¿Qué es el miedo? Es decir, qué significa esa palpitación, esa sensación de adrenalina, esa ansiedad que sentimos de manera vertiginosa en la mente, en todo el cuerpo, en cada espacio sensible del ser. Es una sensación atávica: el hombre primitivo lo experimentaba ante la acechanza de un depredador. Sigue siendo actual. Porque el miedo surge ante el peligro. Sin embargo, no somos la misma especie que aquellos primeros homo sapiens (o sus primos anteriores). La razón, entre otras cosas, nos diferencia. Pero ¿Cómo evitar el miedo? Surge el instinto antes que la razón. Luego, urge comprender.
La muestra Los ojos desiertos, de Gabriela Golder, que se puede visitar en Fundación Andreani, en La Boca y hasta octubre, se centra en un fenómeno contemporáneo de características tremendas, sinuosas, que intentan inducir al pavor. De manera simultánea, en varios países —incluido la Argentina— las fuerzas de seguridad actuaron de manera similar ante manifestaciones de protesta. Al “dispersar” a las multitudes, la policía usó armas denominadas “no letales”, cuya recomendación para su uso es apuntar a los manifestantes de la cintura hacia abajo (según los protocolos institucionales de las diferentes policías). En cambio, apuntaron y dispararon directamente a los ojos de las personas. El objetivo de ese uso del armamento no letal era, como su nombre indica, no matar. Pero nada dice sobre la posibilidad de mutilar.
En las manifestaciones de la rebelión de Chile contra el gobierno de Sebastián Piñera y el régimen remanente del pinochetismo en general, más de 500 personas perdieron la visión de uno o ambos ojos.
En Colombia, durante el paro general de 2001 contra el gobierno de Iván Duque, más de 200 personas perdieron la visión de uno o ambos ojos.
En Buenos Aires, durante las manifestaciones en Congreso contra la reforma previsional del gobierno de Mauricio Macri, más de una decena de personas perdieron la visión de uno de sus ojos.
En Jujuy, en las manifestaciones contra la reforma constitucional de Gerardo Morales, cuatro manifestantes perdieron la visión de uno de sus ojos.
En Líbano. En Hong Kong. En Francia.
El miedo. Una pregunta se esparció entre los manifestantes colombianos luego del paro general: “¿Quién dio la orden?”, dice Gabriela Golder a Infobae Cultura. “Es una práctica sistemática en la que las fuerzas policiales de los países aprenden unas de otras. Se trata de imponer el miedo a cualquier práctica de protesta, para acallar, para invisibilizar. Usan el derecho, que no está penado, a mutilar”, agrega. Y entonces el miedo.
La impresionante video instalación en Fundación Andreani, complementada por unas esculturas con inscripciones sobre el perder la mirada (opacas, como enceguecidas), se complementa con las voces que dan cuenta de esas manifestaciones y esas represiones en diversos lugares del mundo. La video instalación, en la que Ivo Aichenbaum fue editor, culmina con la recreación de una manifestación reprimida. Pero muestra la respuesta popular al estado de cosas: máscaras, escudos, anteojos de soldador para proteger la mirada. El momento de la razón ante el miedo. Es una muestra sobrecogedora. Deberían visitarla.
Y viene a cuento acerca de la actualidad de nuestro país. No sólo porque el método cegador de las fuerzas de seguridad haya sido utilizado por los gobiernos de Macri o Morales, sino porque el miedo ronda distintos estamentos de la conversación social de estos días. Una conversación de la que participan activamente los intelectuales argentinos.
Dos solicitadas circularon estos días profusamente por las redes y llegaron a las páginas de diarios y portales. El primero, llamado “Compromiso electoral: ante las amenazas a la democracia” —firmado por Beatriz Sarlo, Pablo Alabarces, Roberto Gargarella, Alejandro Katz, José Emilio Burucúa, Federico Lorenz, Mariano Llinás, Camila Perochena, Hilda Sábato y Maristella Svampa, entre otros— culmina el texto en defensa de la democracia planteando que, en caso de ballotage, todas las fuerzas políticas (y la ciudadanía) deben votar contra Javier Milei, cualquiera fuera la opción enfrente (es decir, Sergio Massa o Patricia Bullrich).
