Calamaro, diez años de “Bohemio”: un artista en plena mutación de estados de ánimo

Se cumple una década del lanzamiento del disco que marca un cambio de época en la discografía del rocker argentino: más cercano, frágil, “gauchesco y matero”, y alejado de la gran ciudad

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Se cumplen diez años del lanzamiento de "Bohemio", de Andrés Calamaro
Se cumplen diez años del lanzamiento de "Bohemio", de Andrés Calamaro

Bohemio salió cuando la obra de Calamaro ya estaba hecha. ¿Qué podía aportar un disco nuevo al inmenso pasado de un artista que ya había creado tanto? Por eso quienes formamos su público nos preparamos para escuchar un disco que iba a estar mejor o peor pero que no iba a mover ningún tablero ni ningún podio. Las chances de que desbancara a Honestidad brutal (otros dirán: a Alta suciedad) eran cercanas a cero.

Además eran años de farándula y escándalo: el casamiento y divorcio con Julieta Cardinali y las idas y vueltas con Micaela Breque lo ponían frecuentemente en los programas de la tarde. Y, por si fuera poco, asomaba el Andrés de las redes.

Y entonces, entre informes de Ángel de Brito y los primeros escarceos en Twitter, empezó a sonar “Belgrano”, la primera canción del disco, como diciendo: mi obra no está terminada y acá lo único importante que pasó es que se murió Spinetta.

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Aunque la palabra “bohemio” aparecía con cierta frecuencia en El salmón (en “Mi funeral 11″: “El bohemio se pudrió / mucho antes del milenio”; en “Querámonos”: “Soy el último bohemio del milenio / y me extingo si no nos queremos”; en “P.N.S.U.R.H.Q.S.U.R. (Recuerdo Reloco)”: “Debo ser un bohemio / una especie de otro milenio”), el hecho es que Bohemio está lejos del Calamaro descarnado de esa época. Pero tampoco es el Calamaro que se regodea en su propia alegría pop, como sucede en La lengua popular.

El Calamaro que se trasluce en Bohemio es un Calamaro cercano y frágil; de ahí la expresión de la tapa, que recuerda a ese increíble pasaje de Tirados en el pasto, el libro que sacó en coautoría con Alejandro Rozitchner, en el que Rozitchner lo consuela: “Uy, Andrés, no te podés poner así. (…) De hecho venías haciendo mucho estos últimos años. Tocando, grabando, te va muy bien, hacés cosas muy lindas, te gusta mucho hacerlas, no hay problema con eso. El problema es esa sensación chota que se te viene encima”. (Esta terapia a cielo abierto sucedía en el año 2000, en la época artística más dorada de Andrés).

"El Calamaro que se trasluce en Bohemio es un Calamaro cercano y frágil"
"El Calamaro que se trasluce en Bohemio es un Calamaro cercano y frágil"

El de Bohemio es un Calamaro como de resaca, mezcla del artista tóxico de antaño con el Calamaro gauchesco y matero que despunta en Bohemio y cuya máxima expresión será “Diego Armando Canciones”, de Cargar la suerte.

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Al tema inicial le siguen un puñado de canciones que más que canciones son sensaciones íntimas y estados de ánimo que resbalan como un sedante, salvo por un par de temas movidos. Así hasta llegar a “Plástico fino”, alma del disco y declaración de principios. El legado de Miguel Abuelo (a quien Calamaro le había dedicado “Con Abuelo”, una hermosísima canción de despedida incluida en Honestidad brutal que es el antecedente más claro de “Belgrano”) se realiza en la gesta del recién amanecido que vislumbra el día nuevo. “Miro tranquilamente las luces de la mañana” se escucha en “Plástico fino”, y ese momento del día recorre el disco: “Soy el primero en saludar al día nuevo” (”Inexplicable”), “Por mí saldría el sol todos los días” (”Tantas veces”). Bohemio es un disco más diurno que nocturno y más matinal que vespertino; la hora del Calamaro gauchesco y matero es la mañana.

Un siglo y medio antes José Hernández había escrito en el Martín Fierro: “Y sentao junto al jogón / A esperar que venga el día; / Al cimarrón le prendía / Hasta ponerse rechoncho / Mientras su china dormía / Tapadita con su poncho”. Calamaro escribiría en Cargar la suerte, el disco que vino después de Bohemio: “A la mañana temprano / me acompaña el mate amargo / si no hay mate yo no arranco / la jornada evolutiva / para qué pisar ortigas / si puedo llegar volando”.

En la tapa de Bohemio vemos el horizonte y un sol naciente. Es ya el Andrés actual de la llanura, el que vive en las afueras de la ciudad y lejos de los épicos departamentos del centro.

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Las personas que usamos las efemérides como excusa para escribir artículos somos como los soldados de William Wallace: queremos lanzarnos sobre nuestro objetivo pero el tiempo nos grita hold!, “¡esperen!”. Las reglas del arte dicen que para escribir sobre algo del pasado (un libro, una película) tiene que haber transcurrido cierto tiempo. En ese sentido, los diez años que pasaron desde la edición de Bohemio parecen poco. Pero, justamente, ese es el mérito del disco.

Calamaro ya había hecho todo. Había sido candombero cuando debutó con Beto Satragni en Raíces. Había sido ochentoso tocando en Los Abuelos y produciendo a los Cadillacs, los Enanitos y Don Cornelio (cuyo primer disco me sigue pareciendo más cercano a Calamaro que a Palo Pandolfo). Había renovado el rock español en aleación con Ariel Rot. Había cantado flamenco con Niño Josele, Javier Limón y Diego el Cigala. Había tenido su veta caribeña y salsera acercándose a Rubén Blades y Héctor Lavoe. Había cantado tango en Tinta roja. Se había acercado a los albores del rock nacional cantando “Rock de la mujer perdida” con Claudio Gabis y convocando a Ciro Fogliatta a su banda. Había grabado con Litto Nebbia.

Videoclip de "Bohemio", de Andrés Calamaro

Pero aún así, siendo un artista que ya había agotado todos los predicados, hizo un disco como Bohemio, que en las primeras escuchas puede gustar un poco más o un poco menos pero después, y aún sin figurar en ningún podio, pasa orgánicamente a formar parte fundamental de su discografía.

[Fotos: EFE / Thomas Canet]

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