Un escritor canadiense que reviste entre los 16 finalistas al Premio Goncourt -la distinción más prestigiosa que se otorga a una obra escrita en lengua francesa- generó un revuelo entre referentes de la cultura gala tras admitir en redes sociales que había convocado a un “lector sensible” para cotejar que su última novela, Que nuestra alegría permanezca, no contenga expresiones o personajes que pudieran resultar ofensivos para lectores pertenecientes a alguna minoría.
Cuando a principios de mes los miembros del jurado del más prestigioso de los premios de las letras francesas seleccionaron la novela “Que nuestra alegría permanezca” para la primera lista de finalistas al galardón, seguramente ignoraban lo que se avecinaba: el autor canadiense reivindica el uso de “sensitivity readers” o lectores de sensibilidades, una práctica que abunda en Estados Unidos y Canadá, pero que en Francia suscita recelos y sospechas de censura y de “americanización” de la cultura autóctona.
Mientras en Estados Unidos o en Gran Bretaña la figura del lector sensible está tan normalizada que muchos y muchas de quienes desempeñan este rol admiten abiertamente que trabajan para las editoriales, en Francia su admisión ni siquiera estaba en discusión, hasta ahora. Por eso resultó tan ruidosa la confesión del escritor Kevin Lambert, oriundo de la ciudad canadiense de Quebec, quien se vio envuelto en una polémica tras explicar, en una publicación de Instagram, que había convocado a un “lector sensible” para su desactivar cualquier ruido que pudiera provocar su nuevo libro en la comunidad de lectores.
El mensaje incluía una cita de Lambert en la que explicaba que la poeta de origen quebequés y haitiano Chloé Savoie-Bernard había contribuido a editar el libro. A Lambert le había interesado sobre todo su punto de vista respecto al personaje de Pierre-Moïse, un arquitecto de origen haitiano. “Chloé se ha asegurado de que yo no diga demasiadas tonterías, que no caiga en algunas trampas de la representación de las personas negras por autores/as blancos/as”, argumentaba el escritor canadiense en las redes.
Y concluía: “La lectura sensible, al contrario de lo que dicen los reaccionarios, no es una censura. Amplifica la libertad de escritura y la riqueza del texto. Para mí no hay ninguna duda y tengo la intención de trabajar de esta manera en todas mis próximas novelas”.
Uno de los primeros en responder a la publicación del autor canadiense fue Nicolas Mathieu, premio Goncourt 2018, que reaccionó con un posteo en la misma red social, donde escribió: “Convertir en la brújula de nuestro trabajo a profesionales de las sensibilidades, a expertos en estereotipos, a especialistas en lo que se acepta o se osa en un momento dado: he aquí algo que, como mínimo, nos deja circunspectos. Los escritores, debemos trabajar y asumir nuestros riesgos, sin supervisión ni policía”.
Por su parte Philippe Claudel, secretario general de la Academia Goncourt, declaró al periódico Le Monde: “Olvidemos esta polémica. Los perros ladran, luego la caravana del Goncourt cabalga”. Y argumentó que los lectores de sensibilidad no son algo novedoso: “Los editores siempre han releído los textos con atención, sobre todo aquello que podía causar polémica. Hay manuscritos que pueden ser revisados por abogados, trabajados por editores, y esto no choca a nadie. Lo interesante es el texto final”.
“Una controversia estúpida”, indicó al mismo tiempo el presidente de la Academia Goncourt, Didier Decoin. ¿Deberían ahora todos los autores rodearse de lectores sensibles? “No -respondió el académico-. El que quiere lo hace, el que no quiere, no. Tenemos todos los derechos. No veo nada malo en el enfoque de Kevin Lambert, salvo el de no hacer daño. Ha habido controversias en el pasado y las habrá”.
El periódico español El País también recogió la polémica y consultó a otro miembro del jurado del Goncourt, Pierre Assouline, quien sostuvo: “Un autor que necesita este tipo de censura, para mí no es un escritor. Jamás en la historia de la literatura escritores se han comportado así”. Y añadió: “Hacer leer [el libro] a un amigo para tener su opinión, todo el mundo lo ha hecho, y hacérselo leer a su editor para que lo edite, también. Pero hacérselo leer a alguien por razones étnicas, raciales o comunitarias, esto no es posible”.
Assouline recuerda que el escritor Hervé Le Tellier, Premio Goncourt en 2020 por La anomalía, le contó que, al traducirse la novela al inglés, recibió una llamada de un lector de sensibilidad de la editorial en Nueva York. “Aguanté y finalmente no pasó nada”, le contó luego a Assouline.
Algo similar explica la psicoanalista y ensayista Élisabeth Roudinesco en el posfacio de su ensayo El yo soberano. Según la autora, un día recibió un mensaje de un lector de sensibilidad de la editorial que publica el libro en inglés. Su misión, escribe Roudinesco, era “proteger[la] de eventuales insultos que podían perjudicar al libro”. Entre otras sugerencias, figuraba suprimir una alusión a un antepasado suyo que participó en masacres de nativos en Tierra de Fuego en el siglo XIX, y la crítica al cambio de título, en ediciones modernas, de la novela Diez negritos de Agatha Christie.
Roudinesco se negó a los cambios y el editor lo asumió. Ahora explica en el posfacio: “No es obligatorio obedecer a las tonterías. No cambia nada a las ventas del libro. Y no tiene nada que ver con un verdadero trabajo editorial: yo escucho siempre al editor. ¡Cuántas veces me habrán corregido cosas! Pero no tiene nada que ver. Hay que luchar contra estas costumbres que, en Francia y en Europa, no funcionan”.
A diferencia de lo que ocurrió en algunos países con la reescritura de las obras de Agatha Christie, Roald Dahl o Ian Fleming para quitarle sus aspectos incómodos y adecuarlas al signo de la época, en Francia no se muestran permeables a los retoques para no herir susceptibilidades, identificando este aluvión de lo políticamente correcto con el sistema de edición y publicación generado por la cultura anglosajona. Un nuevo debate que reavive la tensiones entre los franceses y el mundo anglosajón.
¿Es común utilizar un lector de sensibilidad en Quebec?, le preguntó el diario francés Le Figaro a Lambert. “Sí, desde hace unos cinco años y todo esto se ha hecho con relativa normalidad. Si hubo controversias, vinieron de personas que no conocían el mundo literario. En Quebec, son los autores quienes solicitan trabajar con editores o correctores especializados; esto no es sistemático ni obligatorio. Chloé Savoie-Bernard nunca tuvo el deseo de censurar mi texto y eso no es en absoluto lo que le pidieron que hiciera. Fue un diálogo”, explicó el escritor.
Fuente: Télam