Casi que no tengo que contar nada de Imprenteros. La obra de teatro que cuenta un hecho traumático de una familia real se estrenó hace cinco años. Desde entonces su calidad y su calidez fueron pasando de boca en boca, la obra llenó sala tras sala y la obra de Lorena Vega se convirtió en un lugar de encuentro, un guiño, un imperdible.
No tengo que contar porque MEDIO MUNDO LA VIO pero igual lo haré: Imprenteros desde el principio habla de máquinas, como la Harris, que imprime a un solo color y en la imprenta de papá se usaba para hacer etiquetas. Habla de la impresora, de la troqueladora, de la guillotina. Habla de cosas técnicas, del gramaje del papel, de los rodillos, de la tinta en las manos. De la vida alrededor de esas máquinas, corazón de la imprenta de papá. De qué buen gráfico era papá. De los hijos que aprenden el oficio.
También es la historia de ese padre sobre el que Vega aclara: “Lo había perdonado”. Si lo había perdonado es porque había algo -muchas cosas, así suele ser con los hijos- que perdonar. Como el día en que se peleó con su mujer -la mamá de los tres hermanos Vega-, salió a pasear con sus hijos y en el camino sumó a su amante al paseo. O como la vez que no quiso hacer -cuchillo de palo- las tarjetas para el cumpleaños de 15 de Lorena.
Todo es eso: el taller, el padre un poco chanta pero talentoso, el ruido de las hojas cuando les cae el filo, las etiquetas con los colores bien puestos, hasta que llega el centro de la cuestión, el tajo: “Diez días después de su muerte, que fue un 11 de septiembre. El mismo día del atentado a las Torres, pero años más tarde, mis medios hermanos, nuestros medio hermanos, los de la segunda relación, cambiaron la cerradura del taller y nosotros tres no pudimos volver más.”
No pudieron volver más. Lorena, Sergio, Federico. Afuera.
Algo de recuperación hay en esta obra que se estrenó en 2018. Algo de reivindicación, de afirmación. “Porque fui siempre. Porque tengo derecho. Porque extraño”, leerá Lorena Vega -hoy la actriz consagrada de La vida extraordinaria y Las cautivas-, como si tuviera que justificar el reclamo y la obra misma. “Porque ese lugar tiene un olor a grasa mezclada con humedad que solo está en ese lugar”. Y también: “Porque me quiero llevar sus cenizas que mis medios hermanos tienen ahí para tirarlas en el mar en Mar del Plata, como el quería”.
El padre, el amor por el padre realmente existente y el derecho a lo propio son ineludibles en Imprenteros. Pero me interesa algo más: el lugar del trabajo en nuestras vidas, como nos moldea, cómo nos hace quienes somos, como determina las formas que van tomando nuestros cuerpos y los movimientos que hacemos.
Entonces en la obra cobra relevancia Sergio, el hermano que sigue siendo gráfico y que, por el sonido, puede decir cuál es la máquina que está funcionando. En la obra lo ponen a prueba, le pasan una grabación con algo que para cualquiera es “ruido” y él descifra que se trata de “el sistema de pone-pliego de una máquina de offset”. O “el papel cuando pasa por los tambores de impresión y ese es el sonido de la tinta, “tac” se le dice. O “el ruido de una cuchilla de una guillotina”. Cuando baja, dice Sergio, “corta el papel”. Y el actor, hermano, heredero desheredado, obrero gráfico, levanta y deja caer las manos, dobla las rodillas, interpreta a la máquina. Esa junto a la que lleva tantos años. Tantas horas de tantos días de tantos años.
Eso, el trabajo imbricado en nuestras vidas. Sergio es capaz -se hace en la obra- de tomar cualquier pieza gráfica y hacer la descripción técnica. Como hacen los magos, en la función se pide que cualquier espectador ofrezca una que traiga en la cartera. Sale un libro cualquiera, él lo mira, lo analiza. Sabe muchísimo. Como cualquiera de nosotros si habla de su trabajo.
La historia familiar y la de la imprenta se cruzan en el escenario, como se cruzan diálogos, un video desopilante de la fiesta de 15 de Lorena, una entrevista a Federico, el hermano aparentemente más distante, varios monólogos de Lorena, los testimonios de Sergio.
Al final, Lorena le pide a su hermano gráfico que señale dónde estaba dispuesta cada máquina y reproduzca el proceso. Voy acá, muevo esta palanca, me agacho, acomodo el papel... Luego que lo haga imitando el sonido que hace cada máquina. Que lo repita. Se suma ella, se suman otros. En unos minutos el circuito industrial de impresión es una danza. Tac, zzz, psss.. Tac, zzz, pss. Y las manos, las piernas, los giros, la cabeza. Tiempos modernos, danza una forma de producción que empieza a ser parte del pasado. La belleza y la tragedia de lo que hace con nosotros eso que hacemos todos los días: no hay cómo no sentirse interpelado.
“Pienso que todo comenzó quizás con el quiebre de una familia y hoy, cinco años después, a partir de la obra entre el grupo de teatro, la gente de la imprenta, de la editorial y del equipo de la película lo que cambió es que construimos una nueva familia”, me dice la actriz, directora y dramaturga. Y también: “El estreno se ve como una fiesta a la que siempre quiero volver”
Imprenteros -que también se convirtió en un libro, publicado por Ediciones DocumentA/ Escénicas- celebra su quinto año con una gira de festejos y una semana especial en el Rojas, el Centro Cultural de la Universidad de Buenos Aires donde nació. Aquí, el recorrido.
* Miércoles 13 a las 19:
Presentación de libro. Invitada: Vivi Tellas. Mesa con: Sergio Vega; Federico Vega, Cesar Capasso (fotógrafo). Coordinador: Rep.
Inauguración Exposición en sala Pujato (material de archivo de la obra y el armado del libro)
* Jueves 14 a las 19
Charla: “Hijas que biografían padres”. Invitadas: Agustina Comedi (directora de la película el silencio es un cuerpo que cae”), Ana Blaya (directora de las películas Las buenas intenciones y La uruguaya), Patricio Fontana (investigador Conicet), Damiana Poggi (equipo Imprenteros)
* Viernes 15 a las 20
Función de la obra.
* Sábado 16 a las 20 y a las 22.
Función de la obra.