¿Cuánto falta para que los “lectores de sensibilidad” ingresen en la literatura argentina?

Los “sensitivity readers” ya forman parte del mercado editorial en los países centrales, pero ¿qué ocurre aquí? Infobae Cultura conversó con autores, editores y traductores sobre este fenómeno en expansión

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¿Cuánto falta para que los
¿Cuánto falta para que los “lectores de sensibilidad” aterricen definitivamente en la literatura argentina? (Gettyimages)

Hace algunos años que se habla de sensitivity readers. O en español —quizás mal traducido—: lectores de sensibilidad. En Estados Unidos y Canadá es una figura ya instalada en el mercado laboral de la industria del libro. También en Gran Bretaña. Y ahora, además, en Francia. Hace días el canadiense Kevin Lambert, que acaba de ser elegido finalista del Premio Goncourt por su libro Que nuestra alegría permanezca, contó en las redes, en Instagram, que la poeta canadiense de origen haitiano Chloé Savoie-Bernard “se ha asegurado de que yo no diga demasiadas tonterías, que no caiga en algunas trampas de la representación de las personas negras por autores/as blancos/as”. “No es una censura”, agregó, como “dicen los reaccionarios”, porque “amplifica la libertad de escritura y la riqueza del texto”.

Ya se han visto varias reediciones de libros clásicos que buscan que el texto se adapte a estos tiempos. Roald Dahl y Agatha Christie son dos ejemplos recientes. El argumento de esta reescritura es que hay palabras que antes estaban más naturalizadas y hoy ofenden a determinadas minorías. En medio de aquel debate, el escritor irlandés John Boyne dijo que “hoy no podría escribir El niño con el pijama de rayas por la presión de las redes sociales”. Todo este asunto propone, entonces, no solo revisar el pasado, sino poner un filtro hacia las publicaciones del futuro. De eso se trata, al fin de cuentas, el lector de sensibilidad. Y si ya está asentado en el paisaje editorial de los países centrales, ¿qué ocurre con los periféricos?, ¿llegó ya a la Argentina?, ¿bajo qué formas opera esta figura?

Filtros editoriales

“La tarea editorial sigue a cargo de editores y editoras que con su experiencia en las áreas específicas pueden elegir y trabajar los textos que publicamos”, dice Adriana Fernández, directora del Grupo Editorial Planeta en Argentina, en diálogo con Infobae Cultura. “No tenemos lectores de sensibilidad, pero siempre hemos tenidos las consideraciones correspondientes para cada género y público en particular”. Todos las editoriales argentinas consultadas aseguran que no cuentan con ninguna figura que lea en términos de susceptibilidad. Más allá de la pregunta que se hace la periodista Inès Bel Aïba, si la lupa para interrogar el fenómeno está en el antagonismo censura o evolución, la primera pregunta es por qué en Argentina no existen los sensitivity readers.

El canadiense Kevin Lambert, finalista
El canadiense Kevin Lambert, finalista del Premio Goncourt por su libro Que nuestra alegría permanezca, contó que contrató a un lector de sensibilidad (The Grosby Group)

Un editor dio una sentencia que no por irónica carece de lógica: si no hay dinero para correctores, muchos menos para estos lectores. Es decir, que la crisis económica general que atraviesa el país desde hace una difusa cantidad de años repercute de forma directa en el mercado laboral de la industria del libro. Lo que sí hay, aseguró otro editor, es abogados que leen libros para “atajarse” ante cierta posibilidad de juicio. Esto ocurre sobre todo en textos de no ficción: investigaciones y biografías. La ficción, dicen, goza de mayor libertad. Y además están, por supuesto, los editores. Editores que se toman el trabajo de leer con ojo detallado, minucioso, incluso sensible, cada texto que llega a sus manos. Podría decirse que hoy, en Argentina, los editores son el gran filtro. Y tiene su lógica.

