Parravicini, el actor “que hizo reír a 3 generaciones”, y la insólita historia del comunista que noveló su vida

La Biblioteca Nacional reedita la rareza “La vida romántica y aventurera de Parravicini”, una obra de Alfredo Varela publicada por entregas en la revista “¡Aquí Está!” en 1945. ¿Quién es el autor, quién el protagonista y por qué este libro es “inesperado”?

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Florencio Parravicini en la Casa del Teatro, en el centro de la foto. También se ve a Marcelo T. de Alvear, Regina Pacini y Pierina Dealessi
Florencio Parravicini en la Casa del Teatro, en el centro de la foto. También se ve a Marcelo T. de Alvear, Regina Pacini y Pierina Dealessi

“¡Fuego! ¡Auxilio! ¡Se está quemando la casa!” Sobre la calle Juncal, entre Azcuénaga y Larrea, Ciudad de Buenos Aires, un domicilio arde en llamas. No hay grandes edificios a la vista: estamos en la penúltima década del siglo XIX. Los Cabrera, propietarios de la casa, ya están en la vereda, pero falta el pequeño Raúl, de nueve. Al lado viven los Parravicini —el pater familias es un coronel, director de la Penitenciaría—, que observan la escena, en pijamas, desde el balcón. “¡Raúl! ¡Raúl!”

Entonces, desde ese preciso balcón, alguien salta directo a la calle. No es el coronel, es su hijo, un joven muchacho que solía “entretenerse en diabluras”. “¡Señora! ¡Yo le salvaré a su hijo!” Florencio Parravicini, quien luego será un actor respetado, aclamado, vitoreado, se sumerge en el humo y a los tantos minutos sale victorioso con el niño en brazos. La historia es una de las mil de anécdotas que escribió Alfredo Varela bajo el seudónimo Martín Alvera.

El libro, su gran biografía, es La vida romántica y aventurera de Parravicini: el hombre que hizo reír a tres generaciones. Lo acaba de editar la Biblioteca Nacional pero se publicó entre el 5 de julio y el 31 de diciembre de 1945 en la revista ¡Aquí Está! “Él no sirve para espectador. Jamás se contentó con la pasiva actitud del que se limita a observar. Es, auténticamente, un actor. Un actor de la vida”, escribe Varela intentando explicar, no sólo la hazaña del fuego, sino el método de Parra.

Un método que le permitió pasar de “ganarse los garbanzos” lavando copas en un barco o cantando tangos en Europa a “derrochar un millón de pesos” en las noches porteñas. Y también convertirse en la leyenda del teatro, “el dueño de la risa, el domador ante el cual se rendía todas las noches, doblándose en carcajadas estrepitosas, un público numeroso y adicto; la ciudad toda”.

“La vida romántica y aventurera de Parravicini: el hombre que hizo reír a tres generaciones”, de Alfredo Varela, con el seudónimo Martín Alvera
“La vida romántica y aventurera de Parravicini: el hombre que hizo reír a tres generaciones”, de Alfredo Varela, con el seudónimo Martín Alvera

Aplausos y adrenalina

Frente al espejo o sobre un escenario, Parra se transformaba: “repentinamente ese rostro singular se disloca en muecas inverosímiles, grotescas, risibles o espantosas”. Nadie que lo haya visto en escena lo olvidaba. Pero ¿quién era, qué era? El principio de todo es este: Florencio Bartolomé Parravicini Romero Cazón, nacido en Buenos Aires, el 24 de agosto de 1876, estaba insertado en un árbol genealógico unido a Napoleón Bonaparte y a Giacomo Casanova.

Heredó una fortuna y la dilapidó en París, de donde volvió, según sus propias palabras, “con la satisfacción del deber cumplido”: “No crea que eso me costó ningún trabajo. Fue la cosa más fácil del mundo”. Desprendido, irreverente, así vivía, así vivió. Y con la actuación, con el arte, ¿era diferente? “Parra, mimado por el público, solía olvidarse a veces de él. Suspendía la función sin avisar a nadie o diciéndolo a último momento. Y desaparecía hasta la jornada siguiente”, cuenta Varela.

Hay registros, muchos. Del teatro, fotos. Y del cine, películas enteras subidas a YouTube. Como la primera, Hasta después de muerta, dirigida por Ernesto Gunche y Eduardo Martínez de la Pera, sobre un guion suyo. Cine mudo y en blanco y negro, año 1916. Quizás la más recordada sea Los muchachos de antes no usaban gomina, de 1937. Pero hizo varias más: Malgarejo, Tres anclados en París, La vida es un tango, El diablo con faldas, entre otras.

Antes de todo se estrellato hay una vida silvestre que clama por aplausos y adrenalina. Como aquel espectáculo en Casino Oriental, siempre a sala llena, donde disparaba con dos pistolas a la vez —de niño ya era hábil tirador— sobre su asistente: sobre la cabeza, un huevo o una caja de fósforos; en el pecho, una horquilla de hierro con un fósforo encendido. “Infaliblemente una de las balas voltea el objeto colocado en la cabeza, mientras la otra apaga el fósforo”.

