Ópera de Garnier, en el parisino barrio rojo de Pigalle, y cierra la puerta con llave para nunca más volver.
Deja allí una cápsula del tiempo en papeles que se han tornado amarillentos, partituras musicales, muebles de estilo Luis XV, piezas de taxidermia y un sin fin de cartas que resguardaron amoríos de Belle Epoque, historias de su abuela, Marthe de Florian, que involucraron a algunos de los más prominentes políticos de la época.
Además queda allí, entre muchas pinturas, un retrato de la abuela Marthe, una obra desconocida del pintor burgués italiano Giovanni Boldini, que junto a una serie de apasionadas misivas, revelaron un affaire que se mantuvo oculto hasta 2010, cuando el departamento fue reabierto casi 70 años después.
Marthe de Florian, anotada en registro oficial como Héloïse Mathilde Beaugiron en 1864, parisina, fue una actriz teatral, como tantas otras, pero con un notable éxito en los círculos de prominentes y de los que se consideraba más respetables hombres, que se juntaban en lugares como Les Folies Bergères para beber copas, mirar espectáculos y dialogar sobre el progreso del país y las artes.
Pertenecía ella al selecto grupo de semi-mondaine o demi-mondaine, término procedente de una comedia que Alexandre Dumas, que se ganaban la vida como prostitutas de lujo o amantes oficiales de algún ricachón, empresario o político, lo mismo daba.
Tenían sus propios departamentos amueblados, incluso algunas hasta personal de servicio, y a lo largo de la historia han sido retratados por artistas como Paul Baudry, Henri Gervex, Édouard Manet, Léon Bonnat, Josef Engelhart o Singer Sargent, quien también tiene su rol en esta historia.
De Florian tuvo, entre sus amantes políticos, a Georges Clemenceau, primer ministro y jefe de gobierno durante el régimen de la Tercera República Francesa; Pierre Waldeck-Rousseau, primer ministro; Paul Deschanel, presidente de la República, y Gaston Doumergue, presidente de la Tercera República. Y el ya comentado romance con Boldini.
Boldini, por su parte, fue un artista formado en la Academia de Bellas Artes de Florencia y ya desde sus años de juventud se convierte en un asiduo participante de los espacios de los adinerados, de los salones aristocráticos. Considerado el “primer artista chic” recibió críticas por sus retratos de ejecución rápida, considerados mercantilistas, a los que llamaban superficiales.
Así, fue incluido dentro del decadentismo, la corriente artística, literaria, etc, que se originó en Francia a finales del XIX, y que como muchos términos surgió de manera despectiva desde la crítica académica, pero terminó siendo reconfigurado y adoptado por sus destinatarios. Uno de sus obras más representativas de ese estilo es el Retrato del Conde de Montesquiou, considerado por Marcel Proust como un “decadente exquisito”.
Allí, realiza murales para la “La Falconiera”, una villa perteneciente a la familia Falconer, y luego realiza con ellos un viaje a Francia, donde trabaja para clientes de Montecarlo, mientras que visita en París la Exposición Universal y comienza a relacionarse con Edgar Degas, Alfred Sisley y Édouard Manet.
Luego de un paso por Londres, donde también se relaciona con las clases altas, regresa a Florencia, y se instala ya en París durante 1871, donde trabaja para Adolphe Goupil, un importante marchante y editor de arte francés, quien le encarga cuadros dieciochesco, en boga en el momento.
En 1874 se presenta con éxito en el Salón con su obra Las Lavanderas y entabla una relación con la condesa Gabrielle de Rasty, de quien expone un retrato en el Salón del año siguiente. La cuestión es que Boldini se convierte en una especie de pintor de cámara, pero sirviendo para los nuevos reyes económicos de esa Europa de finales del siglo XIX, compartiendo espacios con artistas destacadísimos como el sueco Anders Zorn o el estadounidense John Singer Sargent.
Singer Sargent en 1884 presentó en el Salón el escandaloso retrato Madame X, Virginie Amélie Avegno Gautreau, una estadounidense que desde su infancia se mudó a Francia junto a su madre viuda, quien la formó para ingresar en los círculos más selectos de la Ciudad del la Luz.
Casada con Pierre Gautreau, un banquero francés y magnate naviero, Madame X se convirtió en una célebre socialité parisina y una de las primeras mujeres en teñirse el pelo y usar maquillaje, algo que entonces era más propio de las prostitutas que de la alta sociedad. Aquel retrato, con un vestido escotado, sin mangas, para contrastar con su “palidez aristocrática”, despertó tal escándalo que el pintor debió abandonar París para reiniciar su carrera en Londres.
En la novela A Paris Apartment (2014), la autora Michelle Gable recrea la relación entre la demi-mondaine y el pintor italiano, y plantea una amistad entre Boldini y Sargent, a tal punto que el italiano se hizo cargo del estudio en la Rue Notre Dame des Champs del estadounidense, cuando este debió partir hacia el Reino Unido.
De hecho, si se observa ambos retratos -el de Boldini está datado en 1898- se pueden apreciar ciertas similitudes en la propuesta, como la pose provocativa para la época con los hombros al aire, aunque el italiano, poseedor de un estilo que otorgaba mayor movimiento, con el impresionismo ya en escena, genera una pieza aún más sensual, jugando con los límites del escote, mientras las manos parecen bajar lo que podría ser un vestido de noche.
Por supuesto, el retrato de Marthe de Florian no se hizo para mostrarse en público, fue, más bien, una demostración privada de un vínculo que se mantenía fuera de lo social, más allá de los rumores. De hecho, a diferencia de otros affaires de la actriz que eran vox populi, la relación con el pintor fue desconocida hasta que el departamento se reabrió en 2010.
La nieta de Marthe se mudó hacia el sur del país, a Normandía, ante la avanzada nazi con la idea de regresar algún día, por lo que continuó pagando los impuestos mes a mes, pero por alguna razón nunca lo hizo y falleció a los 91 años, casi siete décadas después de haber abandonado París.
La obra estaba descatalogada, pero comprobar su procedencia no fue difícil, más allá de que estaba firmado, ya que en el domicilio se encontró una tarjeta de visita con una nota de amor del pintor y en un libro de 1951, encargado por Emilia Cardona, la viuda del artista, se hacía referencia al mismo.
Así, la pintura salió a subasta en 2016, por el estudio Choppin de Janvry y asociados, en París, con un precio potencial de 300 mil euros, aunque luego de una fuerte puja entre varios interesados pasó a manos privadas por 2,1 millones, convirtiéndose en la obra más cara del legado del italiana y, sin dudas, la historia detrás de la pieza tuvo mucho que ver en eso.