El instagram de la creación artística: lectores sensibles y la literatura del yo

Los filtros son una herramienta muy usada en las redes sociales, pero también habitan, de otra forma, en la literatura contemporánea donde impera la inclinación a una corrección política al extremo

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Es conocida la utilidad de los filtros, desde siempre. Incluso su etimología da cuenta de su origen práctico: “filtro” proviene de “fieltro”, que a su vez deriva del latín tardío “filtrum” —que quiere decir “paño hecho de lana aplastada”—, objeto que se usaba para separar las impurezas del agua para beber y, claro, para repetir el procedimiento con otros líquidos para diferentes fines. No será necesario enumerar todos los usos prácticos contemporáneos de los filtros, pero mencionemos a los filtros para el café, aquellos que se utilizan en los grifos para filtrar las sedimentaciones del agua corriente, los filtros del aire acondicionado para eliminar las partículas de polvo, los filtro del correo electrónico para eliminar los mails de spam (o los que el usuario crea conveniente).

Se trata de un dispositivo práctico. Tal vez se pueda decir que Irineo Funes, el memorioso —el personaje del cuento de Borges— no tenía filtros para eliminar recuerdos y que esa cualidad también era una perdición.

También se podría pensar en una persona que dice todo lo que piensa, “que no tiene filtro”, es un peligro para la vida comunitaria o directamente un loco, en todo caso, una amenaza a la socialización de las buenas maneras. A la vez, podría no ser tan grave: Sheldon Cooper, el científico de la serie cómica The Big Bang Theory “no tenía filtro” y sobrevivió. Pero, claro, se trata de una ficción.

"Tala", de Thomas Bernhard
"Tala", de Thomas Bernhard

En el último número de Jot Down, la revista cultural española —número en papel dedicado a Europa— hay un muy interesante artículo sobre el escritor austríaco Thomas Bernhard titulado “T.B: Las carcajadas (desesperadas de un hater)” en el que se repasa la obra del novelista y dramaturgo que escribía contra su sociedad, contra su nación, una característica que se tornaba extraña porque además lo hacía mediante el humor. Pero era un humor no complaciente, que podía molestar, herir, tornarse insoportable. La nota de Rebeca García Nieto cuenta que en 1984 “un antiguo amigo suyo, el músico Gerhard Lampersberg, se reconoció en Tala y lo demandó por difamación.

El libro fue retirado de las librerías. Finalmente, el músico retiró la denuncia y el libro volvió a las bateas, pero es posible reconocer en esta anécdota un filtro contra la literatura. Un filtro judicial. De todos modos, lean la nota sobre un escritor que denunció la subsistencia del nazismo en la sociedad austríaca (recuérdese Anschluss: Austria había sido anexada al Reich en 1938 con vítores de las multitudes austríacas a un Hitler que anunciaba el acontecimiento en la plaza central de la nación) y que cuando murió, determinó en su última voluntad que ningún libro suyo se vendiera en Austria, que ninguna pieza suya se pusiera en sus teatros, que su obra no tuviera espacio en el país europeo.

Había ejercido el derecho al “filtro al revés”, si es que se pudiera decir esto, contra su propia patria. Pueden leer el artículo en Jot Down, que se vende en librerías argentinas. (Una digresión. Jot Down es una muy buena revista cultural española que se publica trimestralmente en papel con un formato libro y con artículos que se introducen en un tema —en el último número Europa— desde distintas perspectivas, miradas, hechos y personajes. Su versión online es también muy buena. Pasen a curiosear).

Roald Dahl, escritor  de "Charlie y la fábrica de chocolate", "Matilda" o "Las brujas". (Foto: Getty Images).
Roald Dahl, escritor de "Charlie y la fábrica de chocolate", "Matilda" o "Las brujas". (Foto: Getty Images).

También hay filtros en la industria editorial o quizás se pueda decir que ya están instalados en la literatura misma, con los riesgos que ello implica. Se trata de los “lectores sensibles” o “sensitivity readers”, una categoría que todavía no llegó a las editoriales argentinas —alabado sea el Señor— pero que cobran cada vez más importancia en los Estados Unidos, el Reino Unido o Canadá. Se trata del personal editorial dedicado a encontrar en los textos rastros de lenguaje ofensivo para ciertos sectores sociales o estereotipos que puedan perturbar a ciertas minorías.

