Diego Fernández Pais escribió Fama entre la pandemia y la cocaína. En un principio el título era Una vez más y se fue publicando por entregas en la revista Polvo. El primer capítulo, “Retrato de un artista forrado en pasta”, se publicó el 25 de junio de 2020, pero no entró en Fama, porque la breve novela que acaba de publicarse por Alas, el sello editorial de Adrián Payton, es otra cosa. ¿Y qué cosa es? En pocas palabras, el diario de un escritor treintañero que transita sus días en una clínica de rehabilitación. “Tiendo a creer que ya consumí toda la cocaína que se puede consumir en una vida antes de que te aburra”, se lee. Ahí, en ese diario, aparece su relación conflictiva con la familia, los amoríos que teje con las chicas del lugar, y los libros. Es, además, el diario de un lector que encuentra en la literatura —sobre todo en Ricardo Piglia y Ian McEwan—, justamente, un desvío, un refugio, una obsesión, una manera de mirar el mundo y mirarse a sí mismo.
Mientras tanto, la vida en la clínica asfixia: “Todo el mundo habla sobre su pronta salida de alta y eso a mí me hace muy mal. Me pone ansioso. Sensación de que se han olvidado de mí. Abandono”. Entonces, por eso, la literatura: “Ahora escribo esto con una toalla sobre el velador que se encuentra sobre mi cama, con el fin de atenuar la luz; mis compañeros duermen. Mientras escribo esto, por primera vez en la vida pienso que me gusta más escribir que leer, y que haber dicho lo contrario hasta ahora no ha sido más que una burda impostura”. Pero además de las ganas de irse, de los libros, de las aventuras sexuales con sus noviecitas ocasionales, aparece un personaje clave en todo esto: Taylor Swift. El protagonista comienza a escuchar sus discos y decodifica que esta cantautora estadounidense, esta estrella pop interplanetaria, le envía mensajes encriptados, que en las letras de sus canciones le habla directamente a él.
Erotomanía. Esa palabra la escuchó por primera vez en boca de su madre. Se la había dicho la psiquiatra de la clínica donde estuvo internado para referirse a lo que estaba experimentando su hijo en torno a Taylow Swift. Cuando presentó Fama hace menos de un mes en el Centro Cultural Casa de Pepino de la ciudad de Córdoba, Fernández Pais leyó un texto titulado “La fiesta del fracaso” donde explica este asunto: “La erotomanía es una suerte de paranoia amorosa en la cual un sujeto de menores recursos delira que alguien inalcanzable está enamorado de él. No es que se enamora, es que cree que el otro está enamorado de él. Yo tuve eso, y el objeto de mi erotomanía fue la cantante Taylor Swift, que se ha terminado convirtiendo en personaje del libro”. Efectivamente, la cantante aparece durante toda la novela como una obsesión, la sombra de un deseo, hasta que finalmente se materializa en la historia: aparece.
“Se ve que me volví loco a raíz del consumo de cocaína”, cuenta ahora, por teléfono, con la tonada regional característica, hablando con frontalidad de todo ese proceso y sin hacer ningún tipo de apología barata y efectista a eso que llamamos con cierta generalidad “las drogas”. “Y terminé delirando que una cantante, que hoy por hoy es una de mis máximas referentes, estaba enamorada de mí. No es que yo estaba enamorada de ella; ella estaba enamorada de mí. Y que me mandaba mensajes con sus canciones. Entonces la novela es una revancha. La erotomanía es la historia secreta de la novela. Un tipo que efectivamente estaba siendo cortejado a la distancia por esta cantante. Y a raíz de que sentía que eran mensajes directamente para mí, me puse a estudiar su obra y me gustaría decir que si lo ganó Bob Dylan, Taylor Swift se merece el Nobel de Literatura. Es increíble el trabajo que ella hace como letrista. Fue todo un descubrimiento”.
“Yo tenía ciertas convicciones en la cabeza —continúa—, las hablaba con mi psiquiatra y me las ponía en duda. Cuando mi mamá me dijo esa palabra, pensé: es un título de novela. Y me pongo a buscar y veo que el tema está tratado por Ian McEwan en Amor perdurable. Entonces me leí la novela, me interesó, y lo que sentí en el fondo es el deseo de vengar eso que dije en una entrevista que me hiciste hace tiempo en Polvo: que la memoria es siempre una ficción que construimos. Quise reconstruir la memoria de esto que me pasó, de este gran fracaso, y hacer una venganza poniendo en duda hasta el diagnóstico. Porque me parece que la literatura se convirtió en una actividad tan de nicho que no se toma dimensión de lo que puede ser la trascendencia de la obra de un autor joven que, aunque no haya roto el cerco de la masividad, puede estar tramando una obra increíble y que esté por encima de cualquier estrella pop. No es el caso mío, claro, pero sí del personaje”.
