En la página 49 de la reedición de Corazones en llamas (Aguilar, 2016) se lee: “la capacidad del Café Einstein era de ochenta personas”. El dato me llamó la atención por la desproporción entre el tamaño del mito y el escaso aforo del lugar. En los ochenta, entonces, yo era chiquito pero Buenos Aires también. Muchas anécdotas, musicales y de las otras, lo confirman: los jueces del Juicio a las Juntas salían de Tribunales y se iban al Banchero de Corrientes y Talcahuano a discutir sentencias, Spinetta y Fito se encontraban en la avenida Santa Fe y terminaban haciendo La la la, Bilardo preparaba a la selección para el Mundial de México y temiendo que la AFA lo echara les pedía a mozos y taxistas que le comunicaran cualquier cosa que oyeran sobre él.
Así las cosas, no sorprende que en la noche de esa Buenos Aires aldeana todas las galaxias estuvieran cerca: en el Café Einstein podían tocar, en una misma noche, Soda Stereo, Los Redonditos de Ricota, Sumo y Los Twist.
El dato de color es que como el Café Einstein quedaba en Córdoba y Paso yo pasé muchas veces, con menos de cinco años y casi siempre en fin de semana, por la puerta del lugar: mi abuela vivía en Paso y Tucumán y cuando íbamos a visitarla la única manera de salir de ahí hacia Colegiales (donde vivíamos mis padres, mi hermano y yo) era, igual que hoy, siguiendo derecho por Paso hasta doblar a la izquierda en Córdoba. No hay opción porque Paso termina ahí. Y en la breve intersección de Paso con Córdoba quedaba el Café Einstein. Por ahí pasaba, surcando la noche de los ochenta, nuestro Regatta blanco.
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Hoy se cumplen cuarenta años de la edición de La dicha en movimiento, la obra maestra de Los Twist producida por Charly García. Es muy sabido que el disco se hizo en un par de días. Pipo ha contado: “un lunes apareció Charly en la sala y nos dijo: ‘el viernes entran a grabar’. El domingo teníamos el disco terminado”. Así se hizo el milagro, y el dato aparece en la tapa del vinilo, donde se lee: “grabado en 29 horas y media”. El García productor, magnificado hasta la nada, los convocó “porque tenía horas y cinta sobrantes en Panda”, ha dicho Pipo. Charly les hizo tocar todo el repertorio y después se quedó mezclando el material.
Tan importante fue su rol que el 11 de septiembre de este año, en el programa Sólo una vuelta más de TN, Diego Sehinkman invitó a Pipo y se puso a hablar del disco. Vale la pena ver el cariño con el que Sehinkman recibe a Cipolatti: “¿Me puedo parar? Qué grande Pipo, qué gusto, qué gusto...”. Después se pone a hablar de La dicha en movimiento y lo cierto es que nombra más a Charly García que a Cipolatti o a Melingo. Entonces, para rematar la introducción, Sehinkman dice: “pero para hablar de esto, de Los Twist, está…” y Pipo lo interrumpe: “¿Charly García?”.
Más allá del chiste y del sonido que García lograba en esos años, el concepto de Cipolatti y Melingo era increíble: con un candor aterrador, mezcla de posmodernidad y neoconservadurismo, eran capaces de decir cualquier cosa.
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Recuerdo perfectamente cuándo descubrí La dicha en movimiento: fue en el año 2007, cuando la revista Rolling Stone publicó un ranking con los cien mejores discos del rock nacional. En esa época yo estaba muy enganchado con Babasónicos, así que fui derechito a ver qué había votado Adrián Dárgelos. Y me encontré con, raro, un disco de Los Twist: para mí Pipo Cipolatti era un personaje más televisivo que musical y las canciones que le conocía, (”El estudiante” “Cleopatra, la reina del twist”, “Ricardo Rubén”) no eran gran cosa.
Pero no solamente Dárgelos había votado el disco: La dicha en movimiento ocupaba el puesto número quince del ranking. Todos tenemos nuestro asiento para ver la interminable película de la cultura argentina, y yo supe entonces que desde mi butaca me estaba perdiendo galaxias enteras.