Algunas casas editoriales tienen “lectores sensibles” especializados en lectores especializados en culturas musulmanas, asiáticas, nativas americanas, racismo, mujeres latinas, personas no binarias, judaísmo, violencia doméstica, abuso emocional, espectro autista, discapacidad sexual, trauma infantil, alteraciones alimentarias y así. Tal vez podrían existir especializaciones hasta el infinito. De este modo, la editorial Puffin de Inglaterra decidió reescribir los libros de Roald Dahl y publicó nuevas ediciones de Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate, sin palabras ofensivas como “gordo” o “bruja”.

Lo mismo pasa con las novelas protagonizadas por James Bond. Ian Fleming Publications, agencia que posee los derechos de publicación de los libros, encargó una revisión de los textos a “lectores sensibles”, que marcaron alusiones racistas y machistas, que serán eliminadas de las futuras ediciones.

"Que notre joie demeure", novela de Kevin Lambert
"Que notre joie demeure", novela de Kevin Lambert

A principios de este mes se anunció el ganador del tradicional premio Gouncourt, que celebra las mejores obras en lengua francesa, otorgado al canadiense quebequés Kevin Lambert por su novela Que notre joie demeure (Que nuestra alegría permanezca). En un post de Instagram de la editorial francesa Le Nouvel Attila, que publica a Lambert, se señaló: “Kevin Lambert ha trabajado con un sensitive reader para, de nuevo, pegarse lo máximo a la realidad, ser lo más acertado posible”. El escritor había contratado a la poeta de origen quebequés y haitiano Chloé Savoie-Bernard para que le pegara una “lectura sensible”.

Lambert lo explicaba así: “Chloé se ha asegurado de que yo no diga demasiadas tonterías, que no caiga en algunas trampas de la representación de las personas negras por autores/as blancos/as. La lectura sensible, al contrario de lo que dicen los reaccionarios, no es una censura. Amplifica la libertad de escritura y la riqueza del texto. Para mí no hay ninguna duda y tengo la intención de trabajar de esta manera en todas mis próximas novelas”.

Para qué. Se desató una acalorada discusión que aún no cesa. Nicolas Mathieu, premio Goncourt 2018, respondió en su propia cuenta de Instagram: “Convertir en la brújula de nuestro trabajo a profesionales de las sensibilidades, a expertos en estereotipos, a especialistas en lo que se acepta o se osa en un momento dado: he aquí algo que, como mínimo, nos deja circunspectos. Los escritores, debemos trabajar y asumir nuestros riesgos, sin supervisión ni policía”. Lo dijo sin filtros de Instagram, se entiende.

¿Y la literatura del yo? Podría definirse, debido a la profusión de textos editados por autores cuyos protagonistas remiten inexorablemente a esos autores —la mayoría de las veces el protagonista es nombrado como el mismo autor— que narran unos acontecimientos que deberían ser leídos como marcas de la experiencia misma. Bueno, se podría decir que la literatura misma es el modo en la que la experiencia se transforma en un hecho literario. Pero eso sucede cuando existe una literatura, cuando hay una maquinaria textual que da cuenta del acontecimiento, cuando la forma literaria acontece. A veces, muchas, la “literatura del yo” remite a la narración de la anécdota, en primera persona. Podría plantearse como un filtro para que la mirada del sujeto de la anécdota sea la garantía de esa pretensión de la experiencia.

"Fortuna", fue galardonada con el Premio Pulitzer
"Fortuna", fue galardonada con el Premio Pulitzer

Cuando el escritor argentino residente en Nueva York, Hernán Díaz visitó el país para la presentación de Fortuna, una novela buenísimo, es necesario señalar la crítica literaria Malena Rey lo entrevistó en el Malba. Sobre el final, la interesante conversación derivó en el auge de la “literatura del yo”. Díaz esbozó una teoría y dijo que creía que, en estos tiempos, primaba una postura en la que no se deseaba ser hablado por el otro, que la experiencia quería ser escrita por quien la atravesaba y nada más. No lo decía en tono crítico, sino que describía una situación e incluso dijo entenderla.

Hace unos años se produjo una dura polémica entre los directores de cine Spike Lee y Quentin Tarantino. Para contextualizar al lector o la lectora: en el inglés estadounidense existe una palabra cuyo nivel de ofensividad es considerado superlativo: se trata de la palabra nigger, usada por los racistas en la era de la esclavitud para referirse a las personas afroamericanas. Es una palabra que no se puede usar de ninguna manera en ningún contexto (bueno, luego se verá la relativización del tabú): por ello se usa, para referirse a ese sintagma “the N word”, “la palabra con N”.

