Fernanda Laguna da los últimos toques a Los 2000 ¿Estás preparada para ser feliz?, la muestra que reúne por primera vez ochenta pinturas, dibujos, collages, diarios y publicaciones, todas realizadas entre 2000 y 2003, cuando Belleza y Felicidad (ByF), el legendario espacio que había fundado con la escritora y traductora Cecilia Pavón en 1999, abría sus puertas en la esquina de Guardia Vieja y Acuña de Figueroa. Ahí vendían materiales para artistas, chucherías y publicaciones artesanales, y aprovechaban cada centímetro cuadrado, incluyendo sótano y patio, para organizar muestras, performances y lecturas. A partir del 99, Laguna había empezado a publicar poesía y narrativa como Dalia Rosetti. En 2003, el proyecto de ByF abrió una sede en Villa Fiorito, donde continúa en actividad.
El 80% de obras en Los 2000…, según calcula la artista, colgaban en ByF “como parte de la escena propia”, pero nunca habían formado parte de una exhibición. Ahora ocupan las tres salas del primer piso de la Galería Nora Fisch. Con ellas, Laguna inauguró “una cierta ética y estética que piden del espectador un abordaje sensible igualmente radical, y que continúa siendo influyente en la producción de generaciones más jóvenes” –apunta la galerista–. En el marco de la muestra se presentará el libro del mismo título publicado por la editorial rosarina Iván Rosado.
Acompañan la selección de trabajos un video que se reproduce en el pasillo, un fanzine especialmente confeccionado para esta ocasión, una banda sonora y un glosario de la artista que define “Lo real” y “Primer mundo”, pero también “Decoración”, “Ilusión óptica”, “Celos” y “Fantasía”, entre otros conceptos que atraviesan su producción. Respecto de los celos, por ejemplo, establece que pueden ser “una señal que nos dice que hay algo que no estamos haciendo a full a full a full”.
Curada por Santiago Villanueva, la exhibición se estructura a partir de tres momentos: la relación entre la crisis personal (emocional) y la crisis económica, el surgimiento del espacio de arte Belleza y Felicidad (1999-2008), y las recurrencias a la música, que abarcan desde el techno experimental de DJ Hell hasta el desesperado “¿Por qué me abandonaste?”, de Paloma San Basilio, pasando por el “Flash” de “La chica del bikini azul” de un joven Luis Miguel y unas Chicks on Speed, que supieron indicar el camino del feminismo, entre otros y otras. La música funcionaba en aquellos años de crisis “como forma de antídoto para evadirse y bailar” –escribe Juan Laxagueborde en las páginas del libro–. Laguna realizó su collage DJ Hell en 2001, por ejemplo, y dice que se trata de “una obra conceptual medio de juguete”.
La artista creó un lenguaje visual marcado por el contexto, de materialidad sencilla y aparentemente frágil, un impulso espontáneo que describe como “agarrar en la mesa lo que estuviera al alcance de la mano” combinado con una emocionalidad intensa que se manifiesta a menudo en palabras coloquiales manuscritas sobre cartulinas o recortes de revistas, con pegatinas y ventanas de papel que remiten a posters decorativos, tarjetas de salutación y a todo una producción gráfica analógica anterior al surgimiento de redes sociales. A diferencia de los mensajes digitales, estos objetos permitían manipulaciones, tajos y dobleces, a los que podían superponerse stickers e intervenciones como tachones, quemaduras y huellas de clavos, tachuelas u otras cosas.
Sobre una de las paredes sobresale el mango negro de un cuchillo con una mancha roja alrededor, clavado sobre un corazón de cartón corrugado un poco deforme, en cuyos bordes se observan restos de ceniza. La obra (Subiendo la escalera, 2004-2008) permite sujetar el mango y presionar. “Es un corazón herido, quemado –dice Laguna–. En las formas negras que hago como quince años después se ven muchas cosas que yo hacía en otras épocas, se repiten los intereses: los cortes de la cara o de cicatrices, que están acá [pintados]”.
La selección de los trabajos se vincula en general “con la crisis del 2001, con la falta de dinero, con que no sabía el futuro cuál iba a ser, mucha incertidumbre. Y a la vez ahí en el 2000 como que arrancó toda la cosa callejera”, dice a Infobae Cultura.
