Hay mucha gente que hace literatura, pero no son tantas personas las que hacen a la literatura: los que la alimentan, la sostienen, la renuevan. En Argentina, y probablemente paso lo mismo en cada país, los hacedores de la literatura tienen nombre propio. Christian Kupchik es —lo correcto sería decir “era”, pero al menos en este primer párrafo mantengamos el presente— uno de ellos.
Periodista, escritor, editor, traductor, es probable que él prefiriera que se lo presentase como lector. Un simple lector, que, como sabemos, no es una figura ni ingenua ni simple, sino que es la figura que le da sentido a la escritura. Christian Kupchik, no sin un cuota de injusticia, no tuvo el reconocimiento popular que su literatura merecía pero sí se ganó el prestigio de sus pares. Era generoso al compartir ideas y sugerencias, era generoso al ponerse al lado de los demás y era generoso, sobre todo, con los escritores nóveles. Una generosidad, sin embargo, que no implicaba perder la rigurosidad en las lecturas. No se autoimponía el papel de maestro, pero sí el de lector. Y era un lector eficaz que entendía cómo mejorar el texto.
Vivió en París, Barcelona, Estocolmo y Montevideo; se hizo experto en la literatura de viajes. Dirigió la colección “Planeta Nómade” y compiló varios libros sobre el tema: El camino de las damas, En busca de Cathay, La ruta argentina, Las huellas del río. Dirigió una revista de “literatura geográfica”, Siwa. Era un erudito que no necesitaba dar muestras de su conocimiento.
Podía mantener una conversación en tantos niveles que además de escribir poesía, relatos y un ensayo sobre Emmanuel Swedenborg, cada tanto, se daba unos gustos inesperados, como compilar un libro con cuentos de tenis e incluir en la selección a Bioy Casares, William Somerset Maugham, el poeta mexicano Fabio Morábito, Updike y Guillermo Martínez, entre otros. Ese libro, de hecho, se presentó con un partido de tenis entre Martínez y Quique Cano, histórico tenista que jugó en la Copa Davis. Christian era un conversador incansable. Tenía un pilón de anécdotas con escritores y músicos que nunca mejoraba cuando volvía a decirlas, por lo que seguramente eran verdaderas.
De sus años en la península escandinava se había apropiado del sueco casi como si fuera su segunda lengua, pero, por su facilidad por los idiomas, dominaba el noruego, el francés, el inglés y el portugués. Tradujo a Ibsen (Cuando nosotros los muertos despertamos), a Balzac (La búsqueda de lo absoluto), a Fernando Pessoa (35 sonetos ingleses). Hubo un Filba en el que participaron dos escritores noruegos y, él, que los había visto beber un rato antes, subió al escenario con la certeza de que iba a tocarle ser traductor y domador de leones en vivo. Lo hizo con una gracia y elegancia envidiable.
En los últimos años tradujo para Compañía Naviera la obra de la finlandesa Tove Jansson. Como él era más dado al barroquismo, en cada libro había una negociación continua con los editores para que no se perdiera la sequedad de la prosa de Jansson. Christian tradujo El libro del verano, Juego limpio, La verdad increíble y el mes que viene saldrá su último trabajo La hija del escultor.
En 2016 fundó junto a Jorge Consiglio la editorial Leteo. Una “editorial-río que nos protege de la raíz de lo efímero”. Leteo que siempre se caracterizó por perseguir la calidad antes que la calidad, fue —es— la casa de la narrativa de Valeria Tentoni, Natalia Gelós, Pedro Rey, y también de voces del extranjero como Hjalmar Söderberg (su libro Doctor Glas incluye un prólogo de Margaret Atwood). El año pasado, en el marco de la Feria de Editores Independientes, Christian recibió el premio a la trayectoria editorial.
“Cuando parecía que el invierno terminaba / de comerse las uñas, / despertaste de pronto”, dice en el poema “Espejo negro”. Christian murió hoy, hace unas horas, después de varios meses de batallar con una enfermedad que se había encarnizado con su cuerpo. La noticia corrió con velocidad y tristeza entre quienes lo conocíamos. Christian le ganó al invierno y a la nieve de aquel poema, pero, spinetteano como era, seguramente al otro lado del río sepa que quienes lo despedimos sólo pensamos en el calor que hará sin él en verano.