¿Cómo era Jorge Luis Borges?
Probablemente, un lector y amante de su obra piense —con razón— que la pregunta es irrelevante, que importa el texto, sus cuentos, sus ensayos, sus poemas, que ahí vive Borges, que en sus palabras está la forma de describirse.
También es cierto que esos mismos lectores no podemos sustraernos a esa pregunta porque: ¿cómo era Borges, cómo era ese genio? El crítico literario estadounidense Harold Bloom, cuyas intervenciones erigieron un cánon de la literatura de Occidente, incluyó a Borges en su libro Genios. La categoría “genio” ha sido discutida y refutada por la crítica más contemporánea. Puede ser cierto. Pero como las brujas, los genios no existen; pero que los hay, los hay.
Y uno de ellos es Borges. ¿Cómo no preguntarse cómo era? Las biografías tradicionales hacen una cronología de su vida. Nacio en 1899, blablabla, Ginebra, España, el diario Crítica, los cuentos, blablabla, María Kodama, otra vez Suiza (donde murió). Todo esto dicho sin desmerecer las biografías sobre el autor argentino más grande de todos los tiempos. Sin embargo, hay otros textos que muestran a la persona Borges, a Georgie (como le decían sus amigos, su madre, sus “novias”) en primera persona.
La editorial Emecé acaba de publicar una nueva edición de Borges a contraluz, el libro escrito por Estela Canto, cuya última edición correspondió a Espasa Calpe en 1998. Había sido publicado en 1989, a solo tres años de la muerte de Borges, y era, como escribe Santiago Llach en la contratapa de esta imprescindible edición: “un testimonio desnudo, desencadenado, un ejercicio fundante de chismografía y lectura que diagnostica la zona donde se espasman la vida y la obra del escritor en español más importante desde Quevedo”. Una descripción que no es poca.
Es que Estela Canto había sido la novia de Borges. Sí se quiere, con mayúsculas, La Novia. Una mujer de 28 años que era cortejada, festejada, noviada por un Borges de 45 años que comenzaba a ser reconocido como el increíble escritor de estas pampas. La mujer a la que dedicó el cuento El Aleph, y a quien le iba transmitiendo paso a paso la elaboración de ese texto grandioso. Una mujer libre, además, de tendencias izquierdistas y una cultura elevadísima que, admite, no veía a Borges como un hombre a quien amar, pero que se había adentrado en el juego amoroso que el escritor le proponía. Y que siguió siendo, luego de la ruptura formal, su amiga hasta el fin de sus días.
La otra fuente para poder adentrarse en el cuerpo mismo, la mente allí, de Borges, es el genial Borges, de Adolfo Bioy Casares, un libro mítico ya, de 1662 páginas que responden a las entradas en las que aparece Borges en su diario personal. Editado por el sello Destino (Planeta) en 2006, fue reeditado en 2011 en un ejemplar de tapas blandas y reducido a 690 páginas, pero que no se comparaba al original. En esas páginas se deslizaba la intimidad de Borges y Bioy, también su esposa Silvina Ocampo y todo el campo literario de la época, tamizado por un trazo que no esquivaba la maledicencia sobre los demás escritores (sobre todo Ernesto Sabato, a quien los dos amigos y escritores amaban odiar), pero que también encuentra el sello de la amistad, el cariño o el amor (como se prefiera llamarlo) de un vínculo de tantas décadas, discusiones literarias, pasiones y respeto mutuo. Ah, y comidas.
“Come en casa Borges” es la frase que se repite una y otra vez en las entradas del diario y que preanuncia alguna anécdota contada, alguna referencia literaria y discusión sobre un autor o algún chisme, todo en un libro interminable y que puede ser abierto en una página al azar para disfrutar de un Borges en algún lugar del tiempo. La frase “Come en casa Borges” fue estampada en remeras, un dato que da cuenta de la importancia en cierta cultura joven y popular de nuestro más grande autor.
