“La poesía es una forma de memoria. Encierra cuanto hemos vivido, y cuanto vive quien la lee”, dice Elena Medel en su poema “Duda técnica”. Medel, joven escritora española, explora en sus textos la relación entre escritura y lectura, volviendo imposible pensar uno sin el otro.
Elena Medel nació en Córdoba, España, en 1985. Publicó el libro de poesía Mi primer bikini a sus dieciséis años, y, desde entonces, publicó Tara y Chatterton; los ensayos El mundo mago y Todo lo que hay que saber sobre poesía; y la novela Las maravillas, traducida a quince idiomas, ganadora del Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2020 e incluida en la longlist del Dublin Literary Award 2023. Dirige, además, el sello de poesía La Bella Varsovia.
Sobre su relación con la lectura, afirma: “Nací en una familia de no lectores. Mis padres están empezando a leer ahora, a sus sesenta años. No tuve una biblioteca familiar: había un par de libros de Antonio Machado que había leído mi mamá para el colegio, una novelita infantil o juvenil, y una serie de libros sobre decoración. No era una biblioteca de lectores. A mí me crió mi abuela, y a los tres, cuatro años me gustaba mucho ojear revistas del corazón. Me fascinaba el papel, mirar las fotos de famosos. Mi relación con la literatura se forjó hablando con la librera del barrio, con los libros disponibles en la biblioteca. Antes de sentarme a escribir, siempre me tomo veinte, treinta minutos para leer, como si fuera un deportista calentando antes de salir a correr para no lesionarse”.
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Invitada por el MALBA, durante agosto estuvo en Buenos Aires en el marco de la Residencia de Escritores. Participó en el Fellowship Program de la Feria de Editores (FED), con el objetivo de brindar a los autores una inmersión en el mundo editorial argentino.
En esta entrevista para Infobae Cultura, contó sobre el proyecto que la trajo a Buenos Aires, sobre Las maravillas y la relación entre literatura, política y feminismo.
–¿Qué trabajaste durante la Residencia?
–Estoy haciendo una biografía de Concha Méndez, una escritora española vinculada a la generación del 27′. Con su marido, Manuel Altolaguirre, publicaron tanto a los nombres más conocidos de la generación como a mujeres. Eran impresores, y ella era la que manejaba la página. Tuvo una vida muy vinculada tanto al exilio como a la inmigración. Se exilia después de la guerra civil española. Tanto ella como su marido eran de izquierda, estaban muy vinculados a la República. Se exilian primero a Francia y a Reino Unido, de manera muy breve, después se van a Cuba y a México. Pero antes de la guerra, por los años 20′ ella vive unos años de autodescubrimiento acá en Buenos Aires.
Venía de una familia de clase alta, de mucho dinero, que no la apoyaron con sus estudios. Se encuentra con ese rechazo familiar, y tiene que mentir cada vez que va a conferencias. Dice que va a pasear con su novio. Decide escaparse, hace ese camino que repite después por la guerra: primero Francia, después Reino Unido. Y en Londres conoce a exiliados argentinos que le hablan de la vida literaria de Buenos Aires, y que había mujeres publicando. Compró un billete de un barco para venir acá, y llegó en 1929. Ella cuenta en sus memorias que Buenos Aires fue una de las ciudades más importantes en su vida. Se hace escritora aquí, no es que vivió una vida superficial, sino que entró en el mundo literario de Buenos Aires. Publicó en La Nación, era amiga de Norah Borges, de Alfonsina Storni. Son dos años de mucha vida intelectual, que descubre qué escritora quiere ser. El tramo europeo ya lo tengo escrito, pero vine a escribir sobre sus años acá, en Cuba y en México. La beca me permite completar esa parte.
–En 2015 publicaste Cómo vivir con Antonio Machado, un libro sobre su vida y obra. ¿Qué encontrás en este género más biográfico?
–A mí me interesa mucho reflexionar sobre el conflicto de tradición, de canon. Qué entendemos cuando hablamos de canon, qué tradición elegimos y cuál o cuáles rechazamos. Cuando escribimos, no nos podemos olvidar de lo que somos, de las circunstancias en las que escribimos. No podemos aislarnos, siempre hay algo que nos rodea. La propuesta de Machado llegó como un encargo de la editorial. Machado no es influencia en lo que yo escribo, pero sí que hay posicionamiento e intenciones en su poesía que me interesan mucho. La utilidad de la poesía, el trabajo con el lenguaje, son preguntas que me hago mucho.
