¿Cuántas tiras hacen falta para enamorarse de Mafalda? ¿Tres, cinco? Todos los que leímos los libritos maravillosos que compilaban las historietas —idea del editor Jorge Alvarez— nos volvimos fanáticos. Y aquí una de las claves de Mafalda: el presente de las tiras es de la década del 60, hace más de medio siglo, y siguen funcionando. ¿Cuál es su secreto?
Hoy, Star+ y Disney + estrenan el documental Releyendo Mafalda, con dirección de Lorena Muñoz. Son cuatro capítulos que podrían ser cuatrocientos de alrededor de media hora cada uno, en los que, a partir de testimonios y material de archivo, se reconstruye la historia de Quino y Mafalda, a la vez que se intenta responder el interrogante.
“Mafalda es un círculo, un cuadrado y un rectángulo”, dice Alberto Montt mientras dibuja la cabeza, el cuerpo y las piernas en una tablet. La simpleza de las formas es una característica de Quino, quien, sin embargo, tenía la destreza de hacer de cada personaje un ícono.
El mundo de Mafalda
En el documental, habla una infinidad de personalidades: desde Juan Sasturain hasta Alex de la Iglesia, desde Raquel Riba Rossi hasta Gabriela Sabatini, desde Kuki Miller hasta Federico D’Elia, pasando por Cecilia Roth, Agustín Pichot, Rep, Kemchs, Liniers, Tute, Emanuel Ginóbili. En un punto, el efecto de que haya tantos testimonios hace que los vuelva anónimos, en otras tantas voces que se suman a los fanáticos. Sin embargo, un lugar predominante en esa serie de nombres queda ocupado por Felipe Pigna y no porque tenga un rol protagónico ni mucho menos; son más bien pocas sus intervenciones. Pero cuenta una anécdota que despierta una envidia inmediata: él, que era vecino de Quino, lo acompañó a la juguetería a comprar el modelo del Citroën 2CV que iba a ser el auto del papá de Mafalda.
La tira comenzó a salir en 1964 y terminó en 1973. Apenas nueve años necesitó Quino para marcar a los lectores de todo el planeta. Traducida a más de treinta idiomas —italiano, griego, inglés, japonés— no perdió, sin embargo, su condición argentina. “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, decía Tolstoi. Y, si bien casi no hay menciones explícitas a los dirigentes del momento, es claro que Quino escribía con el calor de las noticias.
Él también, como Arlt, podría haber dicho que escribía en redacciones estrepitosas. Con la particularidad de que tenía que metaforizar y codificar el humor para evitar la censura. La sopa, entonces, se convirtió en la cifra que denunciaba el abuso de poder. Otra vez sopa, como la clave de los golpes de Estado que hacían los militares.
En ese sentido, es notable cómo Quino abandona la sutileza el día que Onganía voltea a Illia. Ese día la tira muestra a una Mafalda llorosa en primer plano que sólo alcanza a decir “Entonces, todo lo que me enseñaron en la escuela…”. Esa viñeta, la de la pintada con la frase “basta de censu” y la del famoso palito de abollar ideologías son claros ejemplos de cómo Quino no dejaba de pensar en clave social y político.
Mafalda y el mundo
El universo de Mafalda se compone por su mamá (Raquel) y su papá (sin nombre), pero tiene como eje central a sus amigos: Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito. Cada uno de ellos cumplía un rol magistral que estiraba el estereotipo hasta romperlo. Y así como Felipe era el soñador, Manolito —que, además, era el único que trabajaba— tenía la ambición por el dinero y Miguelito era el egocéntrico perfecto porque era egocéntrico a pesar de sí mismo.
Susanita era la figura que se oponía a Mafalda por antonomasia: clasista, chismosa, tradicionalista, más interesada en el matrimonio que en el amor. Fue un personaje que se hizo tan popular que se volvió un concepto: “Quino inventó una palabra”, dice Cecilia Roth en el documental. No debe haber aspiración mayor para un artista que intervenir así en la cultura.
El clan se completa con Guille, el hermanito que empieza a dejar a Mafalda del lado de los grandes, y con Libertad, que, como dice Rodrigo Fresán, con sus planteos más rebeldes y revolucionarios, la deja finalmente del otro lado. La profundidad de cada personaje está en que de cada uno podemos mencionar como mínimo un par de viñetas icónicas sin que esté Mafalda: Felipe enamorado que cruza la plaza, Libertad dándole de comer a la tortuga Burocracia, Manolito pasando las vacaciones en la pileta de lavar la ropa, Guille escribiendo las paredes. Una cuestión muy hermosa de Releyendo Mafalda es que cada entrevistado elige su historieta favorita: esos pasajes se miran muertos de risa.
Y, cómo olvidarlo, hay otro personaje más en la tira: el mundo. Mafalda lo cuida, lo acuesta, lo acaricia, le baja la fiebre. ¡Y también la música! ¿Se habrán enterado Paul, John, George y Ringo de su admiradora más famosa?
Umberto Eco, que escribió un ensayo sobre Peanuts en Apocalípticos e integrados, se dio el gusto de escribir el prólogo a la edición italiana de Mafalda. Decía Quino que Mafalda había nacido por el encargo de una casa de electrodomésticos —y en el documental, Norman Brinsky, que trabajaba en la agencia de publicidad, lo confirma— y también decía que dejó de hacerla cuando sintió que empezaba a repetirse. La última tira salió el 25 de junio de 1973. Hace cincuenta años. Parece que fue ayer.