“No hay vida zombi: donde hay vida, hay mente”, Paco Calvo habla sobre la conciencia de las plantas

En su libro “Planta Sapiens,” el filósofo español desafía las fronteras de la ciencia para explorar inteligencia y experiencia vegetal. “A su modo, se emocionan cuando obtienen alimentos en el suelo”, afirma

En La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia (Sexto Piso), el profesor británico Anil Seth narra los intentos de Karl Friston y otros teóricos por alcanzar una “teoría del todo” de la biología, al tiempo que nos informa de los descubrimientos más recientes en el campo de la psicología humana. Y en Cuando los animales sueñan. El mundo oculto de la consciencia animal (Errata Naturae), el pensador mexicano David M. Peña-Guzmán nos revela todo lo que se ha descubierto en los últimos años sobre las experiencias oníricas del resto de los animales con los que compartimos este planeta.

Con Planta Sapiens (Seix Barral), escrito en colaboración con Natalie Lawrence, el filósofo español Paco Calvo ingresa en la constelación de investigadores internacionales de alto nivel que han publicado libros importantes sobre su campo de estudios. Un libro que demuestra que en el mundo vegetal también hay individualidad, cognición y conciencia. De modos, por supuesto no animales, no humanos.

Filósofo de la ciencia con formación en botánica, Calvo descubrió la neurobiología vegetal gracias al trabajo de František Baluška, Tony Trewavas y Stefano Mancuso. El lector en español, si está familiarizado con la obra del científico italiano (como Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal o El futuro es vegetal, publicados por Galaxia Gutenberg), encontrará en Planta Sapiens un enfoque más amplio y filosófico. Y la autobiografía intelectual de su autor, entre el mundo anglosajón y su laboratorio en la Universidad de Murcia.

Tras un intercambio de e-mails, nos encontramos en un restaurante del barrio del Raval de Barcelona. Llega tarde a la cita, pero no me puede avisar, porque no tiene teléfono móvil:

—Nací aquí, en Barcelona, pero sólo viví un año. Volví porque empecé telecomunicaciones en la Politécnica, a los dieciocho, pero lo dejé y volví a Murcia a estudiar filosofía. En el 2023, sigo sin tener teléfono móvil, de modo que sin duda no estaba bien encaminado en mi época de telecos…

—Es interesante que tanto tu libro como La creación del yo, de Seth, comiencen con la anestesia. No sólo se duerme el cerebro, sino también la conciencia, “tu sentido de «ser» algo o alguien”, dice él. Y tú escribes: “Si se puede poner a dormir temporalmente a una planta, igual que a un animal, ¿acaso eso significa que también dispone de alguna clase de estado de vigilia «normal»?”, es decir, “tienen alguna clase de experiencia individual del mundo. Quizá sean conscientes”. ¿Por qué te parece importante ese punto de partida?

—A Seth lo conocí por Zoom, me invitó a un encuentro en Sussex, que se hizo virtualmente. La diferencia entre su trabajo y el mío es que yo no abogo por ninguna teoría de la conciencia. Yo creo que es necesario contemplar y tal vez descartar las hipótesis alternativas. Mi acercamiento metateórico es ver distintas teorías de la conciencia, para ver qué aporta cada una de ellas, bien para descartarlas, bien para apelar a un pluralismo explicativo. La respuesta tal vez no sea única, quizá esté en un modelo híbrido. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Tú puedes hacer todo el trabajo que quieras para discutir sintiencia, pero a veces las intuiciones te llevan más lejos. El ejemplo de la anestesia funciona así. No es pensar en la sintiencia como hecho, sino en qué pasa cuando la pierdes. La anestesia no dispara ni la neurona ni la célula vegetal, bloquea el potencial de acción. Cuando sale de la anestesia, vemos que el animal o el vegetal recupera algo. Si lo recupera es que lo ha perdido, que lo tiene. ¿Será la conciencia?