Diseñadores de textos literarios

Desde Francia, donde se celebra el Premio Goncourt, el autor y traductor argentino Edgardo Scott dice que “ya no sorprende” y que el caso del finalista “lo que hace es menos darle lugar al conflicto que a una realidad asumida ya por los propios autores”. “Recordemos que no fue la editorial la que propuso o introdujo el ‘lector de sensibilidad’ sino el autor mismo. A mí particularmente lo que me interesa es qué idea de la literatura y del arte (y de ser un escritor o un artista) tiene un escritor así. Porque lejos de arrepentirse o despistar, él dice, cito: ‘al contrario de lo que dicen los reaccionarios, no es una censura. Amplifica la libertad de escritura y la riqueza del texto’. ¿Qué libertad amplifica? ¿Cómo sería ‘más’ libre la escritura? ¿Libre de qué?”, se pregunta Scott.

Este tema sobrevuela en su último libro, Escritor profesional, publicado este año, donde indaga sobre la relación siempre conflictiva entre arte y dinero. Ahí afirma que “los escritores ya no quieren ser leídos, sino vistos”. Ahora, en un intercambio de mails con Infobae Cultura, dice: “Lo de riqueza me suena a que el texto o el libro debería ‘enriquecerme’. ¿Qué otra riqueza debería aportar un texto que no fuera la belleza, la inteligencia y la novedad de su lenguaje? Leer literatura no es leer Wikipedia. Leer ficción no es seguir un tutorial. Entonces la cuestión es que esta clase de escritores profesionales son más bien ‘diseñadores de textos literarios’. Quiero decir, entienden el arte, la poesía -en este caso la literatura- como un trabajo de diseño. Escriben con el programa ideológico de la época”.

Para Edgardo Scott, existe una
Para Edgardo Scott, existe una "clase de escritores profesionales" que son "diseñadores de textos literarios" porque "escriben con el programa ideológico de la época" (Foto: Adrian Escandar)

La injerencia de la ficción

La escritora y traductora argentina Mariana Dimópulos, desde Berlín, Alemania, donde vive hace tres años, afirma que “la autocensura existe y existió siempre. Los escritores y las escritoras escriben para sus comunidades y para sus presentes. Hay un nivel de autocensura que está siempre, y que está bien que esté. Uno no pude decir cualquier cosa en cualquier contexto. Si en la ficción querés construir discursos que sean provocativos a propósito me parece fabuloso, es parte de tu derecho. Pero si no querés contenidos provocativos amorales para nuestra época y querés asegurarte de que esa autocensura esté reforzada por un tercero que te ayude, a mí me parece que está bien. Me atrevo a disentir con la idea de que eso tenga que venir de las editoriales y de que todos los textos pasen por ese cedazo”.

Dimópulos matiza la discusión porque “la instancia de tercerizar lecturas antes de entregar el texto a la editorial existe de todas las formas posibles, más o menos profesionales, con o sin pago, y existe hace muchísimo tiempo”. Y agrega: “Quién pone la agenda de lo que se discute son, a veces, en una parte pequeña, las editoriales, y de eso, una parte muy pequeña, la ficción. Te diría que es la no ficción la que se sube a los debates, y es excelente cómo sucede en Argentina, y es mucho más dinámico que en otros países de América Latina y que en algunos países de Europa. La ficción responde a debates, aprovecha y refleja. No va a pasar nada en la enunciación de la ficción que no esté pasando ya en nuestra sociedad”; y pone de ejemplo el tema género.

“Desde hace algunos años, el tema género viene siendo constitutivo: qué se cuenta, qué historias nos interesan y cuáles no. Esa es una que entendemos, pero otra puede ser si existe el racismo en Argentina. Sí, nosotros somos racistas, de diversos tipos, con diversas comunidades y con los cruces que se te ocurra. Nadie está ajeno a esa acusación”, dice y agrega que “si las editoriales le van a pagar a alguien para que haga una vuelta de corrección más, que no sea la de gramática o la de estilo, sino que sea la del contenido, me parece plausible”. “Te diría una respuesta un poco maquiavélica: ojalá se den debates y se pidan esas cosas, porque eso quiere decir que la literatura argentina o la ficción latinoamericana determina debates que son públicos y que superan la esfera acotada de los lectores, que somos pocos”.

