“El dieciséis, creo que éste es el dieciséis”, dice César Bisso frente a su último libro. Se titula Andares y se publicó por Ediciones La Yunta hace apenas unos meses. Pasó una vida desde que escribió el primero, y quizás varias desde que garabateó los primeros versos, las primeras palabras que dibujaron una metáfora, el reverso de la realidad, la decodificación de una emoción secreta. Ahora, en un café del barrio porteño de Agronomía que homenajea a Cortázar —Rayuela Bar, se llama —, Bisso cuenta la historia detrás de este libro. Nació, dice, como una ocurrencia. Unos años atrás, en Resistencia, se cruzó con un poeta, docente y editor chaqueño que vivía en Corrientes: Tony Zalazar.
“Cuando uno se encuentra con otros poetas se cuenta lo que hace. Y me dijo: mándame unos poemas. Tenía unos cuantos inéditos; se los mandé, le gustaron y me dijo: quiero hacer un libro. Él tenía una editorial, Ananga Ranga, y a fines del 2019 ya tenía el libro impreso. Lo fui a presentar a Corrientes, también a Resistencia, y quedó pendiente hacer una en Buenos Aires, por la pandemia, que dejó todo archivado en un cajón. Cuando, en el año 2021, empezamos a volver a pergeñar esta posibilidad de presentarlo en Buenos Aires, en Rosario y en Santa Fe, que era un poco las ganas que él tenía y yo también, me llegó la terrible noticia de que Tony se había suicidado. Nadie sabe los motivos. Tenía 40, 41 años”.
“Él, como editor, iba largando el libro por partes, de a puñados, y los distribuía en escuelas de Corrientes. Tenía mucho feeling con los alumnos. También iba a una feria que se hacía todos los fines de semana: llevaba libros y los vendía. Le encantaba esto de promocionar poetas. Cuando lo presentamos en Corrientes me traje unos veinte o treinta libros que los distribuí entre amigos. Y después quedó prácticamente en el olvido porque no había ejemplares y porque ya no estaba Tony”. Hasta que hablando con otro poeta, Alejandro Cesáreo, de Ediciones La Yunta, surgió la idea de reeditarlo. Dejó intacto el prólogo de Zalazar, le agregó una breve presentación suya y algunos poemas más. Y acá está el libro, renovado.
—Hay un poema dedicado a Salazar, pero también a un montón de artistas: Chaplin, Simone, Cafrune, Huidobro, incluso a tu familia. ¿Qué representa este libro para vos?
—Rafael Oteriño, quien posiblemente me acompañe en la presentación que vamos a ver si la hacemos en noviembre, me decía algo sobre Agamben: que poetizar es muy importante, pero a veces más importante todavía es saberse poetizado. Eso es lo que sintió en el poema que yo le dediqué. A veces el poetizado ni se entera que uno escribe sobre él, pero para mí es una descarga. Este libro es un libro que está reconstruido de vivencias, de emociones, de recuerdos, de viajes por el mundo. Y uno va captando instantes que te llevan a decir algo desde la poesía, no desde la mera percepción. No escribo por una admiración profunda a un determinado artista, sino por lo que representa ese artista en algún momento de mi vida. Quizás no conozca mucho más de Chaplin que las pocas películas que uno pudo ver pero de golpe encuentro una postura del artista frente a la vida. Y ahí aparece algo: cómo uno lo puede captar desde la poesía. Viendo un documental sobre Nina Simone me entero de cómo fue su infancia. Ella caminaba sobre los rieles del ferrocarril en Carolina del Norte y de un lado tenía el pueblo de los blancos y del otro el pueblo de los negros-Era un lugar donde el Ku Klux Klan tenía mucha vigencia. Y tenía caminar hacia la casa del profesor de piano sin mirar hacia un lado de los rieles porque había cadáveres colgados de los árboles. Ella cerraba los ojos para no ver esa vida terrible. Pero también me impresionó cuando tomó una posición sobre la problemática social de Estados Unidos. Ella les pide ser lo que quiere ser, y que la verdad trascienda por encima de todo ese artificio en la vida de un artista. Son cosas que, al decirlas poéticamente, tal vez salgan mejor.
—La pregunta es: ¿por qué la elección de la poesía? Porque esa historia o esa escena se puede contar de muchas de formas, incluso desde el dibujo.
—Lacan decía que el poeta no sabe lo que dice, pero lo dice antes. Tal vez la poesía te permita esa posibilidad de decir antes que otro una determinada cosa porque lo dice de una manera determinada. El poeta trata de alejarse de cualquier expresión común panfletaria y de fácil acceso, digamos, a un lector. Trata, primero, de inmiscuirse con el lenguaje, porque es el lenguaje el que lo trasciende al poeta. Incluso lo antecede. Uno elige la poesía porque uno tiene la vida atravesada por la poesía. Yo a los 12 años, cuando perdí a mi hermana, ella era un poco más grande que yo, lo primero que se me ocurrió fue escribir un poema. Sin saber lo que era un poema. Pero surgió esa idea: un poema escrito desde el dolor. No era un poema de amor, no era un poema de estremecimiento. Y después, a partir de ahí, se me ocurrió que todo lo que llegaba, todo lo que pensaba, Todo lo que miraba, se me traducía en versos. Fue un proceso lento que después se fue dando por factores extraordinarios. Primero, entrar en una escuela secundaria, una escuela industrial que nada tenía que ver la parte con la literatura, pero sí, obligatoriamente, tenía que dar literatura. Me tocó una profesora, una escritora, y ella captó, cuando yo tenía apenas 14 años, lo que me pasaba y me empezó a incentivar. Y después, a los 17 años, El Litoral de Santa Fe publicó unos poemas míos en un suplemento cultural. Y empecé un taller donde arranqué con lecturas fuertes: Whitman, Vallejo, Neruda, poetas que tenían mucha vigencia estando en el colegio.
