La filósofa y socióloga eslovena Renata Salecl, cuarta y última invitada del programa de Residencias de Escritores del MALBA, estuvo en Buenos Aires durante septiembre, trabajando en su próximo libro sobre la apatía, el compromiso político y la desafectivización.
Salecl se desempeña como investigadora en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Ljubljana y es profesora en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Ejerce la docencia en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo (Nueva York), sobre psicoanálisis y derecho, y también dicta cursos sobre neurociencia y derecho. En español publicó los libros (Per)versiones del amor y del odio, publicado por Siglo XXI; y, por Ediciones Godot, otros cinco: Angustia, El placer de la transgresión, Pasión por la ignorancia: qué elegimos saber y por qué, La tiranía de la elección y Humanovirus.
En diálogo con Infobae Cultura, Salecl contó sobre su proyecto de escritura, y algunos de los temas trabajados en su último libro, Humanovirus, publicado en 2023 por Ediciones Godot.
—¿Qué estás trabajando para la residencia?
—Estoy trabajando en un nuevo libro sobre la apatía en los tiempos actuales. El libro analiza cómo la gente reacciona al caos que existe a nuestro alrededor. Desde agitaciones políticas, o el fenómeno del populismo acá y en otros lugares, se están tomando decisiones políticas muy importantes. Elecciones en todo América, elecciones del Parlamento Europeo. ¿Cómo percibe la gente, especialmente los jóvenes, si tiene sentido comprometerse políticamente? ¿Si vale la pena ir a votar o no?
En ese mismo sentido podemos pensar el cambio climático: no parece que estemos haciendo nada lo suficientemente rápido para prevenir las próximas catástrofes, y estamos viviendo prácticamente una crisis de cambio climático tras otra. En los últimos meses, hemos tenido incendios en América y Europa. Hubo inundaciones en Eslovenia, tuvimos como un tercio del país bajo el agua. Estoy escribiendo sobre cómo reaccionar o cómo tratar de no reaccionar, cómo distanciarse de todo esto.
Y luego el tercer tema del libro abarca discusiones más psicoanalíticas sobre el sujeto desafectado. Muchos de mis amigos psicoanalistas, especialmente en los Estados Unidos, me comentan que están tratando cada vez más pacientes, especialmente jóvenes, que tienen grandes problemas para expresar con palabras sus sentimientos. Les cuesta hablar sobre lo que sienten, como si se encerraran en sí mismos sin poder encontrar salida.
—¿Creés que es porque tienen problemas para traducir las emociones en palabras, o tienen problemas para sentirlas, directamente?
—Creo que son las dos cosas. Expresar los sentimientos con palabras requiere cierto vocabulario, cierto entrenamiento a través de la socialización, que aprendemos o no aprendemos en nuestra familia o en la escuela. Puede que vivamos en una familia en la que no se habla de las emociones, o a veces ni siquiera hay deseo circulando. Pero también podría ser que están buscando sustancias ú objetos que de alguna manera les impiden sentir. Siempre es interesante ver si queremos tener un montón de sentimientos o si intentamos adormecerlos, dehacernos de ellos. Estar tan bombardeados por los medios de comunicación, las redes, los juegos de computadora o de celular, etc., también cambia la forma en la que experimentamos ciertas emociones.
—Al mismo tiempo, esto convive con el discurso del amor propio, o del auto-conocimiento, en impera la idea de ponerse a uno mismo siempre por encima de los demás.
—Yo crecí en la Yugoslavia socialista, donde la socialización, desde la primera infancia, reforzaba la importancia de la cooperación. Todo era sobre la participación, importaba la comunidad. Por supuesto, había detrás un proyecto ideológico, y la futura sociedad socialista requería que los grupos de trabajadores, campesinos e intelectuales no estuvieran totalmente separados. Había un fuerte estímulo para ir a los campos de trabajo en verano, con la idea de que la juventud, los trabajadores y los intelectuales colaboraran y mantuvieran la cohesión de la sociedad. Hoy, con el discurso neoliberal, todo se trata de ganar.
—¿Creés que queda algo de ese socialismo en Eslovenia hoy en día?