“Mi literatura empieza y termina en mí. Yo soy el objeto de estudio de mi literatura, lo que no significa que yo sea exactamente el personaje”, dice ahora, desde Córdoba, del otro lado de la línea. “El personaje escribe o tiene una obra muy similar a la mía, tiene mi misma edad y atraviesa mi mismo momento, pero me doy cuenta de que como yo estaba en plena locura el personaje se independizó absolutamente, porque creía cosas que yo no creo en la vida real, pero en ese momento pude haberlas creído. Me parece que tiene un vuelo propio”, agrega el autor de Fama, novela de 56 páginas, de lectura rápida, ágil, de un tirón, que está pensada como diario, pero que se permite también ciertos descarríos, como el “Capítulo perfecto”, que está compuesto enteramente por citas de otros autores. Antes de Fama publicó dos novelas: El neoromanticismo (Alción Editora, 2012) y País (Editorial Punto de Encuentro, 2015).
Cuenta ahora Fernández Pais sobre cómo escribió la novela: “Era plena pandemia y yo entré en una espiral de consumo muy fuerte. Y me puse muy mal. Ya a lo último me drogaba y no escribía nada. Entonces terminé internado, con policía de por medio y con orden judicial. Y recién al mes de estar internado empecé a estar un poquito lúcido y me dio ganas de escribir. Hacía seis meses que no escribía, que estaba más preocupado por la droga que por la escritura, pero estaba leyendo mucho. Fue una relación muy intensa con la literatura durante todo ese tiempo. Mi relación con la literatura es ambivalente: no tengo una idea profesional de levantarme todos los días y sentarme a escribir. Me interesa mucho la literatura que surge de la experiencia. Cuando pasan cosas que me conmueven o que sirven para una historia, recién ahí me pongo a escribir. A la novela la terminé unos dos o tres meses después de haber salido, en una internación domiciliaria, recluido”.
“Todo lo que tengo publicado en internet es una tentativa de ver si sale una obra. Mi obra oficial, creo yo, es lo que está publicado en papel”. La referencia es a Una vez más, la novela experimental e inconclusa que fue el ensayo a cielo abierto de Fama. “Yo estaba escribiendo Una vez más y tenía capítulos muy narrativos, con un estilo especial, de juego de lenguaje, divague, con un ambiente muy basado en el consumo de drogas y demás. Pero al diario empiezo a llevarlo en un cuaderno atado con cordones, porque cuando estás internado no te dejan tener el espiral de metal, porque puede pasar algo. Entonces lo escribí ahí, y después hice un viaje al sur y se me dio por escribir unos capítulos más del diario. Y después me di cuenta que esa novela y el diario eran dos cosas completamente diferentes, que el personaje era otro, entonces lo remodelé un poco. Una vez más fue el rodeo que tuve que dar para que salga Fama”.
La literatura en Fernández Pais es, además, un legado familiar. Su abuelo paterno, Luis Fernández Villavicencio, era poeta y periodista. “Fue un tipo que escribió lo que sería un one-hit wonder: la pegó a los 17 años, mientras militaba en Tacuara, con un poema en homenaje a Darwin Passaponti, el primer mártir del movimiento nacionalista que después pasó a la historia como el primer mártir del peronismo. Es una contracara total de la historia contada por Borges, mucho después, en el 55, a través de ‘La fiesta del monstruo’”. Y su abuelo materno, Federico Emiliano Pais, profesor de literatura y miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, que “publicó un libro de cuentos, La verdad peligra, y un poemario que se llama Mitad de la vida”. “La literatura estuvo siempre muy presente. Era parte de mi realidad, pero al mismo tiempo mis dos padres habían rechazado la vida de privaciones que lleva la literatura. Entonces tampoco fui muy incentivado”.