Mariana Dimópulos asegura que ”no
Mariana Dimópulos asegura que ”no va a pasar nada en la enunciación de la ficción que no esté pasando ya en nuestra sociedad”

La moda no desacomoda

Para Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, “la literatura más interesante se escribe sin pensar en (la complacencia de) posibles lectorxs y, en cambio, centrándose en el texto. ¿Qué necesita ese texto? ¿Quién habla? ¿Cómo debería hablar cada personaje? ¿Cómo necesita el texto que ese personaje hable, piense? Suprimir una palabra que puede resultar ofensiva no resuelve el problema estructural de múltiples discriminaciones e invisibilizaciones que tiene la sociedad en la que vivimos. Confío en que sea una moda pasajera y escritorxs y editoriales que escriben y publican literatura sigan apostando por el riesgo y el conflicto inherente a la literatura: la buena literatura es la que cuestiona, interroga, incomoda, nos hace pensar, nos aporta nuevas miradas, nos desacomoda el sentido común”.

Enzo Maqueira está en una posición similar: “Creo que es una mala moda pasajera eso de andar buscando literatura políticamente correcta”, dice este autor (su última novela es Higiene sexual del soltero) y miembro de la Unión de Escritoras y Escritores. “Creo que la función de la literatura, y del arte, y si es que tiene una función, es hacernos pensar, desacomodarnos, inquietarnos, perturbarnos. Hay un contrato de lectura que presupone que cualquier persona que se acerque a una obra de arte debe estar dispuesta a dejarse enloquecer, molestar, perturbar. Quien entra a una obra de arte con otra idea... bueno, quizás el arte no es el lugar en donde tiene que ir a buscar nada. Que vaya a libros sagrados, a los medios masivos, a lo que le diga el algoritmo que está para decirnos a cada uno lo que queremos escuchar”.

“Quienes hacemos arte —continúa Maqueira— debemos luchar incansablemente en contra de esta literatura aguada que no ofende. ¿Qué ofende a quién? ¿Cuál es el límite? ¿Quién lo dice? Me parece una pelotudez manifiesta de estos tiempos, una más de las tantas. Ahora tenemos problemas mucho más graves, como la gente que niega la dictadura y los 30.000 desaparecidos. Nos tenemos que preocupar más por los negacionistas de toda la vida que por esta nueva moda dentro de cierto progresivo equivocado o infantil que pretende que no se lo lastime con discursos que no hacen otra cosa que visibilizar las cosas que existen. Y que si no las visibilizamos probablemente no las resolvamos nunca. La mejor manera de hacer que las cosas sigan estando como están es censurando el arte”.

Enzo Maqueira y Leonora Djament
Enzo Maqueira y Leonora Djament aseguran que la literatura está para incomodarnos y desacomodarnos

Lo que significa la tradición

Como traductora, Dimópulos se enfrenta a los dilemas de la “corrección” todo el tiempo. Sobre este tema escribió con John Coetzee en un libro que pronto se publicará. “No está en discusión nuestra idea de condenar moralmente algo que nos parece moralmente condenable y que en otras épocas se veía erróneamente de esa manera. No quiero relativizar”, dice y recuerda Los diarios de Ana Frank: “Ella habla sobre la relación entre judíos y alemanes no judíos en el futuro en un contexto que ya sabemos: oculta en Ámsterdam. Y la traductora al alemán suaviza la expresión de Ana Frank porque le parece que es demasiado chocante para la sensibilidad de los años cincuenta, porque era condenatoria la posibilidad de relación entre perseguidos y perseguidores, entre asesinos y asesinados”.

