En distintas notas aparecidas en este mismo medio venimos abordando la manera en que la literatura argentina ha dado cuenta de importantes hechos políticos del siglo XX. Como gran parte de esos textos literarios se refieren al peronismo, muchas de nuestras notas también han estado dedicadas a esa temática. Sobre el “peronismo clásico” (1946-1955), hemos tratado a autores como Beatriz Guido (1 de marzo), Borges (12 de marzo) y Martínez Estrada (9 de abril), y sobre el peronismo de los años setenta abordamos a autores como Osvaldo Soriano (2 de julio) y Jorge Asís (30 de julio). En esta ocasión, trataremos a Julio Cortázar, quien también produjo cuentos que pueden vincularse con el peronismo.
Señalar que Cortázar fue antiperonista no es por supuesto una novedad. Incluso el propio escritor ha admitido posteriormente como equivocada esa postura de su pasado. Lo interesante en su caso, y que lo diferencia de otros autores que hemos abordado, es el género literario que cultiva, el género fantástico. Mientras en otros escritores como Soriano o Asís eran directas las menciones al peronismo, en Cortázar su alusión al mismo no aparece de modo explícito sino que está tamizada por el género literario elegido, por lo cual sus textos están más sujetos a distintas interpretaciones.
Sobre esas diferentes interpretaciones, debemos decir que con respecto a “Casa tomada”, el primero de sus cuentos que trataremos, el propio autor ha manifestado que surgió de una pesadilla que había tenido y que no fue concebido con intencionalidad política (aunque ha reconocido que una lectura de ese tipo podía ser posible). Cabe destacar que “Casa tomada” no solo es uno de los relatos más famosos del autor sino un caso emblemático de una posible lectura política sobre algunos de sus cuentos.
El relato de Cortázar fue publicado originariamente en una revista en los años cuarenta y luego recogido en su volumen de relatos Bestiario (1951). Allí, el narrador cuenta que la casa era muy amplia y que podría albergar a más personas, pero que en ella vivían solo Irene y él (su hermano). También relata que su hermana y él eran solteros y que como pertenecían a una familia adinerada no trabajaban, obteniendo su sustento de la herencia recibida. Asimismo, describe la casa, dando a entender que esta tenía dos alas separadas por una “maciza puerta de roble”.
Esa vida habitual en que vivían los dos hermanos es repentinamente quebrada por un extraño suceso: “El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. (…) Me tiré contra la puerta antes que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo (…) Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: —Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo”.
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A partir de que una parte de la casa ha sido ocupada (no se sabe por quiénes), los hermanos tratan de habituarse a vivir de otra manera en la parte no invadida. Sin embargo, luego de un tiempo, esa situación de relativa normalidad es nuevamente “quebrada” por otro avance de esos desconocidos ocupantes, ya que parece que han traspasado la “puerta de roble” que es la que separaba ambas partes de la casa. Entonces, habiendo sido ocupado ahora totalmente el lugar, a los hermanos solo les cabe abandonarlo, finalizando así el relato: “Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.
Una posible interpretación de tipo político de este cuento fue formulada por Juan José Sebreli en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964), donde el ensayista sostenía que “Casa tomada, expresa fantásticamente, aunque el autor no se lo haya propuesto, esta angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en la clase media”. Asimismo, un escritor con una posición ideológica contraria a la de Cortázar, Germán Rozenmacher, volcó en su conocido cuento “Cabecita negra” (1962) una similar interpretación del relato (aunque por cierto con un matiz político diferente).
Recordemos que una característica distintiva del género fantástico es que, si bien en un comienzo puede presentarse una situación de modo “realista”, de improviso esa situación es “quebrada” por un hecho inusual, extraño. En este cuento, ese hecho que “quiebra” la situación en que vivían los hermanos es que ocupantes extraños, nunca identificados, se apoderan de una parte de la casa. Justamente esa irrupción de “lo extraño” en la casa es lo que ha dado lugar a una lectura política del texto, dado que esa irrupción podría interpretarse como las multitudes peronistas que ingresaron en la escena política nacional. Además, debe tenerse en cuenta que la irrupción de “lo extraño” en el género fantástico ocurre de golpe, sin anunciarse y del mismo modo las masas peronistas hicieron su aparición imprevistamente en el escenario argentino.
