Incertidumbre es una palabra que hace algunos años —¿cuántos: ¿tres, cinco, diez?— comenzó a aparecer en todos lados. En la tele, en las redes, en los libros, en las conversaciones cotidianas. Como si fuera un manto con lo que se cubrió la época. Ya estaba, es cierto, ya pululaba con mayor o menor fuerza a lo largo de la historia, pero ahora se clavó acá mismo en todos nosotros.
En Trilce, César Vallejo usa esta imagen para hablar de la incertidumbre: “Un proyectil que no sé dónde irá a caer”. Allá arriba, en el cielo, entre las nubes, precipitado, algo cae: ¿un misil?, ¿una bomba?, ¿una bala?, ¿una piedra? No se sabe; lo importante, suponemos, es correr. Unos versos abajo la imagen del escape se acentúa: “Incertidumbre. Talones que no giran”. Una sensación similar pero con connotaciones inversas comenzó a plasmarse con la pandemia: había que quedarse en casa, guardarse, esperar. Ahora, en estos momentos, ni siquiera. Argentina enfrenta una crisis económica de larga data y un futuro que no se vislumbra para nada esperanzador: inflación, devaluación, derechización, conservadurismo, alarmas sonando en todos lados.
Pero hay algo más grande en la incertidumbre de estos tiempos, un tono que se revela mundial, internacional, universal. Si el siglo XIX fue el siglo de las utopías y el XX el de la distopías, ¿qué define a éste, al nuestro, al XXI? ¿Cómo narramos, entonces, a estos tiempos, y cómo consumimos esas narraciones? ¿Qué se refleja en la cultura? O, mejor: ¿qué puede la cultura frente a la incertidumbre? ¿Cuál es ahora, en este contexto, su razón de ser y su potencia? Infobae Cultura habló con Rafael Spregerburg, Hinde Pomeraniec, José Emilio Burucúa y Hernán Vanoli sobre esta época extraña y llena de interrogantes. A continuación, sus reflexiones.
Contra un capitalismo bárbaro y caníbal
“Efectivamente, el panorama es desolador”. El que habla es Rafael Spregelburd. Desde Mendoza, sumergido en las largas jornadas de un rodaje, se hace un hueco y conversa con Infobae Cultura.
“No sólo por las manifestaciones anticulturales del candidato con más votos —reflexiona el actor, dramaturgo y traductor—, muchas de las cuales son impracticables más allá de sus insólitas intenciones, sino porque un poco se confirma que hay mucha gente con ganas de votar políticas que la perjudican de manera directa. La gente no tiene idea de lo que significa vivir sin cultura. Piensan que esos gestos nos van a trasformar en Estados Unidos, donde no hay ministerio de cultura, ni muchas otras cosas. Pero no logran reconocer hasta qué punto de la cultura y de las industrias culturales dependen largas cadenas de vinculación no sólo económica sino fundamentalmente humanas. Las políticas sin cultura en sus agendas conducen a pueblos individualistas incapaces de reconocer una historia en común y un presente a ser resuelto de manera mancomunada. En definitiva, los pueblos sin vínculos culturales entre sus individuos son carne de cañón de imposiciones totalitarias”.
“Pero como con muchos de los problemas que Milei dice solucionar de un plumazo torpe y pretencioso, las preguntas alrededor del campo cultural y sus crisis no son nuevas. Qué hacer con la cultura es una pregunta que se plantea en todos los tiempos, en todas las políticas. Cuando la cultura o el espacio artístico y sus prácticas se entienden como gasto a ser recortado, estamos poniendo en cuestión qué tipo de humanos queremos para vivir el futuro. El sujeto como consumidor no es el que forjan las actividades culturales; en cambio es el tipo de sujeto que añora un capitalismo bárbaro y caníbal. ¿Qué calidad de vida obtienen los sujetos cultivados y cuál los sujetos considerados sólo como consumidores? ¿Qué se llevarán a la tumba unos y otros?”, se pregunta.