—El libro permite entrar en tu mente. Ver cómo piensas, en un territorio o laboratorio efectivamente híbrido, entre la ciencia y la filosofía de la ciencia.

—En realidad lo que yo hago es muy sencillo. Estudio todos los modelos de la conciencia animal, sin prejuicios, viendo cuáles son los mejores. Y miro cómo se puede aplicar a plantas. Para ello hay que customizar los protocolos: ver cómo los adaptas al mundo vegetal, desde otros reinos. Si en zoología se está estudiando el cerebro de los animales, en botánica podemos usar el registro electrofisiólogico. Al igual que el time-lapse, es decir, la técnica de la cámara rápida, el registro electrofisiólogico nos permite inferir la inteligencia vegetal. Con ambas estrategias podemos ver a la planta dándole al tarro. Y de ahí podemos llegar a hipótesis arquitectónicas de la cognición.

"Yo creo que es necesario contemplar y tal vez descartar las hipótesis alternativas", dice Calvo (Foto: Inma G. Pardo)

—También hay otra coincidencia entre el libro de Seth y el tuyo: en ambos la autobiografía se entrevera con la historia del centro de investigación que cada uno de vosotros dirige. ¿Qué es el MINT Lab? ¿Cómo se relaciona con el resto de laboratorios, grupos de investigación y departamentos de la Universidad de Murcia?

—Cuando lo fundé en el 2015 era un laboratorio adscrito al departamento de filosofía. Imagínate, construimos una cámara de crecimiento vegetal en una sala que antes se dedicaba a la historia filosófica. Conforme fuimos creciendo, se nos quedó chico, y la unidad de agroforestales empezó a colaborar con nosotros, dándonos acceso a otros equipos y cámaras en otros lugares de la universidad. Pero hasta ahora el 100% de nuestras colaboraciones han sido con el extranjero, porque así han surgido las conversaciones. Pero a veces tienes que salir para volver. Y ahora estoy dialogando, por ejemplo, con Marino Arnao, catedrático de fisiología vegetal y autoridad mundial en melatonina, colega en el campus.

—En tu libro hay un claro hilo conductor: Charles Darwin. Es increíble cómo el padre de la teoría de la evolución ya vio hace un siglo y medio a las plantas y a los animales como seres complejos. Su vigencia es absoluta…

—No deja de fascinarme. Seguimos sin ver, a fecha de hoy, todo lo que él sí vio. Y él lo hizo a ojo desnudo. Vio más que yo, que tengo el time lapse. El secreto no está en las técnicas de observación, en la pasta, puedes tener todo el dinero y todos los cacharros del mundo y no ver nada. Darwin miraba como un niño curioso. Y además tenía la ventaja de no depender del mundo académico. Se pasó toda la vida jugando. La lección es que debemos trabajar más en la ciencia básica y no tanto en las aplicaciones prácticas, en la patente, en los papers. Que fuera capaz de inferir la inteligencia no humana a ojo desnudo me sigue pareciendo increíble.

—En el libro partes de la constatación de que no tenemos una definición clara y unánime de lo que es la inteligencia, para dar pistas sobre cómo podría ser no sólo la inteligencia individual de una planta, una cognición que no es tanto un banco de memoria como un “conjunto dinámico de interacciones continuas con el entorno”, sino también su inteligencia social. El reconocimiento de los parientes, la comunicación, la cooperación o no… ¿Hay que entender la conciencia desde abajo y no desde arriba?

—En efecto. No hay vida zombi: donde vida, hay mente. Si vamos de abajo arriba es todo más fácil, porque los rudimentos de la conciencia y de la cognición ya están en los organismos unicelulares. Quitar capas (la abstracción, el lenguaje, el parentesco…) es muy difícil, enseguida llegas a lo exclusivamente humano. Es mejor partir de lo que yo llamo la llave maestra del árbol de la vida, que está en lo unicelular, como la capacidad de integrar información. La bacteria no sólo va hacia el azúcar, la gravedad sigue influyendo en ella, la gravedad tira hacia abajo, pero ella sube hacia el azúcar, integra la luz, la gravedad, todo, para llegar a una respuesta adaptativa. Globalmente adaptativa. Ahí emerge la sintiencia, en una célula que vence los obstáculos para lograr su objetivo. Y nosotros no dejamos de ser multicelulares, es decir, sacos de células.

