“Durante la pandemia generé un vínculo muy intenso con las redes y de pronto me encontré tocando a pedido de la gente temas de Rage Against the Machine, Queen o Luis Miguel”, cuenta -divertido- Horacio Lavandera. El otrora “niño prodigio” de la música clásica argentina está sentado frente al Steinway que corona el escenario de la Fundación Beethoven, donde impartió una concurridísima masterclass para músicos y estudiantes. La anécdota “pandémica” que abre la charla con Infobae Cultura ilustra a la perfección el carácter de este artista capaz de conmover y dejarse conmover con géneros populares como el tango, el rock y el folclore sin perder ni un átomo de la excelencia técnica y el carácter que lo han convertido en un maestro del piano reconocido a escala global.
En medio de una gira que lo llevará por Inglaterra, Alemania y Estados Unidos –nada menos que el Carnegie Hall de Nueva York-, Lavandera se presentará ante su público (“tocar en Buenos Aires siempre es algo diferente”) el 11 de noviembre en el Teatro Coliseo. Para la cita hizo una selección de piezas conocidas y virtuosas de Bach, Beethoven y Mendelssohn, complementadas por obras de Astor Piazzolla que dialogan de una forma muy particular con los compositores alemanes, especialmente con Bach.
—Comencemos hablando de lo que va a suceder el 11 de noviembre en el Teatro Coliseo, y después nos vamos yendo por algunas ramas…
—Perfecto, dale. El 11 de noviembre, en el Coliseo, voy a presentar un concierto que es la réplica exacta de un concierto que voy a dar el 13 de octubre en Leipzig, Alemania. Lo titulamos “Una noche con piano solo” y será un repertorio con mucha música de compositores alemanes –Bach, Beethoven y Mendelssohn- además de varias piezas de Astor Piazzolla, un artista por el que el público alemán siente una pasión muy particular. La propuesta de presentarlo también acá surgió de los productores Sebastián Celoria y Patricio Rodríguez, que manifestaron un gran interés de tenerlo en Buenos Aires tal cual como lo que estoy haciendo en Alemania, y para mí es una alegría es muy grande.
—En esta gira también te presentarás en escenarios míticos como el Carnegie Hall de Nueva York, ¿tocar en Buenos Aires te produce una vibración especial?
—Absolutamente. Es la ciudad en la que nací y cada encuentro con el público porteño me provoca una emoción enorme. Además, el nivel de los pianos que hay en prácticamente todos los lugares es excelente, algo que no ocurría hace 10 ó 15 años. Eso es algo fabuloso que no solamente se evidencia en Buenos Aires sino en muchísimas ciudades del interior del país. En los últimos años es como que se fueron renovando los teatros, modernizando las instalaciones e incorporando pianos nuevos, lo que fue convirtiendo a la Argentina en un lugar muy especial y muy hermoso para realizar conciertos de piano. Pienso, por ejemplo, en el Teatro Mitre de Jujuy -que está impecable-, en el Guido Miranda de Resistencia, en el Teatro Primero de Mayo de Santa Fe… Lugares de los que quizás muchos porteños no tienen idea pero que hoy tienen un nivel altísimo.
—Mencionabas recién la pasión que hay en Alemania por Piazzolla, ¿dónde pensás que está la clave de esa conexión?
—Es algo que sucede en toda Europa y también en Estados Unidos. Piazzolla es sin dudas nuestro mayor representante, una figura clave, como compositor y como pianista. Para mí es muy natural incluirlo en mis conciertos en Europa, me lo piden todo el tiempo. Y en este concierto en particular me cerraba mucho que estuviera porque Astor trabajó mucho sobre las mismas elaboraciones que Vivaldi. Y, como la obra de Johann Sebastian Bach que voy a tocar es un homenaje a Vivaldi, observé que se conectaba todo de una forma muy orgánica. De hecho, en “Invierno porteño” hay una cita textual de Vivaldi (se gira y toca la variación en el magnífico piano Steinway del Auditorio).
—¿Cómo ves el estado de la música clásica hoy en la Argentina? ¿En qué se parece y en qué se diferencia de los tiempos en los que vos empezaste?