“La pregunta que nos hacíamos con Coetzee era qué hacer en ese caso: ¿está bien o está mal modificar el texto como traductor? En el caso de la traducción, yo soy, y con cuidado, defensora de la literalidad, del respeto del texto original. Cuando nosotros editamos y traducimos un libro estamos creando una tradición. Si todos los traductores a lo largo de las tradición occidental -digamos que empezó en el año 500 antes de Cristo, llevamos más de 2500 años- hubiesen estado modificando las traducciones de Platón y de Aristóteles, o de Homero que tiene un montón de contenidos que no nos gustan, no tendríamos tradición. Tendríamos solamente lo que nosotros queremos ver desde hoy hacia atrás”, asegura.

El efecto comercial del escándalo

“La pretensión de no ofender a nadie, de ser no sólo responsable, incluso muchas veces condescendiente, tiene su reacción. Eso que en Estados Unidos definen como cultura woke —Juan Gabriel Batalla en La cultura de la cancelación: del juicio público al clickbait dice que “funciona como una etiqueta de vigilancia y activismo”— genera aprobación pero también indignación. En ese sentido, Scott habla del “efecto comercial del escándalo”, porque “si este autor no gana el Premio Goncourt (me animo a apostar que no lo va a ganar) ese libro ‘igual’ se publicará por una gran editorial y recibirá mucha atención. Porque finalmente todo lo que genera visibilidad sirve al producto, esa es la lógica. Y estos libros son eso: productos emblema de la industria literaria actual”.

“No tenemos lectores de sensibilidad",
“No tenemos lectores de sensibilidad", dice Adriana Fernández, directora del Grupo Editorial Planeta en Argentina, y afirma: "la tarea editorial sigue a cargo de editores y editoras"

El peligro de la homogeneización

“¿Cuánto nosotros, como escritores, como enunciadores, nos adaptamos y queremos ser reflejo de los prejuicios o combatirlos?”, se pregunta Mariana Dimópulos. Y agrega: “Está bueno que se dé en el marco de los permisos de la ficción. Si vos vas a tomar que una instancia de esa lectura es condenatoria de todo lo que salga de la norma, si te vas de mambo con el lápiz rojo, estoy de acuerdo que haya gente que diga: ‘Che, esto no está bueno’. Porque lo que hace es homogeneizar. Creo que es esa la discusión a nivel estético. Si vamos a decir todos lo mismo nos vamos a aburrir. Y es lo que pasa en producciones culturales mucho más homogeneizantes como las películas y las series. Claro, ellos tienen un nivel de público, de inversión y de internacionalismo que no pueden hacer otra cosa”.

“No los estoy justificando, yo no veo esas series —continúa—, pero entiendo que esa gente se asegure de vender al mayor público posible o que no les metan juicios. Para mí ahí de moral hay muy poco; hay mercado. No es que esos señores son mejores personas que hace cincuenta años: no, es falso. Simplemente hay una sociedad que está pidiendo otras cosas. Pero es la sociedad la que lo pide, no es la industria de Hollywood. Es un ida y vuelta entre público y producciones culturales. Creo que ahí la literatura tiene un papel muy menor. Y si vos escribís cualquier cosa, está bien que te tiren a matar. Si escribís un libro racista porque sos racista, está bien que te critiquen o que no te quieran publicar. Hay miles de instancias que ocurren antes de que algo se imprima y se ponga en circulación”.

Todo indica que la llegada del lector de sensibilidad a la Argentina es inminente. Sin embargo, en definitiva, no parece ser otra cosa que institucionalizar algo que ya está hace rato entre nosotros. Es legalizar y personificar un gran debate en torno a la corrección política y a la forma de hacer arte en esta época. Edgardo Scott lo dice en estas palabras: “Creo que en Argentina estas figuras, tanto el lector de sensibilidad como este tipo de autor, ya existen, por supuesto. Todavía algo enmascarados porque no tienen del todo ‘buena prensa’, pero eso también va a cambiar pronto. Muchos lectores -que a veces son escritores- que trabajan haciendo ‘informes de lectura’ para editores, agentes y editoriales ya están leyendo de esta manera. Y la mayoría de los agentes literarios, ni hablar”.

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