La belleza de la semana: “Padre e hijo contemplando la sombra de un día”, de Roberto Aizenberg

El pintor argentino, uno de los más destacados en su tierra, forjó una obra atemporal a través de una mirada a la vez clásica y surrealista

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“Padre e hijo contemplando la sombra de un día” (óleo sobre cartón entelado, 45 x 35 cm, Museo Nacional de Bellas Artes)
“Padre e hijo contemplando la sombra de un día” (óleo sobre cartón entelado, 45 x 35 cm, Museo Nacional de Bellas Artes)

La figura de Roberto Aizenberg se recorta sobre el fondo vibrante de la escena artística local de mediados del siglo XX, marcada por una sucesión de corrientes estéticas y una constante búsqueda de identidad. Nacido en Federal, Entre Ríos, en 1928, Aizenberg dejó una huella profunda a través de su apasionada búsqueda de lo esencial dentro del reino de las formas.

En una época dominada por movimientos como el informalismo y la neofiguración, con su arte se mantuvo al margen de las modas y siguió su propio camino. Sus obras geométricas, pintadas con un espíritu clásico, cautivaron a escritores como Italo Calvino y Alberto Girri. El autor de Las ciudades invisibles escribió el texto de una de sus muestras cuando el pintor vivía en Milán.

La carrera de este artista comenzó en la capital argentina a finales de la década de 1940, cuando ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, pronto abandonó esos estudios y tiempo después tuvo la fortuna de recibir instrucción de dos influyentes figuras en el panorama artístico local.

Primero, se sumergió por un tiempo breve en el taller de Antonio Berni. Más tarde, encontró su verdadera musa en Juan Batlle Planas, un destacado surrealista argentino. “Fue la persona más importante que he conocido y la que me enseñó a pensar en el sentido más profundo del concepto. Y en ningún otro ser, ni en ninguna otra parte, ni antes, ni después de él, encontré nada que se asemejara a la realidad teórica o a la realidad práctica que Batlle nos transmitía”.

("Ciudad engalanada para recibir a los príncipes de la baja Sajonia", 1962-1963, Óleo sobre hardboard, 36 x 74 cm. Colección privada)
("Ciudad engalanada para recibir a los príncipes de la baja Sajonia", 1962-1963, Óleo sobre hardboard, 36 x 74 cm. Colección privada)

La influencia de Batlle Planas en Aizenberg marcó el inicio de su relación con el surrealismo. Pero de esta corriente propagada por André Breton le interesaba en particular la posibilidad de transformar la realidad en algo misterioso, una búsqueda que él abordó sobre todo a través de la geometría y las arquitecturas fantasmales. “Ser surrealista significa sentir –de un modo tremendo– el impacto de la existencia, desarrollar virtudes de visionario y perseguir a través de una paciente labor artesanal una constante indagación del conocimiento humano”, definió el artista, quien pintaba con pinceles de pelo de marta muy finitos y un óleo diluido en aceite que secaba muy lentamente, con lo que solo producía unos pocos cuadros por año.

Su estilo de trabajo partía del automatismo, para intentar capturar el dictado de su pensamiento sin la intervención de la razón. Si bien sus obras pueden parecer meticulosamente controladas, este proceso automático subyace en su creación. En 1954, Aizenberg exhibió sus primeros dibujos en una exposición colectiva junto a otros discípulos de Batlle Planas. Fue el comienzo de una carrera que pronto se convertiría en una de las más singulares y respetadas en la escena artística argentina. En 1969, con el impulso de Aldo Pellegrini y de Jorge Romero Brest, presentó su primera retrospectiva en el Instituto Di Tella. A fines de la siguiente década se exilió en París y luego pasó un tiempo en Milán, hasta que en 1984 regresó a Buenos Aires, donde siguió pintando hasta su muerte en 1996.

"Pintura" (óleo sobre madera. 86 x 57 cm., MNBA)
"Pintura" (óleo sobre madera. 86 x 57 cm., MNBA)

La obra de Aizenberg se nutre de diversas influencias artísticas. Su técnica, que involucra la aplicación de múltiples capas de color sobre la tela y el raspado de la superficie, recuerda a Max Ernst y su técnica de frottage. Además, su obra revela afinidades con el romanticismo nórdico de Caspar David Friedrich, donde los seres humanos se enfrentan a la inmensidad de la naturaleza en un contexto sobrenatural. La pintura de Aizenberg también evoca la concepción metafísica de Giorgio de Chirico, especialmente en las cabezas calvas de los personajes, que parecen caras ocultas del ser y recuerdan a los maniquíes y autómatas que pueblan las plazas secas del pintor italiano-griego.

Dentro de su vasto repertorio de obras, una en particular se destaca como un ejemplo emblemático de su estilo y su enfoque artístico: Padre e hijo contemplando la sombra de un día. Esta pintura forma parte de una extensa serie de obras que Aizenberg inició en 1956 y continuó durante casi una década. En ella se presenta a un hombre adulto y un niño, tomados de la mano, observando un paisaje extraordinario y enigmático. Cada una de las obras de esta serie parece representar una escena de iniciación al conocimiento, donde padre e hijo se enfrentan juntos a un mundo lleno de misterios por descubrir.

"Arlequín", Óleo sobre cartón entelado montado sobre bastidor de madera, 29.8 × 20 cm, MALBA)
"Arlequín", Óleo sobre cartón entelado montado sobre bastidor de madera, 29.8 × 20 cm, MALBA)

La atmósfera creada en Padre e hijo... encarna la intemporalidad, reforzada por la vestimenta de los personajes, que parece pertenecer a un tiempo pasado e indefinido. Sin embargo, lo que más intriga en esta obra es la ambivalencia que la atraviesa. Detrás de un pequeño muro que funciona como mirador, se alza un paisaje de formaciones geológicas estratificadas cromáticamente. Pero, ¿es este paisaje una representación enmarcada o una vista de la naturaleza misma? Esta dualidad plantea preguntas sobre la percepción y la representación, temas recurrentes en la obra de Aizenberg.

A pesar de su enfoque único y su desajuste con las tendencias artísticas contemporáneas, Roberto Aizenberg se ha convertido en un referente para artistas argentinos posteriores. Su influencia perdura en el trabajo de artistas como Lux Lindner y Max Gómez Canle, quienes han reinterpretado su obra en nuevas pinturas. La obra de Aizenberg, más allá del tiempo y las etiquetas, sumerge al espectador en un mundo de enigmas y misterios. Su estilo meticuloso y su obsesiva búsqueda de lo intemporal hacen de él un maestro de la pintura argentina, cuya obra sigue resonando en el panorama artístico contemporáneo.

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