Daniel Maman se enteró de la muerte de Fernando Botero estando en Buenos Aires. Su residencia habitual es Miami, donde pasa la mayor parte del año. “Me dieron la Green Card, así que ahora sí o sí voy a tener que pasar no menos de seis meses en Miami”, dice. Tiene un pie en cada ciudad. Allí tiene su propia galería, la Maman Fine Art, en Allapattah (cerca de la “Pequeña Havana”). Aquí también, y con el mismo nombre, en Palermo Chico, sobre Libertador. Hace 47 años que se dedica al mundo del arte —es marchand, galerista, empresario— y en todo ese trayecto ha trabajado con una innumerable cantidad de artistas. Entre ellos, claro, Botero.
Se conocieron en Pietrasanta, Italia, hace diez años. Botero solía pasar dos o tres meses por año. Le gustaba el verano; huía del invierno. Iba toda su familia: hijos, nietos, bisnietos. En aquel rincón de la costa Toscana se dedicaba a descansar y trabajar, como si ambas cosas fueran posibles. “Es un pueblo mágico. Hay cinco fundiciones muy importantes. Ahí tenía su gran taller de esculturas y un tesoro donde guardaba todos los yesos, que son increíbles”. Maman viajó especialmente a conocerlo. También fue Teresa de Anchorena, que era amiga de ambos. Ella los presentó. “Enseguida nos hicimos amigos”.
“También de su mujer, Sophia Vari, que no solo fue su gran amor, también una escultura muy importante en el mundo. Entre él, ella, mi mujer y yo terminamos teniendo una gran relación”, agrega. La esposa de Maman es la curadora Patricia Pacino. Botero se casó tres veces: en 1954, con Gloria Zea, madre de sus tres primeros hijos; en 1964, con Cecilia Zambrano —tuvieron un hijo que murió en un accidente de tránsito a los cuatro años—; y en 1978, con Sophia Vari. Hasta entonces, estuvieron juntos. Esta artista griega —“su gran amor”, asegura Maman— murió en mayo de este año, a los 83; tenía cáncer.
“Desde ese momento que no hablo con él”, dice el galerista argentino. Hace una pausa y continúa: “Fernando no estaba enfermo. Por lo que pude averiguar hoy en diferentes conversaciones que tuve con Europa y con Miami, fue una cosa que ocurrió de golpe. Ya tenía 91 años pero estaba impecable. Había dejado la escultura hacía siete años más o menos, pero nunca dejó de pintar ni de dibujar”. Su hija Lina contó a la prensa colombiana que “llevaba cinco días bastante delicado de salud porque había desarrollado una pulmonía (...) [Pero] se fue Sophia, el amor de su vida, su compañera durante 48 años, y ello fue una gran pérdida para él”.
Cuando se conocieron, Maman había viajado a Pietrasanta con el objetivo de representarlo. “En ese momento estaba poniendo la galería en Miami. Él accedió enseguida porque Teresa le contó todo lo que yo había hecho. Yo fui con una propuesta muy importante para comprarle mucha obra y hacer un gran trabajo, cosa que lo terminé haciendo. En base a la confianza que él le tenía a Teresa accedió inmediatamente, porque éramos solamente doce personas en el mundo que manejábamos su obra. No es que hay 200, no; sólo doce. Lo quería en mi galería porque me parecía, y me parece, un artista extraordinario”.
Además del objetivo, había una ambición: “Estaba convencido que podía ayudarlo a seguir creciendo”, dice Maman. “Efectivamente, la obra de Botero, en los últimos años, ha crecido mucho en su valor. Igual todavía sigue siendo muy barata. Debe ser el artista más reconocido por la gente que sabe y que no sabe de arte. Y es conocido en todas partes del mundo: en China, en Japón, en Europa, en América Latina”, y recuerda la donación que Botero le hizo al gobierno de Colombia: “No era sólo la colección de obras suyas, sino la colección de artistas que él tenía y hoy seguramente valdría miles de millones de dólares. Ha sido muy generoso”.
Ahora le viene otro recuerdo: una conversación en un hotel de Pietrasanta, año 2015, con Botero y con el desarrollador inmobiliario y coleccionista Jorge Pérez. Maman los presentó a ambos y enseguida decidieron montar una exposición y hacer negocios. De eso también hablan en esta charla que fue grabada casi sin que nadie se dé cuenta —”iba a ser una especie de reportaje, pero salió algo mucho mejor”—, donde Botero dice que “ahora ser figurativo es un problema” y que “el arte debe dar placer y emoción”. Recuerda ese momento con cariño, también al registro. “Ahí Botero dice cosas que no dijo en ningún lado”.
Fernando Botero, bon vivant
Un bon vivant, así lo define Maman. Esa es la figura que elige durante el diálogo con Infobae Cultura. “Le gustaba vivir bien, comer bien, vestir bien. Nos divertíamos mucho. Lo veía no menos de cuatro meses al año. Yo viajaba a Pietrasanta y me quedaba tres o cuatro días. Después también viajaba tres o cuatro días a Mónaco para verlo. Y nos veíamos en Nueva York donde él tenía su taller y pintaba. Eran quince días que estaban en Nueva York, en invierno, porque Sophia exhibía su obra. También hablábamos mucho por teléfono: tres o cuatro veces por mes. Ese era el tipo de relación que teníamos”.
La última vez que se vieron fue en Mónaco, hace un año. “Anécdotas tengo miles”, dice. Y recuerda una: “En Pietrasanta tenía un coche de estos chiquititos, japoneses. Nunca le dio demasiado importancia al tema de los autos, pero en Nueva York salíamos a comer en un Rolls-Royce antiquísimo, que tenía como cuarenta años. Lo compró y nunca lo cambió. Era muy simpático ese viaje desde su casa hasta el restaurante”. Continúa: “Era una persona con una cultura muy grande, alguien que le gustaba realmente conversar, compartir, tomar un buen vino. Para mí, para mi mujer, su amistad nos ha enriquecido muchísimo. Es una pérdida enorme”.
¿Cuál es el lugar que ocupa en el arte? “No creo que haya ningún pintor tan conocido por los que saben y por los que no saben en el mundo”, sentencia. “Es alguien que vos identificas claramente a través de sus gordas, que comenzó a fines de los cincuenta con esta deformación del cuerpo. Acá nosotros tuvimos al grupo de los cuatro: Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Jorge de la Vega y Rómulo Macció, que crearon el movimiento de la Nueva Figuración. Botero también formó parte, lo que pasa es que él siguió haciendo nueva figuración, que tiene que ver con la distorsión de la figura humana. Y eso también implica una crítica a la sociedad”.
Son sus “gordas”, como dice Maman, las que lo llevaron de gira por todos los continentes: “Por estas famosas gordas tiene un reconocimiento en Asia, en África, en Europa, en Latinoamérica e integra las colecciones más importantes del mundo entero. También hizo muchas muestras, pero lo que pasó en China fue absolutamente impresionante. Hizo dos muestras, una en Shanghái y otra en Beijín, en los museos más importantes, y China se rindió a los pies de Botero”.
“Es un artista que ya en vida sintió el reconocimiento, salvo de cierto establishment que de pronto impedía y que existe en todo el mundo. Cuando vos no tranzás con cierto establishment de pronto te impiden entrar a determinados museos. Pero Botero es un artista de esos que van a quedar en la historia por siempre. Seguramente ahora que falleció, ese poquito de reconocimiento que faltaba de que su obra se exhiba en los museos más importantes va a suceder”, concluye.