Ese mismo clima de “invasión” está presente en distintas narraciones de Cortázar de esa época, por lo cual si esa “invasión” se interpretase que directa o indirectamente se relaciona con el peronismo, la serie de relatos sería relativamente amplia y abarcaría más cuentos que los tratados en esta nota. Aquí, además de “Casa tomada”, abordaremos como complemento otro cuento, “La banda”, incluido en Final del juego (1956), para poner de relieve que la señalada perspectiva de Cortázar no se limita al relato ya comentado.
“La banda” es un cuento “enmarcado”, es decir, hay un narrador que cuenta lo que le ha dicho otro narrador que es el protagonista de la anécdota central del relato: “En febrero de 1947, Lucio Medina me contó un divertido episodio que acababa de sucederle. Cuando en septiembre de ese año supe que había renunciado a su profesión y abandonado el país, pensé oscuramente una relación entre ambas cosas”.
Lo que le contó Lucio Medina al narrador es que un día descubrió que en el cine Ópera (uno de los más importantes de la época) volvían a dar una película que en su momento no había podido ver y por ello va a dicho cine para verla. Estando allí, Lucio va observando el inusual público presente en esa ocasión: “Señoras preponderadamente obesas se diseminaban en la platea, y al igual que la que tenía al lado aparecían acompañadas de una prole más o menos numerosa. Le extrañó que gente así sacara plateas en el Ópera, varias de tales señoras tenían el cutis y el atuendo de respetables cocineras endomingadas”.
A pesar de lo anunciado en el programa, antes de la película, sorpresivamente aparece una banda musical femenina (del tipo banda militar, con chicas ataviadas con uniformes vistosos): “Una inmensa banda femenina de música formada en el escenario, con un canelón donde podía leerse: BANDA DE “ALPARGATAS””. Luego Lucio se da cuenta de que era “una función para empleados y familias de la compañía “Alpargatas””. Asimismo, la “actuación” de esa banda femenina se prolonga recibiendo el beneplácito de la platea que Lucio encontraba como fuera de lugar.
Luego de esa sorpresiva intervención, proyectan la película prometida. Pero una vez concluida y habiendo ido a tomar una bebida en una confitería, a Lucio le aparece en su mente una especie de revelación: “Un momento de realidad que le había parecido falsa porque era la verdadera, la que ahora ya no estaba viendo. Lo que acababa de presenciar era lo cierto, es decir lo falso. Dejó de sentir el escándalo de hallarse rodeado de elementos que no estaban en su sitio, porque en la misma conciencia de un mundo otro, comprendió que esa visión podía prolongarse a la calle”.
En este cuento aparece otra característica usual en el género fantástico, y en cierta medida ligada a la ya señalada, la ambigüedad que enfrentan los personajes de un relato de este tipo para poder distinguir la “realidad real” de una “realidad aparente”, ambigüedad que por extensión atrapa al lector provocando una sensación de extrañeza y perplejidad. En este caso, luego de encontrarse rodeado por ese público que veía como raro, a Lucio se le presenta como una revelación que la realidad a la que estaba acostumbrado no era la “realidad real” sino una “realidad aparente”. Textualmente: “Un momento de realidad que le había parecido falsa porque era la verdadera, la que ahora ya no estaba viendo. Lo que acababa de presenciar era lo cierto”.
Por otro lado, la composición del público visto por Lucio como fuera de lugar tenía unas características particulares que pueden asociarse a los llamados “cabecitas negras”. Es decir, aunque de otra manera, aquí también el personaje siente una cierta “invasión” de representantes de las surgentes masas peronistas. No son casuales el momento de los sucesos narrados (1947, época del peronismo), ni la mención de “Alpargatas” (que remite a la expresión “Alpargatas, sí; libros, no”).
Por último, cabe señalar que tampoco es casual que Lucio en ese mismo año 1947 “había renunciado a su profesión y abandonado el país”, partida que el narrador relaciona con la nueva realidad que descubre a partir de lo sucedido. Al respecto, y no es un dato menor, no debe olvidarse que el propio Cortázar, al igual que Lucio, se fue del país en 1951 ante la nueva realidad creada por el peronismo que vivía como sofocante.
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