—Sorprendentemente, justo en ese momento en el que sufrimos inundaciones realmente horribles, tuve la sensación de que estábamos volviendo al socialismo por la forma en que reaccionaba la gente, como si hubiera una especie de remanente de los viejos tiempos. La gente literalmente lo dejaba todo y conducía durante kilómetros hasta las zonas inundadas para ayudar a completos desconocidos. Tuvimos un fin de semana en el que miles de voluntarios se metieron en las casas de gente de zonas muy remotas para ayudarles, para recuperar al menos algo de sus antiguas casas o para arreglar de alguna manera su entorno. También hubo mucha ayuda financiera a través de la solidaridad.
La gente empezó a elogiar a los bomberos, a los organizadores comunitarios, en vez de a los famosos, a los influencers de Instagram o a los millonarios, que son las personas a las que se suele elogiar en los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales. Y se empezó a hablar de que deberíamos volver a dar un porcentaje de nuestro salario para que el Estado pueda reaccionar más rápido a este tipo de catástrofes, algo que existía en tiempos del socialismo. Por supuesto, rápidamente se instaló la discusión si debería ser obligatorio o voluntario, donde entramos de nuevo en las cuestiones de la elección y en la idea neoliberal del sujeto decidiendo por sí mismo.
—En Humanovirus, tu ensayo sobre el COVID-19, trabajás la tensión entre solidaridad e individualidad. Este tipo de circunstancias, sean ambientales, epidemiológicas o políticas, ¿nos lleva más a modelos con base social-comunitaria, como el socialismo o la social-democracia, o a modelos que refuerzan la individualidad, como el neoliberalismo?
—Cuando tenemos inundaciones o catástrofes similares, no podemos hacer nada realmente por nuestra cuenta. Ni siquiera el propio municipio puede solucionar nada. Podés intentar evitar futuras inundaciones en tu pueblo, pero entonces puede que estés arruinando alguno cercano si construís una presa o algo así. Lo mismo ocurre con el cambio climático. La pandemia del COVID fue una gran oportunidad perdida en este sentido. El mayor error se cometió al principio, cuando las empresas farmacéuticas, como Moderna o Pfizer, no aceptaron compartir las patentes aun habiendo recibido grandes cantidades de dinero público para desarrollar las vacunas. La historia de la ley de patentes, especialmente en los Estados Unidos, es una historia de batallas políticas: los precios de los medicamentos, como vimos en los debates sobre la crisis del SIDA, impidieron a los países pobres acceder a los mismos, y, por ende, salvarle la vida a un montón de gente.
Lo mismo ocurrió con el COVID, en donde organizaciones y personas humanitarias como Bill Gates, al principio, lucharon activamente contra el levantamiento de las patentes, abogando por cambiar las restrictivas leyes de patentes de Estados Unidos para compartir libremente con el resto del mundo los conocimientos sobre las vacunas y ayudar a fabricarlas en el Tercer Mundo. Hay que dar la pelea para que las farmacéuticas no suban los precios de los medicamentos que se produjeron con la ayuda de la investigación financiada con fondos públicos.
—Mencionaste a Bill Gates y yo pensé en Santi Maratea, un influencer argentino conocido por recaudar millones de pesos, vía donaciones de pequeños ahorristas. ¿Son personajes inherentes al neoliberalismo?
—No niego que pueda ayudar a mucha gente que un humanitario venga y recaude dinero para su causa. Sin embargo, creo que tenemos que resolver los problemas sociales como sociedad, lo que significa recaudar impuestos, no malversar el dinero público, etcétera. El impuesto a las grandes riquezas es mucho mejor que esperar a que los ricos elijan una causa a la que donar. La mayoría de los multimillonarios quieren tener causas atractivas que puedan resolver muy fácilmente, algo que les permita poner su nombre a una solución particular. Los problemas globales no requieren sólo una solución particular e inversiones únicas. Los problemas globales requieren soluciones globales.
—Todo esto convive con el mercado en alza de las inteligencias artificiales, y con la idea de que tanto robots como las IAs nos van a poder reemplazar en un futuro, algo que también trabajaste en Humanovirus. ¿Tenemos que tenerle miedo a los avances tecnológicos?
