Toda la mañana estuvo en prueba de vestuario para los conciertos de su gira por América Latina. Ahora está en su casa de Ciudad de México. Hace frío y está a punto de comer ramen. En ese espacio intermedio, antes de salir corriendo a la sala de ensayo –su vida hoy es un poco así, entre escenarios, ensayos, preparativos y compromisos de prensa–, Silvana Estrada toma un respiro y contempla con calma y buen humor el paisaje caótico que la rodea, mientras unos perros ladran de fondo.
Este fin de semana, el sábado 14 y domingo 15 estará tocando en el Teatro Margarita Xirgu de Buenos Aires. Es la primera vez que viene a tocar a a la Argentina pero es su segunda visita al país. “Conozco y me encanta. Soy muy fan. Estoy enamorada de Buenos Aires”, dice.
“Me está yendo bien y quiero estar tranquila, dentro de lo que se puede feliz. Seguir haciendo la música que necesito hacer –porque lo necesito de verdad– es mi manera de estar bien y atada a la tierra”, dice la artista mexicana, que el año pasado recibió el premio Grammy en la categoría Mejor artista nueva y está destinada a convertirse en la nueva figura de la canción latinoamericana.
Cuando salió con su EP Primeras canciones, de 2018, Silvana Estrada sorprendió al mundo de la música en México. Su voz parecía la de un alma vieja, que transportaba el secreto del santo grial de la canción, el misterio y la reverberación de una melodía atemporal, que viajaba sobre la emoción más luminosa y el dolor más profundo. Una voz capaz de poner en pausa el mundo, gravitando alrededor de otras voces pesadas del siglo XX en la canción latinoamericana: Mercedes Sosa, Chabuca Granda, Chavela Vargas, Amparo Ochoa y Violeta Parra.
Con 24 años de edad, Silvana Estrada tiene publicado dos discos de estudio, Lo sagrado (2017), una aventura jazzística junto al guitarrista Charlie Hunter, y Marchita (2022), el álbum que definitivamente la instaló como una promesa musical, siguiendo los pasos de figuras como Natalia Lafourcade y Mon Laferte. Su último EP, Abrazo (2022), no hizo más que seguir expandiendo su música. Temas como “Te guardo” tienen veinticuatro millones de escuchas en Spotify, y su trabajo es reconocido por sus pares, como el cantautor David Aguilar.
La industria musical, también, le dio su respaldo. Este año fue nominada a los Grammy por la canción “Si me matan”, un tema que se convirtió en un himno feminista en México y cuyo video –donde Silvana aparece cantando de frente a otra mujer– suena a testamento. Escrita por la magnitud de los femicidios en su país, y apenas secundada por el pulso de la guitarra Silvana canta en una densa letanía: “Si me matan/ si es que me encuentran/ llénenme de flores/ cúbranme de tierra. Que yo seré semilla/ para las que vienen/ que ya nadie nos calla/ nada nos contiene”.
Hija de dos músicos y luthiers, constructores de instrumentos, en la localidad de Coactepec, en el estado de Veracruz, su vida transcurrió en un entorno musical sin contaminaciones externas. “Crecí sin radio y sin mucho acceso a otras músicas actuales. Siempre me llamaron más lo sonidos viejos”, dice Estrada, que eligió como instrumento principal el cuatro. La sonoridad acústica del instrumento con el que aprendió a componer a los 16 años se puede ver en el especial de Tiny Desk, que filmó para la radio pública de Estados Unidos NPR, grabado en el taller de sus padres. Sus estudios musicales la llevarían a estudiar música clásica y piano, y luego a estudiar jazz a Nueva York, hasta que encontró el camino de vuelta a sus propias raíces.
Silvana Estrada lleva ese gesto tan característico de la música popular mexicana –el drama del amor– al extracto de un refinado perfume personal. Un aroma silvestre, tan sutil, profundo y emocional como austero, en el que habla del amor, la nostalgia, los vínculos, los miedos, el paso del tiempo, los milagros cotidianos, las rupturas y los renacimientos.