“Pero bastó encontrar la vocación, darme cuenta de qué era lo que me gustaba, para reencontrarme con una biblioteca familiar muy interesante y muy rica. Tengo, si se quiere, las dos tradiciones de la literatura: la nacional y la argentina, ese doble canon que existe, según Nicolás Rosa, en la tradición nuestra”, afirma este autor que ya desde los 15 años quería ser autor de novela histórica: “Me interesaba mucho la historia; leía mucho eso. Después tuve un interés por el cine. Luego me enganché con la Filosofía, estuve en la cátedra de la Facultad. Y después me di cuenta que tenía ganas de contar una historia ya y que para hacer cine necesitaba un presupuesto, necesitaba gente, necesitaba dirigir un montón de personas. Me acuerdo de haber escuchado esa entrevista a Manuel Puig de Joaquín Soler Serrano donde él dice: ‘Yo quería hacer cine, pero no podía mandar a tanta gente’. Y me di cuenta que la literatura me permitía contar una historia ya mismo con pocos recursos”.
Terminado el secundario comenzó a escribir con más seriedad. Y no se metió a estudiar Letras, sino Derecho. “Estaba el peso de la Academia de que para ser escritor tiene que pasar mucho tiempo, tenés que estar muy formado... boludeces. Creo que ese rollo estuvo pero tampoco nunca me volqué por Letras, porque me parece que era más bien para disuadir a la gente de escribir que para formarla en la escritura. Entonces decido meterme a estudiar Derecho. Admiraba mucho a José Ignacio García Hamilton, un abogado que se volcó a la escritura de novela histórica. Me interesaba Alberdi, me interesaba Sarmiento aunque Sarmiento no era abogado, pero la generación del 80, todo lo que fue la literatura argentina del siglo XIX, estaba escrita por abogados. Había algo ahí que me interesaba. Después descubrí que la abogacía ya no es lo que era; me interesa bastante poco. Hoy laburo más bien de ghostwriter que de abogado”.
En tercer año dejó Derecho porque “estaba muy metido en la literatura”, tanto que publicó El neoromanticismo. “Entonces me enteré que había un máster en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y para eso necesitaba el título de grado, entonces terminé rápido Derecho para poder ir”. Ahora, a la distancia, dice que ese proceso sirvió, pero que hay algo intransferible: “Lo que me interesa de los escritores es la valentía y el humor, y eso no te lo enseña ninguna universidad, ningún máster, ningún taller literario. Creo que se aprende más en la lectura, en el arte de la imitación, escuchando entrevistas, leyendo biografías de poetas y de autores. Aparte, creo que me quisieron formar para una cosa y yo seguí tirando para otro tipo de literatura. No me interesa el beneplácito de la crítica ni los premios ni ser simpático con el lector. Lo que hay es una necesidad de procesar algunos temas personales y la literatura me funciona bárbaro para exorcizarlo”.
Fernández Pais nació en Córdoba, en 1987, y allá, bromea, “aparece un avión y ya es literatura futurista”. “Hay una idea muy porteñista de que el interior es atrasado; yo no lo vivo tan así, veo una Córdoba mucho más integrada, de mucha más proyección internacional que la que encuentro en la literatura de los autores cordobeses. No soy localista, pero me interesa la tradición que tenemos: está Lugones, pero también un bestseller increíble, Hugo Wast, un tipo que ya no lee nadie. Me interesa esta posición un poco border con respecto al centralismo porteño, en la línea del escritor argentino en la tradición de Borges, que dice que la literatura argentina tiene una ventaja por estar en el borde, en el margen, en las orillas diría Sarlo, de la literatura occidental. Bueno, yo estoy en las orillas de Buenos Aires, y puedo trabajar en esa tradición sin ningún tipo de respeto ni reverencia. Sí hay un mercado mucho más chico acá, la circulación es más chica, pero no da tantas limitaciones”.
Sobre el final, Fernández Pais no modera la sentencia: “Hace rato que me consagré a la literatura religiosamente”, dice, y concluye: “No tengo hijos, no estoy casado, si no me dedico profesionalmente es porque siento que es más importante ser leído post mortem que en vida. Hoy veo mucha autocensura entre los escritores que dependen del mercado o de la academia. La mía es una consagración total: cualquier cosa que me pase no va a ser tan grave. Primero, porque me va a servir para la literatura. Todo lo que no sirve para la vida sirve para el arte. Y segundo, porque conozco en extensión los problemas existenciales de la literatura de Kafka, de Dostoievski, y puedo decir que esto fue un gran trauma en mi vida. Está el deseo de procesar ciertas cuestiones personales, estoy yo como objeto de la literatura, pero no hay nada puramente terapéutico, sino la voluntad de participar de algún modo en la discusión sobre la tradición de la literatura occidental, por ser pretencioso”.