Carlos Masoch: “En el árbol grande de la pintura yo tengo varias ramas”

El artista plástico que fue popular en los años 80 con su personaje radial, el “reverendo Douglas Vinci”, vive un tiempo de resurgimiento gracias a dos muestras individuales y una colectiva que recuperan el valor de sus obras

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Un vistazo a la resurgente carrera de Carlos Masoch en el arte (Foto: Adrián Escandar)
Un vistazo a la resurgente carrera de Carlos Masoch en el arte (Foto: Adrián Escandar)

Hace frío. Es un día destemplado y el cielo encapotado sobre el barrio de Colegiales amenaza con descargar un chaparrón en cualquier momento. Después de casi dos horas de charla Carlos Masoch mira el panorama por la ventana de su departamento calentito y empieza a hablar de sus achaques. Los que le llegan a cualquier mortal que acaba de pasar el umbral de los 70 años. Nada demasiado serio, aunque él menciona las partes del cuerpo que le requieren atención y controles por estos días.

Masoch vive en 2023 una suerte de resurgimiento con tres muestras, dos individuales y una colectiva, que han vuelto a poner su nombre en un lugar destacado en las artes plásticas argentinas, y después de un período de injustificado ostracismo que él ha vivido como un exilio interno y con mucha angustia.

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Han pasado exactamente 50 años desde su primera muestra, en la Galería Contemporánea, de la calle Senillosa, en Caballito. En ese mismo 1973 ganó el Premio Nacional de Dibujo Para Obreros y Estudiantes, puntapié inicial de una carrera profusa, aunque opacada por su fulgurante paso por la radio, la televisión, los boliches y la noche: en cincuenta años Masoch nunca dejó de pintar. “Fue la primera vez en mi vida, cuando tenía 20 años, que estuve colgado en el Museo Nacional de Bellas Artes. Para mí fue como tocar el cielo con las manos”, recuerda.

50 años de trayectoria, 70 años de vida: 50/70. Paisaje vulgar seguido de La inmaculada concepción y otras cuestiones fue precisamente el título completo de la primera muestra de pinturas (y una escultura) de 2023, organizada durante el mes de abril en Colectivo Periferia, del artista y galerista Miguel Ronsino, en el barrio de La Boca. Un paseo por cinco décadas de trabajo de Masoch que valió la pena recorrer.

Carlos Masoch reflexiona sobre 50 años de arte (Foto: Adrián Escandar)
Carlos Masoch reflexiona sobre 50 años de arte (Foto: Adrián Escandar)

Otra se llama Tutti per Tutti (Ópera Bufa) y está en exhibición hasta el 17 de septiembre en el primer piso del Centro Cultural Borges. Es la muestra 121 de la serie La Línea Piensa, curada por Yuyo Noé y Eduardo Stupía, un espacio destinado exclusivamente al dibujo, formato del que Masoch es devoto.

La mayoría de las piezas exhibidas fueron realizadas durante la pandemia, y fue Stupía el que insistió para inaugurarla en el mes de julio. También fue Stupía quien ayudó a organizarlas por sus tamaños, temáticas, gramajes de papel y técnicas utilizadas.

Masoch y Stupía compartieron un estudio a principios de los 2000, y se habían cruzado este año porque a Masoch lo habían invitado a participar de otra muestra (la tercera) sobre santos argentinos en el Museo Sarmiento, para la que aportó cuatro pinturas, tres del Gauchito Gil y una de la Difunta Correa.

Testigo de la charla en Colegiales es Rafaela, una gata que tiene unos ojos amarillos gigantescos que asustan, pero que cuando uno le extiende la mano ronronea y se deja acariciar mansamente. Rafaela sube, baja y salta entre los cuadros que están amontonados por todo el living. Se mezclan los que son de autoría de Masoch con los de su mujer, Silvia Giménez.

Carlos Masoch cuenta su trayectoria artística (Foto: Adrián Escandar)
Carlos Masoch cuenta su trayectoria artística (Foto: Adrián Escandar)

A lo largo de la conversación, él menciona repetidas veces la sensación de olvido y abandono que lo invadió durante un largo período de tiempo en el que no conseguía trabajo, nadie contestaba sus llamadas y tuvo que malvender muchas de sus obras para poder pagar alquileres, cuentas de luz o comprar algo de comida.

“Yo tenía un millón de amigos, y de repente no había nadie”, se queja. “Después de la pandemia me empecé a dar cuenta de todo el tiempo que perdí en proyectos que nunca salieron. En cruzarme con gente que yo creía que era amiga y no, no era amiga. Vos viajás gratis cuando sos famoso o medianamente famoso. Cuando dejás de serlo ya no te llama nadie. En algún punto soy muy ingenuo, he sido muy generoso. Y hubo gente que lo fue conmigo. Lalo es y siempre ha sido un tipo muy generoso conmigo, Me empecé a dar cuenta que hay que caminar con esa gente. Hoy estoy enfocado en caminar con gente de bien”.

