Es la previa del feriado y Montevideo parece más tranquila que de costumbre. Unos cien mil uruguayos cruzaron el Río de la Plata, en aviones, barcos y autos, para comer y hacer compras en Buenos Aires. La Ciudad Vieja, con sus locales cerrados y sus calles oscuras, parece más desolada. Los que se quedaron están celebrando la noche de la nostalgia, un acontecimiento que derivó en la excusa para salir de caravana, disfrazarse y bailar toda la noche, o participar en fiestas con bandas argentinas como Bandalos Chinos y Los Auténticos Decadentes. Pero en el teatro Sodre, una de las salas más bonitas de Montevideo, unas 1800 personas son testigos de una celebración antológica, los 80 años de Rubén Rada. La seguidilla de cuatro conciertos, con entradas agotadas, algo que no le pasaba hace tiempo al músico en su país, tiñó el concierto de un carácter legendario, único, irrepetible, que nadie se podía perder, y fue tema de conversación en los días previos y durante el ciclo de shows.
“Cuando termine el cumpleaños me voy a sentar a llorar un rato”, dice Rubén Rada cuando promedia el último de los conciertos. Es la despedida. Ya se habían proyectado en pantalla gigante los videos de Fito Páez que dijo lo importante que era la música de Rada para el mundo, Andrés Calamaro que comparó su aparición con la llegada de un mesías de la música (“fue como ver a Jesús el Nazareno”) dijo, y la brasileña Daniela Mercury, que le deseó un futuro lleno de alegría y más música. Un Rada todavía emocionado por el reconocimiento de sus colegas y del público que llenó el teatro, que estaba a punta de lágrima, pero se aguantó. “Antes era un músico conocido por los músicos, ahora de más grande me conoció más gente”, dijo, haciéndose cargo del reconocimiento con humildad.
Su familia fue la encargada de la producción del espectáculo y quien lo termino de convencer de que se suba al escenario nuevamente con la excusa de su cumpleaños 80. El 16 de julio lo festejó entre sus íntimos, pero a la celebración que se trasladó al Sodre durante cuatro días, asistieron músicos y figuras políticas como el expresidente uruguayo Pepe Mújica.
La leyenda, el ídolo popular, el músico admirado por los músicos, celebró su historia artística y sus 80 años con un recital antológico, alimentando su propia mitología musical, -por si no alcanzaran los discos que grabó con El Kinto, Tótem y Opa, rodeado del público de Montevideo, pero también de toda la comunidad musical. Las nuevas y viejas generaciones pasaron como invitados durante las cuatro fechas: Emiliano Brancciari de NTVG (presente en todos los shows), León Gieco (se quedó a tres de los cuatro), Laura Canoura, Daniel “Lobito” Lagarde, ex bajista de Tótem; Pitufo Lombardo, Julia Zenko, Pinocho Routín, Sebastian Teysera de La Vela Puerca, y dos piezas claves de la banda que lo acompañó en su paso por Argentina: el guitarrista Ricardo Lew y el pianista Ricardo Nolé. A su último concierto se sumaron, también, la cantautora Samantha Navarro, la joven promesa Facundo Balta y los Auténticos Decadentes, que esa misma noche tocaban en el Antel Arena, y transformaron la celebración musical por un rato en un cumpleaños de entrecasa.
La lista de temas es un viaje por su historia. Las imágenes que pasan en la pantalla, proyectan una vida musical en recortes de diario de otras épocas y fotos de Rada en su juventud. El guión musical del espectáculo, que abarcó sus distintas etapas musicales, es también el guión de su propio sendero de vida. Del grupo de dizzie jazz los Hot Blowers a su encuentro a mediados de los sesenta con Eduardo Mateo, a quien Rada llama “nuestro John Lennon”. De los años rockeros con Tótem a su cruce con artistas como Bob Marley y Mick Jagger. Del hippismo de los setenta, al crooner Richie Silver, que hacía éxitos de la música americana. Del candombe sideral de Opa al cantor pop de plenas y cha cha chá.