—Hay una diferencia cultural interesante entre Japón y Estados Unidos. En Japón, se los representa como positivos en el manga, y en Estados Unidos tenemos a RoboCop y los robots que eliminan a la sociedad. En general, con la inteligencia artificial, creo que tenemos que ser cautelosos. Por supuesto, no debemos negar que la inteligencia artificial puede ayudarnos en muchas cosas: muchas tareas tediosas podrían no ser necesarias para los humanos en el futuro. Pero tenemos que saber que los datos relacionados con la inteligencia artificial están en manos de un par de grandes empresas.
Tampoco sabemos cómo funciona realmente la inteligencia artificial, qué algoritmos la guían, por lo que en cierto modo estamos abriendo una caja de Pandora. Tenemos muchas más posibilidades de entender qué impulsa a la gente y qué emociones guían sus decisiones políticas que hace diez años, por lo que existe un gran problema para nuestra democracia. Está también el problema de las noticias falsas y las teorías conspirativas. Los líderes autoritarios están explotando el hecho de que ya no nos creemos nada. Sus discursos se basan en que dudamos de todo, es un lugar perfecto para manipularnos.
—No solo dudamos de todo, sino que muchas veces discutimos, votamos, actuamos guiados por nuestras emociones, en vez de por hechos o datos concretos.
—Milei está prometiendo a la gente no necesariamente que va a hacer algo, sino que primero va a evitar una especie de status quo. Es la misma fantasía que había con Trump, que vía correrse del status quo, algo nueva emerja. Hay un gran número de personas que están pensando que el mundo como lo conocemos necesita un reinicio, lo que significa que tenemos que detener el desarrollo y tal vez reiniciar la sociedad.
—Y del otro lado se habla de que no nos saquen nuestros derechos, pero hay mucha gente que no tiene las necesidades básicas satisfechas.
—Ni recursos. Y ahí aparece esta otra idea neoliberal, que nos bombardeó durante décadas: todo está en sus manos. Solo tienen que tomar mejores decisiones, trabajar más duro. El neoliberalismo potencia el sentimiento de culpa, además de la ansiedad, generando la sensación de que hay que criticarse a uno mismo constantemente. Esto impide también pensar en la justicia social, porque impide la organización social.
—Otra de los aspectos de la pandemia que rescatás en Humanovirus es la facilidad con la que algunas personas asumieron posturas autoritarias, marcando qué reglas del distanciamiento social no se respetaban. ¿Sobrevive hoy esta tendencia a asumirse figura de autoridad?
—Creo que el COVID desató ciertas emociones que se pueden relacionar con el concepto de socialización que Freud describió en Psicología de las masas y análisis del yo, en donde ubica que la justicia social implica que uno se deniega muchas cosas, para que los otros deban renunciar a lo mismo, o, por lo menos, no puedan exigirlas. Esa idea de justicia social se diluyó en las últimas décadas, al igual que la igualdad o la solidaridad. Los derechos sociales en particular se convirtieron en una cuestión de competencia en la que el éxito de uno casi requiere la falta de éxito de otro. Las reglas sociales implican reprimir ciertas tendencias agresivas hacia los otros, y, en tiempos de crisis como la del COVID, todo tipo de esas tendencias agresivas salieron a la luz.
—Volvemos a lo mismo: estamos viviendo una época en la que el yo impera por sobre lo colectivo, y por sobre el Otro. Pienso en otro de tus libros, La tiranía de la elección, y en lo difícil que es elegir algo que nos represente, sea una carrera profesional ú otra elección vital.
—Siempre provocó ansiedad pensar en quién queremos ser o cómo nos ven los demás. Hoy a eso se le suma tener muchos espejos en internet, como son Instagram o TikTok, en donde nos observamos constantemente a nosotros mismos y a los demás y podemos compararnos. Hace algún tiempo escribí un ensayo sobre la ansiedad de la moda, y me sorprendió mucho cómo hace décadas que lo que te ponés para una ocasión particular ha sido provocador de ansiedad. Hoy en día, por supuesto, hay más opciones, y también haya tal vez más presión para ser uno mismo.
[Fotos: Felipe Bozzani / Gentileza prensa Malba]