A simple vista parece una caja, de ahí su nombre. La cámara cajón es una cámara fotográfica con una funcionalidad más bien básica: no permite regular la apertura ni la velocidad de obturación. Tampoco la distancia del foco. Es una cámara sencilla que requiere de la precisión del fotógrafo. Se toma la imagen y adentro de misma la caja se produce la foto. “Como en una Polaroid”, dice Rodrigo Abd, “como una Polaroid en blanco y negro”.
¿Por qué Abd, un fotógrafo con veinte años en la agencia Associated Press, ganador del World Press Photo, del Pulitzer, del Maria Moors Cabot y el GABO, eligió usar una cámara tan antigua como esta? Fotógrafo dedicado a cubrir conflictos, en 2006 fue enviado por AP a cubrir la guerra en Afganistán. Allí se encontró con que los kamra-e-faoree, los fotógrafos callejeros, usaban la cámara cajón y se interesó por la técnica. Uno de ellos, Nabi, se convirtió en su maestro: a él le compró la cámara con la que tomó los retratos que ahora exhibe en el Centro Cultural Borges.
La exposición se llama “La cámara afgana” y da cuenta de la realidad, las tradiciones, los paisajes y las costumbres de un pueblo al que visitó en aquel 2006 y que en 2022 regresó con la intención de documentar la vida tras la salida de las tropas extranjeras. “Afganistán”, sigue Abd en diálogo con Infobae Cultura, “fue tal vez uno de los últimos países en donde se usó la cámara cajón, tal vez por la característica del país, por el aislamiento que tuvo durante tantos años, por estar tan atrasado tecnológicamente”.
Aunque ahora ese tipo de cámara ya no se usa en Afganistán —por una cuestión de costos es más económico usar una cámara y una impresora digital—, las fotos de Abd recuperan un respeto por lo artesanal y lo tradicional. Y buscan ser un puente entre culturas. “Mi expectativa”, dice Abd, “es que la gente que vaya a la muestra pueda enterarse de mi trabajo reciente y que pueda ver algo que no es muy común en Argentina”.
—Afganistán, como Corea del Norte, es un país que tiene una resonancia política en la Argentina. ¿Qué ponés en juego al hacer una muestra sobre Afganistán?
—Afganistán es un país que ha caído en la disputa de la geopolítica, donde se ha jugado mucho de la política internacional, de la hegemonía rusa y estadounidense. En los 80 fue la invasión rusa; después del 11 de septiembre, la invasión de Estados Unidos y la ocupación de la OTAN, y una democracia controlada durante mucho tiempo hasta la toma del poder de los talibanes hace dos años. La idea de la muestra es mostrar Afganistán desde un punto de vista mucho más humano, mucho más cotidiano. Donde se pueda ver a hombres, mujeres y niños tratando de sobrevivir con dificultades, pero con dignidad. Un Afganistán que no estuvo tan presente en las coberturas que hicimos los periodistas. Humanizar, a través de la fotografía, a un país golpeado por tantas décadas de ocupaciones militares y guerras internas. Es importante ver a periodistas de las vidas humanas, cotidianas, de los relatos, la historia de las mujeres.
—Entre los dieciséis años que se dan entre las primeras fotos y las últimas, ¿qué diferencias notaste en el país?
—El país está en paz, esa es una clara diferencia. Creo que con respecto a la situación de las mujeres sí hay un retroceso grande, porque los talibanes no les permiten estudiar y tienen más restricciones para ellas. Hay algunas restricciones de los talibanes, como la prohibición de la música y del cine, que, para nosotros, los occidentales, es algo difícil de pensar. Pero hemos podido ir a lugares donde antes eran intransitables. Fuimos bien tratados por los talibanes, pudimos trabajar con cierta libertad y contar un Afganistán que antes era imposible de recorrer por la guerra interna.
—Otra cuestión de Medio Oriente es la problemática en torno al relativismo cultural. ¿Cómo te paraste con respecto a eso?
—Por ejemplo, sobre el trato que tienen hacia las mujeres —y con esto no busco justificarlos para nada—, recuerdo que en 2006, mi compañero, que quería que yo me hiciera musulmán, me decía que los occidentes éramos muy hipócritas, porque defendíamos a las mujeres pero las usábamos para vender productos. Las hacíamos posar casi desnudas en las publicidades. Él me decía que el mundo musulmán tiene un cuidado por la mujer que nosotros no tenemos. De alguna manera, eso te pone a reflexionar desde dónde miramos lo musulmán.
Hay en Abd una búsqueda por la precisión no solo de las imágenes sino también de las palabras. Habla pausado y es extenso en las respuestas. La entrevista se hace por Zoom y la conexión a veces se pierde; Abd no tiene problemas en volver sobre sus palabras para reforzar un concepto o una idea. Intenta no dar respuestas generales de un país al que las miradas extranjeras le fueron borrando las sutilezas.
El año pasado recibió el premio GABO por la cobertura que hizo de la guerra en Ucrania. Su mirada, de nuevo, prioriza la cuestión humanitaria. “Me interesa el conflicto ucraniano, pero es angustiante ver que por el momento no hay ninguna posibilidad de un acuerdo de paz, que sigue muriendo mucha gente de un lado y del otro”, dice. Y sigue: “Es inevitable que tenga repercusión en el mundo y en Argentina, porque Ucrania es otro productor agropecuario, pero a mí me parece como una falta hablar de los problemas de las economías mundiales cuando muere tanta gente. Es un poco deshumanizante”.
Las imágenes de “La cámara afgana” parecen funcionar como el subrayado de la postura de Abd. Retratos que tienen toda la potencia de ver a una persona en primer plano. En todos se da lo que Sebald destacaba de las fotos de Wittgenstein en la novela Austerlitz: la mirada vivaz, penetrante, incómoda. Así, un hombre de edad incierta vestido para la ocasión mira a cámara con una seriedad que atraviesa la lente; un joven de turbante hipnotiza a quien lo mira al punto de entender que detrás del gesto adusto se está riendo; otro más, ahora un casi anciano de cara angulosa y barba blanca parece ser una versión árabe del Quijote.
“Cada fotógrafo mira algo diferente y eso es lo interesante de la fotografía”, dice Abd. “El fotógrafo mira también desde su bagaje intelectual, desde su vida personal. La fotografía es el reflejo de uno. Particularmente me interesa mostrar una imagen que no sea tan cerrada, que provoque a quien la vea, que tenga múltiples lecturas, que sea compleja. Me gustan las imágenes que puedan contener una pregunta sobre las cuestiones humanas que ocurren dentro de ese recuadro. Que uno se las pone a mirar y empieza a preguntarse qué pasó, quiénes son las protagonistas. Es la clave para que después alguien se siente a leer un artículo en donde pueda profundizar sobre un tema, investigando. Esa es la clave de una buena imagen”.