David Amitín, maestro de actores, régisseur y dramaturgo, está en Buenos Aires para poner en escena Londres, 1930, una versión suya y libre del cuento del escritor clásico estadounidense, Nathaniel Hawthorne. Desde 2002, Amitin está radicado con su esposa en el barrio madrileño de Argüelles, donde tiene una escuela de teatro con su nombre.
Argüelles es un barrio residencial tranquilo, popular entre la gente joven. Lleno de bares de tapas, librerías y panaderías, así como de grandes tiendas en la Calle Princesa y de una serie de cines de arte, tiene elegantes cafés con terrazas que bordean el arbolado Paseo del Pintor Rosales. Acaso, un paisaje que le evoca su Caballito natal.
Con frecuencia, Amitín regresa a la capital argentina con nuevas propuestas. Durante la entrevista con Infobae Cultura, transmite su alegría aunque también está abrumado. “Me da mucha tristeza la pobreza de Buenos Aires con gente pidiendo por todos lados”, se sincera y recuerda “lo maravillosa y espléndida que fue la ciudad en los sesenta y setenta”.
Responsable de inolvidables puestas, en los años ochenta marcó un punto de quiebre con Fando y Liz, Memorias del subsuelo y Espectros, todos intentos de romper con la lengua teatral naturalista, impulsado por el deseo de crear un nuevo idioma escénico. Es que a Amitín siempre le importó instalar un imaginario que rompiera con el realismo, crear un mundo autocontenido, que no sea una reproducción mecánica de la realidad. “El público no debe ver lo que ya está en la calle y en la televisión, sino descubrir la belleza y la conmoción de lo humano, para pensar cuando cae el telón”.
En el caso de Londres, 1930, que se presenta los sábados en el Teatro Payró, se trata de una obra sutil, de ocasionales pinceladas expresivas, interpretada por Graciela Clusó, a quien eligió en un casting, y por José María López y Daniel Toppino, el protagonista, con quienes Amitin ya trabajó en anteriores ocasiones.
El conflicto dramático se desencadena cuando Wakefield le anuncia a la mujer que se va. Dice que volverá el fin de semana, pero la comunicación trivial desata una serie de sucesos que convergen en una tragedia familiar inesperada. Mientras la vida pasa, el autoengaño, el regreso postergado, el espionaje obsesivo forman el amasijo cotidiano del personaje. Y el sinsentido de la existencia se revela.
“Este es un proyecto de formato pequeño, para tres actores, con una duración de aproximadamente una hora diez minutos”, dice Amitín. “Incluí un narrador, que no aparece en el texto original, que es quien en realidad lleva los hilos de la historia. Es un comentarista mordaz de los desvaríos de Wakefield, a quien observa y espía, y, transmutándose en diferentes personajes, acompaña en sus curiosas aventuras. La acción principal descansa en Wakefield y el continuo espionaje de su antigua esposa”.
Algunos críticos han querido ver en Wakefield una alegoría de la propia reclusión de Nathaniel Hawthorne. Según Borges, “si hay verdad en esa opinión, cabría conjeturar que Hawthorne se apartó muchos años de la sociedad de los hombres para que no faltara en el universo, cuyo fin es acaso la variedad, la singular historiade Wakefield. Si Kafka hubiera escrito esa historia, Wakefield no hubiera conseguido, jamás, volver a su casa; Hawthorne le permite volver, pero su vuelta no es menos lamentable ni menos atroz que su larga ausencia”.
—¿Por qué elegiste adaptar este cuento?
—Borges fue el primero que habló de este relato extraordinario y hace unos años pensé en convertirlo para la escena. Es una historia fascinante y extraña, inverosímil, muy estimulante. Trata de un hombre que toma decisiones arbitrarias, sin explicación, lógica, conveniencia, ni interés. Un hombre, Wakefield, que no entiende por qué hace lo que hace y pasa años preguntándoselo, pendiente de esa vida anterior, a la que espía.
Después de la primera función, el equipo de Amitín reunido en cooperativa, cenó en un restorán del centro porteño para celebrar el estupendo debut. Los amigos lo acompañaron con elogios a la luz puntual y evocadora en el espacio minimalista sobre el que florece la magia del teatro.
“La dirección del Payró fue quien respondió más rápido a la propuesta”, destaca. “No es un texto que concite el entusiasmo inmediato, lleva un tiempo considerarlo y me encantó que fuera este antiguo espacio ligado a la tradición independiente el que nos reciba”. Los ensayos duraron dos meses por zoom hasta que llegó la presencialidad necesaria en la sala. “Fue muy curioso ese avance que se terminó de resolver aquí, en dos semanas”.
Consultado por la vitalidad general de la escena, el régisseur de piezas y óperas montadas en Alemania, España, Reino Unido, Austria, Bélgica, Portugal y Argentina, está convencido de que “la crisis mundial es la causa de que el arte dramático siga vivo, porque es un espejo felizmente deformante de lo que sucede”.
—¿Seguís enseñando?
—Sí, después de muchos años de impartir cursos para actores y directores creo que no hay un método sino un vínculo que permite despertar el imaginario, ayudar a entender la vastedad de la historia teatral, desarrollar el interés. Enseño a partir de los problemas que se nos presentan, mis clases tienen un aspecto analítico y otro muy práctico.
Durante su prolongada carrera, David Amitín construyó universos ficcionales en distintos formatos. “La narrativa operística no se compara con nada”, señala. “Es mucho más fuerte y desafiante”. En esa distinción, pondera un nivel superior “cuando la música se instala, el impacto emocional que produce la combinación de un libreto con el sonido es extraordinario e inalcanzable para el teatro en prosa. Soy un músico frustrado que me deleito cuando puedo unir ambos mundos”.
Todavía no tuvo tiempo de ver teatro en Buenos Aires, pero recomienda “Dorian, la versión que Robert Wilson hizo en Alemania del cuento de Oscar Wilde. Bob sigue innovando, inventando nuevas formas de dirigir, renunciando a las pantallas, es fascinante”.
—Como decía Troilo, siempre estás volviendo. Conservás un departamento en la ciudad…
—Uno nunca se va del todo. Volver es reconectarme con mi infancia y juventud. Estoy afuera, aunque Buenos Aires es todo: mi formación y mis vivencias. Hice varias puestas en el San Martín, en el Colón, en salas autónomas. Cuando llego acá recupero personas, colores y aromas. Nací y me crié acá, tener un departamento es un autoengaño para no soltar, tengo una deuda enorme con la ciudad.