En su último single “Milagro y desastre”, aparece esa voz que hace crujir el aire como el nodo central de la melodía. Es un canto para adentro, un fraseo campesino montado sobre una delicada tonada que abraza el horizonte de las cuerdas, y el quejido angustiante en esa soledad de montaña. La voz y la palabra orbitan alrededor de un pedal de loops que crea armonías y texturas. La canción, producida por Gustavo Guerrero (colaborador de Natalia Lafourcade en su icónico disco Hasta la raíz) crea un espacio atemporal, donde las palabras quedan rebotando en esa cúpula armónica de su trino silvestre. Incluso lo nuevo en Silvana Estrada suena ancestral.
—En tu música hay una búsqueda hacia la raíz de la música popular, pero sobre todo hacia la identidad del lugar al que perteneces.
—En mi música el concepto de identidad está muy presente. Fíjate que en realidad no es algo que haya buscado, pero sí creo que quizás venga de que estudié jazz varios años y canté el folklore de otro país con otra raíz. Esos años intentando imitar una raíz que no es la propia, me hicieron entender lo valioso que es la raíz de tu lugar, lo bien que se siente poder contar tus historias, las historias de tu gente, encontrar los sonidos que te hablan a ti, a tu infancia, a tu vida, a tu origen, y en ese sentido la identidad de mi música es mucho más amplia quizás que si habláramos del folklore, que es más específico. Me gusta que mi música es bien amplia, que muchísima gente distinta se sienta identificada. A la vez me gusta que es una música que sí retoma la raíz definitivamente, pero que también deja espacio a la exploración.
—Dejas abierta una ventana para que entren cosas de otros lugares y de tu generación más contemporánea.
—Claro, en mi caso es bien loco, porque mis referentes siempre fueron discos de otras épocas, de décadas pasadas. Encontraba ahí estéticas que hasta la fecha me gustan mucho, pero sí siento que llevo unos años en los que la música actual me ha inspirado muchísimo; y cuando hablo de una identidad más amplia, si bien soy proinstrumentos atemporales y producciones atemporales, igual me vinculo con mi tiempo, mi realidad, con mis colegas y lo que sucede a mi alrededor. Es la magia de lo atemporal lo que me gusta perseguir o rozar, aunque sea. Hablar de mi tiempo, como Violeta Parra habló del suyo, y aún así la seguimos escuchando. Poder hablar de lo que me pasa y de lo que sucede en mi realidad. Saber que no estoy atando musicalmente lo que hago a una moda, o un sonido que quizás dentro de unos años vas a decir “eso es súper del dos mil”.
—¿Cómo te llevas con este concepto de la obsolescencia programada? Se percibe en tu música y en tu camino solista, una idea de atemporalidad estética.
—Estoy intentando que mi vida sea toda así, porque siento que esta obsolescencia tan veloz está haciendo mucho daño a nivel ecológico, emocional y mental. Yo creo que en la vida en general deberíamos ser así, con la comida, la ropa, el consumo en general porque hace mucho daño esto de la velocidad. Me gusta pensar que mi música de repente no será viral en tik tok pero va a estar ahí mucho tiempo. Me gusta esta idea de que pueda durar en el tiempo y pueda acompañar generaciones. Quizás es una ambición loca de mi parte, pero quiero que mi música pueda estar ahí sosteniéndose a través de las canciones, de los instrumentos, y no estar atada a nada, que se sostenga solita para quién quiera oírla. Eso me hace ilusión.
—Decías en una entrevista que la canción “Si me matan” fue una manera de luchar contra la amargura. Silvio Rodríguez cantaba en su canción, soy feliz y pido perdón por los muertos de mi felicidad. ¿Cómo cantora tenés esa contradicción de reflejar lo que sentís y a la vez disfrutar este momento de plenitud que te toca como artista?