Y continúa: “Asimismo, hay que aclarar que toda pregunta por la cultura que incluya también a las artes atravesará zonas de incómoda turbulencia. En el espíritu del arte verdadero hay una fuerte noción antiestética, o –para que nos entendamos- anti moda. Muchas veces lo que conviene a los movimientos artísticos es lo contrario de lo que conviene a la cultura, que protege, acumula, reseña y somete las expresiones más extrañas. Lo paradójico es que sin un estatus cultural fuerte, el arte resulta impracticable. El arte es un contrapeso para la cultura. Los artistas nos escindimos al hablar de nuestra búsqueda (individual y errática) frente a la cosmovisión de que la cultura es de todos y para todos. El arte no es sólo para alguno o algunos; es para ‘cualquiera’. La cultura engloba dentro de su enorme paraguas expresiones tan disímiles como el arte y la artesanía, la filosofía y el entretenimiento, la TV y el teatro, por solo mencionar algunos pares de prácticas muy contradictorias”.
Ante la pregunta de si hoy la cultura propone certezas o es una manera de plantear más preguntas, responde: “Vuelvo sobre la idea anterior. El arte sólo plantea preguntas. La cultura legaliza, aprueba o refuta lo que de esas preguntas pueda surgir. El arte es inaugural, abre confines. La cultura protege de esas fronteras para adentro. Ambas cosas se complementan y se disputan terrenos. Y todo artista es –a veces pese a sí- un sujeto de la cultura”.
¿Acaso la cultura es una forma de resistencia o una burbuja para aislarse de los problemas? Para Spregelburd, “es imposible pensar a las prácticas artísticas como burbuja. La imagen me hace abordar al fin de la película Melancolía, donde le hacen creer a un niño que una carpa hecha de troncos y una sábana podrá protegerlo de la caída de la luna que ha entrado en la atmósfera terrestre. No hay tal burbuja. No hay nada que te proteja del desastre. Hay –eso sí– maneras de atravesar el desastre de formas más vivas, más libres, más amorosas. El arte mejora a las personas, les ofrece perspectivas no imaginadas dentro del contexto dominado por los discursos cotidianos. Por no hablar de las técnicas de creación. Los griegos, por ejemplo, descubrieron que antes de aprender matemática había que aprender música, porque la división del tiempo pertenece al territorio de la música. Toda ciencia se basa en procedimientos de creatividad similares a los que atraviesa el artista cuando se plantea problemas; no habría avance científico sin humanos creativos, y la única forma que conocemos de garantizar esa creatividad es a través de estas prácticas, que liberan y sana la mente de maneras que nos gusta llamar ‘humanas’. Lo otro es pensar individuos como partes de una cadena de mera producción y consumo de mercancías, contaminantes en la mayoría de los casos”.
“Es patético y atroz que debamos recordarnos estos principios tan básicos sólo porque un grupo de personas desencantadas con los procesos históricos y económicos que todos sufrimos hallan una solución mágica e infantil en la negación de la cultura, de la educación, de la justicia social (un derecho garantizado por la Constitución Nacional)”, concluye.
Un resplandor de belleza y conocimiento
Con el estallido de la pandemia, Hinde Pomeraniec —escritora, editora, periodista— comenzó a escribir una columna, un newsletter, sobre “literatura, música, artes visuales, cine, teatro e ideas en un mundo cada vez más incierto”. De alguna forma, puede leerse como la precuela de su Fui, vi y escribí. En aquel entonces construyó un espacio cultural en medio de la batalla contra el virus, y si bien la pandemia terminó, ¿también lo hizo la incertidumbre? Algo de esa experiencia negra se adhirió a nosotros como una rémora. Algo de todo eso se niega a abandonarnos.
“Tengo el mal hábito de pensar que la cultura es mucho más que arte o ilustración general, es decir, para mí todo es cultura porque es desde ahí que miramos el mundo. Quiero decir, si leíste 1984 o viste Black Mirror o Years and Years, tu perspectiva sobre un planeta tecnologizado, vigilado e individualista seguramente te sorprenderá menos que si no lo hiciste. Si sabés que existen el Guernica de Picasso, los fusilamientos de Goya o las pinturas del expresionismo alemán, vas a tener una idea sobre la guerra muy diferente de la de aquellos que no lo hicieron”, cuenta.
