“Ha vuelto la necesidad de escuchar tango”, sentencia Susana Rinaldi, una leyenda de la música porteña, desde el living de su departamento del barrio de Belgrano, una tarde soleada y ventosa de primavera. A su lado, escucha y asiente otra leyenda: Osvaldo Piro, quien afirma: “El tango es verdaderamente la voz del pueblo”. Imposible desmentirlos. Juntos, la cantante y actriz, y el bandoneonista, compositor y arreglador, dos de las mayores figuras vivas de la música popular argentina, han hecho un camino de vida de más de 50 años con su hijos, Ligia y Alfredo -ambos músicos y cantantes; una orientada hacia el jazz, el otro del tango al rock y viceversa-, como testimonio fiel.
Aquí y ahora, Susana Rinaldi y Osvaldo Piro están a punto de consumar un nuevo recital conjunto, bautizado Reencuentro, tal como el disco que grabaron en 2022 -un clásico contemporáneo de tango, impecablemente producido y con un repertorio de himnos- y que recientemente obtuvo una nominación a los Latin Grammy. Este esperado regreso de la dupla Rinaldi-Piro será el 30 de noviembre en el Teatro Coliseo y esa es la excusa para que estos dos notables artistas se hayan reunido para conversar con Infobae Cultura sobre su historia de vida en común, las olas del tango que van y vienen, el recuerdo de Aníbal “Pichuco” Troilo y las personalidades de los cantantes Ligia Piro y Alfredo Piro, sus “chicos”.
“Somos una dupla creadora”, dice Rinaldi y mira con una sonrisa al hombre que fue su marido, al padre de sus hijos, al arreglador y director de varias orquestas que la acompañaron en su período dorado que sobrevino al salto que pegó de la actuación a la interpretación, a fines de los años. Más de medio siglo después, aquí están los dos, frente a un nuevo desafío artístico. “La historia del tango es nada más y nada menos que la historia del país”, continua Susana Rinaldi en un momento de su monólogo inicial sobre qué pasa con el tango en este siglo XXI de algoritmos y playlist, y qué significa este reencuentro y todo lo que dispara, en recuerdos y prestigio renovado, para ellos dos.
— ¿Cómo perciben el impacto del tango en nuevas generaciones, en este siglo XXI?
S. R.— Creo que es importante de pronto darnos cuenta que es una música que no se pierde. Al contrario, sigue enalteciéndose. Entonces, a mí me gusta mucho porque los hijos nuestros... No tienen ningún problema con eso, no se han sentido nunca enjaulados con ese tema. Creo que eso es muy importante. Y hoy día, si uno se pone a pensar, es la gente joven que se debe haber cansado de escuchar, a los padres y a los abuelos, sobre la historia del tango. Y entonces ellos han decidido también poner la oreja en esta música y les importa nuestra historia. Lo digo eso personalmente, es lo que me pasa a mí. Mirá los años que hace que yo he dejado de aparecer. Y salgo a la calle, y me paran siempre: “¿Cuándo vuelve?” ¿Adónde? Digo yo.
—Osvaldo, le quiero preguntar: ¿Quién fue fue Aníbal Troilo en su vida?
O. P. —Uf, todo... Primero mi padrino. Bueno, los dos lo hemos conocido, los dos hemos disfrutado de su amistad y su ternura. Yo debuté en “Patio de Tango”, ahí vino el locutor y me dijo: “Atrás de la tercera columna, está Pichuco escuchando”. Yo me quería morir. Era mi primera orquesta y me vino a escuchar a mí. Yo tenía 27 años. Cuando terminó la función, lo fui a saludar y me dijo “Vamos a tomar un whisky, nene”. ¿Qué le iba a decir? Susana se ríe porque lo conoció mucho…
S. R.— Tenía lo que tienen los grandes, los verdaderos grandes. Nunca le escuché hablar mal de nadie. Como son los grandes. Tenía mucha generosidad, para mi primer disco me apadrinó él también. Era un sinvergüenza, además. Y era gracioso, siempre.
