Si existiera un diccionario de definiciones breves sobre las producciones cinematográficas, la entrada sobre Los delincuentes diría: “Una película hermosa”. Sería una definición justa. Quizás esta característica haya animado a los miembros de la Academia de Cine para postular a la película como la representante argentina a la selección para los premios Oscar; además de haber sido ovacionada en el festival de Cannes durante su estreno mundial. El film dirigido por Rodrigo Moreno dura tres horas y está estructurado en dos partes.
Centra su narración en un episodio ocurrido en un banco, en el que trabajan sus dos protagonistas: Morán (Daniel Elías) y Román (Esteban Bigliardi). Morán, que vive solo una vida monótona en Buenos Aires, decide robar al banco y, de ese modo, jubilarse por anticipado de la rutina oficinesca, de los días iguales a sí mismos. Para eso sólo le basta con llevar una mochila vacía y aprovechar el momento adecuado para el golpe. Horas más tarde, cita a Román en la pizzería El Imperio de Chacarita, donde le hace una propuesta imposible de rechazar: él confesará el delito, irá a la cárcel, sólo le pide que guarde el botín hasta que cumpla la condena, cuando repartirán el dinero en partes iguales. Dudoso, el colega acepta. Morán viaja a las Sierras de Córdoba, luego se entrega a la policía.
Mientras tanto, comienza una insidiosa investigación interna que lleva al borde de un ataque de nervios a Román. A partir del atraco y la entrega, los ahora cómplices comienzan un periplo inesperado en el que se conjugan, en la primera parte, la persecución investigativa en el banco, por un lado, y la vida carcelaria con sus bemoles, por el otro. En la segunda parte, la felicidad del cine estalla y lo que comenzaba como una crítica de la alienación social (presente como tema central en las películas de Rodrigo Moreno) da paso a una oda a la libertad, un fulgor rousseauniano que hipnotiza desde la pantalla y que no deja de reverberar en el espectador una vez que concluyen los títulos del final.
Infobae Cultura conversó con Moreno –actualmente en Hamburgo, Alemania, presentando el film– sobre Los Delincuentes, una película que se incorpora a las obras maestras del cine argentino con un sello propio y con una particular belleza.
—Esta película fue realizada durante cuatro años, ¿cómo evalúa la recepción que ha tenido en festivales como Cannes y que continúa con que haya sido seleccionada para postularse como film argentino para los Oscar?
—Creo que es inesperado todo lo que está pasando. Desde Cannes fue invitada a más de 50 festivales, fue vendida a más de 60 territorios, fue unánimemente aclamada por la crítica de todos lados. Posta: The Guardian le puso cinco estrellas, así fue reseñada en la Rolling Stone de Estados Unidos, toda la repercusión que un poco a la Argentina no llega. Empezamos a notar que los medios anglosajones eran muy receptivos a la película y eso me llamó la atención porque es una película totalmente anómala, no es una película convencional. Ahora estoy en Hamburgo, luego voy al estreno en Londres y de ahí vamos al Festival de Nueva York y al estreno ahí del 18 de octubre y luego a las presentaciones para los miembros de la Academia en Los Ángeles. Es genial lo que está pasando. La película es en cierta manera un OVNI, pero evidentemente hay una temática que interpela a todos lo que la ven.
—Es que hay un sentido universal en esa relación entre alienación y libertad que muestra.
—Todos nos preguntamos por nuestro tiempo y por nuestra relación con el trabajo. Algo que estaba presente en mis anteriores películas pero que ahora tiene un formato novedoso, tiene más humor, tiene género, tiene una forma un poco más sofisticada en términos cinematográficos. Yo creo que algo de todo eso resuena en el espectador y lo pude ver en Cannes, pero también en los festivales en las provincias, porque fue presentada en General Pico, en Salta y estaba buenísimo ver también la reacción del público local. Tal vez no es un público cinéfilo sino que la ve en el contexto de un evento cultural en su ciudad y esa resonancia también se manifiesta.
—Y fue postulada por la Argentina para los Oscar. Parece una apuesta ya que no es un film de una estructura narrativa convencional, digamos “oscarizable”.
—Es una re apuesta, pero por eso te decía lo que pasa con el público anglosajón, lo que pasa con la crítica, con los programadores de los festivales anglosajones. Porque hay algo que tiene que ver con ese lenguaje del thriller, ese recurso puramente cinematográfico que dedico a explotar a lo largo de toda la película, que evidentemente les resulta familiar. Al mismo tiempo es una película muy argentina: cómo aparece la ciudad de Buenos Aires, cómo aparece el sur de la provincia de Córdoba, los personajes, la música que se escucha, la presencia de elementos propios de la cultura argentina, los poetas. Hay algo que los gringos están comprando.
Por otro lado, es cierto que no es una película de narración convencional como podrían ser otras películas argentinas que sí fueron indicadas para representarnos en la Academia de Hollywood y tampoco está escudada en un tema de agenda. Ni de agenda histórica, ni de derechos civiles o derechos humanos que es un poco por lo que también el cine argentino ha recorrido o ha llegado a ciertos lugares. Es una película moderna, el tema no está por encima de la forma. Tiene una forma y defiende su forma, y hay un tema allí. Es una diferencia sustantiva. La película tiene que defenderse por sí sola. No está escudada en un gran tema histórico ni en una temática de agenda, ya sea de minorías o feminista o lo que fuera, que son válidas, pero ahí hay que reconocer algo a los miembro de la Academia argentina que entendieron que era la película que teníamos que postular. Y en la votación ganó holgadamente.
