Norberto Jansenson honra la memoria de su maestro René Lavand

Con “Azoth”, un espectáculo que resulta una experiencia, el mago y escritor vincula ambos mundos. “La literatura es la herramienta que permite disfrutar de la magia de otra forma”, afirma

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El embrujo de la magia
El embrujo de la magia y la literatura se fusionan en el espectáculo de Norberto Jansenson (Foto: Agustín Canolik)

El murmullo de la sala recién empezará a acallarse cuando se apaguen las luces y el mago suba a escena. Todavía habrá cierta inquietud en la oscuridad cuando los reflectores iluminen a Norberto Jansenson y se escuchen las últimas risas nerviosas. Asistiremos, suponemos, a una exhibición de la técnica. El mago logrará impresionarnos con su habilidad con los naipes, o sacará a relucir algún truco inesperado. Quizás hasta tenga facilidad para la adivinación. Sí, eso y más. Pero preparensé además para una experiencia de otro orden.

No podemos spoilear demasiado en relación con el espectáculo. Solo anticipar que el mago, además, es escritor y de los buenos: el primer mago escritor, si existiera ese oficio (o, acaso, lo inaugura). Y entonces, serán los relatos —sus sentidos, y el valor del silencio, otro regalo que nos hace—, además de “los trucos”, los que irán, de a poco, sumergiéndonos en el embrujo.

Su amistad de veinticinco años con René Lavand —un vínculo determinante para Jansenson, que le dedicó un libro, La mano mágica (Híbrida), a su querido maestro—, es una herencia que ahora el discípulo honra en escena: allí, recrea en trece momentos la historia de su vínculo con el legendario ilusionista argentino: un diálogo sobre la vida, la magia, la resiliencia y el amor. Y así como Lavand exhibía en el escenario y frente a cámaras una filosofía de la vida, Jansenson comparte en Azoth (se presenta el próximo 18 de septiembre a las 20, y luego el 13 de noviembre) una búsqueda que le ha llevado la vida y nos convoca.

Norberto Jansenson comparte su búsqueda
Norberto Jansenson comparte su búsqueda de la verdad a través de la magia y los relatos (Foto: Agustín Canolik)

Inesperadamente, entonces, la verdad empieza a estar de este lado de las cosas; no pasará mucho rato hasta que el mago nos devuelva a todos al asombro de la infancia, a ese tiempo en el que todo era posible, y estaremos agradeciéndole eso, que nos haya recordado la verdad con sus mentiras.

—Tenés una larga trayectoria como mago y también ahora un libro de no ficción, La mano mágica (Híbrida), sobre tu vínculo con René Lavand que compite con los mejores de los últimos años. ¿Qué relación tienen en tu vida la literatura y la magia?

—No podría pensar mi trabajo de mago sin pensarme, por lo menos, como lector. Para mí, la lectura fue el punto de partida de una mirada nueva: fue con La rosa de Paracelso de Borges (N. de R. un cuento en el que se cuestiona la falta de fe, esa fe necesaria en todo lo que emprendamos) que sentí que se unían para mí dos cosas que parecían estar separadas. Murakami y otros escritores que hablaron sobre la figura del mago, pero no conocen los pormenores del oficio, y eso fue también lo que me llevó a pensar que yo podía escribir desde la autoridad que me dan tantos años de experiencia. La recepción del libro, también me sorprendió para bien. La magia es un arte profundo, tradicional, que a menudo muchos reducen a su expresión más banal, en cambio, cuando la magia recupera su poesía, su dimensión literaria es cuando cobra relevancia. La literatura es la herramienta que nos permite disfrutar de otra forma de la magia, no concibo una cosa sin la otra.

—En el estreno de Azoth, no hubo una sola persona que permaneciera sentada en la platea durante el aplauso final. ¿Son los momentos en que sentís que los demás regresan de tu lado? Porque aparentas ser un hombre solitario…

—Yo siento que los vínculos sociales son una trampa del capitalismo: uno puede sentarse a tomar cerveza todos los jueves, o comprar regalos en Navidad, pero yo no me pliego a una dinámica que me resulta forzada. Sí, me interesa nuestra humanidad, nuestra capacidad de jugar, de emocionarnos, de conversar, y creo que eso es lo que nos permite un encuentro más íntimo: eso es lo que busco y pasa en el teatro.

Una noche de asombro y
Una noche de asombro y conexión con Norberto Jansenson en "Azoth" (Foto: Andrés Riffo)

—¿Dirías que es sacrificada la vida del artista?

—Yo sacrifico una vida de relaciones que quizás no son tan valiosas para mí por dos horas en un teatro, en el que todos volvemos a un lugar o a una vibración de la que no quisiéramos recuperarnos… Creo que en ese momento somos más nosotros mismos que cuando salimos, y volvemos a vestir nuestros disfraces, y eso es lo que se genera con el público.