—En el disco Reencuentro hay varios himnos nacionales del tango ¿Tardaron en ponerse de acuerdo para elegir estas canciones?
O. P.—Hacemos a los grandes poetas, Homero Manzi, Homero Espósito, Cátulo Castillo. Nos conocemos tanto… Yo sé cómo respira ella, sé cómo dice. Así que traje las pistas hechas, grabadas en La Falda (donde vivo), fuimos al estudio y nos pusimos a escuchar. Y enseguida me dijo “ahora pongo la voz”. Es una maravilla el profesionalismo de la Tana.
—Cuentenme un poco qué sensación les produce que sus dos hijos, Ligia y Osvaldo, sean hoy día artistas hechos y derechos.
S. R.— Lo eligieron ellos, nadie los mandó. Ni la madre ni el padre... Desde que empezamos, nos metimos en esta ola maravillosa de la historia del tango, y es muy difícil sacárselo de encima. Tanto es así que salvo Alfredo, que es más interesado por otras búsquedas musicales, ama el tango... Es buceador, siempre se mete a descubrir cosas nuevas, se anima a mezclar y a incorporar otras cosas La nena no (N. de la R.: lo dice por Ligia), porque la nena es más inglesa en ese sentido.
O. P.— Ella tiene una línea muy definida porque maneja el inglés desde muy chiquita y lo hace perfectamente y porque tiene una gran admiración por Ella Fitzgerald. La nena es muy grande... Lo que canta, cómo lo canta, cómo se entrega con lo que canta. Ligia es muy histriónica, en un espectáculo te hace divertir con mucha naturalidad. Lo conduce muy bien y así se maneja con la gente. Un día entré tarde a un espectáculo suyo y me estaba imitando a mí... (risas) La agarré justo. Y la gente se mataba de risa. Nuestros dos hijos son hermosos.
S. R.— Y además de ser hermosos, son generosos. Y lo que cantan, lo que hacen, lo que dicen, son dos chicos maravillosos. Eso es así. Con el padre lo sabemos desde siempre. Una se entrega más que el otro, pero el otro siempre está pendiente: “¿Qué va a decir mamá, qué va a decir papá?” Son hijos maravillosos.
—Y en el Teatro Coliseo, ¿qué espectáculo va a ver la gente que concurra? ¿Con qué se van a encontrar?
S. R.— Yo tengo mucho miedo… Soy una persona que de pronto, según el comportamiento de la gente que está presente esperándonos, soy capaz de ponerme a llorar y no paro. Porque ya a esta edad considero que la gente no va a ir. Aunque sepa que van a ir, que van a estar, nunca estoy segura. Hace rato que no estamos juntos... Y entonces se presenta ahí algo que yo quiero que se compare con la última vez. Yo tiemblo para no confundir, para que no estén esperando una cosa que alguna vez hicimos y que hoy... Perdón, a lo mejor, es algo que ya no tenemos, aunque lo tengamos. Esa es la ley de los actores: los actores somos eso. Todo es como la primera vez. Yo tiemblo. Porque digo: estos chicos que van llevados por los padres, se van a levantar y se van a ir. Y de pronto pasa todo lo contrario.
—¿Con tantos años de experiencia le sigue pasando algo así?
O. P.—La gente cree que porque tenemos esa gran experiencia y una trayectoria que lo confirma, no hay nervios . Y no saben que, detrás del telón, preguntas “¿Cómo está la sala?” . “Teatro lleno”, te dicen. Ah mierda… Ves a la gente ahí sentada y pensas ¿Qué le vas a ofrecer? Tienen el derecho a aplaudirte o a silbarte también. El crack que te produce enfrentar al público siempre está. Es la responsabilidad, es parte de lo que vos le tenés que devolver a esa gente. Se rompe después del primer tema, por supuesto, pero la tensión que te produce antes de que se abra el telón es mágica. Es parte de nuestro camino, de esto que elegimos. Lo elegiste, jodete, es así.
[Fotos: Franco Fafasuli]