(De paso: el voto de Dárgelos introduce un matiz en su conocida reticencia respecto de todo lo que represente o haga Charly García, y el mito de la cinta sobrante emparenta a Los Twist con Babasónicos, que grabaron “El loco” con un koto que Charly había dejado tirado en un estudio: en el rock argentino se hace algo con lo que García no usó o tiró).
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Estaba paseando no hace mucho por el Parque Lezama y de pronto me sentí tan a gusto que decidí sentarme en un banco a escuchar una canción de Los Twist: temas como “Es la locura” y “Viéndolo” son clásicos íntimos míos y esa tarde, en un banco del Parque, me decidí por “Viéndolo”. Después seguí mi camino, me metí en el Museo Histórico Nacional y ahí fue que sucedió: yo, que quería sumergirme en el siglo XIX, que es el siglo al que se dedica el museo, me vi de pronto (¡como cuando volvíamos de lo de la abuela!) en la noche alfonsinista.
La muestra se llamaba Los 80: el rock en la calle y se expuso entre el 18 de diciembre de 2021 y el 28 de agosto de 2022. Ahí adentro la década del ochenta seguía transcurriendo. Había un spray que Miguel Abuelo se ponía en el pelo, un saquito que usaba alguno de Los Fabulosos Cadillacs, un vestido inolvidable de Vivi Tellas. Y había también, y volé, un vinilo de Los Twist.
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Este año se cumplen cien años de la publicación de Fervor de Buenos Aires y creo que lo que a muchos nos pasa con el alfonsinismo y los ochenta es lo que le pasaba a Borges con la Buenos Aires de Nicolás Paredes y Evaristo Carriego que tanto le gustaba evocar: se trata de haber vivido, pero muy de chicos y sin la debida conciencia, un tiempo que, seguramente por eso mismo, se nos hizo mitológico. Nadie que haya vivido plenamente los ochenta escribiría, como sí escribí yo, “esa Buenos Aires aldeana”. Y si Borges se preguntaba: “Me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas. ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas?”, yo me preguntaría: ¿qué había, mientras tanto, afuera del Regatta blanco?
Recuerdo, sí, las bicicletas Fiorenza con sus misteriosas tapas plásticas que ocultaban el centro de la rueda, y la letra “ch” en el abecedario, y mi amor por las manchas de Cheetarah y las piernas de She-ra, y la tarjeta Argencard. Pero ¿qué más había?
Respuesta posible: Los Twist.
Mientras tanto las generaciones pasan, la interminable película de la cultura argentina sigue y los departamentos quedan: de un tiempo a esta parte estoy habitando el departamento de Paso y Tucumán. Desde el balcón se extiende hacia el confín la calle Paso y en lontananza veo el cartel del Banco Ciudad que está en la breve intersección de Paso con Córdoba, donde antaño estuviera el Café Einstein.
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Un día, después otro día y después otro día: así pasa el tiempo. Hoy es muy parecido a ayer, y sin embargo el pasado existe. El rock de los ochenta ya no está en la calle sino en los corazones, las carpetas de MP3 y el CCK, donde en el marco del ciclo de conciertos “Discos esenciales de la democracia 1983-2023″ son recreados los álbumes más importantes de la historia reciente. En ese contexto fue que, bajo la dirección de Axel Krygier, el último 18 de junio se presentó íntegramente La dicha en movimiento. Cantaron Mariana Michi y Julián Kartun entre otros, y hacia el final Krygier agarró el micrófono para decir: “nos amenazaba Pipo con venir… No sé si vino… Venía si había ducha… La ducha en movimiento…”. Entonces desde el costado del escenario alguien le hace un gesto que podemos imaginar y Krygier remata: “No vino”.
“¿Dónde está Pipo?”, me pregunto estas noches viendo el cartel del Banco Ciudad.
Hace un tiempo una amiga me contó que tocó un par de canciones con Pipo en el Complejo Art Media para un documental sobre los ochenta. Llegó el momento de probar el sonido y no podían encontrar a Pipo, que unos minutos antes estaba ahí. Lo llamaron y atendió desde una pizzería de la zona: estaba comiendo una fugazzeta.