—¿Qué hacías por la calle en esa época?
—Me hice amiga de una mujer que vivía en la calle, que la llevé a vivir conmigo. Tomaba cerveza en la calle con desconocidos. Quise que se sintiera esa cosa despojada de los 2000, dura y triste, que tiene un humor, pero es un humor de “antídoto” para la tristeza. Yo llevaba mis cuadros, por ejemplo, a bailar a la discoteca; íbamos a una que entrábamos gratis, y era reimportante que pudieran entrar en mi cartera para poder sacarlos a la calle, los llevaba para mostrarlos.
—¿Cómo funciona ese “antídoto”?
—Lo que para muchos es humor, para mí es real. Por ejemplo, en los audios hablo de un oso que era mi único compañero. Si en los 2000 hubiera tenido que tirarlo para sobrevivir, lo hubiera hecho, pero yo lo decía en el sentido real, porque era mi compañero total. Entonces hay cosas que la gente las lee como ironía o humor, pero no lo son. Un poema que se llama “El planeta de los gnomos” dice: “barrí todo el piso, / revisé la basura de la palita minuciosamente / y no encontré casi nada” (Poesías, 1995). Pero estoy hablando de algo real, entonces los gnomos son las dos cosas, real y no real.
—¿O sea que puede tratarse de algo verdadero o imaginario, pero hay un efecto real que se produce al pensar en algo, en este caso, los gnomos?
—Como que sentís que están, estás convencida y es tan fuerte la emoción que lo sentís. A la vez, sabés que no son reales, pero el sentimiento es una realidad porque existe. Ponele que fuera un delirio; el delirio es real, tan real como lo otro.
—En la muestra se reconocen, hechas a mano, apropiadas, imágenes muy populares de la industria gráfica, que atraviesan lo social y tienen una forma muy efectiva.
—Es una pavada ese cuadro (señala Hola, 2000), dice “No abrir”. Y el que abre porque no respeta las normas, ve que adentro dice “Hola”. Y es una cosa muy sencilla y muy tonta que tiene que ver con los sentimientos, con el juego, con el querer hacer una zancadilla boba, pero a la vez tierna. La ternura es una capacidad sobre todo de los indefensos, de los niños para no ser devorados [por sus mayores]. Entonces los leoncitos son tiernos para que no se los coman sus padres. Hay algo en la ternura que a mí me gusta por esa cosa de que permite ser salvada del mundo. Como decirle al mundo “No me comas” y hago algo tierno.
—Sería como el precio que tenés que pagar para que el mundo te…
—Me quiera. Sí. Como decía Marta Minujín: “yo lo único que quiero es que la gente me quiera”. Lo dijo así, una vez que yo estaba en una charla. Qué genial. Eso es todo. ¿Entendés?
—Vos hablabas de “expresionismo depresivo”, que supongo que tiene que ver con lo pequeño, en contraste con las pinturas de gran formato asociadas generalmente con el expresionismo abstracto, por ejemplo.
—Y aparte, como agarrar en la mesa lo que estuviera al alcance de la mano. Si había un pedacito de nylon, yo decía “voy a hacer una copa calada”, por ejemplo. Tenía muy poca energía. Y es reexpresionista todo, pero así, como un expresionismo no exultante, más bien pasaje.
—Y en ese contexto te presentaste a la Beca Antorchas. ¿Cómo fue tu propuesta?
—En la muestra está la carpeta que presenté en el año 2000. La aplicación era para un cuadro mágico que cumpliera deseos. Me parecía que tenía que proponer algo ambicioso para que me dieran todo ese presupuesto y ¿qué más ambicioso que hacer un cuadro mágico?
—¿Cómo iba a funcionar la magia?
—Tenía que llevar al cuadro a conocer el mundo, que era Mar del Plata, Córdoba, acá en la Argentina. Conocer el mundo quiere decir el mar, la arena, la tierra, el pasto, las montañas, los ríos, las ciudades, la gente, los barrios, lo pobre, lo rico, todas las cosas. Tampoco tenía muy claro cómo era que iba a ser el cuadro: no sabía si yo lo iba a hacer mágico o si se iba a volver mágico. Tenía que estudiarlo para ver cuál era el nombre y cuál era la invocación que tenía que hacer.