Rada no es solamente el artista popular, carismático, divertido, creador de hits, showman de tv, conocido por todos en Uruguay, y también en la Argentina; sino, en paralelo, es el portavoz de la cultura afro, la herencia del candombe, la manifestación de un latido que conforma una identidad y que continúa el legado ancestral que trajeron los negros esclavos que llegaron al Uruguay. Por eso, cuando se sienta frente a sus tambores, Rada habla, toca y canta por todos ellos y parece convocar a los espíritus de esa tribu espiritual para continuar el rito ancestral de celebrar la música alrededor de un tambor.
El público, con el que tiene una relación casi familiar, le responde. Rada está presente en la vida de los uruguayos desde los sesenta, cuando se transformó en una figura popular con su tema “Las manzanas”. Con esa canción, la primera que dice, le dio de comer, abre el recital. “Fui a caminar por la rambla y volví con esta canción”, cuenta. El tema, donde trafica elementos del candombe beat que había desarrollado con Mateo en el grupo El Kinto, se convirtió en un éxito en todo el Uruguay en 1969 y fue la presentación de Rada al gran público.
Gracias a “Las manzanas”, ese primer disco solista de Rada entró en casi todas las casas de su país y lo convirtieron en una personalidad cultural relevante dentro de la música uruguaya hasta hoy. El tema también es una prueba de como se puede disfrutar de su música, una de las más sofisticadas creada en el cono sur, traducida a un lenguaje popular, que puede ser tarareada o cantada por cualquier persona.
En la platea se puede ver a quienes escucharon el estreno de esta canción y a jóvenes que no habían nacido, pero conocieron la influencia de Rada con el paso del tiempo en toda la música contemporánea de la cuenca del Río de la Plata. Incluso están aquellos, los más chicos que los conocieron por sus aventuras con sus espectáculos infantiles, o los que escucharon sus colaboraciones con el trapero Peke77, que llegó a tener 25 millones de reproducciones en Youtube.
Para poner a su público en órbita, el de los viejos tiempos, el de los nuevos tiempos, Rada toca “Don Pascual”, una de esas obras maestras de El Kinto escrita por “Chichito” Cabral. Sobre la cadencia rítmica de ese candombe, Rada flota sobre la melodía con una cadencia suave, que se deja arrastrar como una boya sobre ese mar musical. La armonización de las voces de Julieta, Lucila y Rubén Rada, junto al riff eléctrico y los coros de Matías Rada, provocan una sensación de éxtasis. Rada llega sin proponérselo y con absoluta naturalidad a su propio grado nirvana y provoca un estado de contemplación, donde se condensa el espíritu melancólico de la ciudad y el color luminoso de la rambla de Montevideo. Es la llave para entrar al universo del artista, para entenderlo, disfrutarlo y comprenderlo, saber para qué vino a este mundo, como mensajero musical.
Lo mismo sucederá con “Mejor me voy” escrita por Eduardo Mateo, otra de esa cajita musical llamada El Kinto, donde participa como invitada la cantautora Samantha Navarro. En el medio de esa clase magistral de música, Gustavo Montemurro hace unos solos sobre el teclado pivoteando sobre la atmósfera melancólica del tema. Cuando llega la melodía final, Rada le pide a la gente que aplauda, al compás de la canción. No quiere que nadie se quede afuera del disfrute.
“Traten de cantar y divertirse”, dirá Rada, que sufrió mucho de niño, perseguido por la pobreza, la enfermedad y la ausencia del padre. El baile y la música son su antídoto contra el dolor y lo comparte.
Con el oído puesto en las calles de Montevideo, el músico, refleja una temática social, que aparece a lo largo de toda su discografía, pero que tiene su punto de partida en la banda Tótem de los setenta, que abrió el camino al candombe rock y dejó varios himnos en plena época de la dictadura militar uruguaya. “Con Tótem había que hacer canciones y que no se dieran cuenta lo que estabas diciendo, porque íbamos todos en cana”, cuenta Rada sobre el escenario.
De esa etapa es “Biafra”, un candombe explosivo impregnado de la psicodelia de los setenta y una letra rabiosa. “Quiero darle un tirón de orejas al hombre/Que piensa en la política y no responde/Que están muriendo niños a borbotones/Que olvide las banderas, piense en el hombre”, canta Rada, mientras la cuerda de tambores, -el piano, chico y repique-, ataca con un ritmo que no da tregua y mueve de un lado a otro los cuerpos, todavía, sentados en las butacas.