Afiche de “Los muchachos de antes no usaban gomina”, película de 1937
Afiche de “Los muchachos de antes no usaban gomina”, película de 1937

El seudónimo del comunista

El autor de esta novela es Alfredo Varela, escritor, traductor y periodista nacido en Buenos Aires en 1914 y muerto en Mar del Plata en 1984. Su gran novela fue El río oscuro, publicada en 1943, sobre la explotación casi esclavista en los yerbatales de Corrientes y Misiones. En ella se basó Hugo del Carril para hacer la película Las aguas bajan turbias en 1952. Además de autor era militante del Partico Comunista, motivo por el cual fue perseguido y encarcelado varias veces.

Hay una anécdota de 1952, cuando lo meten preso al salir de la Embajada de la Unión Soviética. Para entonces ya estaba trabajando con Del Carril, militante peronista. Fue él quien habló con Perón para que lo liberaran. Cuando habló con Varela, el entonces presidente le preguntó por que está preso. “Por orinar frente a la embajada soviética”, respondió, provocador. Y Perón dijo: “Mire, al final somos todos un poco comunistas, si al final lo que buscamos es la justicia social”.

La pregunta que surge, entonces, es por qué un militante comunista se interesa en las aventuras de un actor popular. Por este motivo, en la introducción del libro, los investigadores Javier Trímoli y Guillermo Korn dicen: “Creemos no exagerar ni un poco al afirmar que las cincuenta y dos notas que publica Alfredo Varela a lo largo de seis meses sobre episodios de la vida de Florencio Parravicini nos colocan ante lo inesperado, incluso ante lo insólito”.

Y además, ¿por qué el seudónimo, Martín Alvera, que es segundo nombre y su apellido en anagrama? Una posible respuesta es: para “amortiguar el desvío, quizás también el escándalo; cosa que se encadena con la justificación: principalmente se concentró en esta vida tan ajena a sus preocupaciones, a la suya propia, por la imperiosa necesidad de asegurar el sustento, de ganarse el pan en una coyuntura que es cuesta arriba para un militante orgánico de un partido que se encuentra en la semiclandestinidad”.

Alfredo Varela
Alfredo Varela

En el estudio preliminar, Federico Boido, Nicolás Reydó y Tomás Schuliaquer dicen que el seudónimo se debe a “cierta popularidad de Varela por haber publicado El río oscuro; su importancia creciente en el PCA que no coincidía necesariamente con la temática de artículos que escribía más por necesidad laboral que por interés político; la persecución sufrida por los intelectuales y militantes comunistas. Sin embargo, ninguna hipótesis es concluyente o definitiva, porque incluso en abril de 1947, tres años después de haber inaugurado su seudónimo, siguió publicando en Aquí Está! con su verdadero nombre”.

El río oscuro se tradujo a quince idiomas, pero también escribió Güemes y la guerra de los gauchos, Un periodista argentino en la Unión Soviética, Jorge Calvo, una juventud heroica, Cuba con toda la barba, Abono inagotable y Poesías. Recibió la medalla Joliot‐Curie en 1965, el Premio Lenin de la Paz en 1972 y la Orden de la Amistad de los Pueblos en 1974.

Literatura perdida

Hace más de diez años, en un antiguo PH en Villa Urquiza que estaba siendo reconstruido, encuentran varias cajas: cartas, libros, cuadernos, manuscritos. Acá aparece algo del azar: el arquitecto, que de chico había militado en la Federación Juvenil Comunista, le suena el nombre que se repite en los textos, Alfredo Varela. Finalmente una parte de todas esas cajas termina en la Biblioteca Nacional, en la casa de su hija en Moscú y en el archivo del Partido Comunista Argentino.

Uno de esos cuadernos es el proyecto de novela titulada Paraná Medio, que en uno de los márgenes se lee en manuscrita: “¿Cómo se hace hablar a un río?” Al poco, en el Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria, apareció una carta que Varela le mandó a la Policía reclamando la devolución de su biblioteca personal. “Encontramos allí una huella de un conjunto de libros, revistas y documentos de Varela que hoy están parcialmente perdidos”, escriben Boido, Reydó y Schuliaquer.

Florencio Parravicini en 1913 cuando protagonizaba la obra “Fruta picada” en el Teatro de la Comedia
Florencio Parravicini en 1913 cuando protagonizaba la obra “Fruta picada” en el Teatro de la Comedia

La última mueca a la muerte

Como todo buena historia, Varela decide empezar La vida romántica y aventurera de Parravicini por el final: “El hombre de rostro cansado apoyó el caño, sobre la sien, y casi enseguida, el dedo, dócil a su voluntad concentrada, hizo retroceder el gatillo”. Efectivamente, Parra se suicida luego de saber que padecía Cáncer. Sus allegados hablaron de depresión: “Ya no tenía fuerzas para vivir”.

Varela intenta “diseñar la novela de la vida” de Parravicini, aunque no le interesa “solo el actor” porque, dice, “era nada más que uno de sus tantos personajes”. Lo que busca es una totalidad, “con sus innumerables aventuras” y “la vitalidad que le brotaba por todos los poros”. Este intrépido hombre, “un impaciente que se esforzó en gastar diez vidas en el transcurso de una sola”, “moría como había vivido, improvisando”. Y así se fue de este mundo, “haciéndole la última mueca a la muerte”.

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