“Durante mucho tiempo pensé que era indispensable aceitar el espíritu crítico a través de la lectura porque los individuos y las sociedades con capacidad crítica corrían menos riesgo de ser sometidos al totalitarismo. Por entonces todavía creía en un concepto de verdad que hoy ya no existe. Ahora, frente a una humanidad que baila al ritmo de las fake news, cuando día a día se fisuran y rompen consensos básicos conseguidos después de la Segunda Guerra y la democracia cruje entre discursos de odio y una crisis económica que tiñe todo de hambre salvo para unos pocos, sigo pensando que la cultura puede ser un buen refugio”, dice la autora de libros como Rusos de Putin y Blackie, una voz insumisa.
Y concluye así: “Si ya no sirve como herramienta para resistir la embestida autoritaria, al menos podría ser una buena manera de aislarnos de la incertidumbre para buscar un resplandor de conocimiento o de belleza y para hacernos todas las preguntas posibles hasta que pase el temblor”.
Adorno y religiosidad
El sociólogo y escritor Hernán Vanoli, autor de ensayos como El amor por la literatura en tiempos de algoritmos y ficciones como Pyongyang, actualmente funcionario en la cartera de Turismo, dice que hoy “la cultura actúa con la lógica del cuanto peor mejor”.
Y explica: “Por un lado, en las malas épocas hay mayor efusividad creativa y hay una oportunidad para repensar los valores de la sociedad que cuando hay consensos normativos fuertes. Sin embargo esa idea, que se mantuvo históricamente en los mundos de la producción cultural, hoy está en crisis, porque pareciera que es cuanto peor peor. Se quebró una especie de línea donde la vaporización social y económica puede ser productiva para la cultura donde ya no es productiva. Entonces empieza a aparecer esta idea de que puede funcionar como refugio. Yo no creo que la cultura sea un refugio. Creo que la cultura puede llegar a ser un refugio en la medida que se aleje de laicismo y empiece a estar un poco más vinculada con la religiosidad, con la trascendente”.
“No creo que la cultura laica sea un refugio en este momento. Tampoco que pueda ser una forma de resistencia. Me parece que está en un lugar de adorno total y con una relación muy desbalanceada con el poder”, asegura.
“En pocas palabras, lo que siento es que como burbuja está rota porque hay unos pactos sociales básicos que están cada vez más dinamitados. Como forma de resistencia es inútil porque la cultura de la conectividad total que trajo internet, la obligación y el autodiseño, y las lógicas cada vez más pronunciadas de la adoración al dinero y al lujo, la dejan en un lugar muy superfluo. Entonces creo que la cultura está en un lugar muy complicado como para ser interesante. Y que si pudiera volver a serlo, tendría que plantearse desde un lugar muchísimo más comunitario y vinculado a luchas sociales específicas”, dice Vanoli y subraya que debe ir por fuera de cómo lo “pensaba el antiguo vanguardismo, porque todos los paradigmas de apreciación del arte están basados en el paradigma vanguardista de la transformación de las condiciones de recepción o de la percepción del espectador a través del consumo de arte”.
“Creo que ese paradigma que estaba mayormente encarnado en muchos pensadores de la Escuela de Frankfurt fracasó absolutamente y hay que empezar a pensar el costado religioso y comunitario de la cultura”, concluye.
La esperanza racional
Desde otro lugar, un lugar donde ciencia y cultura se ensamblan, José Emilio Burucúa —historiador de arte, doctor en filosofía y letras— comienza diciendo que “la cultura tiene varias capas y cada una de ellas tiene cierto grado de permanencia o de cambio”.
Por un lado, “las capas superficiales de la cultura, las más inestables, que tienen que ver con un tiempo breve, un período de cuatro años, el de un presidente”. Después “otra capa que es algo más profunda y que se coloca en lo que podría ser el cambio de generación: veinte y veinticinco años. Te doy un ejemplo: la cultura argentina en los años del kirchnerismo ha tenido un núcleo duro que podríamos llamar progresista, que se conservó durante veinte años”. Por último, otra de “más larga duración”, “por ejemplo la cultura peronista, de casi ochenta años”. Ahora, asegura, “estamos frente a un momento de crisis integral, de crisis radical, que atraviesa todas esas capas, por eso el grado de incertidumbre es el mayor que uno pueda concebir, porque ha sido puesta en cuestión, en los últimos años, la cultura y sus articulaciones con la política y la economía”.