—Tu trabajo está atravesado por un sentido de trascendencia. ¿De dónde proviene?

—Sí, no estoy interesado en el entretenimiento, por el entretenimiento mismo. Me interesa, en todo caso, pero mi esfuerzo no culmina en el hecho de que mis espectadores pasen un buen rato... No toleraría eso. Yo he comprado pasajes a lugares remotos del mundo para ver un truco del que me habían hablado maravillas. Soy muy exigente y busco eso, lo que sentí al ver a Al Pacino en vivo, no salí igual. O después de Las bodas de Fígaro, cuando sentí que quería que eso durase para siempre, no quería volver al hotel. Busco provocar eso en el público: un momento irrepetible, inolvidable; si no, siento que traiciono al que pagó la entrada. Hay que ser todo lo ambicioso que uno pueda ser y llegar hasta donde uno pueda llegar. Lo logre o no. La belleza es que uno no quiera cambiar la historia.

—Tu exigencia es altísima.

—Yo no paro, trabajo en la puesta de luces, compro cámaras, chequeo la música, busco la eficiencia, también. Hay un montón de trabajo que hacer para que el mundo mejore, porque los que lo empeoran son demasiados, y trabajan a la par.

Norberto Jansenson cuenta cómo René
Norberto Jansenson cuenta cómo René Lavand marcó en él un legado como mago (Foto: Gianni Mestichelli)

—Si tuvieras que resumir tu mayor ambición, en relación con tu arte, ¿qué dirías?

—Yo lo que busco cuando hago magia es ofrecer una forma de mirar el mundo, que tiene que ver con la magia, no es algo excepcional: tiene que ver con lo que está pasando a cada momento: en el sol que pega en una mesa, el cantito de un señor que vende repasadores, la camarera, que nos ofrece más café. La clave es conectar. Ver, mirar lo que está pasando en tiempo presente. Ojalá algún día todos vivamos la magia como un elemento cotidiano, entonces los magos ya no necesitemos existir.

—También transmitís un afecto particular desde el escenario…

—No siempre lo logro abajo, me gustaría que así fuera, pero cuando estoy allá arriba sí veo que hay un clima de hermandad, de alegría ahí abajo. Esa complicidad con el público es algo que me propuse desde que era espectador de Les Luthiers, y sentía que todos los que estábamos allí teníamos mucho en común: me propongo reeditar una ceremonia, un ritual, se genera cierta comunión. Y me enorgullece que eso ocurra.

—¿Un artista es la expresión de todo lo que vio y vivió?

—Por supuesto. Y a mí, haber sido discípulo de Lavand también me marcó para siempre, aunque tengo un estilo propio. Sigo aprendiendo de lo que compartimos. Julio Chávez, Patricia Palmer en el teatro, fueron otros de mis maestros de la escena, y quienes me enseñaron a buscar que el público abra, baje una defensa.

La literatura y la magia
La literatura y la magia se entrelazan en el espectáculo de Norberto Janenson (Foto: Andrés Riffo)

—¿Cómo se gana la confianza del público?

—No quiero que me idolatren, no busco eso, ni ofrecer algo diferente de lo que soy. Entonces, me parece que transmito eso y eso es lo que genera confianza. Yo convoco al público a ser protagonistas, además. David Copperfield contrata actores para que hagan de espectadores o participen, yo, en cambio, me lanzo al vacío. Finalmente, son muchos años de búsqueda, de trabajo y de intención. Necesito que con el público sintamos que estamos en el mismo barco.

—¿Y qué es lo que, personalmente, más te divierte de “Azoth”?

—Paradójicamente, que de verdad no tengo el control de todo lo que pasa. Hay momentos en que de verdad no hay truco. Confío en mis técnicas de persuasión, pero en otros casos adivino solo confiando en mi intuición, y eso tiene un valor enorme para mí, porque me permite jugar también. Quiero incomodarme, incluso, para obligarme a crear. Hay artistas que improvisan, lisa y llanamente, durante todo el espectáculo.

—¿Los espectáculos tradicionales están cambiando, a partir de los nuevos entretenimientos, incluso digitales?

—Sí, hay una necesidad muy fuerte de actualizar el arte que represento y por eso me enorgullece este espectáculo, porque no es algo que vayas a encontrar en otro lado: no vamos a jugar con un mazo de cartas, solamente. Tengo la energía del principiante, y siento que todavía hay mucho trabajo para hacer, con nuestros colegas e ilusionistas del siglo XXI. Esa es otra meta, y recorrer el mundo mostrando mi arte. Así como tener un teatrito, un escenario, unas mesas; tengo un proyecto precioso y ambicioso, y espero poder concretarlo algún día.

* Azoth se presenta los lunes 18 de septiembre y 13 de noviembre en el Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660, C.A.B.A.).

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