Han pasado cuatro años desde que propuse el concepto OCVI (Objeto Cultural Vagamente Identificado). Aunque se resistan por naturaleza a la definición, me atreví a definirlos como nuevas formas narrativas y artísticas que se confunden con la comunicación; se trata, por lo general, de criaturas digitales que aspiran a la viralidad y que no existirían sin las plataformas; y que se encuentran en un limbo entre la tendencia y la manifestación cultural ya consolidada.
Desde finales de la década pasada, algunos de esos OCVIs se han convertido en objetos culturales plenamente identificados (como el pódcast o la newsletter, que viven una auténtica edad de oro, o la experiencia inmersiva, que se ha vuelto mainstream). Otros, en cambio, no han evolucionado o se han estancado (como el hilo de Twitter, en parte debido a la transformación de la red social en X, y el criptoarte NFT, cuyo valor de mercado se ha desplomado, de modo que ahora mismo es un juguete roto).
Al mismo tiempo, han surgido nuevos SCVIs (Sujetos Culturales Vagamente Identificados). Después de las figuras del youtuber, el instagramer o el podcaster, han aparecido otras como la del streamer (artista del directo), el IA prompter (artista del prompt o instrucción textual para sacar el máximo partido de las inteligencias artificiales generativas) o el coreógrafo de drones (para generar espectáculos aéreos).
A continuación, enumero diez OCVIs relativamente nuevos, que han cobrado protagonismo en la lluvia continua de performance y representación que son nuestras pantallas, que por momentos se confunden con el mundo y hasta con la vida. La mayoría de ellos se relacionan directa o indirectamente con la inteligencia artificial generativa.
EL VIDEOCAST: Si durante los últimos años se había producido un claro giro auditivo de los interfaces tecnológicos (con el auge de los asistentes personales y los audios de Whatsapp), con el consiguiente incremento del audiolibro y, sobre todo, del pódcast, en estos momentos contraataca la cultura audiovisual. YouTube ha empezado a discutir la primacía de Spotify en la escucha de pódcast. Y tanto la grabación con cámaras y la edición de los pódcast conversacionales como la incorporación de gráfica a los archivos de audios se han vuelto moneda de uso corriente. Se trata de un artefacto híbrido, que permite tanto la escucha exclusiva como la audiovisión. Triunfa, precisamente, por su carácter anfibio.
EL VIDEO DEEPFAKE: Después de hacerse conocida por la recreación virtual de actores, actrices y folklóricas que fallecieron hace tiempo en cine y publicidad, la falsificación profunda ha empezado a ser percibida sobre todo como un peligro cuando ha empezado a afectar a los vivos. Como evolución sofisticada de las noticias falsas o como subgénero de cine porno amateur amenaza con alterar dramáticamente nuestras vidas. Por eso no cesan de aparecer tecnologías forenses para verificar información digital. Y urge una pedagogía al respecto. En la exposición Fake. La fábrica de mentiras, que se puede visitar actualmente en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, por ejemplo, se recuerdan los consejos básicos para detectar bulos (noticia falsa) y se realizan talleres para observar los detalles de factura o de edición que permiten desconfiar de ciertos videos. El problema es que evolucionan tan rápidamente que cada vez será más difícil identificar su impostura.
EL EVENTO HÍBRIDO: Queremos olvidar la pandemia de COVID-19, pero su herencia persiste tanto en nuestras células como en ciertas características de la sociedad que ella ha moldeado: desde las calles ocupadas por terrazas de bares hasta la pandemia de salud mental, pasando por la educación y los eventos culturales híbridos, presenciales y retransmitidos, cuerpo y píxel. Tal vez no existirían de no ser por la inversión en tecnología del streaming que llevaron a cabo los centros educativos y los espacios culturales. Pero esas conferencias, óperas o presentaciones de libros entre dos aguas, entre dos mundos, representan a la perfección lo que somos a estas alturas del partido.
EL BOT CULTURAL: La automatización del mensaje de los clásicos es particularmente intensa en la forma de bots y cuentas culturales, que convierten pasajes de libros o clips documentales en tuits (ahora Elon Musk quiere que los llamemos posts) o clips para stories. La mayoría de los grandes escritores y filósofos modernos poseen sus propias cuentas que difunden sus palabras, sin contexto, emancipadas del párrafo, el capítulo o la obra. Píldoras, aforismos, iluminaciones, llamémosles equis. También existen los chatbots que permiten la interacción, la charla cultureta. DulcineIA, por ejemplo, es especialista en el Quijote, y Plácido es experto en el cineasta Luis García Berlanga. Su versión más sofisticada son los bots metaculturales, que permiten crear memes o juegos de preguntas y respuestas (por ejemplo, en Telegram).
LA OBRA COMPLETADA POR I.A.: Pronto dejará de ser noticia, porque se habrá vuelto una práctica común, pero en estos últimos tiempos hemos asistido a un goteo de titulares sobre inteligencias artificiales (es decir, equipos de científicos, tecnólogos y músicos que diseñaban un sistema algorítmico) que completaban sinfonías inacabadas de Beethoven o que recuperaban el color perdido de Pinturas de la Facultad de Gustav Klimt. Aunque no paren de proliferar algoritmos creativos, el valor simbólico y de mercado todavía se encuentra en las grandes marcas humanas. De modo que es muy probable que a partir de esbozos, estudios o versiones inacabadas de grandes artistas o escritores del pasado, se vaya legitimando, en estos tiempos borrosos, la creatividad de la máquina.
