Descomunales y apacibles yaguaretés de cerámica de más de un metro y medio de largo sobre perfumada alfalfa; una pintura hecha con propóleo junto a leños hallados en un bosque; árboles reales y maíz –el oro de América–, hechos en cerámica y otros reales, integran El origen del origen, de Desirée De Ridder y Alfredo Muñoz, en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta (MAC).
Esta exhibición multisensorial, que incluye 9 instalaciones que ocupan las 9 salas del primer piso del museo, condensa aromas, sonidos, piezas escultóricas, pinturas, apachetas, tierra de colores hipnóticos, adobe. Hay también cactus guerreros protectores que emergen exultantes, y más de medio centenar de tinajas horneadas a leña que remiten a los rituales de pureza y sanación y que De Ridder hizo con un equipo de asistentes, “durante muchos meses de trabajo, horneadas a leña, con mucho amor”.
“Reubicar barro, leña, maíz, alfalfa, tabaco, semillas, árboles en un museo es reconocer y agradecer los dones infinitos de la naturaleza, poner en valor la belleza de los materiales más simples y primarios”, escribe Julio Sánchez Baroni, en el texto curatorial.
De Ridder y Muñoz están unidos por su comunión con la madre tierra. De Ridder, quien en pandemia quedó atrapada durante más de tres meses en el Castello di Potentino, en la Toscana (en Italia), donde fue a hacer una residencia artística, vive en el campo, a 300 km de la ciudad de Buenos Aires, en Perkins, y trabaja en un taller de adobe que hizo junto a sus hijos. Las piezas realizadas durante la pandemia en su encierro forzado en el castillo se expusieron recientemente en un atelier romano que cuenta con degustación de vinos, apenas a tres cuadras de Piazza Navona.
De Ridder trabaja con hornos a leña que ella misma construye y que también enseña a hacer en sus seminarios destinados a artistas y público en general. “La cerámica se ha cocido con hornos a leña durante más de 10 mil años. Hay registros de piezas horneadas desde hace 15 mil años. Los hornos eléctricos aparecen con la era industrial: es algo relativamente nuevo”, dice la artista en diálogo con Infobae. Y agrega: “Toda la historia de la humanidad se registra a través de la cerámica. Los primeros registros de la humanidad son con cuencos, ollas y urnas funerarias. Estamos hablando de los fenicios y de Medio Oriente, pero acá nosotros también tenemos registros: por ejemplo, de la cultura de San Francisco, en Jujuy”.
Con hornos que hizo en nuestro país, en Italia y en Ibiza, busca que no desaparezca la tradición ancestral que conecta con hombres y mujeres de otros tiempos. “No sólo es cocinar una escultura, un cuenco o un símbolo, sino que se trata de algo espiritual muy profundo que te conecta con nuestros antepasados, con el fuego y la arcilla”. Por eso, cuenta la artista, jamás usa hornos eléctricos para sus obras: en ellos no hay espiritualidad, ni dimensión mágica.
Bellos yaguaretés copan una de las salas: “Son uno de los seres más sagrados que tenemos, desde México hasta Argentina. Todos los pueblos originarios de todos esos países (menos Chile) han tenido registros de yaguaretés y consideran que es el ser más sagrado que tenemos. En Argentina, quedan sólo 200 y en Uruguay está extinto”, señala la artista, quien estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón (UNA) y Animación en Central Saint Martins College of Art and Design, en Londres. “¿Qué nos pasa a los seres humanos? ¿Nos fagocita la tecnología?”, se cuestiona. “Por supuesto –sigue– la extinción del yaguareté fue causada por el desmonte y la caza indiscriminada, pero también por la ausencia de espiritualidad, por los egos”.