—Creo que hay un crecimiento, un interés muy grande de públicos no tradicionales. Pero también que es muy distinto a lo que era cuando yo empecé: hay menos posibilidades para lo que es estrictamente música clásica, menos concursos, no se están creando orquestas como se podrían crear... Pero, bueno, entiendo que para esto último es necesaria una inversión pública fuerte, ya que no se puede pensar en una orquesta de 120 músicos solamente desde lo privado, y es complejo. Cuando yo tenía 13 años quizás no había tan buenos instrumentos como hay ahora, pero había más salas y más público específico. Pero, por otra parte, hay como una compensación a partir de la conexión que hay entre los jóvenes con la música de videojuegos y de películas. Ahora hay una demanda del público por estar escuchando espectáculos donde intervienen orquestas, que impacta positivamente en las posibilidades de los músicos que se dedican a perfeccionarse dentro de lo que es la estética clásica. Hay muchos nuevos trabajos que antes no existían y está muy bien, pero haría falta como más conexión desde la música clásica más tradicional con las nuevas audiencias. Pienso que eso va a llegar casi naturalmente, ya que una persona que vive la experiencia de escuchar una orquesta que está interpretando la música de Star Wars, de ahí a pasar a escuchar Stravinski o Beethoven ya es bastante más sencillo.
—No es raro verte compartir experiencias musicales con artistas de otros “palos”, ¿géneros como el rock o el folclore forman parte de tu musicalidad cotidiana?
—No soy de estar escuchando rock de manera puntual, pero sí que lo disfruto ahí en cualquier lugar donde me meto y encuentro una canción de Los Piojos, de Charly, de Fito… Lo que tengo clarísimo es que en Argentina hay un nivel artístico impresionante, hay un montón de artistas que son brillantes en todos los géneros. Hace poco fui a ver a la bandoneonista Milagros Caliva y a la pianista Noelia Sinkunas, que hacen una música que no sé siquiera como se puede definir, una fusión entre folklore, tango y pop fascinante. Yo creo que la gente joven ya está muy abierta a mezclar todos los elementos del rock con la música popular. De alguna manera, es algo que siempre intentó hacer Charly García: no quedarse haciendo un rock anglo, sino ver cómo se le puede dar una vuelta desde Argentina a todo esto. Mirá, tampoco es que quiera hablar desde un lugar de especialista, porque no lo soy, pero si te puedo decir que es algo que veo en todo el mundo, esa pulsión de los artistas jóvenes por derribar fronteras. Ya no hay como un rock tan puro, ni una música popular tan pura, sino esta búsqueda de querer hacer cosas muy nuevas. De que cada uno tenga su sonido y busque darle su aporte a algo muy súper tradicional, pero atravesado siempre por algo nuevo. Es muy interesante y me estimula mucho a mí también como artista.
—¿Esta apertura la ves también dentro de la música clásica?
—Lo que ocurre con la música clásica es que, tras la Segunda Guerra Mundial, como que se activó muy fuertemente una especie de etiquetado de los estilos musicales, que estableció unos límites muy férreos. Pero pensemos que Beethoven muchas de las piezas que yo voy a interpretar en el Coliseo las tocaba en los carnavales de Viena cuando era jovencito. Le pagaban por divertir a la gente que iba a carnavalear y capaz se emborrachaba después y se sumaba a la fiesta. No era exactamente el contexto que tuvo después su música. Desde mi punto de vista, para los intérpretes de mi generación –o incluso más jóvenes- lo más interesante es abrir el juego, dejarse permear por otros artistas y públicos, investigando, viviendo y compartiendo la música desde varios sectores.
—La última, ¿cómo viviste a lo largo de tu carrera la gravitación de Daniel Barenboim y Martha Argerich, dos mitos del piano también nacidos en la Argentina?
—Ellos vienen de una tradición muy particular de una Argentina también muy particular, que se benefició mucho del talento musical que se refugió en nuestro país por la Segunda Guerra Mundial. Barenboim empezó a formarse acá pero de muy chiquito se instaló con su familia en Israel, donde se convirtió no solamente en un referente de la cultura sino también del debate político. Martha Argerich, por su parte, también es fruto de esa Argentina tan especial de mediados de siglo XX, y su familia tuvo la pulsión de llevarla a Europa de muy joven, donde ganó el concurso Chopin de una manera tan magistral que se convirtió en un hito universal para la historia del piano. Tanto Daniel como Martha son figuras insoslayables para mí, músicos increíbles con una capacidad fuera de serie para para plantear sus conciertos… vidas de una intensidad increíble, llenas de historias y conflictos. Ambos son personajes que ya están inscriptos en la historia de la música y como intérpretes tienen algunas de las versiones más increíbles que se hayan escuchado ciertas obras.
Si bien en mi familia había una admiración tremenda por ambos y yo crecí teniéndolos como referentes, cuando yo empecé en esto la Argentina y su escena de música clásica era muy diferente a la de aquellos años. Yo vengo de una familia de comerciantes españoles y el camino que terminé transitando fue por vertientes diferentes, que tuvieron que ver con una época diferente para los músicos clásicos y que hicieron, por ejemplo, pensarme a mí mismo no solamente como intérprete sino también como compositor. Siento que para mí y para mi generación es como que hubo más espacio para la exploración y la creatividad, más allá de la interpretación. Tampoco creo haberlo elegido, simplemente se dio así.