Ahora, dentro de la comunidad negra, entre miembros de esa comunidad sí está permitido utilizar esa palabra: se trata de una reapropiación de un insulto y su transformación en una marca de identidad. Por eso abunda, por ejemplo, en las canciones de rap Es como cuando en la comunidad lgtb se usan los términos “puto”, “torta”, “marica” para referirse de manera no ofensiva a un par: es una reapropiación y transformación de un insulto en parte de un acervo propio. Pero estábamos en la polémica entre los directores de cine.

Spike Lee criticó fuertemente a Tarantino (Foto: REUTERS/Eric Gaillard)
Spike Lee criticó fuertemente a Tarantino (Foto: REUTERS/Eric Gaillard)

Luego del estreno de Jackie Brown, de Tarantino, Spike Lee, autor de clásicos como Do the right thing o Malcom X dijo: “Yo no estoy en contra de la palabra, y la utilizo, pero no excesivamente. Y alguna gente habla así, pero Quentin está enamorado de la palabra. ¿Qué es lo que quiere? ¿Que le hagan negro honorario?”. Tarantino respondió en un programa de televisión. Dijo:

“Como escritor, exijo el derecho a escribir cualquier cosa en el mundo que quiera escribir. Exijo el derecho a ser ellos, exijo el derecho a pensar en ellos y exijo el derecho a decir la verdad de cómo los veo, ¿de acuerdo? Y decir que yo no puedo hacer eso porque soy blanco, pero los hermanos Hughes pueden hacerlo porque son negros, eso es racista. Ese es el corazón del racismo. Y yo no acepto eso ... Es como un segmento de la comunidad negra que vive en Compton, que vive en Inglewood, donde transcurre la acción de Jackie Brown, que vive en Carson, así es como ellos hablan. Estoy diciendo la verdad. No se cuestionó si yo era negro, y me molesta que me lo pregunten porque soy blanco. Tengo derecho a decir la verdad. No tengo derecho a mentir”.

En "Django unchained", un antiguo esclavo une sus fuerzas con un cazador de recompensas alemán que lo libera y ayuda a cazar a los criminales más buscados (Foto: prensa Columbia Pictures)
En "Django unchained", un antiguo esclavo une sus fuerzas con un cazador de recompensas alemán que lo libera y ayuda a cazar a los criminales más buscados (Foto: prensa Columbia Pictures)

Cuando se estrenó la genial Django unchained, del bueno de Quentin, la cosa escaló rápidamente. Lee la llamó “irrespetuosa con mis antepasados”. Y luego tuiteó: “La esclavitud estadounidense no era un spaghetti western de Sergio Leone. Fue un holocausto. Mis antepasados son esclavos. Robado de África. Los honraré”. Ahí Tarantino solamente dijo que no perdería el tiempo contestándole.

Filtros. En esta nota se usó varias veces esa palabra, pero no en su sentido más contemporáneo, que es el de los filtros de Instagram. Ustedes saben: al contrario de su sentido original, los filtros de la red social “agregan”: pueden utilizarse para corregir imperfecciones, iluminar la piel, mejorar el color de los ojos, agregar fondos a las fotos originales, para agregar bigotes, ojos extremadamente abiertos, aspecto de dibujo animado o de gatito, y así hasta el infinito digital. Aunque no se conoce de un filtro de Instagram que, revisando en el perfil público de la persona, pueda modificar una fotografía presentando sus miserias humanas. Todavía no, y quizás nunca.

En una época de corrección política en la que predomina la noción de que el discurso crea la realidad (“si no hay elementos ofensivos en una obra, entonces es publicable, si un heterosexual no se apropia indebidamente de la experiencia de una persona transexual para la creación de su discurso artístico, si se repite un deseo de sociedad ideal en un discurso artístico se estará cerca de su concreción”, digamos) los filtros pueden llegar a ser un peligro. Tanto si se usan como forma de censura judicial, como en el caso de Bernhard, como en el caso de Spike Lee sobre Tarantino, o la idea de que sólo el sujeto de una minoría puede usar la primera persona, ese “yo”, en una creación artística. De cualquier manera, la creación artística suele desviarse de esas rutas. Sería una pena que no existan textos como los que escribió Louis Ferdinand Céline. Aunque, es cierto, Céline mismo: qué persona horrible. Pero eso ya es otra discusión.

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