En una de las salas del MAC, la artista construyó un horno a leña (hecho con adobe y elementos naturales como arena, bosta y arcilla) simbólicamente potente: la cocción, esa transformación con el fuego, implicaba un acto sagrado. “Las personas se juntaban alrededor del fuego –señala–. Ahora en la ceremonia de los hornos a leña se junta un grupo alrededor del fuego. Hay una conexión que te lleva a la era paleolítica, al hombre de Neandertal. Y es fundamental porque hoy el mundo está colapsado por caprichos egocéntricos. Creo, además, que los artistas tienen que volver a trabajar en equipo, con otros artistas. Ya no va más el trabajo solitario, obsesivo, ególatra, que habla de vanidades. Eso no tiene ningún valor”.
Artista, ecologista, defensora de la naturaleza, De Ridder mantiene una coherencia absoluta entre lo que sostiene y su praxis. Para sus obras, recolecta ramas caídas y arcilla de los ríos, tal como lo hacían nuestros ancestros. Desde que decidió alejarse para siempre de la vorágine opresiva de la ciudad, se autoabastece: tiene huerta, gallinas, árboles frutales y su infaltable horno a leña. “Te das cuenta que necesitás muy poco”, afirma la artista, cuyas piezas integran colecciones de Roma, Capalbio, Ibiza, y otras de nuestro país.
Ahora se prepara para ir a la Bienal del Cairo, donde hará una instalación con cocodrilos (considerados allí seres sagrados) que emergen de la tierra y tótems. Irá con un grupo de colaboradores y trabajará con materiales naturales que encuentre en el lugar: todo un desafío.
En una de las salas, ocupa lugar protagónico una apacheta hecha con piedras de cerámica y tierras de colores, que simboliza, dice Muñoz, su autor, que el hombre es un peregrino y que está de paso por este mundo. En la exhibición hay miles de panes de adobe: Muñoz trabajó con un grupo de ladrilleros este material milenario. “Me acerqué a los ladrilleros ya que el origen de la cerámica está en el adobe. Me interesaba ver cómo trabajan ellos los ladrillos y el adobe. Fue muy lindo porque se generó un vínculo personal con ellos”, recuerda Muñoz, cuya obra integra colecciones privadas de Argentina, Chile, Canadá, EE.UU., España, Italia, Suiza, Japón y Bélgica. Y añade: “Al principio no me conocían. Ellos pensaban qué quiere este de nosotros, qué quiere ofrecernos o qué nos viene a sacar. Quería mostrar ese conocimiento ancestral que tienen. Son oficios que se van perdiendo por el crecimiento de la industria”.
Los panes de adobe luego se donarán a distintas instituciones para realizar construcciones sustentables, también el maíz será donado y los árboles nativos (ceibo, tipa, cebil, lapacho) de la fundación Eco Nativa Salta se usarán para reforestar y parquizar espacios verdes.
Artista y médico salteño, Muñoz pintó con distintos elementos no tradicionales que van desde café y tierra hasta su propia sangre. Hace ya casi una década desarrolló una técnica para pintar con propóleo. “Es una resina de los árboles que se usa para sellar las colmenas de las abejas –dice–. Después de que se saca la miel se desarma la colmena, eso se tritura, y se hace el bagazo de propóleo. Yo lo pongo a macerar en alcohol durante un año. Con el pigmento que larga, que es un tinte natural, pinto. Antes de comenzar a pintar con esto, que descubrí hace una década en un monasterio benedictino, estudié la química del propóleo para ver su durabilidad. Es un material eterno y muy resistente: los egipcios lo usaban para sellar las cámaras mortuorias. Es muy noble, no se contamina porque es antiséptico”.
La comunión con la madre tierra marca el pulso de las deslumbrantes creaciones de estos artistas. El horno a leña que construyó De Ridder se encuentra junto a 30 candelabros con velas hechas de cera de abejas, que se prendieron durante la inauguración de la exhibición. Uno intuye que ese ritual compartido implica amar la arcilla y la arena que cae en nuestras manos: respetar su poderosa capacidad de transformación vital.
*La muestra se puede visitar en el MAC, Museo de Arte Contemporáneo de Salta (Zuviria 90, Salta), de martes a domingos y feriados de 10 a 20h. Cierre: 26 de noviembre