A mediados de los años sesenta, con 14 años, su profesora lo convoca a un encuentro con “un gran poeta”. “No sabíamos quién era. Y si lo mencionó, tampoco lo registramos. Me eligió a mí porque sabía que me gustaba todo esto. Éramos varios. Nos llevó a una confitería céntrica de Santa Fe. Y ahí conozco al poeta que estaba sentado, apoyado en un bastón, mirando (o no) por la ventana. Era Borges”, cuenta Bisso sobre aquel encuentro germinal, inolvidable, mítico dentro de su biografía personal. “Hace poco entendí mejor todo porque me puse a hacer como una línea de tiempo hacia atrás. ¿Sabés quién era el profesor del Colegio de la Inmaculada Concepción que llevó a Borges? Bergoglio”.
Esa mañana llevó al encuentro un cuestionario con varias preguntas. Una pregunta que ahora recuerda tenía que ver con el lenguaje, qué representaba para Borges el lenguaje, cómo se relacionaba con ese artefacto enigmático. “Y él me respondió, esas palabras las tengo acá, grabados en la mente: ‘sobriedad, el lenguaje debe ser sobrio’. Y me dice también que no es lo mismo decir ‘un sol luminoso’ que ‘un sol indecible’. Esa fue la pregunta que me tocó hacer a mí. Otro chico hizo otra; y otra persona, otra. Y al otro día recuerdo que la profesora estaba exultante. Nosotros, en cambio, no estábamos todavía consustanciados de lo que era la poesía ni lo que era Borges”.
En ese momento Bisso no vivía en Coronda, donde nació, en 1952, sino en Santo Tomé. Su padre, aduanero, había sido trasladado, y con él su familia. Poco a poco lo poesía lo fue abduciendo y en 1976 publicó su primer poemario: La agonía del silencio. Después, “por razones obvias” dice, “un cierre total”. El segundo sale en democracia, en 1986, El límite de los días, ya en Buenos Aires, donde estudiaba además Sociología en la UBA. Se recibió en 1992 y fue docente universitario durante poco menos de treinta años. Además, claro, periodista: dirigió La voz de Santo Tomé, trabajó en Tiempo Argentino, fue libretista en Radio Splendid, corresponsal de Radio Rebelde de Cuba.
—También te dedicaste al ensayo sociológico.
—Sí, escribí muchos ensayos. Algunos están publicados en revistas académicas. Nunca llegué a un libro, pero creo que más por vago que por otra cosa, porque había mucho material para trabajar. Quizás el tema que más trabajé fue el poder y el saber en la cárceles. Estuve mucho tiempo dando clases en la cárcel de Devoto, en la cárcel de Ezeiza: materias de la carrera Sociología. Eran grupos que nunca llegaron a superar los ocho o nueve estudiantes. Ellos se veían muy identificados con esa lucha por la construcción de nuevos saberes, porque era a través de los saberes donde podían lograr ser algo y resistir, si no quedaban sometidos a una disciplina carcelaria de control y sumisión que no lo conduce a nada. Reaccionar frente a una realidad muy dura y salir con alguna posibilidad de reeducarse, de resocializarse. Conversábamos mucho sobre el poder instituido, el poder del sistema que también, de alguna forma, nos encarcela. Quizás todos mis poemas tengan algún signo de eso, así como tienen un signo muy fluvial por mi entrecruzamiento con el río, con las islas, con la naturaleza. Es una construcción metafísica: el mundo totalmente despojado, una imagen más bien este panteísta, donde trato de sacarle todo el condicionamiento social, la isla pura, con sus criaturas reales, ya sea flora o fauna. En Juanele quizás esté con una postura más orientalista, pero sin llegar a perseguir un poco a Juan L. Ortiz. Sí, mirándolo siempre de reojo. No, porque yo creo. Es una persona que ilustra muy bien todo lo que estoy diciendo ahora. Este y es una poesía superadora, no lo aluvional.
—Formaste parte de quienes impulsaron el proyecto de ley para reconocer a la naturaleza como sujeto de derecho. Hay, además de una mirada poética, una mirada política.