—No me como tanto la cabeza. Me gusta que me vaya bien. Pero a la vez intento ser congruente y hacer cosas de calidad. En verdad, ser congruente conmigo porque es lo que yo quiero en la vida. Mira, yo quisiera poder hacer discos por el resto de mi vida y quisiera mantenerme sana la cabeza en mi relación con la música. Esta industria puede ensuciar un poco la relación con la música porque se empiezan a meter muchas cosas ¿no? El simple hecho de la gira, de los compromisos, de los premios, de las notas, los proyectos alternos, que si trabajas con un diseñador, cosas que se ponen en el medio y lo que intento es: “dame tiempo de estar con la música, en mi casa”. Componer, tú sabes, hacer la vida plena y tener tiempo para no olvidarse de que al final al que hay que complacer es a uno mismo. Todo lo demás son efectos colaterales. A veces siento que si no me fuera bien, seguiría haciendo canciones porque es lo que más me gusta hacer y si tuviera que trabajar de otra cosa para seguir haciendo canciones lo haría. Tengo mucha suerte y me ha tocado hacer de mi pasión mi vida entera, pero también viene con todo eso y hay que tener cuidado.
—¿Qué te pasa con el ida y vuelta, con la gente, a medida que te van conociendo en otros lugares fuera de México?
—Me pasan cosas muy bonitas, la gente conecta y me escribe. Pero muy por el contrario de sentirme que soy importante, porque toda esta gente me escucha, siento que este es mi trabajo. Como que trabajo para un bien superior. No me quiero poner religiosa para nada, pero sí que siento una conectividad, que me hace bien.
—¿Cómo ves este movimiento de la canción en América Latina? De hecho hasta participaste en grupos de cantautores como Núcleo Distante.
—En Latinoamérica y España, hay gente escribiendo canciones hermosas. Está pasando algo muy bonito. No nos hemos quedado exentos de la hiperconectividad de las redes, entonces se están generando vínculos inspiradores y siento que si está Núcleo Distante, aunque estuve poco tiempo allí, porque empecé a tener mucho trabajo, giras, y por ahí de repente me he vuelto más solitaria. A la vez me siento muy acompañada, porque hay una comunicación constante. Yo puedo mandarle mis canciones, a Natalia (Lafourcade), a David (Aguilar) y recibir una opinión, un consejo, y a la vez yo puedo hacer eso con otros colegas. Así que sí siento que hay una generación muy bonita de mucha sororidad y de mucha atención y cariño a lo que se está generando. Estamos viviendo una época que hay todo tipo de música en todas las playlist a toda hora, como esa película Todo todo el tiempo en todas partes. De repente veo mis playlist y digo: “Guau, aquí hay de chile, mole y de pozole”, que también es supervalioso y nos enriquece a la gente que hace canciones y que hace música en general. Esta posibilidad de escuchar trap, hip hop, música contempóranea, música barroca, canción latinoamericana, salsa, creo que es algo súper bonito de nuestra época.
La artista mexicana, que escucha toda esta música, habla con la serenidad de quien sabe el camino que está recorriendo. Dice que nada la puede desviar, incluso cuando un halo de estrella la empieza a acechar de cerca. Agradece los premios, pero cuando sube al escenario –cuando se suba este fin de semana a las tablas del Margarita Xirgu– lo que importa es otra cosa. Que su voz, un temblor telúrico, un canto bonito y desesperado, una gota de luz derramada sobre la angustiante existencia del mundo, provoque un trance, un bloque de tiempo detenido de euforia contenida y éxtasis silencioso. Eso es lo que le importa, que sus canciones con la fuerza de la naturaleza, la eternidad de la piedra, la inmensidad del oceáno, se queden por siempre, aunque alguna vez ella se vaya.
[Fotos: AP/Berenice Bautista; Prensa Altafonte; REUTERS/Steve Marcus; César Vicuña/Ocesa]