—¿Primero vos lo pintabas y así ibas a producir el conocimiento para que se vuelva mágico?
—Exacto. Igual era todo experimental, no era que yo ya tenía la fórmula de cómo hacer un cuadro mágico, sino que el proyecto era todo el proceso de cómo encontrar esa fórmula, digamos. Pero sobre todo era algo económico, siempre me parecía que por un cuadro como este de la gomita pegada (señala una pieza sin título de la serie Collage sobre papel, 2000), no me iban a dar el equivalente de lo que ahora serían 300 mil pesos. Porque eso lo podía hacer por nada. ¿Cómo justificaba la plata? Entonces necesitaba inventar algo más sobresaliente y grande, con materiales, con cosas. Más que algo mágico no se me ocurrió.
—¿Pudiste hacer alguna vez una obra mágica?
—Una vez yo estaba en una fiesta y dije “este corcho va a ser el más famoso del mundo”. Y me lo llevé y al final terminó en una obra que está acá y para mí es como la Gioconda. Es una obra muy, muy, muy clásica que tiene el corcho más famoso del mundo (Solo vos y yo, 2000).
—Como modernista, la veo.
—Sí, tal cual. Y esto es expresionismo depresivo. Porque, por ejemplo, las líneas, ¿ves?, no tienen ni siquiera energía. Es todo muy difuso, pero en toda esa difusión y esa suciedad se ve como una obra clásica, como surrealista.
—Parece basado en la historia del arte, pero hecha con lo mínimo, un hilito pegado.
—Sí, toda la muestra es bastante con poco.
—En el borde de arriba, la tela está un poco rotita.
—Eso es porque yo usaba los pedazos de tela enteros, como que usaba bastante. En otra más, el borde de la tela tenía unas grampas de cuando la pintaron en la pared. Esa parte se deja sin pintar, pero yo usaba todo.
—A pesar de la precariedad, ¿algunos de los objetos pegados en las obras en el momento podían considerarse pequeños lujos?
—Sí. Están puestos porque, dentro de lo que había, era lo lujoso, digamos. Un corcho es lujoso también, ¿viste? Tenés que tener el vino para tener el corcho. Digamos, son pequeños lujos: un sticker en esa época era algo preciado. No, no era basura.
—¿Cómo eligieron el nombre “Belleza y Felicidad”?
—El nombre tiene que ver con un ansia de belleza y de felicidad. Cuando lo abrimos con Cecilia, estábamos en otro plano, pero al pensar en la tienda, ¿cuál puede ser la tienda de regalos más lujosa del mundo? “Belleza y Felicidad”, como esos hoteles baratos que se llaman “Roma” o “París”, bueno, como que son muy ambiciosos, muy de tienda brasilera, a todo trapo, pero toda cachuza.
—Ya ese nombre implica una contradicción.
—Nos tildaban de frívolas por haber elegido ese nombre, pero bueno, es que uno es frívolo y a la vez es comprometido, es las dos cosas. Además, la frivolidad es algo bueno también, tiene que ver con la fiesta, con el soltar un montón de miedos y cosas, y está lo comprometido que es superlindo y que es genial. Me gusta la frivolidad mezclada con lo comprometido.
—¿Te pidieron alguna vez que lo aclares?
—Se planteó varias veces la dicotomía: o es frívola o es comprometida, o es tonta o se hace, o es infantil o es adulta, o es una cosa o es la otra. Y hace poco descubrí que soy un montón de cosas: soy boluda y soy inteligente. ¿Entendés? Soy las dos cosas a la vez. En algunos campos de las relaciones soy bastante de salame. Y en algunas cosas tengo miedo, pero a la vez también al miedo lo trato de subsanar con humor. Uso mucho el humor para levantar el ánimo, como una especie de antídoto frente al drama. La contratapa del libro de [la editorial rosarina] Iván Rosado que va a salir, habla de eso, de que era tanto lo que sufría, estaba tan desesperada, tan sola, tan perdida, que era como que ese extremo ya hasta me daba risa.
Siento que la identidad es algo múltiple, que no es un yo, sino son yos que conviven en une, pero que une no es une, sino unes. Los amigos, las amigas, son partes, son tan importantes que a veces son yos, digamos.