—Uno de los argumentos más sorprendentes de tu libro es el de la conexión bioquímica emocional entre las plantas y los animales –entre ellos, nosotros–: la auxina vegetal es muy similar a neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la adrenalina… ¿Son las plantas emocionales?

—Hay que tener cuidado con cuánta carga teórica le damos al término. Si yo digo que las plantas duermen, me dicen, joder, Paco, las plantas no duermen, se recuperan, regeneran ADN; de acuerdo, pero cuando tú te tomas una pastilla de melatonina, porque tienes jet lag, ¿qué haces? ¿Es diferente de lo que hace una planta, cuando biosintetiza su propia melatonina? Ella también pierde nivel de melatonina durante el día, como tú. En fin, si no nos gusta la etiqueta, dormir, vamos a las moléculas y veamos las similitudes. ¿No quieres decir dormir porque no tiene fase REM? No le pidas a la planta que duerma a la manera animal. Lo hace a su manera. ¿Tienen emociones? Desde la descripción de alto nivel, la cual sólo es aplicable a nosotros, ¿cómo van a tenerlas? Si empezamos desde abajo y naturalizamos lo emocionante, nos damos cuenta de que una bacteria se emociona cuando encuentra nutrientes de azúcar, o una planta, alimentos en el suelo. Lo hace, por supuesto, a su modo, que no es el nuestro. Pero lo hace. Tenemos que darnos un baño de humildad.

—Hay momentos en que el libro entra casi en el terrero de la ficción especulativa. Cuando sugieres que las plantas podrían tener identidad individual, tú dices personalidad. Me quedé pensando en esa palabra. ¿No sería mejor llamarla vegetalidad?

—No tengo ningún problema con las palabras. En clase les digo a mis alumnos, si te chirría un término, llámale chumpichuqui. Si estamos de acuerdo en que diferentes plantas del mismo fenotipo, en el mismo entorno, tienen una conducta distinta, en que cada una tiene su perfil distinto, pues no lo llames personalidad, di que cada una tiene su chumpichuqui. Vegetalidad no me convence porque los individuos que son hongos o bacterias también tienen su propia forma conductual. ¿Honguidad? ¿Bacterialidad? Si desligamos personalidad de lo humano, por una cuestión de economía, podremos salir un poco del antropocentrismo, y aplicar la palabra a cualquier ser vivo individual.

"Planta Sapiens: Descubre la inteligencia secreta de las plantas" (Seix Barral), de Paco Calvo y Natalie Lawrence

—David M. Peña-Guzmán defiende una visión integradora para entender el sueño del resto de animales, que combina la neurología y otras ciencias con la filosofía. En Lo que saben las plantas (Ariel), Daniel Chamovitz afirma que “neurobiología vegetal” es una metáfora adecuada porque “desafiamos a las personas a reevaluar su comprensión de la biología en general y de la botánica en particular”. Tú también sostienes que es una vía fértil. ¿No es extraño que en el siglo XXI todavía haya quien defiende las fronteras entre las distintas disciplinas?

—¿Dónde estudias la inteligencia vegetal? ¿En biología, en psicología? Puedo hacer lo que hago gracias a que no estoy en ninguno de esos ámbitos. A que trabajo en el MINT Lab, es decir, en la frontera.

—Peña-Guzmán ha escrito sobre los sueños de los animales. ¿Cómo podrían ser los de las plantas? Tienen memoria, sufren estrés, ¿cómo reelaborarían sus recuerdos y sus traumas durante sus ciclos circadianos?