Entre canción y canción, Rada cuenta el origen de “Heloísa”, otro de sus temas rockeros con Tótem. “Cuando fui a ver la película Orfeo Negro salí enamorado de la protagonista mujer que se llamaba Eurídice, pero en ese momento yo entendí que era Eloísa y así le puse al tema”.
Pasan otras historias de cuando hacía canciones estando en Alemania y las grababa en un cassette para mandárselas a los Hermanos Fattoruso que vivían en Estados Unidos y terminaron en Magic time, uno de los grandes discos del grupo Opa. Una de esas canciones se llamó “Montevideo”, un candombe sideral, que suena ancestral y moderno, que se nutre del jazz en los momentos de improvisación libre y que tiene los pies en la tierra con una melodía compleja que puede ser tarareada por el público de memoria, y con Rada como director de orquesta.
“Malísimo”, es otro de los grandes momentos del show, que tiene una historia que el propio Rubén Rada aborda con una mirada más crítica con el paso del tiempo por el machismo de la letra. Es, con sus defectos, (la canción de un hombre despechado), una de las mejores melodías que compuso en su historia y que cuenta mucho sobre su espíritu libre y musical, impregnada por esos inicios en La Cueva, el flower power y el hippismo. Es, a la vez, una de sus canciones más rockeras, de las que se termina apropiando como voz líder su hija Julieta Rada, para que la letra cobre un nuevo sentido.
Durante todo el concierto, el músico vestido de un traje rosa eléctrico, explota la condición de animador. No quiere que el público se quede quieto en sus asientos y que sean sólo espectadores sino partícipes del show. A veces pide que sigan la música haciendo la clave de candombe con las palmas, que se levanten de sus asientos, o lancen aullidos cuando dice: “¿A ver ese grito de alegría?”. Como anfitrión de su propio cumpleaños recibe con halagos a Facundo Balta, de 22 años para que lo acompañe en “Flecha verde”, y hasta hace un paso de comedia con Los Auténticos Decadentes, que copan el escenario para cantar todos juntos “La guitarra”, y “Blumana”, con Cucho Parisi y Jorge Serrano arengando a la platea mientras repiten en modo coro de hinchada: “Tocá che Negro Rada, tocá, grita la hinchada, toca y canta tranquilo, que acá no pasa nada”.
En la platea el público salta y también levanta los brazos, en una escena que se repetirá hasta el final con una seguidilla de obras inapelables como “Candombe para Gardel”, una versión muy rockera del tema “Dedos” con Emiliano Brancciari de NTVG, que termina arrodillado frente al rey de la noche, y “Terapia de Murga”.
“¿Ya está?”, bromea Rada recostándose sobre los tambores como si estuviera cansado, después del tour de force por su vida musical y dos horas de concierto, que lo llevaron sin escalas por clásicos de su repertorio, gemas de diferentes trabajos solistas y éxitos populares. La respuesta del público es instantánea: “Noooo”. “Cha cha muchacha” y “Muriendo de plena”, funcionan como cierre de la celebración. Nadie quiere que se baje del escenario. “Estoy muy contento por todo lo que pasó”, dice.
Después de la seguidilla de cuatro conciertos (entre el 20 y 24 de agosto), ahí está la leyenda de ochenta años tocando con fuerza los tambores. Ahí está el muchacho de la barra de Cuareim, bailando como en una llamada de tambores en el barrio Sur. Ahí está el hombre que, en pleno invierno, convirtió un jueves común, previo a un feriado en Montevideo, en un día extraordinario. Ahí está el músico que le puso voz al candombe y transformó la vida de una nación con un tambor. Y ahí, también, acompañándolo está el público más joven, el del futuro, como esa niña de unos nueve años fascinada frente al kiosco donde vendían vinilos, póster y remeras con la cara del músico a la salida del show. Ella les insistía a sus padres para llevarse un afiche para ponerlo en su pieza y no olvidarse que una noche del 2023, vio tocar al Negro Rada: la leyenda musical de Montevideo, Uruguay, Buenos Aires, América Latina.