—De alguna forma cada cual proyecta en las demás personas…
—Sus propias cosas. Yo, por ejemplo, Dalia Rossetti, ni yo sé cómo escribe. Es como que es increíble, pero cuando ella aparece tiene un tono de voz, un humor que es muy diferente al mío, ¿viste? Y es genial.
—¿Y qué opinaría Dalia Rossetti de todo esto?
—Le parecería una pavada.
—¿Por qué?
—El arte le parece una pavada.
—¿A ella le parece que todo esto es frívolo, estaría en contra por eso?
—No, no, le parece que las obras muestran mucha carencia y necesidad en los demás y ella no se puede permitir esa carencia, ¿entendés? Por ejemplo, esto de que sea todo retro. Dalia va para adelante porque para existir tiene que ir para adelante. Ya pensar en algo viejo no le parece.
—¿Piensa que no es actual?
—No.
—Estas obras se basan en una imaginería analógica que ya no existe. ¿Hoy podrías seguir haciendo esto?
—No, ahora me dedico a hacer artesanías. Tengo todo como una colección. Me dividí en Fernanda Laguna y en Blixmi Velo Aurín alias Sangrecita. Artesanías para no vender, por fuera del mercado: son para tocar, para usar, para poner. Como que tienen todo lo que es lo táctil.
—¿Las hacés con residuos reciclables?
—Con la basura reciclable, con cosas de la naturaleza, con cajas usadas, con cartones, con todo. Me gustaría abrir una tienda de artesanías, pero que no se vendan. No sé cómo voy a hacer, pero en algún momento voy a hacer algo. Me parecía que tenía que tener una obra que naciera para no ser pensada como como mercancía. Y a la vez, justo una artesanía que es remercancía, ¿no? Así que no sé, no lo tengo muy claro.
—¿Son cosas que necesitan cierto marco para poder funcionar?
—Sí, yo tenía un evento que se llamaba Potlatch versus Capitalismo: en un momento decía esa frase y entonces todos nos regalábamos cosas. Y tenía que ver con crear un momento de suspender el mercado.
—Volviendo a Dalia Rosetti, ¿a Fernanda Laguna le importa su opinión?
—En una época, Fernanda Laguna estaba celosa de Dalia. Me daba celos de que la gente la quisiera a Dalia y, pero te juro, tenía celos de verdad. Después se me pasó, después entendí que convivíamos y que también soy yo ella, como que yos somos las dos.
—De alguna manera, entonces, el personaje de Dalia te permite ver las cosas desde una distancia, por ejemplo, quizá todo esto desde su perspectiva, podría ser melancólico. Sin embargo, no es una muestra melancólica.
—No, yo no soy melancólica. Cuando cerré Belleza…, dije, chau, se cerró, punto. Recién hace unos pocos años que empecé a hablar algo de Belleza… por notas y cosas, ¿viste? Pero yo había cerrado totalmente, no existe. No me gusta la melancolía. Ya uno tiene mucho como para la melancolía.
—Estas obras llegan hasta 2003, pero Belleza y Felicidad siguió hasta el 2008. O sea que esto no cierra esa etapa.
—No, apenas que la abre. Esto es como un momento que tiene que ver también con los años de crisis, ¿no? Se siente eso en los cuadros, la precariedad y todo eso. Entonces es como marcar una época.
—¿Se puede ver como un testimonio de eso, o preferís no verlo así?
—No, por eso es una muestra 2023, porque estamos en otro lugar, es otra época, es otro todo. Yo en mi casa lo tengo todo esto en un placard: tengo los 90 en un estante, los 2000 en otro y otras cosas en otro más. Y ahí los tengo todos apilados así, como telitas, me encantan. Son para estar en un cajón.
—Pero también te gusta mostrarlas.
—Sí, sí, sí, pero bueno, tardé 23 años.
* La muestra Los 2000. ¿Estás preparada para ser feliz? está abierta al público de martes a sábados de 14 a 19, hasta fin de noviembre de 2023, en Galería Nora Fisch, San Juan 701 (C.A.B.A.)
[Fotos: Prensa de Fernanda Laguna]