—Es una medida hermosa y cautivadora. Entre las iniciativas del proyecto de Teuco Castilla está crear bosques de poesía para que cada bosque se transforme en un poema. Y cada poema en un bosque. Es una forma de salir un poco de este mundo de cemento que nos hostiga día a día. Y porque el medio ambiente está en peligro, obviamente que está en peligro, lo vemos a diario con las inundaciones, con los con los fuegos que se producen en distintas partes del planeta. Y así surgió esto. Me entusiasmó la idea. Yo los llevé a Coronda en marzo del año pasado. Pudimos crear el Bosque de la Poesía. Ha quedado ya instalado dentro del Vivero Municipal en un rincón muy lindo donde los domingos esporádicamente se juntan a leer poesía, a tocar música. Se trata de hacer algo desde la pequeña dimensión de un pueblo. A veces se lo busca solamente en el centro de la ciudad, pero acá lo que hicimos fue trasladarlo prácticamente a la periferia de la ciudad. Para que la gente sepa que después del centro hay vida.
“No me resigno a darme por vencido”, escribe Bisso en este libro. “El lento andar tras la luna sostendrá mi huella solitaria”, también. En Andares conviven la reflexión permanente sobre la poesía, las postales de recovecos secretos en barrios y ciudades, el homenaje a la humanidad de ciertos artistas y una eterna pregunta sobre belleza y la sensibilidad en el mundo. En el prólogo, Zalazar dice que Bisso es un “baqueano de la poesía” que lleva al lector por “las huellas frescas de la utopía”. Se constata en este libro, pero también en toda su obra: el recorrido en el tren San Martín que hace en La jornada, la contemplación del río en De abajo mira el cielo y la incógnita de un gato en Haikus felinos.
“Escribo desde la incertidumbre”, dice ahora, en este mediodía de sol. “Desde la desesperanza, el miedo, el dolor y, sobre todo, por la fuerza de sentir que vale la pena escribir. Después amar y después volver a sufrir mientras haya vida, como la letra del tango”. Y agrega: “Hay esperanza. ¿Cómo no va a haber? Hoy una de las grandes preguntas es cómo se construye. Porque se cree que todas las cosas se resuelven económicamente o políticamente. Yo no, yo creo que hay una cuestión cultural de fondo, por encima de todo. Es culpa de todos o no es culpa de nadie. Es lo que es, es lo que hay. Tenemos que aferrarnos a lo que somos, no de lo que queremos ser, porque seguro que todos queremos ser diferentes”.
No hay cinismo, tampoco mera descripción. En la poesía de César Bisso hay un compromiso total con el poema. Él está ahí, adentro, metido hasta el cuello, sin poder salir, sin querer salir. En un poema de Andares escribe: “El mozo retira la taza. Mira con asombro. / ¿Le pasa algo señor? No, estoy bien / Sólo es otra herida piadosa de la escritura”. Y en otro: “El poema es culpable porque no sabe ser inocente”. Ahora, dice: “La poesía es verdadera cuando no incorpora ningún instrumento del poder para expresarse y tampoco se deja embestir por la prepotencia de un sistema perverso que no teme del poeta, sino del poema”. Y agrega: “Mi gran sueño es que alguna vez la poesía pacifique a las bestias”.
—¿Qué te permite la mirada poética, que tiene esa mirada que las demás no tienen?
—En principio, que no puede existir siempre la misma mirada, porque nadie se baña dos veces en el mismo río. Te puedo asegurar que vos te sentaste frente al mar y no vas a ver el mismo mar que viste ayer. Y con la vida pasa lo mismo. Y con tu vida urbana pasa lo mismo. Desde la mirada del poeta nunca va a ser lo mismo, nunca puede ser lo mismo. Estamos obligados a transformar el mundo desde la palabra, aunque no lo logremos, pero ese es nuestro lugar. Uno hablar mejor a través desde un poema que desde la ambigüedad del pensamiento instituido. Uno tiene que hablar desde el cuerpo. No es la misión del poeta hablar desde ese pensamiento que uno ya tiene construido en la mente y lo va repitiendo permanentemente, o para accionar a favor o en contra de algo, o para defenderse o para embestir. El poeta tiene que pararse en la otra orilla y tratar de ver más allá. No siempre lo logra. Pocas veces, de hecho. Es la única posibilidad que tenemos.
—¿Por qué seguir apostando a la poesía en un mundo como este y en una época como esta?
—Porque la poesía nos lleva a mirar algo y buscarle siempre otra vuelta de tuerca. “¿Qué ves?” Esa pregunta nos la hacemos a veces entre amigos. “Cerrá los ojos. ¿Qué estás viendo?” Y alguien empieza a escribir. Eso me enseñaron mucho los surrealistas: para mí, el arte más revolucionario que ha surgido hasta el momento. Le permite a uno buscar dentro de todo un gran conglomerado una pequeña punta, un pequeño agujerito que le haga ver una cosa diferente. Yo me aferro a eso y trato de hablar desde ahí, porque si no, como decimos, termina siendo una gran celebración de algo que no dice nada. Encontrar ese instante, ese lugar para poder expresarlo. Como los tamborileros de Trinidad, que pueden añorar la falta de un Zitarrosa, pero esperan un nuevo amanecer. Ahí está puesta toda la esperanza, que sea un nuevo amanecer diferente al anterior.
[Fotos: Maximiliano Luna]