LA TRANSMISIÓN EN TWITCH: Todo convive en el siglo XXI. La radio con el pódcast; la pintura al óleo con las instalaciones inmersivas; la emisión televisiva con los programas bajo demanda. De modo que era natural que después de la revolución de la lectura o recepción asincrónica que protagonizaron las redes sociales y las plataformas de contenidos por suscripción, se pusiera de moda una forma digital de la retransmisión en directo. Twitch, que pertenece a Amazon, nació como YouTube de la subcultura mayoritaria de los gamers. Y explotó como TikTok durante la pandemia. Aunque se pueda ver el registro en video, su esencia es el presente estricto. Su fugacidad. Su condición de experiencia. La comunidad en interacción y ebullición, como si videojugara junta. Por eso se traduce con naturalidad al ámbito de los espectáculos físicos. O puede dar pie al video grupal (varias personas quedan para ver una serie o una película juntas en la plataforma). Pero también a las propuestas conceptuales: Nothing, Forever, por ejemplo, es una cadena infinita de versiones libres de productos audiovisuales, que nació como una parodia de los 180 episodios de Seinfield; generada por IA, se emite ininterrumpidamente en el canal watchmeforever. Mírame eternamente.
LOS SUBGÉNEROS DE LAS REDES SOCIALES: En 2025, YouTube cumplirá veinte años de existencia. Desde el primer vídeo, que narraba una visita al zoo, la creación de contenidos audiovisuales ha generado sus propios géneros y subgéneros, que ahora son totalmente reconocibles. Algunos de ellos son particularmente importantes en el ámbito del consumo cultural, como la reacción, el challenge o el unpacking. Más allá de su espontaneidad o emoción falsificadas o de sus aportaciones a la difusión de música o literatura, responden directamente a las exigencias y particularidades de la industria cultural. Así, los influencers reaccionan a videos que no pueden reproducir por motivos de copyright, diseñan retos que llaman al consumo de ciertos productos o abren ante la cámara las cajas que los contienen. La retórica se ha codificado según reglas implícitas estrictas. Los subgéneros de las redes sociales son a menudo subgéneros del márquetin, pero en primera persona.
LA COREOGRAFÍA DE DRONES: Desde la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pequín, se han multiplicado los espectáculos de drones en los cielos de las fiestas y los festivales de todo el mundo. Sus coreografías son, sobre la pantalla de la noche urbana, la difícil fusión de las coreografías de la natación sincronizada con el pixel grueso de los primeros videojuegos. Todos esos ángeles del biocontrol pierden su voluntad individual y se mueven para nuestro entretenimiento como un enjambre hipnótico. Como también nos han acostumbrado a los planos aéreos en todas las series y películas, no parecen de la misma especie de los que realizan ataques suicidas en Rusia y Ucrania o reparten paquetes de Amazon. Nos recuerdan que toda máquina de civilización lo es también de barbarie.
PÍLDORAS DE POSTCRÍTICA CULTURAL: En Redes sin causa. Una crítica a las redes sociales (Editorial UOC), Geert Lovink afirma que internet está atrapada en la autorreferencialidad. Tanto las redes sociales como las plataformas de autoedición han normalizado la exposición pública del yo y la autopublicación permanente. Hay espacio infinito para la expresión, pero el reconocimiento es limitado. La crítica sigue reseñando los objetos culturales que están legitimados por editores externos, por sellos de prestigio. Por eso el mercado ha creado sus propios sistemas de evaluación y difusión, fuera del periodismo cultural y de la crítica evaluativa tradicional, en un arco que va desde la crítica amateur hasta la compra de lecturas. Es decir, desde los comentarios de aficionados, con sus estrellas, de Goodreads –propiedad también de Amazon–, hasta las reseñas de microinfluencers, que piden a cambio el libro o el juego de mesa que van a comentar, o incluso un ingreso en su paypal.
Todo ello nos conduce a una nueva dimensión de la información sobre cultura, en la que se anula por completo el juicio y se incide sobre todo en la promoción y la difusión acríticas y sin curación. La lógica de la moda y las marcas ha llegado también a la industria cultural. Si una instagramer con millones de seguidores cobra por lucir cierto bolso o cierto vestido tanto el objeto en sí como unos honorarios, un microinfluencer cobra el videojuego y 50 ó 200 euros por su videoreseña. A menudo su seguidor no es consciente de ello. No sólo ocurre en el mundo virtual. Hay editoriales en papel que incluyen las reseñas en revistas afines en las cláusulas y los pagos de sus contratos de autoedición. Desde el polo de la enunciación es publicidad encubierta. Desde el de la recepción, ¿es postcrítica?
EL STICKER: Contra la uniformización y el control de los emoticonos se ha revelado el sticker, que es múltiple y está fuera de todo control. En su genética y en su estética están el corta y pega, el chiste hiperbreve, el collage, el fanzine, la pegatina de carpeta de instituto, el meme y el gif virales. Su ecosistema ideal es WhatsApp, donde te puedes descargar paquetes enteros. Nos convierten en ladrones amables, en traficantes irónicos: creamos constelaciones visuales en nuestras relaciones sociales caracterizadas por el humor. Los boomers empezamos a utilizarlos durante la pandemia para no sentirnos tan viejos: como nos hemos quedado embalsamados en Facebook e Instagram, no nos atrevemos con TikTok y Twitch, nos consolamos con la transición entre el emoji y el sticker. ¿Qué estarán tramando, mientras tanto, los jóvenes? ¿Cuánto tardarán en abandonar los stickers porque habrán encontrado lo próximo, lo nuevo?