—Es una respuesta muy difícil de contestar. Cada animal soñaría de un modo distinto, pues no es lo mismo una esponja de mar que un delfín. Yo tendría que partir de la planta concreta, su experiencia diurna, no es lo mismo una planta trepadora que un cactus. Pero, ahora, si vamos a ello, a una especie en particular, como la judía trepadora, lo que es seguro es que no hay que pensar en imágenes o en una voz en off, como ocurre en nuestros sueños, su actividad onírica quizá se trate sólo de una corriente de bioelectricidad, que sí tendría relación con la experiencia diurna.

—Me ha gustado mucho la nota final, porque dejas claro que todo proyecto es colectivo, y que sin un sinfín de conversaciones, becas, estancias, interlocutores, Planta Sapiens no hubiera sido posible. Destacas el trabajo de la escritora Natalie Lawrence, con quien habéis formado un equipo de redacción. ¿Fue una aportación sobre todo estilística o también te asesoró sobre el storytelling del libro?

—Yo nunca había escrito divulgación. De hecho, tampoco había publicado nunca en español. Por eso era natural para mí escribirlo en inglés, porque es el idioma en que he escrito todos mis papers. Entré a trabajar con Jessica, mi agente literaria, y ella me dijo que era necesaria mi primera persona, mis experiencias, mis historias, no sólo ciencia vegetal, que es lo que había en la primera versión. Lo añadí, pero le faltaba estilo, digamos, lo narrativo. Y Jessica me presentó a Natalie para que aportara justamente eso, ese empujón que yo no sabía darle. Y fue un flipe. Nos conocimos en Londres, pero trabajamos todo el libro en Zoom. Yo nunca he tenido una sensación así con nadie, como si fuéramos una sola mente. Así ha salido el libro.

—Llevas quince años trabajando en un ámbito nuevo, de vanguardia, que defiende ideas que, aunque latan en la obra de Charles Darwin y de otros científicos del pasado, son nuevas y sobre todo contraintuitivas, porque para el ciudadano de a pie las plantas, los no humanos no pueden acceder a la sensibilidad, la inteligencia o la emoción. Me temo que muchos académicos, algunos de ellos con influencia en la adjudicación de becas y subvenciones, tampoco lo ven claro. Integras de un modo muy elegante las críticas de tus antagonistas. Incluso nombras a Lincoln Taix, Michael Blatt y David Robinson en los agradecimientos del libro: “agradezco haber tenido la oportunidad de poner a prueba mis ideas y mi trabajo” con ellos, dices, aunque a veces hayan sido “feroces”. ¿Eres completamente sincero?

—Fui sincero. Y me quedé a gusto. Ojalá lean el libro, y sus comentarios me permitan repensar algunos aspectos de mi pensamiento, pero no creo que lo hagan. Ellos tres, en un artículo científico, como explico en el libro, pidieron que las empresas no nos financiaran y que las revistas científicas no nos publicaran. Fue muy extraño. Yo creo que lo que hay que hacer es comparar, contrastar, abrir todos los debates. El tribunal de la experiencia ya nos pondrá a cada uno en su lugar.

—Otros autores que trabajan en estos mismos ámbitos, como Mancuso o Vincianne Despret, han dado el paso hacia la ficción en sus últimos libros (respectivamente, La tribu de los árboles, en Galaxia Gutenberg, y Autobiografía de un pulpo y otros relatos de anticipación, publicado por Consonni). ¿También te planteas la escritura de cuentos o novelas?

—Me ha costado tanto parir este libro que sólo tengo energía para disfrutar de que este libro esté en librerías. Quiero disfrutar del presente y no pensar en el futuro. Me cuesta sangre, sudor y lágrimas escribir. Para mí es un suplicio. Me encantaría escribir otro libro, pero dentro de un tiempo. Y quizá sea una ficción no relacionada directamente con las plantas, por qué no. Me interesa mucho el libre albedrío, un viejo debate filosófico que se podría enriquecer si pensáramos en las plantas. Si le quitáramos la carga antropocéntrica, que siempre es un lastre.

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