“¿Quién tuvo la audacia de invitarme?”, pregunta antes de sentarse a la mesa el artista plástico, crítico de arte y docente Luis Felipe “Yuyo” Noé. Quien tuvo esa “audacia” fue Daniel Mecca, CEO del BorgesPalooza. Un festival que ayer tuvo su última fecha en la sala D del Cultural San Martín y en ese momento en el que Yuyo hizo la pregunta estaba por empezar la charla que buscaba ver (y pensar) los vínculos entre Borges y el arte.
En principio: ¿había algo ahí para sacar en limpio o era tensar demasiado de una cuerda (de una obra)? ¿Era una pregunta real o se trataba de otra boutade a las que tan afecto era Borges? Las preguntas flotaban en la sala. Sin embargo, el hecho mismo de que estuviera presente Yuyo Noé ya era una señal clara de que había tela para cortar o estaba todo dispuesto para que la pesca (de ideas, conceptos, ¿revelaciones?) fuera posible. Yuyo Noé tiene 90 años y es un momento nacional, un símbolo, un signo del arte argentino. Sigue trabajando en la actualidad (está pintando y escribiendo un libro nuevo) y se lo puede pensar como el encuentro de dos hombres longevos (Noé y Borges) que encontraron sus destino muy jóvenes y los van adelante hasta el final. Hay algo para aprender en esa actitud.
Mirar la imagen que promocionaba este BorgesPalooza (un Borges sonriente con anteojos negros y un globo de historieta detrás dándole un marco de estallido y onomatopeya) era, quizás, una comprobación más de que Borges (sobre todo esa cara y cuerpo de la última etapa de su vida, es decir: “El último Borges”) se volvió un objeto cultural icónico, una estampita y un meme. Borges sobrevive porque supo salir bien en las fotos. Un Borges Pop con un tratamiento estético warholiano que empapela las entradas del Cultural San Martín da cuenta de eso. Entonces, pensar su relación con el arte parece, ahora mismo si se lo piensa bien, evidente. Pero Yuyo Noé se sienta, lee y, definitivamente, quiere ir por otro lado. Le interesa más el lenguaje y la renovación que hizo Borges en ese sentido. Por eso comienza hablando de ese Borges poeta, vanguardista y que con Prisma (revista mural) intentó algo que siempre hacen los jóvenes (en ese entonces –comienzos del siglo XX- Borges era joven, alguna vez lo fue aunque resulte increíble): intervenir su tiempo, tratar de modificar lo que está establecido, destruir el lugar común imperante.
Esto definitivamente es atractivo porque muchas veces el Borges poeta pareciera ser (en un imaginario popular) algo menor y es, lo confirma Noé, una pieza fundamental del puzzle Borges para poder comprenderlo en toda su magnitud. Digámoslo así: sin la poesía, Borges no hubiese sido quien fue. Por encima de todo está la poesía. Pero además, ese Borges poeta también es ese Borges que regresa a la Argentina y comprende para siempre quién es: un ciudadano del mundo. Algo de lo que habla en esa biblia (comprimida, molecular) de la literatura argentina llamado “El escritor argentino y la tradición”.
De este modo, Noé dispone lo que le interesa decir: el uso del lenguaje es una forma de habitar el universo y eso, necesariamente, crea una tierra personal. Lo que se traduce en que una persona puede tener varias patrias (Adrogué o Ginebra, al pensar en Borges) pero su verdadera bandera es la lengua, tensionar el sentido de las palabras, la invención de un vocabulario propio y una revolución del lenguaje.
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De ahí que Noé recuerde a Foucault y su famoso prólogo a La palabras y las cosas donde cuenta que ese libro nació gracias a un cuento de Borges: El idioma analítico de John Wilkins. Dice Foucault y lee Noé: “Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento —al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía—, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro. Este texto cita “cierta enciclopedia china” donde está escrito que “los animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluídos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas”. Y de pronto, la sala ríe. Es inevitable y es una forma que siempre encuentra Borges de sobrevivir: logra que la mente llegue a una zona donde solo la risa se vuelve una salvación posible. Pero también la risa como la escalada más extrema de la inteligencia.
Por eso Borges nunca es soberbio y su erudición (algo que aprendió muy bien Luis Chitarroni) era simplemente parte de un juego literario (un divertimento complejo pero divertimento al fin y al cabo) donde cualquiera podía ingresar. La erudición en Borges genera comunión y nunca expulsa al lector. Dice Noé, casi sobre el final de su lectura y viéndose reflejado en algunas cosas que plantea Borges (“trato de que mis pensamiento no intervengan en mis escritos de ficción”): “En mi experiencia pictórica siento que propongo y el cuadro dispone.”
Hubo tiempo para unas preguntas a Noé. Y ahí, el artista contó que solo había leído un 30% de la obra de Borges pero que tenía en vista de que había captado “lo esencial” de esos libros. De ahí que Noé piense que fue una “audacia” haberlo invitado sin ser un exégeta de Borges. Por otro lado, comentó que la obra pictórica de Norah Borges le parecía muy buena e interesante pero que de ninguna manera llegaba a las alturas que había alcanzado Borges en las letras.
Lo último fue recordar una frase extraordinaria del cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.” Y es en ese momento en el que Noé recuerda cuándo fue que descubrió ese “momento” definitivo en su propia historia. Y dijo: “Está fechado: 5 de octubre de 1959, el día que hice mi primera exposición.” Ahí descubrió Yuyo Noé para siempre quién era, quién iba a ser y fue eso lo que lo trajo hasta este momento: recordar a Borges, pensar en una obra imperecedera y tratar de sacar algo de todo eso para la propia vida y la propia obra. Quizás lo que nos está diciendo Yuyo Noé, con 90 años cumplidos y en plena actividad, que la obra final y definitiva (la verdadera Obra) es la existencia que llevamos, lo que hacemos con nuestros días, noches y momentos.
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