Fue en una noche de verano. Verano en Buenos Aires y de noche significa una cómoda liviandad, un momento en que se aligera el tiempo, todo, también las costumbres. Estela Canto y Jorge Luis Borges salían de una tertulia en la casa de tres pisos de los Bioy Casares, Adolfo y Silvina. Era medianoche ya, Ambos iban en la misma dirección: a tomar el subte en Santa Fe y Pueyrredon, a media cuadra. Entonces Borges se detuvo. Escribe Canto: “Georgie se detuvo y tartamudeó: ‘Eh… ¿No te gustaría que camináramos algunas cuadras?’. Acepté de buena gana”. Unas cuadras que se hicieron cincuenta, desde la casa de los Bioy hasta el Parque Lezama (ella vivía en San Telmo, en Chile y Tacuarí), con una parada en un bar donde Canto pidió un café y Borges un vaso de leche y debatieron sobre George Bernard Shaw.
“Siete kilómetros”, contabiliza Estela Canto en el libro. En ese camino ambos se descubrieron (más él a ella) e hicieron del Parque Lezama uno de sus lugares. Un parque tan amplio, tan hermoso, suyo pero a la vez tan poco asible. A las tres y media de la mañana, Borges levantó la mano para tomar un taxi, la dejó en su casa y siguió hasta su departamento en la calle Maipú, donde vivía junto a su madre Leonor Acevedo de Borges. Así fue su primer encuentro.
A la mañana siguiente, dice Canto: “es decir, a unas pocas horas después, vino y entregó un libro a la criada que teníamos en el pequeño apartamento donde yo vivía con mi madre y mi tía. Era Youth, de Joseph Conrad. Y se fue sin verme”. Así continuaría su relación, Borges yendo todas las mañanas, dejándole un libro, paseando algunas veces, llegando a lo de los Bioy juntos por las noches o para ir al cine (Borges aún podía ver), hasta que ella se dio cuenta de era la novia de Jorge Luis Borges. Era el año de 1944, después de Cristo.
La amistad y/o enamoramiento y/o sociedad (juntos escribirían a cuatro manos los casos Bustos Domecq, escribieron el guión de Invasión, la gran película argentina de todos los tiempos, dirigieron colecciones sobre policiales en sellos editoriales; a tres manos junto a Silvina Ocampo fundarían el canon del fantástico para incorporarlo de una vez y para siempre en la literatura argentina y latinoamericana) con Adolfo Bioy Casares comenzó una década antes, en el año 1931 o 1932. Las entradas del diario de Bioy en que nombra a Borges comienzan en 1947.
En 1948, el lunes 12 de enero, la primera vez que Bioy escribe: “Come en casa Borges”. Y luego dice: “Me cuenta que a la tarde estuvieron en Sur, Sábato y Gómez Lanuza y que él de pronto comprendió que los aborrecía y se fue”. Da una pista de la opinión sobre Sabato que se mantendría inalterable para siempre. En julio de 1949, Bioy escribe una observación sobre Estela Canto: “La madre de Borges creía que a Estela Canto le interesaba en particular el male element o, como decía mi suegra, el male elephant”. El 21 de agosto de 1949 hace una primera mención sobre Canto en su hogar: “Para celebrar mi vuelta, salud curado de paperas, vinieron a comer y trajeron champagne, Borges, Peyrou, Marta Mosquera y Estela Canto. (…) Brindamos por nosotros y por gente absurda, como Sigfrido Radaelli y René Lafleur. Bailamos tangos, aun Borges. Estela dijo que, cuando Cecilia Ingenieros daba una vuelta en sus danzas, las personas que la querían temblaban”. En diciembre, un poco de crueldad inteligente de Estela hacía Sabato, que comía con su mujer en lo de los Bioy: “Estela esa tarde repelió con impaciencia sus argumentos en favor de la castidad y le dijo que lo que necesitaba para desarrollarse intelectualmente era tener relaciones con un hombre, la mujer se puso a llorar y la reunión acabó dramáticamente”.