“Se han derrumbado las tres capas de la cultura común de los argentinos: el más reciente marcado por la pandemia y por la crisis económica, los veinte años de kirchnerismo, y se ha derrumbado la cultura peronista, o pareciera estar muy en crisis. Ahora tenemos que volver sobre la historia, sobre los grandes problemas, no solo de la sociedad argentina, sino de la sociedad mundial. Rever estos primeros veinticinco años del siglo XXI: los efectos del cambio ecológico, algunas inercias terribles en la política como los autoritarismos y las dictaduras que no declinan. Pensar que hay una buena mitad del mundo que está gobernada por regímenes dictatoriales: Rusia, China, algunos países del África, Cuba, o algunos regímenes que se deslizan hacia la dictadura, como Venezuela, Nicaragua”, agrega.
Del otro lado del teléfono, conversando con Infobae Cultura, Burucúa dice: “Si pensamos cuáles han sido las grandes luces de los últimos veinticinco años es paradójico: una es lo que ha ocurrido frente a la pandemia. A pesar de todo lo que protestamos y pataleamos, la ciencia humana, ese extraordinario sistema de pensamiento aplicado, ha logrado derrotar en un tiempo muy breve a una gravísima enfermedad. Eso podría darnos lugar para la esperanza. Y también tomaría como un rasgo esperanzador el consenso científico que ha habido alrededor del calentamiento global. Y ese es el problema: los que discuten el calentamiento global y llegan al extremo de decir que es una invención comunista, o un disparate por el estilo, son unos verdaderos irresponsables y se les puede oponer este magnífico sistema científico intelectual cuyo poder ha sido demostrado con la derrota del Covid-19. Esta es una de las paradojas que pueden lijarnos la esperanza, que la política no esté a la altura del avance científico e intelectual que se ha logrado”.
Para este investigador, autor de libros como Historia natural y mítica de los elefantes y Excesos lectores, ascetismos iconográficos, “estas cosas suelen ser estallidos breves” porque “si miramos ejemplos históricos, está el fascismo, que fue un estallido breve: empezó en el año 22 con la Marcha sobre Roma, siguió con la llegada de Hitler al poder en el año 33 y podríamos decir que su centralidad en la historia humana fue de unos veinte años. La quinta parte de un siglo, aunque fue tanta la catástrofe que causó que todavía nos deja marcados. Pero concluyen, se desmoronan”.
“Tenemos herramientas excepcionales a disposición: el pensamiento científico, el pensamiento racional, con la conciencia del peligro que puede implicar su absolutización. Podríamos pensar en una verdadera edad de oro y desgraciadamente tenemos que pensar más bien en lo contrario por esta ruptura, esta crisis tan terrible de las relaciones entre el saber y lo político”, sostiene. “¿Qué salida hay para eso? Yo creo que sigue siendo más libertad, más democracia y más compromiso con la ciencia y con el pensamiento racional, lo cual implica toda una política educativa consciente del pasado y de las necesidades del futuro”.
“Cuando se dice que la escuela pública, laica y obligatoria tiene que ser reemplazada por un sistema de vouchers es un disparate. O cuando se dice que tiene que ser ideologizada y entregada a los maestros militantes es una aberración. Porque no se tiene en cuenta quiénes han sido las personalidades de la historia argentina, los grandes espíritus: Sarmiento, Roca, Rosarito Vera Peñaloza, Mitre, Avellaneda. ¿Y cómo puede decirse ese disparate de qué productividad tiene el Conicet? Puede que tenga que ver con una partidización escandalosa que se hizo precisamente en los años del kirchnerismo de los cuerpos profesionales, pero eso no quita que ese sistema tenga que ser preservado y fortalecido. Supongamos que ganasen la presidencia quienes proponen esas cosas... bueno, durarán cuatro años. Va a ser muy grande el daño, pero si hay resistencias hay posibilidades también para la esperanza“.
“En forma global, yo no veo otra salida que la del fortalecimiento del pensamiento racional, del análisis científico y el robustecimiento de todas las ramas del conocimiento”, concluye.
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