Lalo es, obviamente, Lalo Mir. Su compañero de ruta en los años de Rock & Pop y Radio Bangkok, equipo que completaban Bobby Flores, Quique Prosen y el Gallego García. Lalo fue uno de los primeros en llegar a la inauguración de la muestra de Masoch en el Centro Cultural Borges. Aquella química que supieron tener y transmitir en la década del ochenta sigue intacta.

Masoch recuerda que tenía su oficinita en la Rock & Pop de los comienzos, en avenida Leandro Alem. Era un cuartucho vecino al que ocupaba la fotógrafa Andy Cherniavsky. Hacían afiches, arte de revistas, tapas de discos y, cuando apareció la idea de hacer una radio, el logo de la emisora. También tenía una columna de arte en la revista Twist y Gritos, que dirigía Tom Lupo. Con Lalo ya se conocían, pero la amistad se profundizó cuando confluyeron en el proyecto Radio Bangkok. Masoch hizo la metamorfosis al Reverendo Douglas Vinci, un personaje que se hizo muy popular por aquellos días. Al principio iba grabado, pero después lo hacía por teléfono, y ocupaba tanto tiempo con el personaje que el director de las revistas, Pipo Lernoud, lo obligó a tomar una decisión. Masoch eligió la radio.

Todo eso sucedió hace entre 40 y 35 años. Y si bien fue muy intenso, representa un período muy corto de su vida. “Siempre quise separar al personaje (Douglas Vinci) de Masoch, el artista plástico. Si te fijás, en las fotos que nos sacaban yo aparecía de espaldas, o mirando para abajo”, explica. La composición la hizo a partir de su etapa teatral previa a Rock & Pop, en el grupo Teatro del Sur, junto a Alberto Félix Alberto, que había durado hasta 1980.

Hubo varias reapariciones de Douglas Vinci. Pero hoy Masoch está decidido a enterrar definitivamente a ese personaje. La radio, la televisión y el cine son distracciones para las que ya no tiene tiempo.

“Yo tenía un millón de amigos, y de repente no había nadie”, confiesa Carlos Masoch (Foto: Adrián Escandar)
“Yo tenía un millón de amigos, y de repente no había nadie”, confiesa Carlos Masoch (Foto: Adrián Escandar)

—¿Por qué te cambiaste el apellido?

—Cuando empecé a hacer teatro me lo escribían siempre mal: Masochi, Masoci… Y yo siempre tenía que aclarar: “Mazzocchi, con doble zeta, doble ce y hache”. Hasta que un día me hinché los huevos y lo cambié por Masoch para simplificar todo.

Viste todo de negro, polera y pantalón negros, zapatillas y medias negras: parece un personaje salido de uno de sus dibujos, donde el negro, la muerte, la religión, el desnudo y él mismo aparecen todo el tiempo. Costumbres heredadas seguramente de la infancia en Chacarita, donde su padre era un carpintero que se ganaba la vida fabricando ataúdes. Y de los tiempos en que estudió para ser figurante en el Teatro Colón, aconsejado por la madre de Juan del Barrio, su compañero de fechorías en la calle Leiva, entre Otero e Iturri, ya en el final de la adolescencia. “Los figurantes son esos personajes que hacen barullo en las óperas, que se mueven y agitan los brazos, pero no cantan ni tocan ningún instrumento; están de relleno”, explica. Él suele ponerse de relleno en sus propias pinturas y dibujos.

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Otro barrio que aparece seguido en la conversación con Masoch es Villa Crespo. Allí en un conventillo tuvo su primera infancia bajo la atenta mirada de su abuelo materno. Vivían los abuelos con sus hijas, los maridos de sus hijas y los nietos. Cada familia tenía su pieza y al fondo estaban el baño y la cocina. “Yo tenía tíos y primos. Nuestra vida era muy parecida a una serie muy famosa de la televisión que se llamaba Los Campanelli”, recuerda. Masoch jugaba al fútbol en Atlanta y era fanático del club. Dividía su tiempo con la parroquia, donde hizo el catecismo y tomó su primera comunión. Pero con el tiempo comenzó a notar la falta de bibliotecas y libros, fundamentalmente durante la etapa en Chacarita.

“Siempre quise separar al personaje (Douglas Vinci) de Masoch, el artista plástico (Foto: Adrián Escandar)
“Siempre quise separar al personaje (Douglas Vinci) de Masoch, el artista plástico (Foto: Adrián Escandar)

Sobre las temáticas recurrentes en sus dibujos y pinturas dice que “Borges opinaba que uno siempre escribe el mismo libro. Tengo una recurrencia y mis propias obsesiones, mis propios fantasmas.

—¿Cuáles son?

—Y, la muerte, la religión… Cómo la religión moldea las mentes de los hombres los fantasmas, las alucinaciones, la cosa tenebrista o el lado oscuro de la vida No quiere decir que sea un tipo exclusivamente de esa temática porque tengo también otras. Durante la pandemia hice eso, pero te puedo mostrar otros trabajos que hice con otras temáticas. En ese árbol grande que es la pintura yo tengo muchas ramas.

