Al momento de su muerte, de la que se cumplieron veinte años en febrero, Alejandro Kuropatwa dejó varios mundos por descubrir entre las miles de fotos que permanecían en su archivo personal. De esa colección heterogénea sobresalían las más de 900 que había juntado para su “Kuro Tour”, un proyecto vertiginoso con el que intentó acariciar todo lo que pasaba a su alrededor mientras su hígado maltrecho por el alcohol y los cócteles antirretrovirales le iba apagando la intensidad con que vivió su vida. En realidad, desde que la peste del VIH lo empezó a perseguir –mucho antes– siempre anduvo con una cámara en mano.
En épocas de revisión del pasado reciente, las fotos de Kuropatwa siguen resplandeciendo en el imaginario artístico local. Sus imágenes son parte de distintas muestras en este último tiempo, como la retrospectiva del arte porteño de fines de los 90 que hubo hace un año en la Colección Fortabat, o la que desde el mes pasado exhibe en el Museo de Arte Moderno tres close-ups de la serie Mujer y su icónico retrato de Batato Barea. Esta última, Cultura colibrí, articula a través de la figura de Fernando Noy y de otros referentes como Sergio de Loof, el mismo Barea o Federico Klemm una mirada de la cultura drag y las identidades queer en el under de los años ochenta y noventa.
Semanas atrás también se vio en arteBA el video Aurora e Himno Nacional Argentino, una parodia de la escuela, los símbolos patrios y las instituciones que el fotógrafo filmó en 1988 con Divina Gloria y Peter Pirelli –del grupo Caviar– como protagonistas. La pieza, que por su lógica visual y su juego con los íconos de una nación recuerda a algunos de los trabajos del cineasta inglés Derek Jarman, fue presentada en su momento en el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) hasta que un vendedor de pulóveres de la calle Florida denunció su contenido como “pornográfico” y se retiró de la exposición.
Ahora ese video vuelve a mostrarse junto a cuatro fotos inéditas en blanco y negro en una breve muestra que la Casa del Bicentenario le dedica al fotógrafo en el marco de su ciclo de exposiciones 1983 -1989. Imágenes de una democracia. Como Cultura colibrí, la colectiva que se puede visitar en el Museo Moderno, este segundo capítulo del ciclo de la CNB señala las nuevas expresiones y libertades que se abren camino con la recuperación de la vida civil en una sociedad que todavía era hostil a las disidencias sexuales y que tampoco ofrecía respuestas para quienes atravesaban por aquella época el flagelo del sida.
“No queríamos armar la típica muestra de corte documental con hitos históricos sino trabajar con la idea de la democracia como un proceso de aprendizaje que se fue construyendo a lo largo de los años. Las libertades individuales y colectivas en ese momento eran todavía un poco frágiles. Había determinadas cosas que aún no se podían mostrar o abordarlas desde el humor”, explica a Infobae Cultura la curadora Marcela Roberts en una recorrida por la muestra, que se puede visitar hasta el 29 de octubre en la sala 302.
Las fotos estaban guardadas en una caja rotulada “Pan y trabajo” y se estima que fueron tomadas alrededor de 1984, un poco antes o después del regreso del fotógrafo a la Argentina luego de sus años de formación en Nueva York. “Si bien hay algo un poco irónico en estas imágenes, la consigna de pan y trabajo seguramente a él también lo atravesaba por entonces, con la posibilidad de poder volver a significar un montón de cosas o de pensar el lugar que cada uno podía ocupar en el futuro”, dice la curadora, quien advierte la presencia de este motivo dentro del canon del arte argentino, desde Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova y su cita en Manifestación, de Antonio Berni.
La serie, que reimagina el escenario solemne de “familia, propiedad, trabajo, sociedad” en clave diversa con unas amigas de Kuropatwa y sus hijos, pudo haber sido acaso el estudio preliminar para un proyecto posterior. “Él era muy obsesivo con sus fotos artísticas, pero acá no vemos demasiados cuidados técnicos. Hay zonas fuera de foco o quemadas y algo performativo que se replica en la luz, el color y el encuadre”, observa Roberts acerca de este conjunto de fotos tomadas con una cámara de formato medio y exhibidas en copia digital.
“Después de un tiempo mis hijos compraron un escáner y comencé a digitalizar las carpetas que dejó Alejandro”, le cuenta a Infobae Cultura la hermana del fotógrafo, Liliana Kuropatwa, quien conserva el Archivo Kuropatwa con la ayuda de Mercedes Claus –de la galería Vasari, que representa la obra del artista visual– . “Hay cerca de 20 mil negativos que estuvimos catalogando y que aún requieren cierto trabajo de conservación –agrega–. A partir de esa tarea empecé a descubrir a mi hermano desde otro lugar, porque eran cosas que él no mostraba”.