Una política no sólo del mal menor, sino de compromiso con un mal menor de grados milimétricos: al fin y al cabo, fueron las fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich que dispararon a los ojos de los manifestantes en 2017 (entre tantos otros hechos represivos, como el asesinato de Rafael Nahuel, la represión en la que perdió la vida Santiago Maldonado, el aplauso del gatillo fácil tildado de doctrina con el apellido “Chocobar”). O Massa, el padre del actual ajuste, el representante en el país del FMI, el acompañante a Davos de Mauricio Macri, entre otras virtudes.
La solicitada de los intelectuales “progresistas”, titulada “Por un frente de la cultura en defensa de la democracia”, y firmado por personalidades como Gabriela Cabezón Cámara, Pablo Alabarces (presente también en la anterior), Selva Almada, Mirta Busnelli, Albertina Carri, Analía Couceyro, Claudia Piñeiro, Alejandro Tantanián, entre muchos otros, termina siendo un grado menos intenso que el de los otros y termina diciendo: “Llamamos a no votar a Javier Milei en las elecciones de octubre e invitamos al mundo de la cultura a firmar este llamamiento a la ciudadanía en defensa de los valores democráticos que sostuvimos estos cuarenta años”. El mal menor, un poquito más vergonzantemente.
Lo que une a las dos manifestaciones de los dos núcleos de intelectuales es el miedo —pero no la razón—. ¿Está mal sentir miedo ante un gobierno de Milei? Claro que no. Pero caracterizar su éxito en las elecciones y preferencias en el electorado requiere un poco más de sagacidad de la que ambas solicitadas carecen.
No analizan el voto a Milei, primero. Defienden el sacrosanto “pacto democrático” —que, por otra parte, permite que el 40 por ciento de la legislación emanada de la última dictadura siga vigente, por ejemplo, la fundamental ley de entidades financieras—. Por otro lado, no se dan cuenta de que el voto a Milei es contra ese “pacto democrático” que en cuarenta años produce que el 40 por ciento de la población esté en el marco de la pobreza, según los índices del INDEC. Que el “pacto democrático” permite la precarización laboral que va desde las decenas de miles de jóvenes en bicicletas repartidoras, sin obra social, seguro ni nada a las cooperativas de los planes que cobran un “trabajo” por una miseria pagada por el Estado. Que con el “pacto democrático” no se come, no se cura, no se educa. Que el voto a Milei es un voto desesperado ante el tal pacto que deja a las mayorías en la intemperie. Eso sí: el pacto democrático permite, y está muy bien que sea así, que se escriba “nosotres”, además de las otras formas gramaticales de la lengua.
El mal menor es aquella forma moderna de expresar lo que señalaba Etienne de La Boittie en 1576 en su panfleto libertino Discurso de la servidumbre voluntaria: no es el amo el que obliga al siervo a serlo, sino que el miedo es el que convierte al siervo en siervo de su amo. En este siglo XXI seguimos en el mismo error.
Decíamos que no era ridículo pensar en tener miedo ante un gobierno demencial de Milei. ¿Pero uno de mayor ajuste de Massa, uno de mayor ajuste y represión de Bullrich? ¿No se ve el colapso de una forma de la economía y la política y la emergencia de Milei como un correlato, no oposición, de ello?
Y si no ganara Milei, si no el mal mayor ¿No tendría cuatro años para organizarse de un modo de mayor radicalidad? Es decir, un fascista no hace un fascismo. Diez millones de votos ayudan. Diez millones de votos en la oposición, mucho más. ¿Y no daría pie a que se organicen grupos paralegales en su defensa? La historia es amplia en ejemplos de esta naturaleza. En el mejor de los casos, ¿no le daría tiempo para que el establishment lo maquille frente al fracaso preanunciado de Sergio o Patricia?
El mal menor. Disparar a los dos ojos o a uno solo. La cuestión, seguramente, será organizarse frente a lo que se viene, de cualquiera de las tres maneras.