—Es que no es de agenda, sino que el tema es universal. Y que está en sus otras películas: la alienación del trabajo, cómo circula la mercancía dinero, cosas que están desde El custodio hasta Reimon. Una preocupación por cómo se expresa la vida en el capitalismo y cómo se traduce en términos cinematográficos.
—En ese sentido la veo cerca de las demás. El custodio es una película donde justamente la alineación del trabajo es el centro: el trabajo absurdo de estar siempre a la sombra de alguien ¿Qué más cerca de la esclavitud se puede estar?. Mis películas siempre van un poco entre lo anarquista y lo marxista. Me considero anarcosocialista. Anarco en esa desconfianza del Estado y de la defensa del ejercicio individual de la libertad y del tiempo. Hoy también es peligroso proclamarse libertario, verdaderamente libertario porque los libertarios eran los anarquistas, tipos que ponían bombas al centro de poder, no los tipos que hablan de libertad de las compañías para liberarlas de cualquier restricción y regulación estatal. Hay una aberración en el uso de la palabra libertad.
El día del debate nadie, ni Myriam (Bregman), pudo decirle a este tipo: “Macho, ¿de qué me estás hablando?”. La vicepresidenta ridícula que tiene Milei, en nombre de la libertad, defiende la prohibición de la libertad. Es una cosa de locos. ¿Y por qué me detengo en hablar de esto? Porque la película pone en su centro gravitacional la idea de libertad como liberación justamente del tiempo oprimido, y el tiempo oprimido es el trabajo. La libertad de la película es la disponibilidad del tiempo, tener libertad para disponer de nuestro tiempo, no para ser emprendedores que vamos a ganar 180,000 pesos fabricando pulseritas y vamos a estar libres. Entonces me parece importante en este contexto, en este momento en Argentina, sacar a relucir un poco los valores que implica estar libre. Y defender la libertad de los trabajadores, de la gente que presta su sangre, su cuerpo, sus músculos y sus hombros para la explotación de los ricos.
—Esa opresión a la que se refiere se da en un banco, que es el mega emblema del capitalismo. Y se puede pensar en la contraposición que se presenta como una libertad rousseauniana, alejada de la ciudad, en un medio de confraternización casi del buen salvaje. Una oposición radical a la vida urbana alienada del capitalismo.
—Sí. Y vuelvo a la idea de lo improductivo y por eso está la poesía como final del largo proceso al que se somete el protagonista. La poesía es la palabra disfuncional, la palabra improductiva. Por eso el poema de Zelarayán “La gran salida”, como también la presencia de Juanele Ortiz o las letras de Pappo o Violeta Parra. Es decir, hay una constelación improductiva de hechos.
—Adorno decía que el arte era revolucionario por su improductividad.
—Sí, pero el arte hoy está plagado de funcionalidades. Dentro del cine hay relatos que se vuelven tan funcionales, y por lo tanto previsibles, que tiene que ver un poco con el contexto histórico en el que estamos. El cine fue desplazado por la televisión, que hoy se llama plataforma. Las películas se ven en un espacio privado, no comunitario, lo que responde a una lógica exclusivamente de mercado. La televisión, las series de televisión establecen una forma narrativa que no obedece a las necesidades expresivas de un género, sino a la necesidad de consumo. Vos tenés que terminar un episodio y te tiene que dejar enganchado para ver el siguiente, como el azúcar de la Coca Cola.
Entonces ¿Qué lugar le queda al cine, cuando las películas parecen series? Cuando las series de calidad aparecieron, como Los Sopranos en adelante, el chiste era que se filman como si fueran películas. Bueno, hoy las películas se filman como series y es la humillación total. Entonces me parece que el lugar que le queda al cine es justamente diferenciarse de esa droga, de ese sistema de adicto al que está sometida a la narración. El cine tiene básicamente tiene 120 años en donde probó todas las drogas, por lo tanto me parece que ahí están y Los delincuentes en un sentido recoge de la experiencia, de su tradición, una forma propia del lenguaje.
—Le dedica la película a Rafael Filipelli, fallecido en marzo de este año.
—Es una dedicatoria totalmente personal, íntima, que se hace pública. Rafa muere cuando yo estaba terminando la película y nunca llegué a mostrarle nada. Sin embargo, él siempre estuvo muy atento. Durante un tiempo me acompañó; íbamos a almorzar y me preguntaba por la película. Terminábamos hablando de cualquier otra cosa y es un modo que siempre entendí como estar cerca y acompañarme. Recuerdo ya en los últimos meses él me pedía que no me borre, aunque estuviese muy ocupado. Bueno, entonces yo siento que es alguien que estuvo en mi vida. Corresponde que le dedique la película a Rafa porque es esa persona que me formó, ni más ni menos.
* Los delincuentes se estrena en salas argentinas el 26 de octubre. Luego se podrá ver en la plataforma Mubi.