–¿Qué entendés cuando hablamos de canon?
–Cada vez tengo más claro que se trata de una propuesta absolutamente subjetiva. Probablemente incluya personas con actitud parecida de género, clase, etc. Yo creo en la imposibilidad del uno solo, monolítico. A veces parece que fueran un centro y los márgenes, pero conviven muchos centros. Hay que pensar en la posibilidad de ensanchar el canon literario, que abarque discursos que están fuera, o de que existan muchos cánones diferentes. Es un concepto que está cada vez más abierto a esos funcionamientos. Existe cada vez más la posibilidad de abrirse a otras lecturas diferentes.
–Tu novela Las maravillas, es, según Andrés Neuman, “una novela sobre el dinero”, y está protagonizada por dos mujeres. ¿Cómo pensaste la trama entre mujeres, dinero y clase social?
–Me interesa hablar desde una voz radicalmente femenina. Dentro de mi educación como lectora se identificaba a lo masculino como universal y a lo femenino con lo parcial. Lo masculino hablaba de los grandes temas de la humanidad, lo femenino exclusivamente de lo femenino. Me interesa mucho hablar del dinero, del poder, de la clase, desde este posicionamiento, que los grandes temas, que lo universal, pueda ser contado por una voz femenina también.
–María, al principio de la novela, dice sobre las huelgas: “Incluso para protestar hay que tener dinero”.
–Al principio ese monólogo de María, en donde enumera manifestaciones y huelgas, estaba escrito en positivo, afirmando a cuáles había ido. Cuando lo corregí, me di cuenta de que si ese personaje fuera una mujer real, no podría haber ido a ninguna, porque no se podía permitir perder el sueldo de un día de trabajo. No le habrían renovado el contrato. María no es una trabajadora fácil y sumisa, tiene conciencia de que no podría haber ido a esas manifestaciones, salvo que fueran un domingo o un día festivo. En la versión final, empieza a hablar, afirma que no fue a nada de eso que está contando por no disponer de ese tiempo.
–Es algo parecido a lo que piensa Paulo Freire en Pedagogía del oprimido: no tiene sentido alguno que quienes no están en el círculo de oprimido-opresor, lo que hoy podríamos llamar aliados, asuman la lucha de los oprimidos como propias.
–Hay causas que no están en el foco, porque las personas a las que les afecta no tienen posibilidades de enfocarlas. Bastante tienen con sobrevivir. Hay un momento en el que María empieza a militar en las asociaciones, pone su vida al servicio de su militancia. El poco tiempo libre que tiene lo usa para el activismo. Sabe que hay otras compañeras que no disponen de ese tiempo.
De adolescente siempre estuve relacionada con asociaciones y colectivos feministas atravesados por la clase. Gracias a eso estuve muy en contacto con mujeres de distintas generaciones. Cuando empecé a plantearme Las maravillas, busqué mujeres que me pudieran contar de su militancia y de su activismo. Busqué narrar ese sacrificio de poner la vida al servicio de la militancia.
–¿Qué lugar le queda a la literatura, en contextos donde quizás la maternidad, o el trabajo, o la lucha política parece no dejar resto para otras cosas?
–Para mí la literatura es tan amplia... No creo que la literatura sea. No existe una definición inamovible, es un campo muy poroso. ¿Por qué la literatura en estos tiempos en los que vamos a todas partes, casi sin paréntesis? La lectura permite evadirse, muchas veces desdeñamos esa posibilidad más gustosa de la lectura que es fundamental. También puede ser un campo de reflexión, un imán que te acerque a la escritura, o que brinde una forma de conocer al resto y de conocerse a uno mismo. La literatura permite plantear temas que nos interesan, y permite también que otro los tome, que se vea interpelado. Yo escribo porque leo. Pero, a la vez, conozco a gente que no lee, y que por supuesto no escribe, pero vive una vida totalmente plena y feliz. Eso también es posible.
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