Entrada esclarecedora, que Estela Canto jamás supo que Bioy había escrito en su diario. “Estela quería que Borges se acostara con ella. Una tarde, en la calle, se lo dijo brutalmente: ‘Nuestras relaciones no pueden seguir así. O nos acostamos o no vuelvo a verte’. Borges se mostró muy emocionado, exclamó: ‘¿Cómo, entonces no me tenés asco?’, y le pidió permiso para abrazarla. Llamó a un taxi. Ordenó al chofer: “A Constitución’ y agregó, para Estela: ‘Vamos a comer a Constitución. We must celebrate”.
En verdad, a Estela Canto el asunto le importaba mucho. Como se dijo, era una mujer que no pecaba de conservadora, que odiaba las convenciones y que era una feminista. Ella cuenta que cuando Borges le propuso matrimonio, ella contestó: “Lo haría con mucho gusto, Georgie, pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos”. Eso jamás ocurrió. En Borges a contraluz, ella cuenta que asistió a unas sesiones con el psicólogo de Borges, el doctor Cohen-Miller, que le dijo: “Borges distaba mucho de ser impotente, pero en el plano físico era víctima de una exagerada sensibilidad, un temor al sexo y un sentimiento de culpa. La excesiva sensibilidad podía irse normalizando con el andar del tiempo, a medida que él se adaptara a los hechos reales: el miedo iba a desparecer con el matrimonio, que también aliviaría considerablemente la sensación de culpa. Para llegar a una relación normal lo mejor para Borges era casarse, ya que el matrimonio era un elemento importante en el contexto de su culpa”.
Canto vuelve al episodio en Ginebra cuando su padre lo llevó a los dieciocho años a debutar con una prostituta, hecho que habría marcado gravemente ese miedo al sexo. Pero Borges, ya se dijo, era un genio. Cuando Estela lo conminó, él dio vuelta la situación y fueron a comer a un restaurante en Constitución. Estela Canto cuenta que ella pedía siempre a la carta y vino, Borges, una sopa de arroz de entrada, un bife bien hecho (remarcaba) y “enormes cantidades de agua”. O un vaso de leche. “We must celebrate”, le había dicho cuando ella quiso tener relaciones y él no.
El libro de Estela Canto es una sumatoria de sus hechos con Borges, escritos con una elegancia desmesurada y una inteligencia muy tangible, a tres años de la muerte de su amigo de toda la vida, alguna vez su novio. Filosa, cuando se refiere a María Kodama la llama “secretaria” de Borges.
Se trata de un libro delicioso, que explora los textos de Borges con las citas secretas a las que alude a su vida real. Cualquier lector entusiasta de Borges (es decir, toda persona que sepa leer en lengua española y le interese un poco la literatura) se encontrará con el placer de unas páginas bien hechas por una mujer, al parecer, inolvidable.
El Borges de Bioy es ya un clásico. Son décadas expuestas de una amistad inmensa. Ya por esa característica debería ser leído. Pero es la amistad con Borges: entonces triplemente. Desde 2006 que no se reimprime, a pesar de que cada cierto tiempo se anuncia que volverá a manos de los lectores. Mientras tanto, circula entre amigos o se vende a precios siderales en las páginas virtuales de comercio. Es que para llegar a un ejemplar hay que atravesar un laberinto. A Borges le hubiera gustado la imagen.
Si además de dejarse encantar por la prosa razonada de Borges y sus ficciones se quiere llegar a conocer un poco, al menos, al Borges de carne y hueso, estos dos libros son un camino para iniciar ese sendero. Borges, como el Aleph, contenía en sí el universo de universos. O la memoria de las memorias, como Irineo Funes, aquel muchacho paralítico en el Uruguay.