—¿Por ejemplo?

—A mí me preocupa mucho el tema de la luz o del foco porque como tengo muchos problemas de vista (N. de la R.: Masoch perdió la visión en su ojo izquierdo) para mí es fundamental. Me gustan mucho los pintores realistas. Trabajo mucho con la realidad. Con los fotogramas del cine. Me gusta trabajar con la sombra de un atardecer. Me gusta mucho el tema de los cielos. Me gusta mucho mirar pinturas de los clásicos. Me gusta, por ejemplo, Turner. Los expresionistas y los surrealistas. Tampoco es que yo soy muy original, después de tantos años de experiencia y de ver tantas cosas uno se da cuenta que su trabajo no es un Magritte o De Chirico. Es más bien como el rock.

“Yo empecé a abrazar al rock que era una forma de tomar una postura en la rivalidad con el tango que escuchaban mis viejos. Resulta que Julio Sosa, allá por los 60, vivía en Fitz Roy y Vera, a la vuelta de la casa de mis abuelos, donde pasé gran parte de mi niñez, en la calle Villarroel. Por esas cosas del juego, tan común en esa época, se conocieron con mi papá y mis tíos, que eran buenos jugadores de billar, y de cualquier juego clandestino, y la bebida. Sosa venía muy seguido al conventillo”, rememora. Sin embargo, al tango recién lo abrazó pasados los 50 años. Aquella rivalidad pudo más.

"Julio Sosa vivía a la vuelta de la casa de mis abuelos", cuenta Carlos Masoch (Foto: Adrián Escandar)
"Julio Sosa vivía a la vuelta de la casa de mis abuelos", cuenta Carlos Masoch (Foto: Adrián Escandar)

Los libros de Leopoldo Marechal, de Roberto Arlt y de Macedonio Fernández que iluminaron su juventud los tuvo que buscar por otros lados, lejos de las paredes de la calle Leiva. Supo ganarse el pan de adolescente, como cadete en una agencia de publicidad de origen alemán. Tuvo que cortarse el pelo y vestir camisa y corbata. Pero lo que cobraba le alcanzaba para comer todos los días, ayudar a su madre divorciada y darse algunos gustos. Además, conoció talentos que iban a influir en su futuro, como Miguel Ángel Villanueva, director de arte, y Osvaldo Chamarela, hijo de un conocido compositor de tangos.

El otro que lo ayudó a moldear su carrera fue Néstor Cruz, artista surgido en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en el taller del maestro Lino Eneas Spilimbergo. “Fue mi maestro no solamente de pintura, sino el que me abrió la cabeza, me hizo conocer otras lecturas y muchas cosas”, dice agradecido.

El paso de la pandemia dejó la colección de dibujos que puede apreciarse en el CC Borges. Y también dejó secuelas, de las buenas y de las malas. Masoch dejó el alcohol, pero todavía conserva la costumbre de armar su cigarrillo de tabaco y dar unas pitadas. Son muy pocos a lo largo del día, aclara. Sigue coleccionando obsesivamente estampitas, como toda la vida. Por eso lo convocan a una muestra donde el Gauchito Gil y la Difunta Correa son protagonistas.

En la conversación con Carlos Masoch surgen arte, vida y renacimiento creativo  (Foto: Adrián Escandar)
En la conversación con Carlos Masoch surgen arte, vida y renacimiento creativo (Foto: Adrián Escandar)

—¿Cómo es eso?

—Vos escuchás un riff y te recuerda a tal canción. O como en el cine, ves una toma y te recuerda a tal película. Quizás nosotros venimos con mucha información y tenemos una invasión de imágenes. No me siento muy original, sino que abordo la imagen de lo que va sucediendo por todos lados.

—También sos de incluir personalidades, como Frank Zappa. Y no todos los que fueron a la muestra se percataron…

—Trabajo mucho con retratos. Tengo unos libros de retrato de personalidades que me han cautivado en mi vida, como Van Gogh y Malcom X. En la muestra también hay una cama con Enrique Symns, que es anterior a su muerte. Eso fue justo en un momento que yo también estuve como un mes en cama porque tuve un problema con el nervio ciático. Trabajo mucho con el tema de la cama. Dalí pintaba dentro de una bañera. Juan Carlos Onetti escribía en una cama. La cama es un lugar donde además de coger y dormir uno puede producir muchas cosas.

Luces y sombras atraviesan su obra. Como en una consola llena de perillas que van y vienen también se han encendido y apagado para iluminar o ensombrecer 50 años de vida al servicio del dibujo y la pintura. Cuando prevalecieron las sombras ha sido una carrera mezquina, que le generó muchas angustias. Pero en estos días las luces se encienden para realzar el resurgir de un artista profuso y talentoso. Su nombre ya está impreso, junto a otros como Kuitca, Reyna, Garófalo, Bueno y Prior en los libros de historia del arte de finales del siglo XX y principios del XXI. A los 70 años Carlos Masoch todavía tiene tela para cortar. O, mejor dicho, para llenar con sus colores. Con sus luces. Y con sus sombras.

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